La realidad de Yáke y Sínke 1: Jínnliù
Los gemelos Yáke y Sínke empiezan su vida escolar en el instituto Ítuyu, y tras llamar la atención de un grupo de alumnos terminan por unirse a su jínnliù.
1
Fue mi decisión, como de costumbre, permanecer imperceptible para los sentidos de los seres de ese universo.
El instituto Ítuyu estaba situado en el centro de la ciudad de Shórsta, y siendo ese día el primero del curso escolar, los salones de los primeros años se llenaron de estudiantes nuevos, atentos a la vez que reticentes, al principio poco interesados por el nuevo ambiente que habrían de compartir durante los próximos tres años, lo cual no impedía el surgimiento del diálogo entre ellos, sincero o sólo cortés, con verdadera intención o con apatía.
En el aula 1.C encontré a los hermanos Yáke y Sínke; el primero sentado en la parte de atrás, no haciendo caso a las charlas que lo rodeaban; el segundo, al frente, atento a las voces de sus compañeros, acechándolos sin decidirse aún a interferir en sus conversaciones.
Sínke había llegado primero, pero pronto se arrepintió de haberse apurado demasiado, y para pasar el rato se imaginó a sí mismo subiendo a zancadas por la escalera de caracol del edificio de los primeros años y precipitándose hacia el interior del aula en el momento en que el primer maestro o maestra estuviera presentándose ante su nueva clase. Visualizó la voz del docente apagándose de repente mientras volteaba a verlo, entonces habría dicho:
—Lamento con toda mi inexistente alma el retraso en éste, nuestro primer día de actividad escolar —por la teatralidad de su voz y porte exagerado, la mayoría de los chicos habría llenado el aula con un murmullo de risas incómodas—, la senda eterna de la frívola realidad, a mi inquisitiva razón, con sus circunstancias desconcertantes, entretuvo… Aiyóu![1] —habría saludado, levantando exageradamente la mano.
En cambio, Yáke había sido el último en entrar, habiendo observado inquieto desde afuera a los demás tomar sus asientos, buscando cualquier pretexto para postergar la inevitable integración. Cuando finalmente se resignó a entrar, manteniéndose lo más inexpresivo que pudiera, fue inevitable para los demás darse cuenta de que ambos eran hermanos gemelos, y poco hicieron para evitar la comparación entre la mirada soberbia del que había llegado primero con la inmutable mirada del que había llegado de último.
***
La alarma sonó. A los pocos instantes entró una maestra de inglés de apellido Nín. Era tan joven de rostro que pasaría por estudiante, tan sonriente de boca que pasaría por niña, pero tan erguida de porte que nadie dudó que se tratara de una maestra. Esa sería la cuarta vez en su vida laboral que recibiría a un grupo nuevo. Su vista se desplazó de un lado al otro del aula, captando la mayor cantidad de rasgos que le diera una pista de la condición y la personalidad de sus nuevos estudiantes. Ni siquera cuando se presentó formalmente dejó de prestar atención a cada murmullo o gesto que fuera ocasionado por la influencia de sus palabras o imagen. Sínke le prestaba una atención excesiva; Yáke la miraba sin atención.
***
La maestra Nín anunció entonces que darían comienzo las presentaciones individuales de los alumnos[2], lo que se llevó a cabo sin levantar queja, pero lentamente y sin prisa, haciendo tiempo para que sonara la alarma del fin del módulo. Se presentaron jóvenes de carácter y personalidad olvidables, genéricos, sin apenas demostrar en sus palabras algo cercano a la verdadera descripción de sus personalidades salvo por los tópicos comunes: “me gusta la música, me gusta estudiar, quisiera ser maestro, quisiera ser ingeniera, los fines de semana salgo con mis amigas al cine, lo más importante es mi familia”. Los gemelos morían de tedio por dentro pese a que Sínke se mostraba exageradamente interesado; Yáke continuaba sin cambiar la expresión con la que había entrado.
Habiendo pasado casi todos los demás alumnos (faltando solamente unos cinco), la maestra Nín señaló a Yáke para su presentación, pero los alumnos sugirieron colectivamente que se presentaran los dos hermanos al mismo tiempo, con lo que la maestra Nín estuvo de acuerdo. Sínke saltó velozmente al frente de la clase mientras que Yáke avanzó con lentitud, los ojos puestos en el suelo que sus pies estaban a punto de pisar, evitando siempre el contacto visual con los jóvenes. Fue entonces cuando pudieron compararlos uno al lado del otro. Las reacciones todavía no se deshacían de su curiosidad y extrañeza. En apariencia física, como quizá ya se ha dicho, eran gemelos idénticos: el mismo cabello negro de mediana largura y muy lacio; la misma piel morena, ligeramente pálida, unos pocos la calificaron de metálica o plástica; la misma complexión atlética (aunque un poco delgada); estatura promedio de un metro setenta. Pero el rasgo que más había llamado la atención de todos desde el primer momento en que los vieron entrar (como ya esperaba yo desde el principio) era el color de sus ojos. Eran ojos de color anaranjado fuerte, los cuales, para las percepciones de los demás, engrandecían la calidez y la frialdad de los rostros de sus portadores[3]. Los jóvenes no habían dejado de preguntarse entre sí si alguna vez habían visto a alguien más con aquel exacto color de ojos, similar al de la miel untada sobre una naranja recién bajada del árbol, pero sólo pudieron darse respuestas negativas. Debo aclarar que en aquel mundo tal color de ojos era imposible de obtener de manera natural, por lo que, al mirar esos coloridos iris que envolvían profundas pupilas negras, se sintió la exagerada sensación de estar ante interesantes fenómenos de la naturaleza, no muy diferente a hallarse ante dos personas con seis dedos en las manos.
Yáke permaneció cabizbajo, desprovisto completamente de emociones. En cambio, Sínke mantenía la frente en alto y se reía con una voz casi inaudible de las miradas morbosas.
—¡Oigan! ¿Quién de ustedes es el mayor? —preguntó Yúska, una de las chicas que se había presentado hacía un rato. Al preguntar, apoyó el puño en la barbilla y aproximó el cuerpo, adquiriendo una expresión suspicaz.
—Ninguno de los dos es el mayor —contestó Sínke—; ambos salimos al mismo tiempo del útero de nuestra madre, e incluso nos alternábamos el cordón umbilical porque sólo teníamos uno.
Unos pocos chicos se rieron; otros reaccionaron con vergüenza ajena por parecerles un mal chiste; la risa de algunos quedó restringida a sus gargantas, las de otros salieron como flechas, pero Yáke siguió sin reaccionar.
—Pero bueno, en esta vida he sido llamado Sínke Grámt—dijo como si estuviera representando una obra teatral—, tengo xxx años, como la mayoría de vosotros. Me interesa todo lo que la realidad ofrecerme pueda, desde la gran ciencia y filosofía, prodigios de la mente humana sin las cuales nada seríamos, pasando por el arte, maravilloso portento salido del espíritu humano, y los deportes, porque también somos cuerpo. De planes a futuro carezco. No me gustan las trivialidades ni lo inverosímil, pero ya me acostumbraré.
Yáke se mostró renuente cuando fue su turno, pero tuvo que proseguir ante las insistencias de la maestra.
—Me llamo Yáke Grámt, tengo xxx años, mis gustos, así como mis odios, son similares a los de mi hermano; no vale la pena explicarlos.
Regresaron a sus asientos, acompañados de forzados aplausos por educación.
2
Después de una semana, Sínke presumía haber memorizado ya los nombres de todos los alumnos en el instituto Ítuyu. Se inmiscuía obsesivamente en los asuntos de cuantos le rodearan sin reparar en cuán incómodos se sintieran, dándoles consejos indeseados, críticas de intención dudosa y observaciones en general impertinentes acerca de sus personas. Por poner un ejemplo, en una ocasión interrumpió súbitamente a una pareja de novios que se besaban en un banco, junto al lago de la escuela:
—Extasiado estoy de percibiros, estimados seres compañeros de mundo, yo soy Sínke Grámt de la clase 1-C —se sentó campantemente entre ellos, y luego los abrazó a cada uno con un brazo—, una turbadora cuestión, me temo, ha estado revoloteando en mi mente en el momento que os he visto en el acto de intercambio de fluidos bucales, ¿con quién tengo el placer de tratar?
Los dos enamorados sonrieron nerviosos y le siguieron la corriente.
—Yo soy Délo —dijo el chico—, y ella es mi novia Déla.
—Hola —saludó la chica tímidamente.
Entonces Sínke comenzó a reírse con la boca cerrada, sin razón aparente.
—¡Jubilosa situación ésta es, estimados! —las palabras explotaron acompañadas de una risa exagerada— ¿Cuántas veces se ha de tener la dicha de poseer un ser amado que tal similitud con el propio nombre comparta?
Y así mientras Sínke se ganaba cada vez más su reputación de chico escandaloso e incontrolable, su hermano Yáke se alejaba de todo el mundo durante el descanso. Pese a querer pasar inadvertido, algunos lo llegaban a ver mientras se dirigía hacia las zonas menos pobladas de la escuela con un libro, y pasaba todo el tiempo leyendo hasta que la alarma sonaba de nuevo. Durante todo aquel tiempo de quietud, no despegaba los ojos de las páginas ni un momento. Los que lo veían solían voltear la vista y los pensamientos hacia otros lados, pues su sola presencia era desalentadora y aburrida.
***
Apenas había pasado una semana desde que habían comenzado las clases, pero de inmediato os habíais vuelto los alumnos más reconocidos entre estudiantes y profesores, no solamente por el raro color de vuestros ojos, sino también por vuestra rapidez y precisión para realizar correctamente los trabajos que se os exigía durante los cursos. Cosa increíble de pensar para alguien como tú, Sínke, cuya actitud tan llena de energía e insolencia, junto a tus pláticas tan ridículas y fuera de lugar, hacían creer que te tratabas de alguien no muy inteligente y hasta idiota; únicamente tu habla rebuscada era engañoso indicio de tu inteligencia, o al menos de tu deseo por sonar inteligente. También era curioso que tú, Yáke, tan reservado y tranquilo, fueras tan bueno cuando se trataba de actividades físicas, incluidas las más demandantes, como habían constatado todos durante la primera clase de deportes, cuando, durante una carrera contra otros siete chicos, tu hermano y tú aventajasteis rápidamente al resto de los muchachos y quedasteis únicamente igualados por vosotros mismos, todo aquello a tal rapidez que los demás no hicieron más que miraros con asombro, admiración y desprecio. Y tú, Yáke, durante la carrera Sínke te lanzaba miradas retadoras, pero permanecías tan indiferente y sordo a sus burlas. Llegasteis los dos al mismo tiempo a la meta, y al deteneros, Sínke te dio la espalda con aire de superioridad. Y tú, Sínke, dijiste:
—Ésta será la última vez que empatemos, hermano, la próxima vez no arribaremos en igual momento.
Y tú, Yáke, en silencio lo miraste marcharse, insensible a sus palabras.
***
Con dos semanas cumplidas, los hermanos tienen una reputación construida en la escuela tanto por sus virtudes como por sus defectos. La actitud de los demás estudiantes hacia ellos, pasada la gran curiosidad que les habían generado al principio, es de indiferencia en su mayoría y quizás un pequeño repudio a causa de sus excentricidades para algunos. Pero eso no impide que durante los descansos una persona se quede pensando seriamente en ellos.
3
Con toda seguridad la historia se repetirá de nuevo interminablemente. Una semana después de haber comenzado el curso escolar, Yúska continuará viendo a los gemelos con ojos vigilantes, y pensará en ellos como si hubiera descubierto dos criaturas mitológicas. Será la hora del almuerzo, ella y los otros cuatro se habrán instalado en una zona de césped junto al gran lago de la escuela, resguardados de la luz del sol por unas enormes palmeras de un verde brillante. Séntsa observará que Yúska sorbe ruidosamente con una pajilla su jugo de manzana con los ojos atentos en la nada.
—¿En qué estás pensando? —preguntará Séntsa— Qué raro que hoy estés tan calmada. Di ya qué te preocupa.
Yúska se sacará la pajilla de la boca y volteará hacia ella, sonreirá como lo hace cuando se le ocurre una mala idea, y dirá, con una mezcla de ingenuidad, sinceridad y seguridad:
—Hay que llevarnos con los gemelos Yáke y Sínke.
Esta idea alertará a Séntsa y a Áte, quienes de inmediato detendrán su comida y se mirarán nerviosos, aunque no muy sorprendidos, dado que, aunque no lo expresaran, ya estaban conscientes del interés que los gemelos podrían hacer surgir en Yúska. La sorpresa de Kányu y Hínta será mayor, pues para ellos ese creciente interés de Yúska por los gemelos había pasado más desapercibido.
—Estás loca —dirá Áte con voz apagada—, y esos gemelos también están locos, el otro día vi a Sínke caminando hacia atrás mientras cantaba una canción extraña.
—Bueno, ¿y qué tiene eso de malo? —contestará Kányu, sacudiéndose unas migajas de pan que le habrán caído sobre el pantalón—, hasta es divertido verlo.
—Pero son raros —dirá Áte, en voz un poco más alta—, yo no quiero nada con ellos.
—¿Exactamente por qué quieres que nos juntemos con los gemelos? —preguntará Hínta, quien será la más intrigada por la idea de Yúska, pero también la más dispuesta a considerar sus razones.
Por un momento Yúska se quedará pensando mientras sigue haciendo ruidos con su jugo.
—Son interesantes —contestará al tragar.
—¿Y es sólo por eso? —preguntará Séntsa, cuya irritabilidad aún estaba bajo control[4]— Yo estoy de acuerdo con Áte en que son excéntricos, y además no me parecen muy buenas influencias para tener cerca.
—Son muy buenos estudiantes y buenos en los deportes —dirá Hínta, como si se pusiera servilmente del lado de Yúska—, creo que hay que darles algo de crédito.
—Pero eso no cambia que sean tan… bueno, ya viste el primer día —dirá Áte, incrédulo y hastiado—, ya tenemos suficiente con las cosas que se le ocurren a Yúska, ¿se imaginan lo que pasaría si nos juntáramos con Sínke?
Sus mentes volvierán por un momento al primer día, más precisamente a la ridícula irrupción de Sínke al haber llegado tarde; sólo Yúska se había reído, más por la naturaleza azarosa de su discurso que por haber sido gracioso; los demás se mantuvieron callados, con la cara caída de vergüenza ajena, salvo por Hínta, que fue la única que intentó vislumbrar un sentido más allá de la mera apariencia dramática de sus palabras, sin éxito.
Continuarán hablando de ese modo durante un rato hasta que termine el descanso, sin llegar a nada.
***
A pocos metros de la alberca llena de jóvenes, Sínke, aún con su ropa puesta, no hizo más que echarle a la bulliciosa agua una mirada pendenciera, mientras que Yáke ni siquiera se molestó en acercarse.
—¿Por qué no te metes? —le preguntó un chico flacucho que se dirigía a la piscina tras cambiarse— El maestro ya va a llegar y ni te has cambiado.
Pero Yáke sólo continuó callado. Su boca casi nunca producía sonido alguno salvo en circunstancias muy precisas, como durante las clases cuando le preguntaban algo, o incluso cuando su hermano le hablaba, pero fuera de eso se limitaba a observar todo con ojos analíticos.
Al llegar el robusto profesor de deportes, le extrañó que los hermanos estuvieran vestidos todavía. Les preguntó por la razón de ello.
—No sé nadar —contestó Yáke tajantemente.
—La verdad, profesor —dijo Sínke alejándose aún más de la piscina—, le he de comunicar que, muy a mi pesar, de la gran virtud del prodigioso arte de la natación, virtud que tanto define a nuestra gran nación oceánica, me veo desprovisto.
Para los estudiantes que oyeron aquello fue una ironía que, siendo los gemelos tan buenos en los demás deportes, no pudieran realizar el deporte más distintivo de los danzilmareses. En Danzílmar las piscinas de las escuelas eran siempre hondas y sin suelos elevados en los que poder posar los pies, y si hubiera sido de otra forma, tales palabras no habrían sido más que un tonto pretexto. Áte y Kányu se dirigían hacia la alberca cuando escucharon esa noticia, y el contar todo eso a las chicas no hizo más que a aumentar la curiosidad de Yúska.
***
Fue el viernes de la segunda semana, después de que la maestra Nín hubo terminado su clase, y con ésta el día de clases. Sínke salió rápidamente de ahí, antes de que todos terminaran siquiera de recoger sus cosas. Luego, los demás comenzaron a irse tranquilamente, emocionados por tener un fin de semana adelante. Pero Yúska permaneció en su asiento observando a Yáke con una inusual seriedad, conspirativa.
—¿Y ahora qué sucede? —preguntó Séntsa, preocupada por aquella calma.
Yúska le respondió con una mirada y una sonrisa decididas, se levantó de su asiento y se dirigió hacia el gemelo. Yáke prefería que todos terminaran de salir antes que él, rasgo que Yúska ya había notado desde los primeros días.
—¡Hola, Yáke! —saludó jovial— Oye, ¿quieres venir con nosotros al centro? Pensamos ir al cine.
—No, gracias —dijo Yáke casi sin abrir la boca.
Yúska insistió en su invitación sin perder los ánimos, fingiendo no haber oído su negativa, y pensó que señalando y nombrando a sus amigos lo convencería, pero Yáke se levantó y caminó hacia la salida, ignorándola.
—¡Ey! ¡Espera! —lo detuvo sujetándolo de la manga[5].
Los otros chicos enmudecieron sus gestos y se preocuparon al ver que el semblante del gemelo se tornaba algo hastiado, pero Yúska mantuvo su posición.
—¿Por qué nunca dices nada? —preguntó Yúska.
—No tengo nada interesante que decir —dijo Yáke, con una actitud relajada y desinteresada, alzando los hombros como si fuera una respuesta programada.
—¿Por qué siempre estás tan serio? ¿Nunca sonríes?—Yúska se apresuró a preguntar, temiendo que el gemelo intentara irse.
—No has dicho nada divertido —dijo Yáke.
Yúska retrocedió un paso y colocó su mano tras su cabeza; se esforzó por seguir sonriendo.
—¿Por qué no vienes con nosotros al centro entonces?
—No —Yáke intentó retirarse de nuevo.
—¿Por qué no? —preguntó Yúska con una falsa decepción y un tono que buscaba manipularlo a través del afecto, mientras evitaba de nuevo su huida.
Cansada de su terquedad, Séntsa caminó hacia ellos, hizo a Yúska soltar a Yáke y le dijo que lo dejara en paz, luego se dirigió a Yáke y, forzando un tono arrepentido, se disculpó en lugar de Yúska. Yáke respondió alejándose de ahí sin contestar, y dejó a una decepcionada Yúska oyendo sin escuchar los reproches de Séntsa.
***
Aun días después, los amigos de Yúska todavía no entendían por qué estaba tan obsesionada con entablar amistad con los gemelos, especialmente con Yáke, a quien estuvo acosando desde entonces. Lo seguía hasta los lugares donde se sentaba a leer, y ahí le arrebataba los libros preguntándole qué era lo que leía, pero muchas veces dichos libros estaban en otros idiomas o eran demasiado difíciles de leer aun en danzilmarés. Ante todo eso, Yáke seguía rehusándose a hacerle caso sin demostrar emociones, salvo por una sutilísima expresión de resignación apenas evidente. A pesar de que Yúska alegaba que quería acercarse más a los gemelos, nunca intentó realmente hablar con Sínke.
***
—Yáke me parece más interesante —responde cuando Hínta te interrogue. Sigan caminando hacia la salida.
—No entiendo por qué —di, e intenta comprenderla—, él está metido en otras cosas, no veo cómo pudieran llevarse bien.
—También pensaste eso mismo de nosotros cinco, ¿no? Además, creo que tú deberías intentar hablar con Sínke —sugiérele casualmente. Guíñale el ojo.
Hínta, ten un leve sobresalto. Que tu rostro se ponga pálido.
—¿Pero por qué?
—Porque yo intento hacer que Yáke se una a nosotros, entonces tú deberías ayudar un poco, ¿no crees?
—Pero los demás no lo aceptarían. Bueno, Kányu tal vez no tenga problema, pero Séntsa y Áte no van a querer.
Y tú, Yúska, contesta, con la exagerada convicción de una heroína:
—Yo me ocupo de los amargados, pero tenemos que hacer que se unan a nuestro jínnliù[6].
4
Esa determinación de Yúska de querer incluir a los gemelos en su jínnliù desconcertó a Hínta al punto que su voz adquirió una agudeza nerviosa.
—Pero, ¿por qué quieres que sean nuestros… jínnyi? —preguntó Hínta, atónita— Séntsa y Áte no lo aceptarán en absoluto.
—Ya te dije que yo me encargo de ellos —contestó Yúska, con la mano en el esternón. Ya habían pasado las puertas del instituto, le quitó el candado a su bicicleta para liberarla del aparcamiento que había en la entrada—; tú busca a Sínke y dile que se una a nuestro jinnliù —dijo mientras montaba su bicicleta, instantes después comenzó a alejarse pedaleando, y gritó—: ¡Avísame de inmediato cuando te diga que sí!
Hínta nunca antes había ido en contra de las decisiones de Yúska, pero esa era la primera vez que el motivo de una de sus repentinas ocurrencias quedaba fuera de su comprensión, o más bien se negaba a querer comprender. Por el momento no parecía ser más que una intensa curiosidad hacia dos personas extrañas, pero el querer admitirlos como jínnyi era demasiado.
***
Han pasado las clases. Sínke se encamina a la azotea del edificio de los primeros años. No hay nadie más en el lugar. Los dedos suavemente se entrelazan en los agujeros de la malla metálica que rodea el precipicio. Observa tranquilamente a los pocos jóvenes que todavía están dirigiéndose hacia la salida, esperando a que salgan todos. Hínta se acerca lentamente, confundida por ser esa la primera vez que lo ve con una actitud tan calmada.
—¿Sínke? —lo llama manteniendo su distancia.
El gemelo no voltea. Sigue mirando las luces del sol que ilumina los patios y los caminos blancos entre los edificios.
—Hínta Sémt, la chica cohibida de mirada calma y cabellos áureos, ¿a qué debo el incalculable, inconmensurable, colosal, exorbitante honor de ser de tu atención merecedor?
—Eh... Alguien me dijo que te vio subir hasta aquí, y quería preguntarte algo…
—¿Tiene que ver con la manera en que percibimos la realidad y las implicaciones que consigo a la mente humana acarrea?
—Eh… no… verás, otros chicos y yo decidimos que…digo… quisiéramos que fueras parte de nuestro jínnliù.
Lentamente la reja queda libre de las manos del gemelo. Hínta se encuentra observada por unos ojos anaranjados auténticamente sorprendidos.
—A mi entender —dice Sínke como si hiciera memoria— la noción y práctica del jínnliù es, entre los danzilmareses contemporáneos, anticuada.
—Pues así estamos nosotros. Me pidieron que te preguntara si querías unirte… somos Séntsa, Áte, Kányu, Yúska y yo… Yúska le pedirá lo mismo a tu hermano.
Sínke la mira inquisitivamente, como si las palabras de Hínta fueran una gran trampa.
—¿Por qué quieren que mi hermano y yo formemos parte de su jínnliù? —El tono de su voz es más confiable, pero sólo un poco menos arrogante.
—No lo sé, fue idea de Yúska —contesta Hínta bajando la cabeza.
El gemelo se aleja de Hínta y vuelve a la reja, que recibe su peso sobre su suave metal. Se queda ahí meditando. Al verlo así, Hínta cree entender la curiosidad de Yúska. Observa ese cambio tan extraño en la actitud de Sínke sintiendo que ve a un ser salido de una pintura. Pese a que no puede verle el rostro, tiene el presentimiento de que no sonríe al contemplar el abismo, su lenguaje corporal le da la impresión de que su mente está sumida en una reflexión melancólica.
—Por supuesto que acepto —contesta Sínke, con una abrupta felicidad.
—¿En serio? —exclama Hínta, incrédula.
—Así es, después de todo, he de suponer que, en el intrigante camino de la existencia, toda experiencia, por más banal que sea, digna de análisis es —dice con los ojos cerrados mientras se dirige hacia la puerta de la azotea—. Por cierto, Hínta, así como los acompañantes de Ulises en su odisea, como Sancho Panza con el Quijote, como la mujer del médico con los ciegos, como la bella vida simbiótica de la Cymothoa Exigua con cualquier otro pez, un especial y leal jínn para ti intentaré ser.
Hínta aún pensaba que se lo estaba tomando todo como un juego, pero no dijo nada.
—Aunque pensándolo bien —dice Sínke, fingiendo ingenuidad—, la Cymothoa Exigua suplanta totalmente la lengua del pez… así que creo que ese es un mal ejemplo —y desaparece tras la puerta, dejando a Hínta con muchas preguntas en la boca.
***
Al día siguiente Yúska contó a los demás su idea de unir a los gemelos al Jinnliù, y también dio la noticia de que Sínke ya había aceptado. Después de una acalorada discusión, en la que Séntsa intentó en vano disuadirla de tal tontería, Yúska logró convencerla de que la manera más justa de decidirlo sería con una votación. Los que se opusieron fueron, evidentemente, Séntsa y Áte, pero para sorpresa de esos dos, Hínta estuvo a favor. Se enteraron de que había sido ella la que se lo había pedido a Sínke. Perdieron un poco de tiempo preguntándole a Hínta por qué de repente apoyaba la idea de Yúska; Hínta respondió que tal idea le comenzaba a parecer interesante porque los gemelos podían ayudarlos con los estudios, aunque en el fondo lo decía para no admitir que sólo lo hizo para complacer a Yúska. No pudiendo convencerla de cambiar de idea, todo recayó en la decisión de Kányu. Él no solía tomar ningún tipo de iniciativa ni decisiones importantes para su grupo; se limitaba únicamente a seguir lo que los demás hacían, y no se sintió para nada cómodo tomando esa decisión. Osciló durante el resto del día entre los argumentos que le daban ambas partes. Yúska y Hínta alegaban que resultaría interesante convivir con ellos, y reiteraron que podían resultar útiles si eran unos genios en los estudios, razón que le pareció un tanto egoísta y aprovechada, aunque sintió que también tenían el honesto propósito de conocerlos como personas. El lado de Séntsa y Áte no era más convincente, ya que se limitaban a juzgar sus comportamientos antisociales y extravagantes; también alegaron que iban a resultar más una molestia que algo positivo, cargas innecesarias que perjudicarían la vida de jínnliù que habían tenido desde hacía años. Sin embargo, al final del día Kányu se decidió a favor de la posición de Yúska y Hínta.
—Creo que todos deben tener una oportunidad de relacionarse mejor con la gente—fue la razón que dio, algo patética para los enojados Áte y Séntsa, pese a que pasó horas eligiendo las palabras exactas para intentar sonar al menos un poco convincente.
De ese modo fue decidido que los gemelos iban a formar parte de ese grupo de jínnyi. La noticia de la aceptación fue anunciada a Sínke por medio de Yúska, la cual le dio los números telefónicos de todos y se propuso a empeñarse más duramente para convencer a Yáke, pero Sínke, con una sonrisa malvada, sugirió que sería mejor que él lo hiciera.
***
Durante todo ese día (y los anteriores también) Yáke había estado eludiendo y soportando a Yúska. “¿Por qué no te unes a nuestro jinnliù? Será muy divertido”, era lo que ella más le insistía. Él ni siquiera se molestó en preguntar las razones de tan terca proposición.
Yáke no se sorprendió de ver a su hermano esperándolo muy campantemente a la salida de la escuela, recargado contra un poste de luz. Sínke, tras ser ignorado como si no estuviera ahí, caminó tras él.
—¿Han llegado a tus oídos las buena nuevas, hermano? —preguntó con un fingido tono soñador— ¿Para qué pregunto? Bien sabes que las miradas de la siempre inquieta realidad en tu lúgubre figura se han posado. Pero, como siempre, la has rechazado sin explicación ni razón dar.
—No me uniré a un jinnliù —dijo Yáke, tan expresivo como el concreto que iba pisando.
—Absurdo es, no te lo negaré, hermano, mas por eso he de decirte que como una nueva experiencia, o experimento, deberías verlo, para así, quizás, nuestros horizontes en esta realidad poder ampliar.
—¿Tú planeas seguir aquí mucho tiempo más?
—Sin importar cuánto tiempo sea, preciso es explorar sin prisa por terminar.
—Entonces únete tú solo.
Sínke rio en voz baja mientras continuaba siguiéndolo. Durante un rato del tranquilo camino, observaron a la gente que a su alrededor desempeñaba las labores que la realidad les tenía deparadas. Los padres iban a buscar a sus pequeños hijos de la escuela, caminaban tiernamente tomados de la mano mientras que, violando la extraña razón de los gemelos, caminaban tranquilamente con los ojos cerrados. Unos jóvenes adolescentes se estimulaban el interior de la boca con la lengua justo en medio de la acera, para un momento después despedirse la chica con un coqueto guiño. Un gato de rostro ligeramente antropomorfo dormía a sus anchas sobre un muro. Llegaron a una esquina y se detuvieron ante el semáforo rojo.
—Aunque a veces no lo parezca, hermano, soy perfectamente capaz de comprender lo que dices —dijo Sínke mientras esperaban que el semáforo cambiara—, sé que no hay manera de convencerte de esto usando argumentos, pues por más racional que quieras considerarte, la verdad es que eres tan emocional como yo, así que mejor lo haré de otro modo: hagamos una apuesta.
Yáke lo miró de reojo.
—¿De qué exactamente?
—Te apuesto que, si logras permanecer un año en este jinnliù, en algún momento descubrirás que, sin importar lo irreal de este mundo, algo de profundo interés podrás sacar que te convenza de seguir siendo y estando aquí, tal y como es mi parecer.
—¿Y si no es así?
—Si en un año tu mente no ha encontrado algo que la apacigüe dentro de este grupo de jínnyi, algo que nos haga sentirnos menos extranjeros en este mundo, admitiré, pues, que esta realidad insignificante es, y que al querer alejarte de ella razón has tenido, al contrario del cómo ha sido mi actuar, y haré contigo todo lo posible para dejar de ser y estar aquí —sonrió humildemente; era una humildad honesta, sin pretensiones, auténticamente dispuesta a admitir una derrota.
Yáke observó el vacío en silencio. Analicé su expresión mientras él meditaba con la mirada baja; se murmuraba a sí mismo sin mover la boca, la tensión de su cuerpo era como la de aquellos que se sienten al borde de una decisión importante, pero al mismo tiempo avergonzándose por la indudable trivialidad de la misma. Mientras el semáforo se decidía a cambiar, Sínke esperaba la respuesta de su frío hermano, el cual alzó la vista melancólicamente al extraño cielo de color azul. Entonces supe que me hallaba en una encrucijada que dividiría de nuevo la realidad (una división mucho más importante que todas las que habían sucedido hasta ese momento). Desafortunadamente, mi condición no me permitía atestiguar más que uno de los infinitos caminos que en aquel instante se generaron. En mi caso, el inexpresivo muchacho sólo asintió una vez, como si tuviera la certeza de estar tomando una decisión de la que se arrepentiría. El semáforo les permitió pasar. De inmediato, Sínke lanzó una exclamación de victoria, y mientras cruzaban la calle marcó el teléfono de Yúska para comunicarle la noticia:
—¡Ya somos parte del jínnliù, estimada!
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[1] Saludo danzilmarés muy formal; expresa humildad o vergüenza. No tiene traducción exacta.
[2] Esta costumbre está muy extendida en Danzílmar. Se lleva a cabo incluso en los niveles de educación superior y en la mayoría de los empleos formales.
[3] Para los danzilmareses, el color anaranjado representa tanto la vida como la muerte por ser el color del alba y del ocaso.
[4] Esta parte también puede interpretarse del original como “cuya irritabilidad aún estaba escondida pero no era invisible”.
[5] En Danzílmar, asirse a la ropa de alguien tiene connotaciones sexuales.
[6] Me ahorraré la descripción del concepto de jínnliù dado que se explicará más adelante, en varios momentos de la novela.
Es sólo un instituto, pero en tu narrativa se hace un todo, como si no hubiera nada más fuera de las instalaciones, como si la vida se limitara al recinto de estudios. En sí toda la historia es surreal. Luego vendrre por los siguientes capítulos. Un abrazo.
ResponderBorrarGracias amigo por tomarte el tiempo para atestiguar estas realidades. Espero que el resto también sea de tu agrado. Suerte.
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