Codex Buranus 24: Ave Formosissima
Salve, hermosísima.
Qué hermosísima se ve la ceremonia de clausura del instituto Ítumi. En multitud bajo el suave sol de la mañana, parcialmente oculto tras densas nubes blancas, se reúne la multitud para ver la entrega de los diplomas de los alumnos del tercer año. Suben uno a uno a la tarima ante las miradas contemplativas de los compañeros. A sus espaldas está el edificio central, que parece brillar como un segundo sol más fresco.
El último adiós a la escuela que los albergó tres años. Una gema preciosa para la sociedad de los danzilmareses, la cual una vez más a formado y guiado a una nueva generación lista para llevar al país al futuro. Cada uno de los que habían participado en las tres reuniones respiraba en éxtasis el aire húmedo de esa mañana, memorizando con la piel la sensación del viento y el poco calor del sol.
Pasan al final a tomarse las fotos, a compartir las últimas palabras con los profesores y los compañeros de los demás años. Qué gloria se siente ahora, qué bella doncella es ahora la escuela ahora que la han superado. Algunos casi lloran viendo de nuevo sus caminos, sus edificios, sus estanques.
Qué glorioso se sentía el aire, el sonido de los zapatos, el olor de los árboles y la visión de la multitud que se reunía a compartir con ellos su alegría. Wéishen y Yamé se reúnen por última vez con sus discípulos; se dejan rodear una vez más y les comparten sus últimas palabras juntos:
—Ustedes son ahora la luz del mundo; vayan a iluminarlo.
Los alumnos se dejan liderar por Wéishen y Yamé hacia la salida, como su último acto de agradecimiento por los placeres que les habían provisto. Los alumnos sonríen como monjes que se saben apenas al comienzo de su camino, pero están satisfechos por tan sólo tener la oportunidad de recorrerlo. Salen del instituto y se detienen. Wéishen y Yamé, voltean a contemplar a sus discípulos y luego hacia la escuela, cuya cúpula principal parece una enorme rosa blanca que los despide con su fulgor sereno, como hecha de nubes. Los alumnos los imitan y contemplan por última vez ese santuario creador de disciplina, al cual tras mucho tiempo de conspirar en su contra se encontraron reconociendo su valor. Todos los rostros que hemos conocido durante este viaje volvieron a verse a sí mismos en sus aulas y en sus caminos, tanto para someterse a ella como para rebelarse.
Wéishen y Yamé de repente se arrodillan y le ofrecen un humilde salido de cabeza. Los alumnos los imitan uno a uno hasta que todos se hayan ofreciéndole la cabeza en señal de respeto a la escuela. El cielo se abre y el sol hace brillar con un blanco ardiente la cúpula de la escuela; sus rayos rebotan hacia los estudiantes que le ofrecen sus respetos y los abrazan calurosamente.
Poco a poco comienzan a levantarse y, dando algunos un último vistazo a la cúpula, se van alejando lentamente en diferentes direcciones: Méyu y Éla hacia la derecha, seguidas de Dézen con Óira tomados de la mano; Genáo y Níma hacia la derecha, muy juntos pero sin tocarse, seguidos del cabizbajo Bárum. Yéyan cruza la calle de en frente, primero sólo pero es luego alcanzado por otros. Así, muy despacio, el frente de la escuela se vacía conforme los alumnos van desapareciendo en todas las direcciones, quedando ante ella sólo Wéishen y Yamé.
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