La realidad de Yáke y Sínke 2: Ônimat



Los gemelos pasan tiempo con Yúska y Hínta, y terminan admitiendo que para ellos la realidad se siente como ficción.


[1]
5
Al sujetar una manzana, más por curiosidad que por hambre, Yáke la sostenía descuidadamente y observaba intrigado su profundo color azul verdoso como el agua de un arrecife. Cuando al caminar por la calle alguien le interrumpía para pedirle la hora o que le indicara una dirección, él siempre contestaba la pregunta de forma concisa y fría, y sin perder el tiempo se alejaba para no tener que seguir soportando la ridícula sonrisa de parábola y la pequeña protuberancia que tenían por nariz aquellos seres. Su habitación carecía de espejos para no tener que ver sus propias facciones y recordarse, sintiendo su espíritu vacilar, que él en apariencia era como ellos. Casi no sentía la necesidad de salir de su habitación al regresar de la escuela, únicamente haciéndolo por la tarde para ejercitarse un poco. Muchas noches salía a dar silenciosos paseos por las partes más tranquilas de la ciudad, sintiéndose siempre como un ser salido de una pintura viviendo en un mundo de caricatura, y se apartaba a algún lugar en el que contemplar el cielo del atardecer o el horizonte del mar. Todo aquello, pensaba, era un salvavidas que evitaba su integración en ese mundo.
Al día siguiente de su unión al jínnliù, durante el receso, sentado bajo la sombra de una gran palmera en compañía de sus nuevos jínnyi, leía La metamorfosis de Kafka mientras pretendía ignorar a los demás, lo que no evitaba que Séntsa y Áte le lanzaran unas miradas de desconfianza.
—Disculpen el retraso —exclamó Sínke cuando llegó—, la realidad mi atención de nuevo ha requerido, en la forma de una abejilla que se ha posado sobre mi hombro… pero bueno, ¿qué fabulosa, productiva, y obviamente súper-relevante-para-nuestro-crecimiento-emocional actividad de jínnliù hoy hemos de hacer?
—Pues por el momento sólo estamos almorzando —contestó Kányu mientras, con algo de pena, jugueteaba con el tenedor el draóhi[2] que había traído de almuerzo.
—¡Bah! Hasta el más primitivo de los vertebrados sabe comer —contestó Sínke—, ¿eso es lo mejor en lo que pueden pensar? ¿La ingesta de alimento?
—¿Acaso ustedes no comen? —preguntó Áte, irritado por el tono teatral de Sínke.
—De poco alimento nuestros cuerpos requieren, no sólo de draóhi vive el danzilmarés, sino de toda palabra que salga de los que críticamente vivan.
—¿Eh?
—Mejor háblenos un poco de ustedes —interrumpió Hínta, queriendo romper la incomodidad—, creo que es lógico que nos conozcamos un poco más ahora que son nuestros jínnyi, ¿o no?
—¡Ah! La antigua tradición de la comunicación y exposición del propio temperamento, personalidad e historia para una mejor relación en la asociación que este tipo de amistad significa —dijo con un tono poético—, ¿qué es, pues, lo que saber de un humilde individuo como yo deseáis?
—¿Por qué hablas con el antiguo estilo danzilmarés? —preguntó Ate— Suenas demasiado extraño, da vergüenza escucharte.
Sínke rió suavemente.
—Pues solamente, estimado e irritable Áte, que en el arte del refinado hablar de los antiguos marü, mi espíritu una ilimitada muestra de seria expresividad encontrado ha…
Continuó hablando durante un rato sobre la belleza que encontraba en las partículas declinables del danzilmarés antiguo y la estética sobre la libertad de los componentes sintácticos cuando se hablaba en dicho estilo. Mientras que para la mayoría la situación era más bien incómoda, para Yúska era bastante entretenido. Sin embargo, observó cómo Yáke, sumergido en la lectura, parecía completamente desligado de ellos, perdido en la soledad de la compañía indeseada.
—Ya, ya párale —interrumpió Áte—, no tienes que dar toda una conferencia.
—Bueno, mi estimado y poco culto jínn —contestó Sínke con arrogancia—… ¿por qué no nos habláis entonces sobre vosotros, ya que mi hablar afectaros y desorientaros parece? Sepan que dedicar una relación tan leal, como la que tengo con mi hermano, ante seres cuya naturaleza ignota me permanece, no pienso —dijo con tono bromista.
—¿Qué quieres saber? —preguntó recelosa Séntsa.
—Pues ¿cómo es que cinco chicos de tan divergentes temperamentos y características tan contradictorias se unieron en una sociedad tan profunda y de tanto valor social, moral y nacional como lo es el jinnliù?
Escucharon los gemelos la breve historia de ese jínnliù, pero Sínke no estuvo satisfecho con las explicaciones que en ella se dieron. Exigió una razón más verosímil, pero no se la supieron explicar, si acaso la sabían.
—Pues, es como tú con tu hermano —contestó Kányu—, quitando lo de ser gemelos no se parecen en nada.
Yáke dio la vuelta a la página, indiferentemente.
—Pero nosotros no decidimos compartir el útero en el que ser formados —contestó Sínke, su rostro se levantó con orgullo—, las circunstancias de nuestra enigmática concepción fueron totalmente contra nuestras opciones. Pero ustedes, cinco chicos de sangre independiente, a voluntad han decidido asociarse de este modo tan peculiar. Por ejemplo, tenemos a Séntsa, la chica madura y anticuada que un ser con la responsabilidad de preservar la moral se cree, el holgazán de remolones ojos con la energía de un caracol, la alegre muchacha sinvergüenza de regocijante e infantil pero malicioso semblante, la linda chica silenciosa de nervioso mirar, y el risueño de lentes al que parece que la hija de los campos Elíseos le está estimulando con la boca.
Séntsa y Hínta enmudecieron al oír eso; Yúska mostró una sonrisa roja. Áte soltó una risa ahogada con una pizca de vergüenza.
—¿Qué? —preguntó Kányu con una inocencia que filtraba vergüenza.
—¡La alegría, estimado, la alegría! —exclamó Sínke— ¡La bella chispa divina en la cual, en tu embriaguez, parecieras penetrar ardientemente en su dulce y suave santuario![3], ¿No entendéis acaso la referencia?
Séntsa hervía de indignación (de lo cual Yúska se burlaba con risas ahogadas), pero contuvo sus ganas de sermonearlo.
—Eh… mejor no hablemos de eso —se apresuró a contestar Kányu—, hablemos mejor de otras cosas.

***

“¿En qué piensa el danzilmarés al mirar su reflejo en el lago sino en ahogarse en su propia imagen?”
Refrán danzilmarés[4].

Ese sábado por la tarde, cuando Yúska se encontraba pasando en su bicicleta cerca del río Skér[5], que atravesaba la ciudad de Shórsta, se sorprendió mucho de ver a Yáke apoyado en el barandal del puente, observando el agua. No lo pensó dos veces antes de acercársele lentamente y colocarse a su lado.
—El agua se ve excelente como para nadar, ¿no crees? —preguntó tocádole las costillas con el codo, con tono de complicidad.
Yáke, sin sobresaltarse por la inesperada intromisión, continuó mirando el agua.
—Si entro en esa agua —dijo— saldré más sucio de lo que estaba antes. ¿Qué quieres?
—Nada en especial, sólo te vi mientras daba un pequeño paseo en mi bici.
—Lamento habértelo interrumpido —dijo Yáke y se dio la vuelta para irse.
—¡No, espera! —lo detuvo Yúska agarrándolo por la manga— No tienes que irte, después de todo somos jínnyi, ¿o no?
—De alguna forma —contestó Yáke, resignado.
Yúska caminó hacia él y le propuso que caminaran juntos por un rato.

***

Caminan a lo largo del río. Algunos barcos se deslizan delicadamente en sus aguas ante el sol del ocaso. Yúska camina haciendo rodar su bicicleta a su lado y habla ahora de cosas cotidianas. Se da cuenta de que, a pesar de todo lo que habla, no le ponen la más mínima atención.
—Oye… ¿Tienes algún problema conmigo? —pregunta obstruyéndole el paso, la voz dulce muy pretenciosa.
—En absoluto —contesta Yáke.
—¿Entonces por qué no escuchas lo que digo? Se supone que somos jínnyi.
—Porque sólo hablas de cosas pueriles —contesta Yáke, alzando la inflexión de su voz hasta sonar levemente quejumbroso, pero aún predominantemente tranquilo—, no me importan tus pensamientos sobre las confituras de las tiendas, ni sobre lo mucho que te incomoda que los libros de los aparadores se exhiban por las hojas en lugar de por la cubierta[6], o sobre lo aburrido que te pareció un programa de televisión que viste ayer. ¿Por qué debería prestarle atención a algo como eso?
Pero ve que Yúska no está incómoda, o cualquier reacción que en esta realidad sería natural de ver en una persona ante tal respuesta, sino que la ve ponerse incluso más contenta; su rostro tiene una sonrisa de parábola y los ojos tiernamente cerrados, la cabeza levemente ladeada hacia la derecha.
—¿Qué es lo que te parece bien? —pregunta Yáke, confundido.
Yúska se ríe en voz baja.
—Es la primera vez que te escucho decir tantas palabras juntas; ni siquiera en tu presentación hablaste tanto… además ¡parecía que no me estabas escuchando cuando en realidad sí lo hacías!
Yáke se limita a observar el río como si con aquello se distanciara de esa nimiedad.

***

Sin embargo tal acercamiento fue considerado por Yúska como una ganancia, y, sintiéndose satisfecha, se despidió de él y se fue pedaleando rápidamente en su bici, quedándose Yáke solo de nuevo.
—Muy bien, hermano, muy bien —exclamó Sínke, quien salió detrás de unos árboles apenas Yúska se hubo marchado.
—Si quieres espiarme, al menos no te descubras al final —dijo Yáke.
El cinismo del rostro de Sínke lo delataba.
—Eso no importa. Ahora sólo tienes que llevarte mejor con los demás —continuó Sínke, como si se tratara de un sermón solemne—, después de todo, ahora son nuestros jínnyi, como hermanos. Por tanto debemos ser mucho más considerados con ellos.
—¿Tanto como lo eres tú? —replicó Yáke— Ya deberías darte cuenta de que nadie te soporta.
—Quizá, pero al menos yo trato de acoplarme a la realidad.
—No te acoplas; juegas con ellos. Ya llevamos varios días así y ni siquiera saben nada de nosotros, encima te burlas de su falta de coherencia. Además, para Yúska es obvio que no soy más que algo extraño, algo curioso que no le importa en verdad. Eventualmente se aburrirá de mí.
—Te olvidas hermano, que la idea de esta incómoda situación mía no fue —se defendió Sínke—. Pero ya que estamos así, bueno sería intentar entenderla aunque sea un poco, ¿no crees? Además no te olvides de nuestra apuesta.
Yáke le dio la espalda, miró una última vez el río, cuyas aguas brillaban los últimos rayos del día.
—Bien, pues entonces te veo en nuestra casa para luchar —dijo Sínke antes de irse—, esta vez no volveremos a empatar, te lo juro.

6

Durante varios días, vosotros y vuestros dos nuevos jínnyi continuasteis reuniéndoos en el mismo lugar. Para los demás no fuisteis más que un extravagante grupo que se limitaba a almorzar en conjunto. El locuaz de Sínke continuaba desconcertándoos con sus extrañas pláticas sobre diversos temas que no llevaban a ningún lado. Cada vez que alguno de vosotros intentaba sacar un tema de conversación más o menos normal para vuestro nivel, Sínke lo abordaba de una manera tan incómodamente florida y os conducía por caminos tan espinosos que preferíais cambiar a otro tema, el cual tampoco duraba mucho como tema de diálogo.
Yáke continuó cada día leyendo un libro diferente en lugar de prestar atención a las inútiles chácharas que vosotros sacabais, como siempre lo había hecho desde que os conoció. Pero al terminar la escuela tú, Yúska, siempre ibas acompañándolo en el camino de regreso a su casa mientras arrastrabas tu bicicleta, separándote de él en la esquina de la calle Hyú[7], frente a una panadería, y volvías a montar tu bici para regresar a tu casa. Ibas hablándole, como de costumbre, sobre los mismos temas sin utilidad, que no pasaban de ser simples tópicos juveniles sobre tu vida diaria, y de vez en cuando alguna mención sobre un tema serio, pero él siempre caminaba como si no te prestara atención, como si no fueras más que una molestia. No obstante (esto tú no lo viste claramente hasta tiempo después) en su interior la curiosidad crecía latente sobre tus verdaderos propósitos, pues continuabas sonriéndole con esa jovial parábola en tu rostro en respuesta a su frío mirar, ante el cual todos los demás preferían irse.
—¿Por qué quisiste que me uniera a tu jinnliù? —te preguntó antes de llegar el momento de separarse— Entre tantas personas disponibles, muchas de ellas con una mentalidad e intereses más semejantes a los tuyos, te ha interesado ir tras alguien que es prácticamente tu opuesto en todo sentido.
—Eh… si lo dices así suena un poco extraño —contestaste riendo.
—Sabes a lo que me refiero. Deberías mejor juntarte con mi hermano y dejarme en paz a mí.
Entonces el semblante se te tornó lo más calmado que pudiera volverse, tu boca casi completamente recta.
—Tengo un tío entomólogo que ya no vive en Danzílmar, pero cuando era niña solía ir mucho a su casa a hacerle algo de compañía, ya que él nunca tuvo hijos y me llegó a considerar como a una hija, y yo a él como a un segundo padre —dijiste eso último con la cabeza baja—. Él tenía una gran bodega donde guardaba en frascos cientos y cientos de insectos que iba recolectando. Algunos de ellos eran de lugares lejanos del mundo a los que él había viajado cuando era más joven. Todos tenían etiquetas con unos nombres que no podía pronunciar y flotaban en un líquido extraño y viscoso. Recuerdo que algunos me daban mucho asco y hasta miedo; había gusanos con tantos pies que no podía contarlos, mientras que otros eran babosos y no tenían ninguno, y algunos tan peludos como un oso; otros insectos tenían varios ojos y alas de colores, con mandíbulas que asustaban; había un gusano tan largo que más bien parecía una serpiente blanca, apretada contra las paredes del frasco que la encerraba. Le preguntaba a mi tío ¿Qué son esas cosas? Y él me contestaba Ese es un ciempiés del desierto, hay que tener cuidado porque se te mete por la nariz mientras duermes… ese es un gusano de los páramos del centro de Danzilmar, si no te los quitas lo antes posible, se te empezará a meter por debajo de la piel… y ese es un escarabajo azul, su picadura te provocará comezón por una semana… Yo no podía comprender por qué había querido dedicar su vida a estar rodeado de esas cosas tan extrañas y repugnantes. Me pasaba algunas horas observando cada frasco intentando averiguar lo que le gustaba tanto a mi tío sobre ellos, esas criaturas espantan a la gente y prefieren no tener nada que ver con ellos, sólo pisarlos y seguir como si nada con sus vidas. Mi tío me decía Me gustan los insectos porque las diferencias entre ellos son lo que los hacen fascinantes, sería muy aburrido que todos los seres vivos del planeta fueran siempre iguales, y me parece tonto que por ser desagradables se les deje de prestar atención, o algo así.
Yáke escuchó todo eso apáticamente; pero, cuando terminaste, su rostro se volvió reflexivo y curioso. Extrañamente, el volumen de su voz aumentó con una entonación analítica y emocionada cuando dijo:
—Así que yo soy para ti como un desagradable insecto que con fascinación observas desde afuera del frasco, intrigada por lo diferente que soy de ti.
—¿Eh? ¡Espera, no quise decir eso! —exclamaste, temerosa de haberlo ofendido, moviendo los brazos con la rapidez propia de los colibríes.
Yáke no hizo caso a ese gesto, pues lo que sea que pasara por su mente logró hacer que ignorara cualquier cosa que pudiera molestarle en ese momento.
—No importa; no me siento ofendido, y al menos ahora he confirmado que no me equivocaba en la interpretación de mis percepciones.
—¿En serio? —preguntaste sorprendida, aunque no entendiste bien todo.
—Prefiero la verdad cruda a un eufemismo hipócrita —contestó—, si no soy para ti más que un objeto de rareza que curiosear, no me importa en lo absoluto. No fue para mí más que una simple curiosidad ante un hecho insignificante.
Te sentiste aliviada.
Llegaron a su punto de separación, y Yáke quiso continuar su camino sin despedirse de ti, pero lo detuviste jalándolo de la manga.
—¿Por qué no nos vemos en el puente mañana? Aprovechando que es sábado, podemos dar una vuelta en mi bicicleta. ¿Te parece bien a las dos?
Yáke normalmente rechazaría tal oferta sin pensarlo; pero accedió, recordándose que esa chica ahora era su jínne y que tenía una apuesta con su hermano.
Te alejaste de ahí tarareando[8].

***

—¿Y qué hacía Sínke?
—Él, con una sociabilidad extrema, hablaba de todo lo que le llamara la atención. Si alguien le hablaba o preguntaba algo, él solía contestar con cien palabras lo que cualquiera podría haber dicho con diez, todo con el simple propósito de observar las reacciones de sus compañeros de mundo, y a veces burlándose interiormente de ellos. Al mirarse del espejo tenía sentimientos contradictorios; por un lado se daba risa, se burlaba de sus colores, de sus facciones dibujadas y de sus formas trazadas en un modo que, por alguna razón, sentía anatómicamente incorrectas. Por otro lado, sentía también una intensa fascinación por su propia imagen; le parecía que aquella forma era tan irreal, tan inverosímil y extraña, que el sólo hecho de existir de ese modo era ya un hecho fantástico, digno de ser contemplado y estudiado. Sínke estaba convencido de que hasta en las cosas más cotidianas e insignificantes se encontraba escondida, latente como un pájaro en el huevo, una razón para sentir que valía la pena ser parte de ese mundo, o al menos eso era lo que expresaba a su hermano, pese a que su actitud diaria no pareciera reflejar ese propósito.

***

—… La idílica belleza de una partícula declinable danzilmaresa, portadoras orgullosas del agraciado estandarte del refinamiento sintáctico y de la libertad hiperbática, mis sensibles sentidos, buscadores de fascinación y embeleso, excitan como a los átomos de un cuerpo el calor. Un realizador indicado por un Ya deviene un directo receptor al mutar la partícula a un Yim, que también un recibidor al cambiar a un Yö puede ser. En un solitario ser un Yèu te puede transformar mientras que un Yàon a la comunidad te regresa. Además, gracias a ti un Yôk te puede hacer merecedor. La magnífica y atrevidamente libre estructura, de la que nuestra amada lengua orgullosa sentirse debe, al servirse del alto estilo mi ser emociona tanto como…
—Ya entendimos —interrumpirá Áte, irritado, imponiéndole una palma cual si fuera un escudo—, sólo di que te gusta hablar así y ya.
A pesar de su actitud y su forma de hablar tan desesperante, Hínta será la que más curiosidad desarrolle hacia él; aunque se sienta incómoda cada vez que sus miradas se cruzaren, comenzará a desarrollar un intrigante deseo por conocerlo más.

7

—¿Qué pasó el sábado?
—Mientras Yáke esperaba a Yúska en medio del puente que cruzaba el río skér, su mente divagaba a través de diversos asuntos antes de que la chica escandalosa llegara. La noche anterior, su hermano había intentado convencerlo de que estaba comenzando sentir algún aprecio por ella, y Yáke respondía con silencio.
Yúska llegó ruidosamente en su bicicleta y lo saludó una y otra vez, como siempre, indicándole luego que se subiera al asiento adicional de la parte de atrás de su bicicleta. Procurando no hacer contacto visual, se subió y ella comenzó a pedalear como si se encontrara en una carrera, recorriendo así sin ninguna razón todo el tranquilo y blanco distrito de Frî[9], pasando luego a las demás colonias y parques sin ningún objetivo más que el de sólo pasear.
“Quizás el sentir el viento golpearle en la cara le anime”, pensó Yúska, y aumentó la velocidad; pero no lo sintió sujetarse más a su cuerpo como lo habría hecho Hínta en sus paseos ya no tan habituales.
Un rato después, decidió dirigirse hacia el centro de la ciudad, donde el número de vehículos y personas aumentó considerablemente. Se detuvieron para comer algo en un puesto de comida en la avenida Qío[10], pidiendo Yúska un keryô[11] y Yáke un vaso de agua. El extraño color de ojos del gemelo llamaba la atención de algunos paseantes que lograban fijarse en ellos, para luego murmurar e irse. Unos pocos lo miraban por un poco más de tiempo y se iban en cuanto esos ojos sin vida se daban cuenta de sus inspecciones indiscretas. Yúska comentaba lo sabrosa que le parecía su keryô, como si en ese momento no existiera alegría más intensa.
—Como digas —contestaba Yáke de un modo casi robótico a todo lo que decía Yúska.
Por la tarde se dirigieron al parque central de la ciudad, donde se sentaron a contemplar el enorme lago mientras una carrera de barcos a control remoto se realizaba en él. Yúska no paraba de sonreírle y hablarle de cualquier asunto que se le viniera a la mente; apostaba qué barco creía que iba a ganar a cada vuelta, ora el azul, ora el morado, ora el rojo, y en casi todos acertaba. Yáke hacía todo lo posible por no pensar tanto en esa situación.
La noche comenzó a aparecer en el cielo y ellos seguían en el parque caminando sin rumbo fijo, hasta que llegaron a la cascada artificial, rodeada por sauces llorones y un camino de piedra roja iluminada por luces al ras de él. Yúska se emocionó con ternura ante la belleza del juego de luces de colores que adornaba la cascada, las cuales cambiaban cada indeterminado tiempo. Se sentaron en uno de los bancos frente al agua.
—Esta cascada es genial —dijo Yúska, estirándose en su asiento; sentía que tenía que hablar un poco más fuerte para superar el sonido de la cascada. Volteó la vista hacia Yáke—. ¿No te parece?
—Lo que digas —contestó Yáke, en voz tan baja que la cascada opacó bastante su voz.
Sólo se oyó el agua cayendo después de eso, y entre ellos surgió un silencio que se volvió incómodo para Yúska. Ésta se fijó en los ojos fríos de Yáke sin que éste le prestara atención, y casi gritando repitió una pregunta que ya hacía tiempo le había hecho, pero de la que no había obtenido una respuesta satisfactoria.
—¿Por qué nunca sonríes?
—No has dicho nada divertido —volvió a contestar de manera automática, con un pequeño tono de autoparodia.
Yúska intentó hacer que respondiera a más de sus preguntas de naturaleza similar, incluso volvió a agarrarlo de la manga y jalonearlo; pero al sólo recibir respuestas evasivas del gemelo, volteó la cabeza de nuevo hacia la cascada y apretó los labios.
—¿Sabes una cosa, Yáke? —dijo haciendo un puchero, sin mirarlo— Estoy tratando de entenderte, de verdad. Se supone que somos jínnyi; tenemos que hablar.
Yáke tuvo ganas decirle que dejara de usar el jinnliù como excusa para hacerlo hablar.
—Los insectos conservados en frascos no hablan con los que les observan con curiosidad desde afuera —contestó secamente.
—Bueno, tal vez no lo dije bien —dijo Yúska, y giró la cabeza hacia él—. En toda mi vida me he dado cuenta de que la gente suele temer y alejarse de las cosas extrañas; lo misterioso le aterra a mucha gente… pero hay otras personas como mi tío que prefieren sentirse fascinadas por lo raro del mundo, ¿no crees? —aquí volvió a sonreír— Digo ¿No es mucho mejor asombrarse que asustarse de lo que es extraño? —adquirió una expresión más tranquila, casi apenada— Y no te voy a mentir, Yáke, hay algo muy extraño en ti, algo en cómo te mueves, en cómo te expresas, en cómo hablas, en cómo miras… casi se siente como si no fueras de este mundo —añadió bromista, y tarareó una risa nasal.
Yáke continuó imperturbable pero asombrado por la perseverancia de Yúska, a quien miró por un instante con cierta calidez en los ojos. Entonces dijo:
—Sí, es posible que no sea de este mundo.

***

Yáke se callará de repente, sonreirá como si quisiera negar que acababa de decirlo por fin, su corazón se acelerará y sentirá calor en la columna.
—¿Qué? —Yúska ladeará la cabeza.
—El mundo que me rodea, el viento, las nubes, la gente y las actitudes que adoptan cuando hacen cosas. Cuando caminan con los ojos cerrados y sonriendo, cuando sus facciones se exageran, nuestros enormes ojos, la protuberancia que tenemos por nariz, y un largo etcétera. Nada de cómo es todo eso me parece real o creíble. Incluso tú, en frente de mí, observo tus facciones, tus colores, tus reacciones, y no me pareces real, ni tú ni tu mundo. Soy un apóstata de tu mundo…
Yáke hablará así por un rato, cada vez más calurosamente. Será la primera (y de las pocas veces) que sus facciones cambien enérgicamente, pareciéndose un poco a su hermano en el punto más violento de su discurso.

***

Contemplando la fuente, Yáke espera que Yúska simplemente se lo tome como una exageración de su parte, algo de lo cual reírse o solamente olvidar. Está calmado y vuelve a su estado habitual de inexpresividad. Piensa que en su lugar él tampoco se lo creería. Sin embargo, Yúska toma su mano y, entrelazándole los dedos, la levanta a la altura de su cara.
—¿Esto no lo sientes real? —pregunta con gran seriedad y los ojos brillantes, como si en ese momento hubiera encontrado el más grande enigma de la tierra y se dispusiera a resolverlo.
—No —contestó Yáke tajantemente.
—¿Entonces qué es lo que sientes? —Yúska aprieta aún más los dedos.
—Sólo trazos, ficciones[12].

8

Ese sábado, Hínta había salido al centro de la ciudad para hacer unas compras, y de regreso a su casa, al bajarse del autobús, una voz familiar la asaltó por detrás.
—Hínta, mi estimada jínne, qué honor el encontrarte por coincidencia.
Y antes de que se diera cuenta, Sínke había echado un vistazo a su bolsa llena de bombillas y tela de color negro y rojo.
—Sínke, hola. Qué sorpresa —contestó.
—Interesante, debo observar, que tu compra sugiere un contraste poco común.
—Eh… sí, mi padre está remodelando nuestro dojo y me mandó a comprar bombillas nuevas y otras cosas.
—¿Entrenas algún arte marcial? —preguntó Sínke con excesivo interés.
—Sí, mi padre tiene una escuela, pero no soy muy buena en eso. Y es mi madre la que fabrica los cinturones; por eso la tela…
—¿De casualidad no has visto a Yúska y a mi hermano por aquí? —miró alrededor.
—Eh, creo que no, ¿por qué?
—Ambos están teniendo una cita —respondió Sínke, casualmente.
Hínta se quedó rígida, un temblor le recorrió la columna.
—¿Una… una cita?
—Esa Yúska conduce como el viento del lago Dên—dijo Sínke—, no he durado ni cinco minutos y perdidos los he hallado.
—Pero… ¿cómo que una cita? —insistió Hínta, levantando la voz.
—¿No es así como le llaman en este mundo cuando un ser sale a solas con otro ser del género cuya su sexualidad acepte como un potencial compañero de cópula?
La chica sintió que se le paralizaban los pulmones.
—¿Có…cópula?
Sínke entonces le dio la espalda con brusquedad y olfateó el ambiente con los ojos cerrados.
—¿Quieres venir conmigo? —preguntó de repente.
—¿I…ir a dónde?
—Date la vuelta —Sínke sonrió malvadamente.
El rostro de Hínta enrojeció y permaneció trémula, su mente divagó en pensamientos caóticos sin sentido. Viendo que no lo haría, Sínke la tomó de los hombros y la puso de espaldas contra él. De inmediato, antes de que el cerebro de Hínta procesara lo que pasaba, se agachó entre sus piernas y se levantó con ella sentada en sus hombros. Hínta dio un grito de sorpresa.
—De este modo será más rápido —exclamó Sínke antes de salir corriendo.
La gente observó confundida y curiosa cómo ese chico iba corriendo por las calles con una chica subida en sus hombros, la cual, con terror por la rapidez con la que iban, se aferraba fuertemente a su cabello y a su cuello y le gritaba que se detuviera. Aún con Hínta subida en él, Sínke corría siguiendo aparentemente un rastro de olor.
—No te preocupes, Hínta —habló Sínke sin detenerse—, no dejaré que te caigas, y si lo haces, te juro que me romperé una mano con un martillo[13].
Sin soltarse ni un segundo de su cabeza, Hínta intentó superar su miedo y abrió los ojos, sólo para volver a cerrarlos por el vértigo. Se detuvieron en la esquina de la avenida Qío, y, diciéndole que no hiciera ruido, Sínke la bajó de sus hombros y fisgoneó escondiéndose tras el borde de la esquina. Hínta aún se tambaleaba.
—Ahí están —dijo en voz baja, señalando un puesto de comida.
Ahí estaba la jínne de Hínta comiendo alegremente junto al silencioso gemelo; la impresión le hizo olvidar el viaje en los hombros de Sínke. Pensó que la escena no podría ser más paradójica; mientras Yúska clamaba con voz tan entusiasta casi todo lo que se le venía a la cabeza, el otro miraba el tráfico como un robot, perdido en su intento por no prestar atención.
—¿En verdad están en una cita? —preguntó Hínta, aún resoplando un poco.
—Previa definición te he dado, de corregir mi poca precisión o de expresar tu disconfort en cuanto a la semántica empleada libre puedes sentirte.
—¿Cómo es que los encontraste tan rápido?
—En mi memoria la fragancia de los entes en torno a mí soy capaz de memorizar —contestó tocándose la cabeza con orgullo—, de sabueso mi bulbo olfatorio es, y a los rastros de olor mi cerebro sensible ha nacido.
—¿Los oliste?
—Mas mi rango todavía no es demasiado amplio, y como veo que se mueven, debemos seguir moviéndonos también.
Volvió a subirla sobre sus hombros y, manteniendo su distancia, intentaron no perderlos de vista.
Los siguieron largo tiempo hasta el parque, donde los vieron descansando en el césped cerca del lago donde había una carrera de barcos. Sínke y Hínta se situaron a más de cincuenta metros de ellos, resguardados por un gran árbol del pequeño bosque del parque. Hínta no terminaba de entender por qué estaban espiándolos de esa manera. Sin embargo, al ver el rostro de Sínke en ese momento, observó el mismo gesto arrogante, pero apacible, que había notado en la azotea de su edificio en el instituto Ítuyu.
—Oye, Sínke, ¿por qué aceptaste unirte a nuestro jinnliù tan fácilmente?
—Creo ya haberte dado una respuesta en su momento —contestó sin mirarla—: toda experiencia, por más banal que sea, su necesario análisis merece, ¿o su merecido análisis necesita? —sacudió la cabeza— Una mejor pregunta sería: ¿por qué apoyaste a Yúska con tan extraordinaria proposición?
Hínta intentó pensar en una respuesta, pero las palabras no llegaron a ella. Bajó la cabeza.
—No estoy segura; porque ella me lo pidió.
—No te creo; estoy seguro de que tienes una razón más allá de la de sólo estar sometida a los deseos de los otros, ¿verdad?
—Sólo hice lo que Yúska me pidió —fue su respuesta final.
Rato después, Yáke y Yúska se dirigieron hacia la cascada cuando la noche hubo caído; pero Sínke ya no se veía interesado en seguirlos sino que, con solemnidad y una sonrisa sospechosa, los observó marcharse y alegó a Hínta que ya era tiempo de que estuvieran a solas. Se dirigieron al sitio donde su hermano y la jinne habían estado, cerca del lago. Los niños que habían competido en la carrera de barcos comenzaron a desaparecer por los senderos del parque. Sínke se puso a contemplar el lago de forma exageradamente nostálgica, como perdiéndose en sus pequeñas olas.
—¿Y ahora qué va a pasar? —preguntó Hínta.
—Esa es una buena pregunta —contestó Sínke—, ahora podría conjeturar sobre lo que acontecerá, pero las razones por las que lo pienso todavía no son muy claras.
Hínta iba a decirle que sólo la confundía, pero se calmó y se tomó un segundo para pensar en una pregunta que le parecía más importante:
—¿Para qué querías espiarlos durante su… cita?
—Para ver hasta donde jugaba la realidad.
La chica inhaló profundamente.
—No tienes que hacerte el misterioso —respondió tratando de mantenerse seria, aunque se la notaba agitada—, me has tenido todo el día yendo de un lado al otro sin saber por qué, y sólo hablas de manera complicada. No creo que quisieras espiar a tu hermano sólo porque sí.
Se apenó un poco por haber alzado la voz.
—¿No es por eso por lo que no te opusiste a la propuesta de Yúska para unirnos al jinnliù? —preguntó Sínke con una repentina voz ligeramente seria, que le recordó a Hínta por un momento a la voz de Yáke— La admiración por lo que es extraño que vi en tu mirada en ese momento, el placer de lo que nos desconcierta y no entendemos, tienes esa parte en tu ser, y Yúska también, sólo que se fueron por las partes que sus directos opuestos son… y eso me pareció más o menos casi un poco interesante, lo suficiente para mantener los pies clavados en la tierra.
Hínta se sentía cansada, y bajando los ojos hacia el césped se quedó silenciosa. Sínke finalmente apartó los ojos del lago y volteó a verla de reojo, entonces sonrió.
—¿Sabes una cosa? Quizá no somos parte de la realidad mi hermano y yo —habló alegremente—, siempre nos hemos sentido dentro de una caricaturización de la vida, o algo así. Qué raro, ¿verdad?
Hínta levantó una mirada intrigada.
—¿Qué?
—¡Ah! Nada importante —dirigió la mirada hacia las luces de la ciudad, y su tono se volvió tan relajado como si tuviera sueño—, solamente que la intrigante forma de la existencia lo que mi inquisitiva alma agita es. Cuando el fresco levante danzilmarés nuestro cabello con delicadeza y dulzura atusa, y la sonrisa de la gente como parábolas verticales que confianza y bonanza absurda describen. Nada de eso real percibo, me temo. Narices como minúsculos alcores en el centro de la campiña que facciones cultiva, protuberancia que de la vista se desvanece según la caprichosa locura del reglamento que la naturaleza ha dado a los que ciertas expresiones declaran. Dos innecesariamente vastos ojos, achatados en el sur, como colorido mármol brillante a la distancia iluminan nuestra presencia; sus formas de aspecto mutan risiblemente o presentando exagerada estética encantadora. Las tiernas, delicadas, e inverosímiles facciones que la realidad dictaminado ha para ser nuestro medio con el cual con el mundo y congéneres comunicarnos. Irreal es, pues, para mí, todo eso… —se interrumpió un momento y, mirando el lago con melancolía, lanzó una carcajada.
Hínta se sintió aún más curiosa tras su inicial perplejidad. El lenguaje utilizado le pareció rebuscado y confuso, pero no consiguió obstruir su entendimiento. Se acercó lentamente a él.
—Y… ¿qué más?
—Mas a todos mis semejantes tampoco los concibo como reales —continuó Sínke con un tono teatral, el cual poco a poco comenzó a volverse más serio y agresivo—. Así es cómo me he sentido desde que consciencia del mundo tuve, y ni siquiera a ti, Hínta, mi estimada jinne —dijo mientras la encaraba y suavemente le acariciaba una mejilla—, lamento decir que en ti la visión de un ser real imposible me parece. Así, de manera llana y sin temor: niego tu realidad. Me eres tan real como para ti lo sería un Ônimat, y la banalidad en tu persona es tal que no puedo hacer más que sorprenderme por en este mundo hallarme —le soltó la mejilla.
Hínta escuchó todo eso sin saber qué pensar. A lo mejor sólo exageraba una broma, como a veces solía hacerlo sólo para intentar sonar interesante y profundo. Pero por otro lado, podría ser una declaración hecha con absoluta honestidad, sin la menor pretensión de ser una burla. Esto la preocupó.
—¿No soy real para ti, entonces? —preguntó un momento después, siguiéndole el juego.
Sínke se apartó de ella lentamente y esbozó una sonrisa amistosa.
—¿Qué dirías tú si un día te despertaras en un Ônimat?
—Supongo que me sentiría muy incómoda —contestó Hínta luego de pensar unos segundos.
—Pues yo me sentiría fascinado —contestó Sínke—, y querría averiguar y disfrutar todo cuanto me fuera posible de tal situación. Por eso acepté unirme. Porque, desde mis ojos, vivimos en uno.

          

[1] Nombre con el que los danzilmareses llaman a la animación de su país.
[2] Estilo de comida típico de danzilmar basado en la combinación libre de alimentos en un mismo plato.
[3] Interpretación de Sínke de la “Oda a la alegría” de Schiller.
[4] Este refrán no existe en nuestro mundo.
[5] “Verde”.
[6] Deben estarse refiriendo a la costumbre en Danzílmar de exhibir algunos libros abiertos a la mitad, de manera que puedan leerse dos páginas, y junto a ellos el mismo libro cerrado. Pero, a juzgar por lo que dice Yáke, Yúska no se ha dado cuenta de que el mismo libro cerrado se encuentra a un lado del libro abierto, mostrando la cubierta, y dado que Yáke no la corrige, suponemos que él tampoco lo sabe.
[7] “Luna”.
[8] Los danzilmareses tienen la costumbre de tararear mostrando los dientes.
[9] Apellido del decimotercer presidente de Danzílmar.
[10] “Blanco”.
[11] Tipo de draóhi que tiene base de carne de pollo con salsa dulce.
[12] En el original Yáke usa la palabra “Léfik”, que puede significar mentira, invención, artificio, ficción o sueño, y tiene una connotación negativa a veces.
[13] Expresión idiomática para indicar el deseo de compensar un daño u ofensa producida inintencionadamente.

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