Entes 9: Yáke

 


El hermano Yáke habla sobre la creación de ficciones.


    Eran las 11:34 de la mañana cuando llegaron esos viajeros a mi puerta. Aproveché esa interrupción para descansar después de estar escribiendo desde la madrugada, estiré el cuello y troné las vértebras de mi espalda, y cuando fui a abrir me encontré con esa pareja, que me miró con sorpresa en los ojos y en las bocas.
—¿Sí? —pregunté.
—¿Eres tú Yáke, el hijo de Gyéo Fúntuo? —me preguntó la chica.
—Soy yo mismo —dije y ellos se miraron—, ¿qué se les ofrece?
—Lo sentimos —dijo el chico—, es sólo que no nos esperábamos que Yáke, el serio, viviera de este modo. Eh —titubeó, esperando quizás que yo adivinara el propósito de su visita, pero viendo que yo no decía nada, prosiguió: —Soy Áigen, y ella es Yelái. Somos viajeros del zlánd. Hemos estado visitando a tus hermanos y hermanas porque queríamos sus opiniones acerca de tres cuentos que el azar nos presentó, sólo de ti nos falta opinión.
No notando mentira o falsas pretensiones, los hice pasar y los senté a la mesa del comedor. Se veían de verdad desconcertados mientras les ofrecía de beber agua, jugo, o incluso uno de mis vinos, luego cerraron los ojos un instante, sacando recuerdos de sus memorias, y de pronto su confusión se transformó en una alegría moderada, como si todo lo que habían estado pensando antes lo hubieran olvidado. Aceptaron tomar un poco de vino y serví tres copas.
—Perdona si nos vimos algo tontos —dijo Yelái—, recordábamos lo que hemos experimentado ahora con tus hermanos y hermanas, y ahora hemos internalizado que el cómo has decidido existir en este mundo no es más que un hecho inevitable.
—¿Cómo están mis hermanos? —pregunté sin mucho interés.
—Siguen por ahí —dijo Áigen, antes de tomar un trago de mi vino—, algunos más desastrosos que otros, algunos más extravagantes que otros, pero todos fascinantes. Tu gemelo fue al primero que visitamos.
—Sínke ha de seguir en esa realidad oscura, donde las figuras suenan y los sonidos se sienten, ¿no?
—No vimos nada de eso —dijo Áigen casi riéndose—, está por ahí viajando sin rumbo ni propósito.
—Hmm, y supongo que Odelá ya dejó su labor de liberar ficciones.
—Eso no —se apresuró Yelái a contestar, no parecía creer que yo pudiera pensar eso—, ella aún parece estar profundamente metida en eso.
Y como por unos segundos nos quedamos sin decir nada, Áigen me entregó las láminas donde estaban los cuentos.
—Dicen que se les aparecieron de la nada, ¿verdad?
—Así es —dijo Yelái—; fue espontáneo, impredecible como el surgimiento de un nuevo universo.
Y yo me sumergí en la lectura de esos cuentos.

***

Esperamos bastante rato, pues la seriedad con la que se puso a leer los cuentos fue igual a la de un obsesionado; a su lado, la lectura que había hecho su hermano Dáran se vio superficial y apresurada. Mientras terminaba, le relatamos brevemente nuestras visitas a sus hermanos, sus opiniones sobre los cuentos y las ideas que nos habían expuesto; no nos quedaba claro si nos escuchaba; conservaba en todo momento el mismo rostro indiferente, el mismo rostro con el que nos había recibido, pues él tenía fama de nunca permitir que las señales visuales de su rostro y cuerpo funcionaran como un reflejo de lo que pasaba por su mente. Eso, junto con su gran calma, lo hacía un opuesto exacto de su gemelo Sínke. Cuando terminó, bajó las láminas y dijo:
—La perspectiva que yo les daré estará fundamentada en los principios que rigen a la creación de las ficciones, pues estos escritos no dejan de ser eso: ficciones que al leer están subyugadas por reglas. ¿Qué piensan ustedes cuando un escritor, así como yo, crea ficciones?; ¿éstas deben ser libres considerando que son una realidad en otros mundos o, por el contrario, es justificable centralizarlas, privarlas de su auténtica libertad sólo para que encajen en nuestro entendimiento de cómo debe ser una buena ficción?
Y yo respondí:
—Tu hermana Ódela pensaba de la primera manera —y Yelái asintió conmigo—, eso es porque ella vive allá fuera, enfrentándose a las realidades y no encerrándose en una sola. En cuanto a mí, el crear ficciones nunca fue de mi interés, porque nunca fue de mi agrado el determinar cómo es que cualquier evento debe suceder, ni cómo un ser debe ser, ¿y crear ficciones no es precisamente eso, volverse el dios dictador de un mundo para ordenar cómo deben estar dispuestas unas circunstancias y unos seres? Pero si les doy la libertad, tanto al mundo como a sus seres, el resultado de la ficción corre peligro de no tener sentido o ser directamente absurdo, porque el que otorga y aboga por la libertad de los seres se arriesga a que estos elijan hacer lo que no es conveniente. Por tales motivos, no puedo darte una respuesta más clara.
Yelái tomó la palabra de inmediato:
—Lo que menciona Áigen es el libre albedrío aparente, o restringido, así que, aplicándolo de manera más directa a este tema, yo reformularía tu pregunta, Yáke: ¿qué tanta libertad puede darle un creador a su ficción, o hasta qué punto no conviene que una ficción sea libre? En mi opinión, la labor del creador es la de manipular la voluntad de sus seres de manera que parezca que todo lo hacen por libertad.
—Sí —dijo Yáke—, pero el énfasis de mi pregunta era sobre la justificación para privar de libertad a una ficción. Veamos por ejemplo: una característica de todo “buen” personaje, en este mundo al menos, es la redondez, ¿y eso qué es?; significa en parte que pase por uno o varios cambios a lo largo de la historia; entre más cambios tenga y entre más diferente sea al final de lo que era al principio, se considera más redondo porque las circunstancias lo han modificado. Otra característica es la profundidad, que se trata simplemente de la cantidad de información que se pueda decir de él y en lo mucho que se muestren los aspectos fundamentales de su ser, sus motivaciones, deseos, su manera de razonar y un largo etcétera. Todo esto aplica también a la historia y al tema; podemos hablar así de historias, temas y personajes profundos y redondos, y el objetivo de todo buen creador es forjar una circunferencia enorme y pesada y hacerlo parecer todo natural. Ahora, sabiendo esto, ¿los cuentos que me han dado son redondos y profundos, lo son los personajes?
Yelái dijo:
—Al ser cuentos, según tengo entendido, no se les puede exigir el mismo nivel de redondez y profundidad que a una novela, por ejemplo, y aun así los grandes cuentos son aquellos que están protagonizados por personajes que corresponderían a una novela. Pero me desvío del tema. Son redondos en el sentido de que cambian, aunque claro, son curvas un tanto aceleradas, no los veo como círculos cerrados. La profundidad es más difícil porque sus características no son mostradas desde tantos ángulos como hubiera sido posible, ni en sus personalidades ni en sus motivaciones, quizás sólo en la exposición de sus pensamientos recae el peso que los haga moderadamente profundos.
Mientras hablaba, me daba la impresión de que se esforzaba por poner en palabras sus pensamientos, y al terminar sonó como si los hubiera interrumpido súbitamente, y con la mirada me pidió que continuara, así que dije:
—¿Importa acaso si una ficción es profunda y redonda o no? Todas esas reglas para hacer ficciones no les sirven a las ficciones; sólo le sirven al que las atestigua. Quisiera poder olvidar que hay infinitas realidades y sentir cómo siente un ser que sólo vive en una, tal vez de ese modo tendrían sentido para mí esos criterios que mencionas.
Y Yáke dijo:
—Mi padre nos dijo una vez: “Si las realidades son infinitas, entonces todo está permitido”. Esto ya lo saben; es redundante que yo se los explique, pero tenemos que ponernos del lado de aquellos que sólo viven una realidad, ya sea porque no tienen medios de viajar, o porque así lo eligen, como yo lo hice. Estos cuentos no son para ellos; no son para ser interpretados ni encallados en un mar de opiniones. Dejen a las ficciones ser y estar; después de todo, cualquier realidad, sin importar que tú habites en ella, no es más que otra ficción, y existen allá afuera mundos donde te están creando y donde están determinando lo que dices y haces; también te están esclavizando. ¿Pero qué importa que seres de un mundo que ni conocemos nos estén centralizando en sus ficciones? ¿Nos afecta en algo?

***

Al menos a ninguno de los presentes le importó. Tras acabar esas palabras, Yelái y Áigen sintieron una repentina tranquilidad: ya no había más que averiguar, por el momento, y nadie habló por un minuto. Pasado ese tiempo, Áigen volvió a mirar a Yáke a los ojos:
—Todo esto que hemos hecho está siendo inevitablemente reportado en otros mundos en la forma de ficciones. ¿Cómo nos estarán centralizando? Si lo miro de manera objetiva, esta vivencia no fue muy redonda: prácticamente estamos casi igual a cómo empezamos; pudo haber mayor profundidad en todo, sobre todo en la variedad de las opiniones de tus hermanos. Ahora que lo repaso en mi mente, no aprendimos casi nada de nuevo.
Yáke se acomodó en su silla y se sirvió más vino:
—Y dime, ¿eres el mismo ahora que al principio?
Áigen no tardó en dar una respuesta:
—Una cosa cambió: ahora tengo una nueva curiosidad, un nuevo objetivo: quiero viajar a universos donde los seres no hayan descubierto el viaje multiuniversal, y en los cuales se haya creado esta precisa historia en forma de una ficción para ver qué piensan, ver cómo nos centralizan según sus criterios, enfrentarlos a esta verdad que es la infinidad de mundos.
Y luego dijo Yelái:
—Yo quizás he cambiado muy poco por ahora. Pero tus hermanos me han prometido regalarme sus libertades, por lo que me volveré igual que ustedes salvo en voluntad. Por cierto, gran Yáke, ¿es su voluntad darme también la suya?
En ese momento algo desconcertante ocurrió: Yáke sonrió. Definir esa sonrisa detalladamente nos llevaría a emplear una enorme cantidad de contradicciones y términos que, juntos, no tendrán el más mínimo sentido. En resumen, había algo de burla y de piedad, de malicia y de misericordia, una paz interior que contenía a un deseo que luchaba por salir como un animal de una jaula, la sonrisa del que está a punto de revelar un poderoso secreto tras el cual no habría marcha atrás. En ese rostro sonriente se vio la imagen de todos sus hermanos al mismo tiempo, juntos en un mismo cuerpo. Los viajeros se quedaron sin aliento ante esa metamorfosis. Entonces Yáke dijo, con una voz igual de contradictoria y variada que su ya descrito rostro:
—Ya todos te la hemos dado desde el primer momento en que te vimos. De hecho, a ti también, Áigen. Los dos poseen ahora la totalidad de lo que somos.
Temblando, los viajeros escucharon que la voz de Yáke sonaba con los timbres, modulaciones y alturas de todos los ocho hermanos al unísono. Yáke continuó:
—Nosotros, cada vez que nos encontramos, actualizamos nuestros seres según las nuevas experiencias que hayamos vivido y los seres nuevos que hayamos adquirido. Y ahora, mientras leía las láminas, he adquirido vuestros seres, que a su vez ya contenían los seres de mis hermanos. Somos todos, en el fondo, un único ente, y lo único que nos hace diferentes son las características que nuestras voluntades eligen tener.
Tras reponerse de la sorpresa, Yelái dijo:
—Pero… si es verdad que nos dieron sus seres, ¿por qué no nos sentimos diferentes?
—Es un hecho que ahora tienen nuestros seres —Yáke esta vez dejó escapar una risa en la que se oyó la de todos los hermanos—, pero eso no quiere decir que estén activos. Verán, nos gusta andar regalando nuestras naturalezas; lo hacemos casi con cualquier ser que se nos cruce, casi siempre sin que lo sepan, pues es nuestra voluntad permanecer dormidos en todos ustedes hasta que averigüen la manera de hacernos despertar; queremos surgir de ustedes poco a poco, conforme vivan circunstancias y tengan experiencias que nos hagan salir, y entonces existiremos más en ustedes según elijan hacer uso de nosotros. Inevitablemente decidirán vivir usando completamente nuestros seres, y entonces nos volveremos alter egos, uno solo, uno que vive en las experiencias de todos, pues el camino ineludible de todos los entes es volverse uno, y luego cero, lugar al que nuestro padre ya ha llegado.

***

Ahora entra Yúska por la puerta principal. Está agotada; se ve en su caminar débil, pero también se le ve una sonrisa de satisfacción, la sonrisa de los que han logrado hazañas que ponen a descansar al espíritu y al corazón. Trae consigo un trofeo, evidencia de su triunfo en un maratón que tuvo lugar toda la mañana.
—Ah, ¡Hola! —exclama al ver a los viajeros— Buenas tardes.
La metamorfosis de Yáke ha pasado; vuelve a su voluntad de rostro inexpresivo, pero se levanta y sonríe a Yúska, la pequeña curva de su boca revela un apego moderado y una minúscula emoción.
—Yúska, ellos son unos amigos de otro universo. Áigen y Yelái, ella es mi esposa Yúska.
—¡Oh, así que vienen de otro universo! —Yúska se adelanta, coloca su trofeo en la mesa y les da un saludo de cabeza— Pues bienvenidos a esta realidad, ojalá les guste.
—Gracias —dicen los viajeros sin recuperarse aún de su sorpresa.
Yúska se resiente su cansancio, hace a un lado la cabeza, se cubre la boca con una mano y deja escapar un bostezo.
—Bueno, hoy me esforcé mucho —dice apenada—. Así que, con su permiso, quisiera dormir algunas horitas.
—Descanse, señora esposa del gran Yáke, el serio —dicen los dos a la vez, con cierto aire de estúpidos.
Yúska se acerca a Yáke y le da un beso, juega con el largo cabello que le cae frente a sus inexpresivos ojos anaranjados, luego se despide y se dirige a su dormitorio. Cuando escuchan el sonido de la puerta cerrarse, los viajeros caminan hacia la salida, y dice Yelái:
—Gracias por todo, gran Yáke.
—Intentaremos sacar de nosotros los entes que nos han regalado —dice Áigen con resolución.
Yáke les indica que esperen con un gesto de la mano, va hacia una mesita y de un cajón saca dos libros, regresa al umbral de la puerta y se los da:
—Estos libros los escribí hace ya un tiempo; éste está inspirado en algunas vivencias de mi padre en su vida temprana, y éste narra el camino que recorrió hasta volverse el ser que es ahora.
Los viajeros los toman. Vaya ironía la de haber empezado todo eso para interpretar tres cuentos, y terminar recibiendo enormes libros como enciclopedias, ventanas hacia eventos que sucedieron, suceden y sucederán, que habrá que centralizar o no, cuyos personajes son tanto libres como esclavos.

—Hasta otro universo paralelo —se despiden los viajeros Áigen y Yelái.


          



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