La realidad de Yáke y Sínke 4: Qwáo-grüm



El instituto Ítuyu celebra la festividad para los difuntos. Los jínnyi se encuentran con la presidenta Áltra.



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    Los exámenes parciales habían terminado. Faltaba una semana para el Qwáo-grüm, la fiesta tradicional en la que los danzilmareses rendían honor y homenaje a sus difuntos, y era obligación de todas las escuelas organizar los preparativos pertinentes para tal celebración.

Los mejores promedios de cada grupo eran exhibidos siempre en un tablero de la zona de alumnos una semana antes de la fiesta, y ese día había cierto ajetreo alrededor de él para saber quiénes habían sido los mejores promedios del primer parcial.
—No hay nada que motive más la competencia que exponer a los mejores para que los demás se sientan inferiores —rio Sínke.
—De ese modo quizás se animen a estudiar más —dijo Kányu—, aunque es verdad que la mayoría sólo acaban estresándose más.
—Es necesario hacer este tipo de competencias —dijo Séntsa, contundentemente—, ¿cómo quieren que el país progrese si no tuviéramos alumnos sobresalientes?
Al abrirse paso entre la muchedumbre, Séntsa vio que su nombre estaba en el de los décimos lugares con un promedio de noventa, mientras que los gemelos compartían el primer lugar con un promedio de cien, los únicos en toda la escuela en lograrlo. Hínta iba entre los quintos lugares con noventa y cinco, y Kányu arriba de Séntsa con noventa y uno. Sólo Áte y Yúska no se sorprendieron por no aparecer. Séntsa felicitó a los que la habían superado, aunque el tono en que lo hizo reveló un poco de envidia.
Una conmoción invadió al enorme grupo de alumnos reunidos alrededor del tablero.
—¡La presidenta Áltra! —se escuchó exclamar.
Como si se tratara de una reina, comenzaron a abrirle paso a una chica de mirada serena y tranquila, que caminó hacia el tablero con los ojos cerrados. Su belleza cautivaba a la hormonada juventud de la edad. Casi todos los chicos y chicas le brindaban homenajes de suspiros y alabanzas, y murmuraban sobre las incontables virtudes que rodeaban su aura portentosa, como si en ese momento se hubiera convertido una heroína que despedazaba la autoestima de los demás con su presencia. A pesar de su mirada apacible y venerable, una sonrisa soberbia luchaba por permanecer oculta.

***

—¿Quién era ella?
—Un año antes, nadie se podría haber imaginado que Áltra Fén, una chica de apariencia frágil, fuera la poseedora de uno de los cerebros más privilegiados que el instituto Ítuyu hubiera tenido el honor tener, y rápidamente sus grandes habilidades para los estudios, deportes y artes se hicieron famosos por toda la escuela, así como una belleza que muchos admiraban. Un cabello negro y brillante, que se volvía levemente café hacia sus delicadas puntas, coronaba su cabeza; su piel era predominantemente clara, barnizada con un tenue tono oscuro. Decenas tuvieron que rendirse ante la dolorosa negativa de ella en cada confesión, siempre con una inocente sonrisa de adorable sosiego y beatífico porte que hacía imposible enojarse con ella; incluso durante el rechazo producía el efecto de un encantamiento sobrecogedor. Ante tal chica no era de extrañarse que lograra en poco tiempo en ganarse la simpatía de todo el alumnado, lo suficiente como para volverla presidenta del consejo estudiantil cuando ella cursaba el segundo año…

***

Llega al tablero. Todo a su alrededor permanece silencioso, como si fuera la coronación de una emperatriz que acaba de recibir todo un imperio, y sonríe al ver que, de nuevo, encabeza su grupo con un total de noventa y nueve. Luego de eso, se pasea a lo largo de todo el largo tablero para observar los nombres de todos los primeros lugares, y aunque su porte es el de la presidenta dedicada que se interesa por sus humildes plebeyos, en el fondo ríe porque ningún otro ha obtenido un puntaje más alto que ella. Llega a las calificaciones de la clase 1-C, repara en los nombres de los gemelos al lado de los cuales los dos números cien escupen en su orgullo. Su sobresalto emocional pasa inadvertido, su temperamento radiaba la integridad de una sacerdotiza consagrada a los dioses. Con esa misma dulzura, se voltea hacia sus humildes compañeros y pregunta:
—¿Dónde están los gemelos Yáke y Sínke Grámt?
Un sonido como una estática de voces sale de las bocas de los jóvenes, miran a la derecha, a la izquierda, a lo lejos y detrás.
—¡Aquí están! —exclama Yúska, levantando la mano con frenesí.
Como si alguna fuerza invisible los empujara, el resto de los alumnos se aparta de los gemelos y los dejan expuestos a la vista de todo el mundo. La presidenta Áltra se dirige solemnemente hacia ellos, más flotando que caminando (parece que nunca va a llegar), y les dice:
—Ya había escuchado mucho de ustedes, pero ésta es la primera vez que tengo el gusto de verlos en persona. Mi sinceras felicitaciones por su logro, uno que ni siquiera yo he tenido el honor de alcanzar. Espero que tengan muchos más.
Les hace entonces una modesta reverencia de cabeza, sonrisa y porte de ángel que resplandecía como el reflejo del sol en la arena.
—Inconmensurables tus celos han de ser —dice Sínke teatralizando la voz—. ¡Qué desdicha es pues detrás de nosotros estar por algo tan insignificante como un mísero punto! Más tiempo deberías dedicar a tu mente desarrollar en vez de tu cabello con champú de flores rojas lavar.
Todos sus fieles revientan en exclamaciones; espetan al gemelo grosero alzando la voz: ¿cómo osa dejar salir así su irreverencia? Áltra permanece impasible.
—Veo que no se equivocaban los que hablaban de ustedes: dos gemelos como dos gotas, uno de agua y el otro de aceite.
—¿Puedo ser yo la de aceite? —se apresuró a preguntar Sínke.
Áltra se rio en voz baja, y preguntó:
—Díganme, ¿quiénes son sus amistades?
—¡Somos nosotros! —exclama Yúska antes de que el silencio le ganara— Nosotros cinco somos un jinnliù.
Yúska casi a la fuerza saca a los demás de entre la muchedumbre, y quedan ahora expuestos para su vergüenza como animales de circo, entorno a los cuales los demás murmuran.
—Así que un jinnliù —dice la presidenta, más complacida que sorprendida—, no son muchos los jóvenes que hoy en día mantengan viva tal tradición danzilmaresa. Lamentablemente es algo de lo que incluso yo carezco, así que les aconsejo que lo aprecien mucho —procede a retirarse del mismo modo ceremonioso con el que llegó. Se detiene, voltea a mirarlos una vez más y habla dulcemente—: Por cierto, el Qwáo-grüm es en una semana, así que esfuércense mucho.
Se va de ahí y todo vuelve a la normalidad. El tema de conversación general entre los alumnos es la presidenta. Ni siquiera recuerdan a los gemelos ni a su grupo de jínnyi.

14

El Qwáo-grüm comenzó una semana después. Ese día, Sínke llegó al instituto portando su dêiro azul marino, con gran sonrisa cínica y caminando con falsa solemnidad. Ese sombrero piramidal era uno de los sellos característicos más representativos de Danzílmar en el resto del mundo, volviéndolo una identidad nacional a pesar de ser de muy poco uso. No eran pocos los extranjeros que, al escuchar el gentilicio “danzilmarés”, se imaginaran a los habitantes de la isla en sus ropas azules y con sus sombreros piramidales.
—No se supone que te lo pongas todavía —dijo Kányu al verlo—, todavía falta mucho para el baile.
—Pero me hace sentir muy danzilmarés —contestó Sínke jactancioso—, y después de todo, ¿no son las fiestas y tradiciones folclóricas precisamente para eso? ¿Para recordarnos todo el tiempo el orgullo que debemos sentir por haber nacido en este país?
—Así debería ser —dijo Hínta—, pero la mayoría prefiere celebrar cosas de otros países.
—Está bien que lo hagan —dijo Kányu—, no es como si se fueran a olvidar del Qwáo-grüm por eso.
En el instituto Ítuyu había varias actividades programadas, entre ellas se incluían no sólo los ritos tradicionales del país, sino también, por elección de los jóvenes, actividades divertidas de otros países, especialmente elementos del Halloween estadounidense. Esa mezcla de alumnos disfrazados de diversos monstruos y cosas de otros países, y alumnos portando el tradicional tàig azul cielo de su país, irritaba mucho a Séntsa, la cual, ante cada alumno disfrazado que pasara junto a ella, movía la cabeza con desapruebo.
En cuanto Yúska llegó disfrazada de zombi, Séntsa no pudo evitar reprenderla por no respetar la festividad como se debía.
—La escuela no ha prohibido nada de esto —se defendió Yúska cínicamente—, además, esto es mucho más cómodo en comparación al tàig.
—Eso no es lo importante —continuó Séntsa—, pienso que debemos siempre preferir nuestras tradiciones a las de otros países. ¿A dónde iremos si permitimos que nuestra cultura se contamine de este modo?
—Por supuesto —contestó fríamente Yáke—, es estúpido disfrazarse de cualquier tontería que se ha visto en películas o la televisión sólo para divertirse. Por suerte aún hay muchos que tienen algo de cordura y se visten con una incómoda túnica rígida, y se ponen un ridículo sombrero piramidal, porque creemos que con eso apaciguaremos a los muertos para ayudarlos a descansar en paz y que nos den suerte el resto del año. Definitivamente nuestras tradiciones tienen mucho más sentido.
Entonces Yúska se lanzó hacia él intentando “comerse” su cerebro para así poder aparecer en el cuadro de honor alguna vez, de lo cual el gemelo hizo poco para defenderse más que mantenerse firme sobre el suelo.
Aunque a Séntsa no le gustó lo que el gemelo había dicho, no le respondió; se tragó su orgullo y salió para cumplir con otros deberes del festival.
Áte llegó al empezar la tarde, justamente cuando la quema de los catorce inciensos azules había comenzado en la gran explanada de la escuela, y se unió a sus compañeros alrededor del enorme círculo humano, en el centro del cual el “sacerdote” designado encendía uno a uno los inciensos ceremoniosamente, los cuales rodeaban a unos enormes trípodes en llamas. Al mismo tiempo recitaba unos versos sagrados en danzilmarés antiguo, luego arrojó dentro de los trípodes los polvos que coloraban las flamas de un intenso azul. Un penetrante aroma amargo se expandió por toda la explanada. A su alrededor, los alumnos y profesores observaban todo con respetuoso silencio, y no eran pocos los que de verdad intentaban poder sentir a algún ser querido aferrando fuertemente una foto contra sus corazones. Áte fue de los pocos que no resistieron la tentación de taparse la nariz, y no dejó de hacerlo hasta que Séntsa lo regresó a la comunidad por medio de un pellizco en el brazo.
Al terminar la ceremonia, los once fuegos azules fueron apagados. No serían encendidos nuevamente hasta la noche, durante la danza.

***

—Llegas tarde —dijo Sínke cuando Hínta llegó a su lado—, habría sido una verdadera pena que te perdieras este delicioso incienso con aroma a caracol quemado.
—Un perro mordió mi tàig mientras venía y tuve que regresar a coserlo —contestó Hínta, mostrando la marca de la costura improvisada en el pantalón.
—Bueno, pero aunque te hubiera mordido la pierna, no creas que te hubieras librado del baile —dijo Sínke.
Seguía Hínta nerviosa pensando en el momento en que pasarían a bailar.
—Saldrá bien —continuó Sínke, sin importarle la solemnidad del ambiente—, después de tanta práctica todo saldrá bien. Además, te ves óptima en con tu dèiro.
Hínta no pudo decir nada, ya que Séntsa, con una irritada expresión, les hizo señas con el dedo para que se callaran.

***

Séntsa se dio cuenta de que Áte se tapaba la nariz, por lo que le dio un pellizco en un brazo para que dejara de hacerlo; aplacó sus miradas de protesta con otra mirada de reproche hasta que se calmó. Pasado un rato, mientras la procesión continuaba, discretamente sacó una fotografía de su madre, y aferrándola contra sí con fuerza, cerró los ojos.
Durante la semana que había durado la planificación se había decidido lo que cada uno haría. Séntsa, la representante del grupo, fue designada para ser parte de los jueces para premiar al aula que hubiera hecho la mejor actividad de la escuela, por lo que estaría ocupada todo el día. Sínke arrastró a Hínta para ser los que representaran a su grupo en la danza de los once fuegos azules. Kányu y Áte estarían atendiendo un pequeño puesto de panes de ánimas y otros dulces que Kányu prepararía con sus propias manos. Y Yúska acosó a Yáke hasta que accedió a ayudarla para organizar el altar que iba a representar a su grupo.

***

“Termina la ceremonia de los inciensos. Inician las actividades. El dinero que se junte en la venta de comida y artesanías se donará para pagar las excursiones de los segundos y terceros años a otras partes del país”.
Kányu y Áte se instalaron en el puesto que les designaron cerca de su edificio. Kányu había llevado un horno eléctrico portátil.

“Se construyen los altares”.
Más extraña era la escena de una zombi dirigiendo la construcción de un altar a sus compañeros dentro de su aula.
—El gris no me parece un color muy aterrador —comandaba a sus ayudantes—, mejor usemos una manta roja.
—No se supone que dé miedo, se supone que sea triste y tradicional —respondió el chico flacucho que traía las mantas.
—Vamos, compañeritos. Los muertos están muertos, no les molestará algo tan tonto como el color —argumentó Yúska.
Yáke simplemente hacía lo que Yúska le decía sin cuestionar palabra alguna.

“Los jueces se preparan”.
Séntsa estaba ocupada yendo de un aula a otra en compañía de un grupo de chicos de los tres años. Habían sido designados para ser los jueces del concurso de altares, por lo que supervisaban constantemente los progresos de sus compañeros. Algunas veces intimidaban con su presencia a los estudiantes, que, en su nerviosismo, no podían ocultar su desesperación por agradarles.
Durante un momento en que los jueces se tomaron un descanso para disfrutar un poco del resto del Qwáo-grüm, y se reunieron con los jueces de las demás actividades, se le dijo a Séntsa que la representación de Plôuliù de su aula era hasta ese momento una de las favoritas, con grandes probabilidades de ganar, por lo que ella se sintió orgullosa. No obstante, se preocupó por el altar cuya creación Yúska dirigía, e imploró al aire que no fuera el peor de toda la escuela.
Llegó entonces Déla al grupo, que estaba reunido alrededor de una de las mesas circulares de la zona común de alumnos, y se disculpó por haberse ido sin avisarles, pero Séntsa la vio con ojos sospechosos al notarle la respiración acelerada y la sonrisa satisfecha, y se acercó a ella como una madre al sorprender a su hija rompiendo las reglas de la decencia.
—¿Estuviste con tu novio otra vez? —preguntó enojada, casi colérica.
—¡No… no es verdad! —contestó Déla sin poder evitar que su rostro y lenguaje corporal, indicado por un contorneo de su cuerpo con las manos protegiéndole la cara, la delataran.
—Es por eso que deberían prohibir las relaciones entre alumnos —dijo Séntsa—, ahora estás fungiendo como una de las jueces de la escuela, y como tal, deberías ser un ejemplo para todos. No puedes irte así como así para besuquearte con tu novio. ¿Cómo vamos a quedar los jueces?
Los jóvenes jueces trataron de calmarla, intimidados por aquella reacción exagerada diciéndole:
—Déjala, no hizo nada malo.
—Qué exagerada.
—Tu actitud es peor ejemplo para los jueces.
Séntsa no hizo caso.
—Sostengo lo que digo —contestó serenándose—, la escuela no es lugar para romances. Mucho menos durante este día tan sagrado.
Rato después, cuando los ánimos se hubieron enfriado, llegó hasta su mesa la presidenta Áltra. Todos se pusieron de pie y le hicieron una reverencia, la cual ella les regresó.
—Estimados jueces, ¿les molestaría si me llevo a Séntsa por un momento?
Séntsa contuvo el aire, sintió espinas en las palmas.
—¿Quiere hablar conmigo, presidenta?

“Sin clientela”.
Sentado en su puesto, Áte esperaba a que alguien más se acercara a comprar algo mientras Kányu seguía preparando los panes. Las manos de éste, pegajosas de masa y levadura, ensuciaban involuntriamente su barbilla cuando reflexionaba sobre algo. Áte se entretenía con el olor del pan recién hecho.
—Oye, Kányu, ¿por qué hacemos esto?
—¿Los panes, o a qué te refieres?
—Digo para qué hay que hacer este tipo de celebraciones cada año. No sólo el Qwáo-grüm, sino cualquier otra fiesta.
—Séntsa dice que estas fiestas mantienen unido al país. La gente necesita sentirse unida para recordar que son una comunidad. O algo así, la verdad no le presté mucha atención.
—¿Estás de acuerdo con todo eso?
Kányu estuvo un momento en silencio.
—Para Séntsa, esto es algo absolutamente necesario para que las tradiciones danzilmaresas prevalezcan y no nos olvidemos de nuestra identidad en el mundo.
—Pero yo me pregunto si vale la pena seguir haciendo lo mismo cada año, no le veo sentido —dijo Áte.
—Quizás ambos puntos de vista estén correctos.
—Qué difícil es para ti tener una opinión propia, ¿por qué no me dices lo que piensas de verdad en vez de tratar de darle gusto a todos?
Kányu iba a abrir la boca, pero no encontraba las palabras adecuadas para expresar su contrariedad. Finalmente preguntó:
—¿Por qué quieres hablar de eso tan de repente?
—No sé, estoy aburrido.
Áte hubiera seguido reflexionando, pero esas inquietudes fueron interrumpidas por su pereza.

15

—¿Qué opinas, Séntsa? ¿Te interesa esa idea?
—La verdad es que me ilusiona mucho, presidenta, y ahora me siento tan nerviosa, pero no entiendo por qué alguien como yo debería.
—Porque eres la primera que veo en mucho tiempo que se interesa tanto en preservar la moral danzilmaresa. Ya viste a Déla, por ejemplo. La mayoría de los estudiantes, me temo, se acercan más a su actitud que a la tuya.
Pasaron junto a un puesto de amuletos hechos a mano. Una pareja compraba uno para la buena suerte en el amor. Séntsa los miró con recelo.
—Siendo la presidenta de un departamento de moral, podrías ayudar a mejorar un poco el instituto —vio la presidenta su mirada de desapruebo hacia esos chicos.
—Siempre me pareció que esta escuela era demasiado libre, ni siquiera es obligatorio el uniforme escolar, como si fuéramos americanos.
—Pero si hubiera un departamento de moral, se podrían implementar, además de muchas otras cosas.
Séntsa sentía gran emoción por aquel proyecto que le proponía la presidenta, pero le extrañó que se viera tan interesada en motivarla para que creara su propio departamento en lugar de hacerlo ella misma.
—Yo sólo soy la presidenta del consejo estudiantil —dijo Áltra con humildad—, puede parecer un gran cargo, pero no tengo tanto poder como imaginan todos. Sí, es verdad que puedo decidir sobre algunas cosas que serían mejores para los compañeros en el sentido académico, los presupuestos para los viajes y los clubes, ayudo a decidir el material didáctico, y mi opinión es tomada en cuenta por el director y los administrativos para decidir las evaluaciones a ser aplicadas a lo largo del año. Pero si hablamos de sus comportamientos y actitudes, su necesidad de sentirse libres y gozar su espíritu juvenil, estoy muy limitada. No puedo ordenarles cómo vestir, cómo comportarse ni qué modales usar; las tendencias liberalistas de los últimos tiempos quieren dejar ese tipo de educación fuera de las escuelas, esperando que las influencias cotidianas del resto de la sociedad sean suficientes para mantenerlos por el buen camino. Sin embargo, he hablado con el director y está dispuesto a abrir un comité para la preservación de la moral de manera independiente al consejo estudiantil, claro, en caso de que alguien se anime a dirigirlo.
—Eso no me suena muy lógico, ¿por qué abrir un departamento que se encargue de los estudiantes sin estar vinculado al consejo estudiantil?
—No sería buena idea mezclar los asuntos relacionados a los estudios con los asuntos relacionados a su conducta y moralidad, es de las pocas cosas con las que estoy de acuerdo con la tendencia moderna, pero no estoy de acuerdo con que las instituciones no deban tener cierto control, y ahí entrarías tú. No estarías a cargo de los estudios como yo, sino a cargo de que mantengan una imagen de moralidad y decencia. Son cosas diferentes y hay que mantenerlas separadas lo máximo posible. Seríamos ambas como dos presidentas especializadas en diferentes aspectos de la vida estudiantil. De esa manera podrás implementar de nuevo los valores danzilmareses entre los estudiantes, ¿no es algo que te gustaría hacer? Si aceptas, podría hablar con el director.
Séntsa todavía no estaba convencida de que la relación entre la virtud académica y la moralidad estuvieran tan desvinculadas como la presidenta pensaba. Sin embargo recordó a los gemelos y sus promedios, que eran perfectos a pesar de que sus actitudes fueran tan opuestas a lo que ella siempre había dado por hecho para las personas de capacidades virtuosas. Sintió un hueco en la cabeza al pensar en eso.
—Lo haré —contestó por fin, resueltamente.
La presidenta sonrió con jovialidad.
—¡Maravilloso! En ese caso, ya nos veremos luego para arreglar detalles y decirte cómo debes presentar la propuesta al director —se reverenciaron una vez más y Áltra se dispuso a marcharse—, ¡y salúdame a tus magníficos jínnyi! —dijo antes de irse.

***

A las cuatro de la tarde, los altares estuvieron listos para que los jueces eligieran al grupo ganador. El grupo 1-C, liderado por Yúska, había arreglado el suyo de una manera muy poco ortodoxa y muy extravagante en comparación con los de los otros grupos. Cuando los estudiantes que habían sido elegidos como jueces llegaron al aula, inspeccionaron detenidamente la extraña cosa que habían construido. Sobre la mesa principal habían colocado una mesa más pequeña, y al colocar los manteles de color rojo vivo sobre ambas mesas daba la impresión de ser una única mesa de dos pisos. En la mesa superior habían puesto una enorme cruz de madera acompañado de un cráneo de utilería a la izquierda y una cabeza encogida de juguete a la derecha, así como varias fotos y dibujos de gente fallecida. En la mesa inferior, además de la comida típica tradicional, habían tenido la osadía de colocar otras cosas que rompían el esquema del festival, como hamburguesas, perros calientes, ensaladas, dulces y panes no tradicionales, e incluso unas extrañas calaveras hechas de azúcar que Yúska le había pedido a Kányu que preparara especialmente para eso. En el suelo, justo enfrente de la mesa, se encontraban decenas de velas colocadas como si formaran un camino que conducía hacia la mesa, sobre el cual habían puesto pétalos de rosas y otras flores. Todo el altar estaba ante una pared en la cual habían colocado un enorme poster de una nube negra que contrastaba con lo rojo de los manteles, y a las cabezas anteriormente mencionadas les habían puesto pedazos de pan de ánimas en la boca. Varios juguetes acompañaban a los comestibles en la mesa grande.
Tras una larga deliberación, el altar del grupo 1-C salió ganador porque, según el anuncio de los jueces: “Era una nueva y original perspectiva del alcance al que podía llegar la mezcla de las tradiciones danzilmaresas con elementos de la vida moderna”. Obviamente Séntsa votó en contra y se enojó con Yúska por poner tantos elementos ajenos a la tradición.
—La cruz de madera la puse por recomendación de Yáke —se justificó Yúska—. Dijo que no hay nada más triste que gente venerando a un dios que se envió a sí mismo en una misión suicida para perdonar a todos por pecados que él mismo permitió que… o algo así, no recuerdo bien pero me gustó la idea. Además no quise que fuera todo tan triste, así que puse esas cabezas y juguetes, después de todo algunas de las ánimas que vendrían de seguro son de niños, ¿o no? El camino de velas es para que las ánimas pasen en fila hasta la comida para que no se peleen por ella y causen un poltergeist. Y hablando de eso, la comida es variada porque estoy segura de que, después de hacer todo el viaje desde el más allá, no van a estar satisfechos sólo con pan de almas o búr[1], así que añadí otros tipos de comida para que no tuvieran que comer siempre lo mismo cada año. Yo estaría harta si fuera una fantasma y cada año me ofrecieran la misma comida, ¿no crees?
Séntsa no quiso perder el tiempo argumentando contra eso.

***

—¿En verdad crees que existen los espíritus, y que se interesan en venir hasta aquí en esta fecha? —preguntó Yáke mientras acomodaba el enorme mantel rojo sobre la mesa.
—La verdad sólo me dejo llevar por la fiesta —contestó Yúska.
—Yo no creo en el alma, pero aún si lo hiciera, los espíritus me parecerían verdaderamente tontos por seguir preocupándose de que los recordemos cada año.
—¿Si tú fueras un fantasma, no te gustaría que te hicieran una fiesta cada año?
—No sería tan arrogante como para creer que soy especial por estar muerto. Lo importante ocurre en la vida, no en la muerte.
—Pero tú no crees tener alma, ¿entonces qué más da?
—Claro, cuando mi consciencia muera, ¿qué más me importará si alguien se acuerda o no de mí? No es como si me la fuera a pasar llorando toda la eternidad porque nadie reza por mí o no me dejan un pan de almas en la mesa.
—Qué feo —dijo Yúska, pensativa.
Siguieron trabajando.

***

Las actividades llegaron a su fin cuando el sol comenzó a ocultarse unas horas después. La gran explanada del instituto fue entonces circundada por los alumnos de todos los años y visitantes que querían ver el baile de los once fuegos azules. Los trípodes de acero fueron de nuevo rociados en abundancia con los polvos de color azul, y al ser prendidos una vez más, cuando el sol se hubo ocultado tras los edificios distantes de la ciudad, las llamas azules iluminaron la explanada con un fulgor solemne y fantasmagórico ante las exclamaciones de asombro de la gente. Una pequeña orquesta compuesta por varios alumnos comenzó a tocar con instrumentos folclóricos. Dos tocaban sus dâryöyi, vibrando suavemente sus cuerdas metálicas con gruesas barritas de hierro; otros dos soplaban en sus pláoyi y sacaban de ellos, con sonidos huecos de madera, una profunda y melancólica melodía; uno marcaba el ritmo con el nláy, golpeando la placa de aluminio a través del cuero del gran tambor, lo que daba una sensación de profundidad y misticismo; el último golpeaba las placas metálicas de su lòim, sacando de él un sonido misterioso y exótico que estremecía las espaldas de los oyentes con cada golpe.
En ese momento sacro, las once parejas vestidas con sus dêiroyi se dirigieron hacia la llama que les había sido asignada, se tomaron de la mano antes de ofrecer una educada reverencia danzilmaresa hacia el público, y luego otra más hacia el fuego alrededor del cual iban a danzar.
Toda la semana anterior las once parejas habían estado ensayando en ese mismo lugar con los trípodes apagados. Sínke estuvo todo el tiempo pendiente de ayudar a Hínta para que no olvidara los pasos o se pusiera muy nerviosa cuando tuvieran que hacerlo ante todos. “Esto será más fácil que el vals”, le había dicho el día del primer ensayo para darle más confianza.
Pero en ese momento, vestidos con sus túnicas azules con bordados zigzagueantes y sombreros piramidales, escuchando la profunda música de sus instrumentos exóticos, iluminados por las hipnóticas llamas azules de los once fuegos, mareados por el ambiente perfumado con el áspero olor del incienso, parecían estar todos en un enigmático ensueño en el que la realidad y la fantasía se mezclaban en un espacio inquietante pero sagrado, y evocaba una lejana época en la que los danzilmareses creían en verdad que las almas observaban con benevolencia a los vivos desde las profundidades de los fuegos, como ventanas que conectaban con el Lérenh, para llenarlos de bendiciones durante un año si quedaban complacidos.
Los pláoyi comenzaron a tocar con más intensidad, y en ese momento el baile comenzó. Los bailarines se movían con pasos lentos pero firmes alrededor de los fulgores como majestuosos espectros, siguiendo el ritmo del profundo tambor que resonaba como un enorme corazón. Los chicos sujetaban a las chicas de la cabeza, se movían hacia atrás mientras ellas los tomaban del tórax, luego esas mismas manos se sujetaban simbolizando la unión del corazón con la cabeza, y tomados de las manos rodearon a su trípode dando vueltas, y al completarse el mismo juego nueve veces, se movían al fuego contiguo tomados de la mano para repetir el mismo proceso hasta que hubieran recorrido los once fuegos.
Entre los bailarines se encontraban los siempre románticos Délo y Déla, los cuales aprovechaban algunos momentos para darse una que otra caricia ante la mirada desaprobatoria de Séntsa. Sínke y Hínta seguían haciéndolo todo normalmente sin que ella se olvidara de los pasos.
—Es extraño todo esto, ¿no te parece? —murmuró Sínke de repente.
—¿Qué? —Hínta ya parecía esperar que Sínke hiciera un comentario.
—Mira a tu alrededor, jínne, la gente observa con orgullo como una preciada tradición se desenvuelve frente a sus ojos, e incluso puedo ver que hay algunos extranjeros que nos observan como una curiosidad que poder contar cuando regresen a sus países; de esa manera quedarán como cultos, o al menos como conocedores de una parte del mundo para los patéticos que no hayan viajado jamás. Si supieran que todo esto es en realidad más insignificante de lo que parece…
—¿No te parece que esto es importante?
—Es importante si para sentirte bien requieres una comunidad, compartiendo una tradición común, aunque tal tradición sea en realidad tonta y supersticiosa.
Se movieron hacia el siguiente fuego con el mismo movimiento danzante.
—Creo que con tal que la gente permanezca unida en comunidad, no importa que sea por medio de tradiciones que no tengan sentido —dijo Hínta después de un rato.
—Sabias palabras —contestó Sínke, divertido discretamente.
La gente continuó observando a los jóvenes danzantes por un rato más. Y tal como lo había dicho Hínta, estar ante ese ritual unía en espíritu al pueblo danzilmarés, haciéndolos sentir como uno sólo y motivándolos a sentirse orgullosos de su cultura.
“Masturbación cultural”, pensó Sínke.

***

“Delirante”.
Terminado el baile de los once fuegos azules, las ceremonias tradicionales llegaron a su fin por ese año. Sin embargo todavía quedaban algunas actividades para la diversión de los jóvenes, las cuales habían sido votadas en la semana previa al festival. Entre esas actividades sin valor cultural había una competencia de disfraces que se llevaría a cabo en el auditorio. Los jóvenes pasaban uno a uno a exhibir sus disfraces hechos en casa y hacer una pequeña representación teatral con el tema de sus disfraces para diversión de los demás, y los que tuvieran los mejores trajes e hicieran la mejor representación recibirían un premio por medio de una votación general. Yáke se paseaba, reteniendo con todas sus fuerzas sus ganas de largarse de ahí, entre los jóvenes que portaban los disfraces más extravagantes. Alguno que otro era muy realista, como si hubiera trabajado muy duramente en él. Había desde disfraces de personajes de la historia o de la mitología danzilmaresa, tanto como de figuras famosas de ficción como superhéroes, gente real importante para la historia, cosas cotidianas como automóviles o ventiladores, e incluso algunos diseñaron complejos disfraces que pretendían representar cosas abstractas como la eternidad (con un disfraz del símbolo del infinito). En ese ambiente tan increíble y psicodélico, en el que un improvisado Albert Einstein ayudaba a disfrazarse a una enorme rata amarilla; un Superhéroe discutía con un lavamanos y un Sherlock Holmes sobre el ridículo que un político había hecho la noche anterior en la televisión; un enorme alfil de ajedrez acompañaba a un caballero de la edad media y una hada mágica, en el que un Sócrates se batía en un juego de damas contra un Quijote, y un Gregor Samsa, transformado en un insecto gigante, abrazaba a una cosplayer de una serie animada, la realidad parecía haberse vuelto loca, y Yáke se sentía en un delirio en el cual ya no tenía idea de nada, pues la seriedad se había mezclado con la banalidad en una orgía que no distinguía la línea entre lo verosímil y lo inverosímil, exactamente igual a como había sido el baile hacía sólo un rato.
—¿Ya has visto, hermano, lo que acontece? —preguntó Sínke, asaltándole de repente— A nuestra limitada comprensión de la realidad el delirio circunda, como las abejas siervas de la colmena comandada por la realidad, para pincharnos con sus aguijones llenos del veneno de la convivencia.
—¿Por qué te has cambiado a esa ropa?
—Voy a participar en el concurso.

***

“Ha llegado”
—¡Espera! ¿No es ese Sínke entre los concursantes?
“A olvidar”.
—¡Mira! ¿No es ese Sínke en el escenario?
“Dentro de poco”.
Decenas de chicos con diversos disfraces se habían agrupado sobre la tarima del auditorio, y uno a uno fueron pasando al escenario, pues habían de hacer una pequeña representación con personaje del cual habían decidido disfrazarse. Saltaron las risas del auditorio ante los buenos chistes y burlescas parodias, también salieron burlas hacia los malos chistes y actuaciones inconvincentes.
—¿De qué está vestido ese chico? —se preguntaban algunos en la concurrencia— No entiendo lo que es.
—¿No es ese Sínke?
—Sí, lo es. ¿Qué es lo que tiene pintado en la camisa?
“Ego, ego”.
Sínke encaró entonces a la concurrencia, con la misma mirada imborrable de soberbia que nacía de la comisura derecha de su boca, y los ojos arrogantes de fuego azafrán, con el cabello totalmente peinado hacia atrás de manera que sus exageradas facciones de irreverencia fungieran en apariencia como el faro de su personalidad.
Yáke sintió un escalofrío recorriéndole la espalda y con temor observó a su alrededor. La realidad se había tornado tensa de nuevo sin razón alguna, pero con un aire hostil y amargo que lo hacía sentir al borde de un mar de cuchillas. La gente miraba a su hermano en espera de que efectuara su acto. Sus sentidos sufrieron un misterioso cambio, y un aire denso y vívido excitó los corpúsculos que surcaban su piel; sus oídos escucharon con suma nitidez la respiración de los seres vivientes. Un murmullo que reconocí inmediatamente llegó hasta mí, proveniente de la parte más recóndita de la existencia que estaba a punto de partirse en dos. Los jóvenes se veían normales; sus jínnyi no parecían darse cuenta de ese extraño cambio en la realidad. Y mirando sorprendido a su sonriente hermano en el escenario, Yáke se preguntó honestamente si a continuación iba a acontecer algo importante, o no sería más que una falsa alarma que terminaría en nada digno de recordar.


[1] Bebida fermentada de varias frutas con sal. En algunos lugares se mezcla con otras especias aromáticas.

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