Un visitante


Gégen y Zái conversan en un bar acerca de los habitantes de otro universo paralelo que empezaron a visitarlos, y sobre las implicaciones para la realidad que significa la existencia de infinitos universos.


El vaso lleno de yióuj lo esperaba ya en la barra del bar. Ahí Gégen estaba sentado, perdida su mirada en el fondo de la mesa, su pequeña estatura obligándolo a columpiar los pies en el taburete. Zái se sentó sin siquiera decirle hola y comenzó a beber mientras los ventiladores interpretaban una piana sinfonía de aire cortado, acompañada del silencio del casi vacío bar. Gégen llevaba bastante rato bebiendo, y todos los que lo conocían sabían que era inútil hablarle en ese estado, ya que ignoraría incluso una alarma de tsunami, si uno alguna vez azotara aquel puerto llamado Láf.
—¿Viste alguno mientras venías, Zái? —preguntó Gégen un rato después. Su voz era muy articulada; tan reflexiva y profunda, que nadie que no lo conociera creería que el montón de botellas de licor a su lado inundaban sus arterias.
—Unos cuantos —dijo Zái—, nada muy especial, solamente caminaban por el parque, admirando los colores de nuestro mundo, como dicen algunos… por cierto, gracias por guardarme un vaso…
—¿Sabes cómo se llaman a sí mismos? —preguntó Gégen, adquiriendo de repente un semblante fastidiado, algo violento, y dio un trago lentamente— Los seres reales, amigo, seres reales es como se denominan.
—Estoy seguro de que no lo dicen con mala intención.
—¿Hace cuánto tiempo que llegaron? ¿Diez años? ¿Más? Y desde entonces son lo único de lo que el mundo habla, los seres que vinieron de otro universo paralelo.
—Deberías superar de una vez ese complejo de inferioridad —dijo Zái, apartándole el vaso lleno de licor—. Fue una sorpresa para todos. Ya te lo digo, yo estaba en la universidad cuando sucedió todo, cada televisor del mundo los mostró y el mundo literalmente se detuvo. El dinero, el tránsito, las olas, los suspiros y los pensamientos, todo se detuvo cuando apareció ese ser en las pantallas, y recuerdo que exclamé, o casi grité, de la sorpresa; un compañero se desmayó del susto y otros más quedaron histéricos al ver esos colores, esa textura en su humanidad que sólo habríamos visto en sueños inquietos. Pero luego supimos que no eran una amenaza, ya sabes; sólo venían a invitarnos a formar parte de una sociedad mucho más grande, una sociedad que iba más allá de toda raza, lengua o nacionalidad; una sociedad en la cual ni siquiera las diferencias entre nuestras realidades fueran un obstáculo. Lo más sabio era no mostrarnos como seres primitivos que se dejan perturbar ante las verdades impresionantes. ¿Qué verdad hay más impresionante que la de sabernos acompañados de un número infinito de realidades, y que los habitantes de una de ellas nos ofrezcan su ayuda? Si te perturbas es porque no has comprendido todo lo que esto implica: gracias a su tecnología que permite el viaje entre universos han salvado a su especie; la muerte de la estrella que les daba la vida dejó de ser un gran problema cuando lograron habitar otro sistema regido por otra estrella; pero aún les quedaba el problema de que su universo iba a desaparecer tarde o temprano, y ahora, con esta maravillosa tecnología, prácticamente son como inmortales, capaces tener experiencias que nosotros no podríamos ni soñar…
—¿Alguna vez fuiste a otro universo? —preguntó Gégen, entornando los ojos hacia las botellas.
Creyendo que su amigo se había enojado con él, Zái asintió nerviosamente.
—Un par de veces he tenido ese privilegio. La primera vez fui a la realidad de ellos, y en verdad era tan igual, pero tan diferente. Ahí los colores no son tan brillantes, pareciera todo recubierto de una vista áspera, no tengo palabras para describirlo todo. Ellos clasifican su tipo de mundo como universo R.
—Sí, R de real [1] —rio Gégen.
—Si nosotros hubiéramos descubierto esa tecnología antes, nuestro universo también sería nuestro estándar para clasificar a los demás, ¿no crees?
—¿Y sabes cómo se clasifica el nuestro? —contuvo la risa—, le llaman universo del tipo NiÔ [2].
Zái por un momento no tuvo palabras.
—Sí, lo sé.
—¿Podrías decirme lo que eso significa? —preguntó como si lo retara.
Zái suspiró como si sintiera vergüenza de contestar.
—Sé que tiene algo que ver con un tipo de formato de realidad que ellos conocían desde hace milenios. Esencialmente, ellos ya tenían una noción de lo que era nuestra realidad cientos de años antes de venir. Es por eso que para ellos nuestra fisonomía o la estructura de nuestro mundo no fue una gran sorpresa.
—Y por ello se creen superiores —dijo Gégen—, como de algún modo ellos ya nos “creaban”, siguen sintiendo que en el fondo nosotros somos irreales, seres ficticios salidos de su imaginación, diseñados por sus manos sobre pedazos de papel. Pero nosotros nunca pudimos imaginarnos seres como ellos; nunca pudimos darles un rostro, un mundo, unas actitudes y unas historias como ellos sí lo hicieron con nosotros —para ese punto, la voz de Gegen comenzaba a sonar fuertemente ronca, ahogada en coraje; algo dentro de él se iba rompiendo poco a poco—. ¿Qué somos entonces, Zái? ¿Sólo una curiosidad para ellos? ¿Nada más que algo interesante que ver, algo divertido con lo que interactuar? ¿Nos nos ven como seres reales sino como dibujos? Ellos deslumbraron al mundo con sus habilidades, nos dieron su tecnología, su ayuda, como si desde siempre hubieran pertenecido a esta realidad. Sin embargo, también trajeron un mensaje desgarrador, una idea de consecuencias devastadoras —y luego añadió riendo en voz alta—: ¡Existen un número infinito de realidades! ¿No lo entiendes, amigo? ¿No entiendes las consecuencias de una verdad de tal magnitud? Y ellos mismos lo explican tomándoselo a la ligera, como si no fuera importante. En ningún momento se avergonzaron ni intentaron suavizar nada. Los universos son infinitos, todo es real, ¡La ficción ha muerto! Así como todo sentido que la vida pudiera tener en sí misma. Se acabaron los dioses omnipresentes, eternos y todopoderosos; se acabaron los cielos y los infiernos; ¡se acabaron las filosofías!, pues no importa que alguien lance la más grande estupidez filosófica alguna vez planteada, puesto que siempre habrá alguna realidad en la que dicha estupidez se ajuste perfectamente a su verdad, y el idiota que la vomitara recibiría honores y la admiración de los habitantes de esa realidad por su “genio” de haber descubierto la estructura de su vida.
Se tambaleó en su silla sin poder controlar su risa, y su borrachera ya escapaba del gran control de su mente. Rio hasta que cayó en el silencio, hundiendo la cabeza tristemente sobre la barra.
Lentamente, dándose tiempo para pensar, Zái terminó su vaso y dijo:
—Comprendo que es un duro golpe para ti, amigo, fiel defensor del más despiadado chovinismo de la realidad. Recuerdo cuando participabas en acalorados debates defendiendo la tesis de que cualquier cambio en las leyes iniciales daría como resultado un universo sin vida inteligente; no imaginabas que pudiera existir otra manera en que la realidad pudiera desarrollarse hasta el punto de ser coherente. Creías que el nuestro era el único modelo posible de un universo ordenado, y todo lo demás simples ficciones. ¿Pero sabes qué? No comparto tu opinión, amigo, de que por eso todo ha dejado de tener sentido. Sí, es verdad, todo no sólo es posible, sino que es un hecho; pero no podemos saber exactamente en qué clase de realidad nos encontramos. Para nosotros sigue siendo válido debatir, puesto que no sabemos si nos hallamos en un mundo donde todavía se pueda tener esperanza de sobrevivir, o si por el contrario, estamos en una realidad donde todo conocimiento sea menos que una superstición. Y no han muerto los dioses, solamente no sabemos si nos encontramos en una realidad en la que ellos existen. En la realidad de ellos tal vez no existan; pero en la nuestra nada ha sido dicho, y así es con todas. Todo es posible, sí; pero lo emocionante es averiguar qué es lo posible en cada una, porque no todo es posible en todas las realidades… —le palpó el hombro, pero Gégen no respondió— ¿no te gustaría viajar a una realidad en la que el materialismo fuera la verdad, o el idealismo, o donde habiten seres empiristas o racionalistas? ¡Vayamos de vacaciones a una utopía! No hay límite, amigo, sólo tienes que dejar de lado tus ideas de querer que haya verdades absolutas y trascendentales, pues la única verdad absoluta es, ¡vaya!, que todas las verdades son absolutas en alguna realidad… ¡Gégen!
Lo sacudió, pero Gégen no reaccionó; su cuerpo parecía magnetizado a la barra.
Zái suspiró irritado por no poder terminar de hablar; pero pensó que eso era algo común de suceder en la realidad en la que le había tocado nacer.
Entonces entró uno de ellos por la puerta del bar. Había estado esperando a que Zái le dijera que lo hiciera, y al ver que su amigo no se movía de su asiento, se aproximó a ellos. Las pocas personas que había en aquel lugar callaron ante su presencia, pero rápidamente le sonrieron con auténtica amabilidad, no como a un dios o un rey de otro mundo, sino como a un amigo al que admiraban en secreto.
—¿Todo está bien? —preguntó. Y su voz no se oía como la de los demás seres de esa realidad; una voz poco articulada, sin preocuparse de su estética, que parecía venir de su propia garganta en lugar de materializarse del ambiente.
—Lo siento, Áigen —dijo Zái, avergonzado—, esperaba que se calmara un poco antes de presentártelo, pero nos pusimos a hablar y ya no pude parar.
—No pasa nada. No he estado en realidad donde tal cosa no suceda; aunque me gustaría ir a una así alguna una vez. Vamos, te ayudo a llevarlo a su casa.




[1] En el original es S de Sárl (verdadero, real).

     [2] Este término proviene de Nimájon (dibujo o animación) y Ônimat (estilo de animación danzilmarés).  

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