La realidad de Yáke y Sínke 9: Alegría y regalos
Hínta acompaña a Yáke a comprar un regalo para Yúska. Celebran la navidad en la mansión de los gemelos.
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Un día Hínta recibió una repentina llamada de Yáke, el cual sorpresivamente le pidió que lo acompañara al centro comercial a comprar un regalo para el cumpleaños de Yúska, que sería dentro de pocos días.
Sínke se había empeñado, casi desde el primer momento de su unión al jínnliù, a que su hermano intentara acoplarse a su nueva vida, y para ello le había dicho que, si quería hacer un juego justo, tendría que ir él mismo a comprarle un regalo a su nueva jínne. Para hacerlo todo más interesante, exigió que fuera en compañía de algún otro de los jínnyi.
Cuando Hínta hubo llegado a la enorme puerta de vidrio del centro comercial, vio al gemelo serio de pie entre las personas que entraban y salían, estático como un maniquí, y tan vivo como uno también.
Hola, Yáke ¿Llevas mucho tiempo esperando? Preguntó Hínta acercándose, Un poco, contestó el gemelo. Sin decir ni una palabra más, se adentraron en el edificio cuyas enormes tiendas y almacenes recibían amistosamente a todos los seres que ahí iban a gastar su dinero. Mientras pasaban entre las diferentes tiendas, invisibles para las demás personas, Hínta notó que Yáke caminaba con mucha seguridad, como si supiera a dónde ir. Vamos a la tienda de mascotas, dijo Yáke, como leyendo la pregunta de su mente, Voy a comprarle a Yúska un ratón, ¿Por qué un ratón? Preguntó Hínta, Porque le gustan, contestó Yáke secamente. Cuando subían por la escalera mecánica, Hínta no pudo seguir aguantando la curiosidad, y preguntó con voz calmada: ¿Por qué me pediste que te acompañara? Sínke me dijo que se lo pidiera a uno de ustedes, contestó Yáke mirando al frente, Y de todos los demás eres la que menos me molesta. ¿De verdad? Dijo Hínta, sorprendida, ¿Y eso por qué? A lo que el gemelo contestó: Séntsa solamente se quedaría mirándome con un rostro de hipócrita superioridad moral, evaluándome para pasar mi personalidad por el filtro de su propia ideología; Áte no habría aceptado venir ni suplicándole; y no quiero tener que estar con Kányu sonriendo como idiota todo el camino. Pues, supongo que gracias, dijo Hínta con modestia, Nunca me agradezcas nada, por favor, dijo Yáke, tan tranquilo que casi sonó amable, y nadie habló hasta llegar a la tienda de mascotas.
Eligió Yáke un ratón blanco con su jaula, pagó y salieron de inmediato, haciendo el mínimo contacto visual con el malhumorado vendedor. Si bien al principio Hínta miraba con cierto temor a Yáke, en poco tiempo había comenzado a sentirse más confiada cerca de él, ya que sabía que la indiferencia que mostraba a todo le hacía sentir la seguridad de que, sin importar lo que ella dijera, entraría en oídos sordos, casi como si no estuviera ahí. Sin embargo, durante mucho tiempo continuó creyendo que el gemelo Yáke no era más que un chico sin fe en la vida, que había decidido refugiarse bajo una máscara de frialdad, pero que en el fondo deseaba la felicidad, como todos los seres que habitaban ese mundo con ella, y lo único que necesitaba era una buena amistad. Pensando en todo eso, mientras lo veía sujetando la jaula con el ratón, le propuso ir a una de las tiendas para tomar un té helado, y lo hizo con una actitud tan indiferente y casual, pensando que para ganarse su confianza debía mostrar una actitud más similar a la de él, que el gemelo volteó a mirarla con los ojos carentes de vida de una máquina, y la chica de cabello áureo pensó que era señal de que se había interesado; pero, para su gran decepción, el gemelo le contestó con una negativa. ¿Por qué no? Preguntó Hínta, todavía calmada, Si crees que intentando caerme bien vas a hacer que me sienta mejor, te equivocas, es evidente lo que tú piensas, crees que en el fondo soy un incomprendido, desesperado por un poco de afecto humano y consuelo, y que por eso inventa tonterías como el sentirse de otra realidad. Hínta no perdió la compostura, Todos necesitamos algo de contacto humano, dijo sin intentar sonar muy sermoneante, En la vida es necesario convivir con los demás, creo que fue valiente de tu parte el aceptar unirte a nuestro jínnliù, y lamento que los demás tal vez no lo sepan ver. ¿Por qué tienes tanto interés en que me acople con ellos, si al parecer a todos los demás, como mínimo, nos ven a mi hermano y a mí como entes extraños? Preguntó Yáke, con una discreta entonación de curiosidad, Porque somos un jínnliù, contestó Hínta, como si aquella palabra sirviera para justificar todo, Es el círculo más importante, solamente superado por el de la familia, y si no queremos que se extinga, debemos tomárnoslo más en serio. Hínta se sentirá como una tonta rato después por haber dado aquella razón, pues tarde recordó que preservar el jínnliù no era en absoluto de interés para Yáke.
No hablaron el resto del camino hasta la salida, y al llegar ahí, Yáke se detuvo y dijo con la misma voz seria y susurrante: ¿Sabes? Al principio dudaba sobre todo esto, pero ahora puedo decirte que eres la que más me agrada de los demás jínnyi, ¿Eh? Exclamó Hínta, Puedo percibir en tu voz y actitud que, a pesar de todo lo que me has dicho, dudas de tus propias palabras, y por eso eres incapaz de expresarte con la misma voz tenaz de Séntsa a pesar de intentar defender tus valores, y eso es deseable; es necesario que haya gente que dude de lo que dice, que dude de sus propias convicciones e ideales, Oye… yo no dudo que… la voz de Hínta se tornó un poco nerviosa, Tal vez ahora no tanto, interrumpió Yáke, Pero no cabe duda de que una parte de ti se cuestiona que la idea de un jínnliù sea, como mínimo, honesta, y, a lo peor, coherente. Se detuvo y vio a su jínne, que parecía turbada por esas palabras, Y ahora, continuó un momento después, Como dictan las absurdas pero necesarias reglas de la reciprocidad, acepto invitarte a un té helado; acompáñame, cerca de aquí hay un local donde tales líquidos son vendidos.
***
Quedose Áte mirando incrédulo el enorme árbol de navidad que había aparecido cuando Sínke, apretando un botón de su extraño control, lo hizo brotar de aquel pequeño cubo como si fuera un artefacto mágico.
—¡Increíble! —había exclamado Yúska acercándose a él, y viose reflejada en una esfera roja —Como viva magia, milagro tecnológico del que los humildes como yo únicamente en fantasías visualizamos.
—He aquí el nuevo producto de la marca Grámt —dijo el gemelo orgulloso—, a buen deber sería considerar el de tan fácil y práctica manera la realidad ser vivida, aunque con ello nos libre de los fútiles placeres…
—¿Ya vas a comenzar, de nuevo, con esas exacerbantes comparaciones pseudo-filosóficas? —dijo Séntsa, quien había ido a la mansión de los gemelos a la espera de ayudar con la decoración, pero encontrose con la morada plenamente ornamentada.
—Por cierto, Sínke —dijo Kányu apresuradamente, para evitar la extraña discusión que habría tenido lugar—, ¿cómo has convencido a Yáke para que la fiesta en vuestra casa tuviera lugar?
—Yo también me lo pregunto —dijo Hínta—, puesto que la natividad parecele la festividad más absurda de todas, y por la que de seguro preferiría perderse vagando en el frío de la costa, donde en estas fechas nadie que no sea por oficio se atreve a acercarse, antes que pasar una incómoda velada entre tanta luz y parafernalia.
—Tal cuestión, estimada jínne, me he encontrado en la circunstancia de de los oídos de mi terco hermano ocultar.
A lo que dijo Áte, sentándose somnoliento sobre una silla rodeada de lucecillas de colores:
—Si tal evento permanece en misterio a la consciencia de Yáke, ¿en verdad crees que, al haber arribado a su mansión, y la encontrare de luz y felicidad salida de la nada llena, su parecer de repente se muestre cooperador y entusiasta, o de ese modo no harías más que favorecerle una inminente partida hacía lugares tan alejados del propósito que todos en estas fechas se proponen, como el que nuestra estimada jínne propuso hace un momento?
—Fuere ese el desgarrador destino que a nuestra primera saturnalia aqueje, de vuestro apoyo me veré en la necesidad de pediros para cuando llegare en menos de una hora.
—Por cierto —interrumpió Yúska—, siendo que apenas acabamos de llegar, y que su presencia en la morada de nula aparición ha sido, había supuesto que simplemente en su habitación se había custodiado; mas ahora dices que se haya en algún lugar del exterior y que su arribo es inminente, ¿a dónde, pues, ha sido enviado, si es que su ausencia no ha sido precisamente consecuencia de su voluntad?
—Esa cuestión, estimados, de gran importancia nos ha de suponer, pues en efecto, no ha sido por propio ejercicio de su libre albedrío el en nuestra casa ahora no encontrarse, y es en parte debido a eso que os he llamado tan rápido como él hubo puesto un pie fuera de la casa, porque ahora os digo que ha ido a recibir a la estación de autobús a una persona muy especial: nuestra muy querida tía Kísa, a quien no vemos desde nuestros lejanos xxx años, y supongo que la sorpresa y regocijo que toda tía posee al encontrarse con el sobrino tan cambiado y crecido algo de su tiempo le robará.
—¡Válgame! —dijo Séntsa— Será, pues, la primera vez que a siquiera un familiar suyo nos hagamos conocer.
—Es por eso que, para mi malévolo plan llevar a cabo, debo pediros que, en el momento de que pongan un pie dentro de la casa, no escatimen en su actividad social de congeniante comunicación para que, de ese modo, cuando viere el rostro contento y ansioso de nuestra tía conviviendo con nuestros jínnyi, se le creará un profundo sentimiento de culpa que lo mantendrá atado como una cadena de hierro dentro de los confines de la mansión.
—Qué alguien a Áte de un porrazo en la nuca despierte —dijo Séntsa, viéndolo perdido en vacíos pensamientos en la silla.
—Te he oído ya, bruja cascarrabias. Debo hacerles entender que, en este asunto de las festividades de convivencia familiar, de parte de ese gemelo me siento.
—Eso tienes necesidad de sentir —continuó Yúska, levantando el dedo índice— porque en navidad es cuando tu hermana Kuésta, llegada de alguna importante investigación de algún lado de china, cuyo nombre carezco de la habilidad de pronunciar, de la atención de tus padres te priva y la monopoliza para ella misma. Pero no tienes que preocuparte —aproximóse a él y con suavidad abrazólo por la cabeza—, aquí nosotros gustosamente te guardamos en nuestras almas hogar.
Iba el apenado chico a responder cuando oyéronse pisadas en el jardín, y asomándose por la ventana atestiguaron al frío gemelo caminando junto a una mujer sonriente como una niña, y cabello largo de ébano con ropa de color verde y rojo, con el estilo suave de bordados curvilíneos con el que visten las mujeres del sur de Danzílmar.
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Mucho tiempo dejé a este chico apartado de mis continuas observaciones, a causa de la poca significancia que representaba para mis entonces no muy claros propósitos como testigo de esa realidad. Sin embargo, en futuros viajes que hice cuando visité la realidad de Émbora, logré ver al mismo ser en otras circunstancias y momentos de mucha mayor relevancia, por lo que tuve la curiosidad de saber un poco más de él en este mundo, a causa de lo diferente que era en comparación.
Desde el primer día en que se encontró con ella por accidente, Zúruk no podía estar cerca de Hínta sin que la voz le traicionara, la espalda se le calentara, y el corazón se le detuviera. Al bajar rápidamente la escalera de caracol, la chica no vio, a causa de la curva, que el chico de aspecto infantil venía corriendo en la dirección opuesta; sus cuerpos estuvieron a punto de sentirse colisionar. Zúruk de inmediato pidió exageradas disculpas, y cuando Hínta observó la vergüenza en sus ojos y respondió también disculpándose por un accidente que nunca había ocurrido, su percepción la hizo ver hermosa como a ninguna otra chica que hubiera visto en su vida, y quedó aún más fascinado por el color de oro de su cabello y el rubor natural de sus mejillas, así como de sus profundos ojos azules. Perdió el habla, titubeó, apartó los ojos hacia el barandal blanco que rodeaba el segundo piso, su dedo índice dibujo líneas en el aire, le dio un último saludo de cabeza tan inclinado que estuvo a punto de estrellarse contra los escalones que tenía por delante, y continuó su camino ascendente, cabizbajo, y muriéndose de la más insoportable vergüenza.
***
Esperó Yáke bastante rato, pero parecía que el autobús había tenido un retraso. Hace años que no vemos a la tía Kísa, ¿qué se supone que va a hacer una semana viviendo en nuestra casa? Entró un autobús a la estación; mas no era el que esperaba. Sí, recuerdo la última vez que la vimos, cuando nuestros padres tuvieron que irse al extranjero; la recompensa es siempre más trabajo y por eso aún hoy no están. ¿Cuántos tratos ya habrán cerrado? Un enorme grupo de gente entró en la terminal, obligándolo a moverse. Y ahora viene ella en su lugar. Debieron pensar que, en tal época del año, algo de sangre, aunque sea adoptiva, sería lo adecuado. Un nuevo autobús se detuvo en la estación, y de él la gente comenzó a salir. Reconoció rápidamente a la tía Kísa, no demasiado cambiada de sus recuerdos de infancia. Saludándolo afectuosamente a lo lejos, ella se acercó a paso lento. Lo apruebe o no, es mi semejante.
—¡Yáke, mírate qué grande estás! —exclamó dándole un abrazo apapachador.
—Hola, tía.
—No te veía desde que tus padres te enviaron con el señor Fúntuo, ¿cómo fue su vida con él? No los trató muy duro, ¿verdad?
—Estábamos mejor entonces que ahora.
El rostro de la tía Kísa se tornó más serio, incluso algo triste, al ver de nuevo el semblante tan imperturbable de su sobrino.
—Oye, Yáke, es probable que tus padres vengan también esta navidad, me avisaron que podría ser.
—Me lo suponía —contestó apresurado. ¿No es ese dulce rostro acaso tan dibujado como el mío?—, déjame ayudarte con eso.
Tomó su maleta, y se fueron de aquel lugar antes de que el siguiente grupo de gente llegara. Supongo que dada nuestra situación, estaremos necesitados de que nos recuerden que aún somos recordados.
***
Hínta se quedó petrificada al escuchar las palabras de Zúruk, que mostró una actitud valiente y segura pese a su notorio tartamudeo y la dificultad con la que se atrevió a mirarla a los ojos. El chico podía escuchar sus propios latidos mientras apretaba el puño con fuerza, y rezaba a todos los dioses para que sus ruegos fueran escuchados. “¿Quieres salir conmigo?” Fue lo que había preguntado; calló y esperó, con los órganos entumecidos, la respuesta de la chica.
Hínta iba a pronunciar un titubeo, aturdida y casi sin aire; pero Zúruk la detuvo, impulsado por un temor agobiante, queriendo postergar lo que consideraba un inminente rechazo.
—Espera… no me lo digas —volteó la cabeza hacia la izquierda, para no hacer contacto visual con ella—, voy a estar esperando mañana en el puente rojo, a la hora del almuerzo. Si no quieres tener nada conmigo, yo entenderé que no vayas, y no te molestaré más.
Se fue de ahí, sintiendo un increíble peso en sus pies que le dificultaba caminar.
El día siguiente llegó, y el pobre Zúruk estuvo sintiendo una sensación de parálisis en su espalda y piernas; la cabeza nublada, llena de aire y silencio desde el primer momento de su despertar hasta que la alarma del descansó sonó. Entonces caminó fuera de su edificio, se dirigió hacia donde estaba el lago, avanzó hasta el centro del puente rojo y se apoyó sobre el barandal, mirando a las inocentes ranas que bajo su reflejo croaban y nadaban junto a los peces. Zúruk nunca se había imaginado lo eterno que el tiempo podía parecer cuando un chico enamorado esperaba la tormentosa respuesta, cuando mantiene esperanzas de que sus sentimientos serán correspondidos; pero también el miedo al rechazo se clavaba como un cuchillo en su espalda, sintiendo un río de ardor hasta el coxis. Deseó nunca haber dicho nada al respecto, para al menos no alejarla más de él. A la tumba, sí; todo secreto y deseo está a salvo en la tumba, pero ya lo había desenterrado. Pensó ya muy tarde que, si la chica del cabello áureo no llegaba, si decidía que él no era lo bastante digno para ella, nunca más podría volver a mirarla a los ojos sin sentirse humillado y triste.
Escuchó pasos en el puente, dejó de respirar cuando vio con el rabillo del ojo a Hínta, de pie al comienzo del puente, volteó a mirarla completamente sorprendido, y por un momento sintió que la gravedad de la tierra había aumentado cientos de veces. Le quemó un ardiente calor en la nuca cuando vio que Hínta le sonreía con dulzura.
***
La llegada de la tía Kísa fue cálida y amena. Sínke la abrazó con alegría preguntándole por su viaje y su vida, para luego expresarle que preparaban una brillante fiesta de navidad. La tía Kísa se regocijaba por el calor que su sobrino le demostraba. Sínke le presentó luego a sus jínnyi, cosa que también le sorprendió, puesto que apenas había grupos de jínnliù en su juventud, y dijo que los pocos que había visto en general duraban muy poco tiempo. La instalaron en una de las habitaciones, y luego se ofreció amablemente a ayudar con la comida para la fiesta, pese a que le dijeron que debía descansar del largo viaje desde el otro lado de Danzílmar.
Mientras los gemelos, junto con Séntsa y Áte, fueron a comprar otras cosas necesarias e innecesarias para la fiesta, Yúska, Hínta y Kányu se quedaron preparando la comida junto a la tía Kísa, sorprendiéndose ésta por la gran habilidad con la que Kányu cortaba tan uniformemente las verduras y la firmeza de su pulso para revolver la salsa, así como la exactitud cronométrica que tenía para freír la carne de manera que ambos lados quedaran igual.
—Disculpa, tía Kísa —dijo Yúska, como si se tratara de un familiar de toda la vida—, ¿cómo eran los gemelos cuando eran pequeños?
—Yúska, no creo que eso les guste —dijo Hínta, pensando en lo que diría Séntsa.
—¿No me digas que no tienes curiosidad? Después de todo somos jínnyi; debemos saber lo más que podamos de ellos.
La tía Kísa sonrió ante la pregunta de aquella simpática chica, y sin dejar de desgranar las mazorcas de maíz, habló tranquilamente:
—Bueno… ya saben que fueron adoptados, ¿verdad? Pues aún recuerdo el día que mi hermana Kinábi llegó con ellos junto a mi cuñado Náo. Era una época en la que la compañía que manejaba con él estaba en una muy buena posición en el mercado de Danzílmar; pensaron que esa época de relativa estabilidad económica les ofrecía una vida tranquila para tener hijos. Pero tiempo después supimos que mi hermana era estéril, y aunque ambos quedaron muy dolidos por ese hecho, pronto decidieron adoptar. El día en que los vi por primera vez mi hermana los llevó a la casa de nuestro padre; estaba muy delicado por una enfermedad del hígado que lo mantuvo en cama durante sus últimos meses de vida. Bajó del auto una carriola, y al acercarme me sorprendí al ver a dos adorables gemelitos (¡Ay, debería haber traído fotos!); ambos estaban despiertos y me observaron con unos increíbles ojos anaranjados. No parecían de más de unos pocos días de nacidos, pero uno me miraba sonriendo como si mi rostro le pareciera algo gracioso, y el otro lo hacía como si fuera algo extraño…
***
—¿Estuviste tú también en aquella realidad en la que volvieron Yáke y Sínke bastante tarde el día previo al festival deportivo. Cuando, por órdenes del entrenador, el equipo para la competencia de carreras debía quedarse horas extras en el instituto para entrenar. Estaba oscureciendo, y cuando salieron de las duchas se fueron rápidamente de ahí caminando el largo trayecto hasta su casa, pasando por la avenida y varias callejuelas vacías de gente. Y hablaron:
“Ah, hermano, mañana a gran prueba nos hemos de enfrentar cuando, en frente de tantas personas que nos observarán desde sus cómodos asientos, bebiendo refrescos y comiendo perros calientes, nuestra gran grandeza física revelemos”.
“Lo que digas”.
“En sus diminutas mentes se cuestionarán nuestra pertenencia a lo que ellos conocen como realidad, ¿no crees?”
“Mejor no te luzcas tanto”.
“¿A qué se debe tal preocupación, hermano? ¿Temes al mundo revelar tus verdaderas capacidades?”
“Mientras menos se sepa de nosotros, mejor”.
Y Sínke guardó silencio durante un rato antes de decir:
“Debo hacerte consciente, hermano, de que una cierta chica sobre ti los ojos ha puesto con deseo, ¿Tal idea no emociona tu frío corazón?”
“Después de lo de la actividad del centro, sólo sé que no importa lo que sepa. Lo que antes era serio para mí, lo comienzo a ver tan trivial e insignificante como todo lo demás”.
“¿Ya sentiste eso?”, dijo Sínke sin aminorar la marcha.
“Sí”, dijo Yáke, con una áspera voz de alerta, “del otro lado de esa esquina. Usemos otro camino”.
“No, hermano”, lo detuvo de escaparse, “mejor sigamos; de algo de curiosidad mi espíritu se inunda”.
Caminaron hasta la esquina del callejón, donde dos figuras con máscaras rojas les salieron al paso blandiendo bates de beisbol. Yáke detuvo el golpe que iba a su cabeza con el pie, y el arma blanca salió volando de la mano de su atacante, cayendo con un fuerte ruido sobre un bote de basura, luego el enmascarado intentó darle un golpe en la cara; pero Yáke lo desvió con el brazo, deslizándolo, y con el dorso de su mano impactó en la garganta del enmascarado, causándole dolor, para después derribarlo con una patada en la cara. Al mismo tiempo, Sínke, al sentir el bate aproximarse, lo eludió retrocediendo unas cuantas veces, y luego le dio una patada suave en el estómago a su atacante, para luego golpearle repetidamente el esternón con los nudillos, y cuando el lastimado intentó sujetarlo, recibió una rodilla en el rostro.
Y entonces Yáke, que se había ocupado de su agresor en menos tiempo, miró a su hermano noquear al enmascarado, y dijo aburrido:
“Ya es la segunda vez”.
A lo que Sínke contestó:
“Al menos esta vez vienen armados, ¿no quieres quitarles las máscaras para preguntarles por qué nos atacan?”
“Déjalos; no me importa”, dijo Yáke mientras continuaba su camino. “Que lo hagan de nuevo si quieren”.
Y Sínke rio mirando por última vez a los dos desmayados y se alejó de ahí?
—No exactamente…
Un relato que atrapa, continuaré visitándote y leyendo. Un abrazo.
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