La realidad de Yáke y Sínke 5: Una visita

 



Séntsa asume su nuevo rol como presidenta del comité de moral. Los gemelos visitan la casa de Yúska por primera vez.


16

Desde aquel sábado en que los jínnyi se reunieron en la mansión de los gemelos por primera vez, Yúska y Hínta habían mantenido costumbre de ir los sábados para aprender pintura y danza respectivamente. Éste fue un acuerdo secreto; nadie hablaba de ello fuera de la mansión, simplemente las dos jínne iban con los gemelos y las actividades artísticas se desarrollaban recelosamente dentro de las estancias. Entre ellas charlaban con normalidad mientras se dirigían hacia esa actividad semanal. La reja de la entrada se abría ante ellas, las puertas de la casa permanecían sin llave para que pudieran entrar. Eran recibidas a veces por el pato y la tortuga, deteniéndose a veces a acariciarlos. Luego, subían las escaleras hasta la gran ventana y bifurcaban sus caminos hacia las habitaciones de los respectivos hermanos. Una vez adentro, a veces los encontraban tocando el piano, el violín o algún otro instrumento, en cuyo caso los dejaban terminar. Yúska se acostaba campantemente en la cama como si fuera suya, y para molestarlo se ponía a buscar cosas debajo del colchón sólo para molestar a Yáke en caso de encontrar algo interesante que le avergonzara, pero nunca encontró nada. Algunas veces, cuando Yáke salía de la habitación por algún motivo, aprovechaba para revisar sus cajones y el armario, buscando para ver si encontraba alguna revista pornográfica sólo para divertirse con su expresión si se la mostraba; en alguna ocasión ella misma plantó dicha revista entre sus libros, y al volver el gemelo hacía como que la encontraba de casualidad y lo confrontaba con picardía. Con Hínta era todo lo contrario: ella se sentaba pacientemente a esperar, al principio apenada, pero conforme pasaban las semanas comenzó a acostumbrarse a tal rutina, y la inquietud del principio pronto cedió lugar a la comodidad. Entonces se animó a pasearse por el cuarto, viendo sus libros y jugando con el piano, se acostaba en la cama y disfrutaba con el viento salado que llegaba desde el mar, se quedaba platicando con Sínke durante horas, cada vez más y más próximos.
Al terminar, los cuatro jínnyi volvían a actuar como si nada, encerrando dentro de sus subconscientes las sensaciones vividas con gran confusión, pero con el deseo de repetirlas la semana siguiente.

***

Ahora estás en tu momento, Séntsa.
Estás a punto de tomar el cargo como presidenta del departamento de moral ahora que han terminado las vacaciones de diciembre, en un evento al cual todos los alumnos tienen que asistir al auditorio. La presidenta Áltra se planta ante ellos como una sacerdotisa para presentarte a ti, la nueva encargada de reprimir sus libertades. Tu fiel compañero Yíban está a tu lado, con el porte de un general acompañando a un superior, y sonríe con la misma seguridad de los que se enorgullecen con el uniforme de la virtud. El público te recibe desconfiado y tu mirada es cortante. Inquietos, te escuchan hablar a través del frío sonido del micrófono:
—Éstas son algunas de las nuevas implementaciones que se han de cumplir de ahora en adelante: será obligatorio un uniforme escolar, que representará al instituto Ítuyu mientras estén dentro de las instalaciones de la escuela y fuera de ella.
El proyector muestra las imágenes en la pantalla de los uniformes escolares de los chicos y las chicas, los cuales consisten en camisas y blusas blancas con botones azul cielo, pantalones largos y faldas hasta la rodilla del café de la tierra, como una referencia al escudo de la bandera de su propio país. Las exclamaciones de asombro se mezclan con las de enojo e indignación. Gritan que son más como trajes de prisión que vestimentas de orgullo para su escuela y nación. Pero continúas sin hacerles caso:
—Los artículos personales estarán prohibidos también; antes de clases habrá una revisión de mochilas para asegurarnos de que no traigan nada que pueda afectar los estudios, pues se viene a la escuela a aprender, no a jugar.
Todas aquellas limitantes son pequeñeces para los jóvenes tomando en cuenta lo que vas a decir ahora, tras una pausa para acumular severidad:
—Desde ahora las relaciones sentimentales entre estudiantes estarán completamente prohibidas, y si alguna de las patrullas los encuentra en situaciones inmorales, la penalización será desde días de suspensión hasta la expulsión definitiva, según la gravedad de la acción.
Anuncias, además, que un estudiante que tenga el uniforme aunque sea un poco desarreglado, o si una chica decide arremangarse un poco la falda, podría ser llevado a detención y suspendido por el resto del día. Algo tan tonto como tener en la boca una goma de mascar, no ir bien peinados o llevar un celular hacían a uno merecedor del mismo castigo. Muchas otras cosas que no valen la pena detallar son anunciadas por ti, pero todas ocasionan una disconformidad general que te hace ganarte miradas furiosas.
No es necesario describir el escándalo que ocurre en estos momentos por toda el área de la preparatoria.
Luego, comienzas a formar varios grupos asignados para andar vigilando cada lugar de la escuela a todas horas, para ello obteniendo un permiso para faltar a clases que luego tendrán que reponer. Asignas a un grupo para revisar diligentemente las mochilas y confiscar todo aquello cuyo propósito no tenga nada que ver con la finalidad de este recinto del saber.
Ante el repentino golpe de poder que has conseguido, apenas y te queda tiempo para convivir con tus jínnyi durante el descanso. Durante mucho tiempo, aquella reunión de jóvenes bajo esas palmeras junto al lago se ve privada de uno de sus elementos más célebres. El único contacto que tienen contigo durante este periodo es una emisaria que pasa a vigilarlos cada cierto tiempo para reportarte lo que hacen, y en general siempre es lo mismo: tus jínnyi sentados bajo la palmera, vistiendo sus nuevos uniformes, hablando de todo y de nada.

***

—¡Vengan a mi casa un día de estos! —propuso Yúska pocos días después del Qwáo-ǧüm— Como nosotros ya conocimos su casa, es justo que ustedes también conozcan las nuestras.
Ese día era libre a causa de la festividad que conmemoraba una pequeña batalla que los danzilmareses habían tenido en el pasado contra los japoneses, en la cual habían salido victoriosos los primeros. En aquella versión de Danzílmar, los danzilmareses parecían tener una especie de falta de autoestima tal que les era necesario tener un día festivo por cada batalla victoriosa que hubieran tenido, bajo la excusa del orgullo nacional.
La casa de Yúska se encontraba en una colonia de clase media-baja bastante alejada del instituto. Ésta estaba conformada por zonas residenciales con manzanas en las que había de cuatro a seis casas, todas ellas rodeadas de cercas de madera o concreto, y los espacios entre ellas conformaban pequeños caminos muy tranquilos para caminar. Después de serpentear un rato por esas callejuelas, los jínnyi llegaron a una modesta casa que se veía exactamente igual a las circundantes; no tenía nada de especial salvo por un enorme perro de ojos negros y mirada perdida, tan grande que, como si fuera un caballo, en su espalda hubiera podido llevar a un niño, pero su actitud era mansa, torpe y hasta algo somnolienta. Miró a los chicos del otro lado de la cerca como dándoles la bienvenida, puesto que ya conocía a cuatro de ellos. Lanzó entonces una serie de toscos ladridos, y casi de inmediato Yúska apareció por la rústica puerta con mosquitero. Alegremente, como siempre, fue a abrirles la reja y les dio la bienvenida. Tras ella salió un hombre de hombros anchos y vello cubriéndole los fuertes brazos, que les sonrió con la misma jovialidad y la misma expresión de picardía que la chica, y en el momento en que divisó a los gemelos lanzó la misma risa que era característica de la Yúska que todos conocían.
—¡Qué divertido, nunca había visto gemelos en persona! —exclamó sin dejar de mostrar los dientes, mientras su hija lo abrazaba con energía— Mucho gusto en conocerlos.

***

—Entonces ¿cómo es el padre de Yúska? —preguntó Yáke.
—Digamos que cuando lo veas no te quedará duda de que es su padre —contestó Kányu.
—A propósito, he sido informado de que cuando era pequeña su madre los abandonó, ¿es eso verdad?
El grupo se detuvo por un momento con bastante incomodidad en sus miradas, excepto Sínke, quien los observó con sospecha.
—¿Ocurre algo malo? —preguntó.
—No mencionen nunca a su madre —dijo Hínta preocupada, casi gritando—, se pone muy mal cuando alguien lo hace…
—¿Por qué? —interrumpió Yáke— Ella misma me lo contó todo hace tiempo, y no estaba perturbada por nada.
—Imposible —dijo Séntsa—, incluso a nosotros tardó tiempo en contarnos, y aun cuando lo hizo, luego no pudo evitar llorar. Si no se puso así cuando te lo dijo, seguro se puso a llorar después.

***
La casa de Yúska, a pesar de no ser muy espaciosa, estaba llena cientos de adornos, muebles y baratijas de cristal, porcelana, plástico y metal, que poblaban la casa sin más propósito que el de acumular polvo y robar espacio. Esos adornos y muebles, explicó Yúska, habían sido parte de la herencia que les había dejado su abuela antes de morir, y por eso les tenían un especial aprecio. Algunas de las fotografías que se alzaban sin orden en los diversos muebles evidenciaban que el señor Sínt había sido obeso durante los primeros años de vida de Yúska, y su proceso de adelgazamiento había quedado parcialmente registrado en las imágenes.
Como habían sido invitados a almorzar, se sentaron alrededor de la mesa del comedor, el único lugar lo suficientemente despoblado como para poder estirarse libremente. El padre de Yúska había preparado un platillo draóhi, el cual consistía en una mezcla de sopa de lentejas con elotes desgranados, carne de pollo y una salsa especial de ese platillo, que le daba un sabor agridulce característico.
—Le salió muy bien, señor Sínt —dijo Kányu al probar la comida.
—Vamos, vamos Kányu, ¿cuántas veces te he dicho que no me llames señor? Llámenme por mi nombre —le reprochó amistosamente—, aquí estamos todos como una familia.
—Pues… como quieras, Ábant…
La comida fue grata en compañía de ese hombre tan simpático y alegre. Trataba a los chicos casi como si fueran sus propios hijos, y ellos tampoco se sentían incómodos con él. Ni siquiera el perezoso Áte tuvo que presionarse para hablarle de sus padres y de la cotidianidad de la vida, así como la festividad que se estaba llevando a cabo en el país.
Los gemelos se sirvieron una porción insignificante de comida. Comían despacio, saboreándola con una expresión de extrañeza y asombro; parecía que nunca en sus vidas hubieran probado dicho plato, a pesar de ser un platillo tan típico de Danzílmar como lo sería la pasta para los italianos o el sushi para los japoneses. Ábant se percató de su manera tan recelosa de acercar el tenedor a sus bocas como si se tratara de un platillo africano de insectos.
—¿Qué les pasa, gemelos? ¿No tienen apetito?
—Ellos casi no comen —contestó Áte en su lugar—, de hecho no se pueden morir de hambre.
Y por su reacción de asombro, que denostaba absoluta credulidad, a todos dio la impresión de que se lo había creído más que su propia hija.

***

Pregunta asombrado si es verdad. Me rio por dentro. La jovial chica ríe por fuera. Mi silencioso hermano se retrae ante esa mirada de curiosidad, te has arrepentido, ¿eh? Al carajo cómo estén los demás, yo sólo cambio de tema. Ha funcionado, todo parece estar olvidado. Anímate, hermano, habla un poco. ¿Qué? ¿Siempre sí va a ser? Bueno. Hablan uno y otros y mi hermano. Queda todo en silencio, odio que todo quede en silencio. Rio de nuevo, con buen humor. Así es, del conocimiento de nuestra naturaleza de otra realidad pertenecer apropiado es ser consciente, sobre todo si, en cercano o lejano futuro, mi hermano y vuestra hija unidos yacieren in cellula. La última parte queda en mis pensamientos. ¡Maldito silencio que lo invades todo y clavas miradas en mí! No me veas así, hermano, la realidad es absurda, no te sorprendas de que sucedan situaciones absurdas.

***

—Dinos, estimado Ábant, ¿a qué dedica su vida? —preguntó Sínke en un momento —¿A un hombre con su irreal humor, cándido y vivaracho, discrepando con una acoquinante presencia y tapete por cuerpo, qué peculiar menester en la vida le ha de deparar?
El hombre rio con satisfacción.
—En verdad hablas como los antiguos, tal y como Yúska me había dicho, eso me gusta. Pero bueno, trabajo en una prisión como carcelero, pero hoy me dieron el día, así que lo aprovecho para conocer a los nuevos jínnyi de mi hija.
Su inverosímil modo infantil de hablar, incluso más que el de Yúska, entretuvo a Sínke tanto como a su hermano le aburría, y cuando el ameno carcelero lo vio tan callado y frío, le dio una palmada amistosa en la espalda.
—¿Qué pasa, hijo? Aquí no hay por qué no estar a gusto, hombre.
—Él así es —dijo Yúska—, pero en cuanto salga un tema que le interese, hablará, puede que mucho.
—Es verdad, hermano —dijo Sínke mientras le daba un pequeño codazo al silencioso gemelo—, únete a la conversación con el padre de tu jínne.
—¡Ah! Ya sé cómo podríamos avivarte, muchacho, explícame qué es eso de que ustedes dos son de otra realidad o algo así.
Unos instantes de silencio azotaron el comedor, luego Sínke suspiró cínicamente, y encaró a Yáke.
—Vamos, hermano. Dile a nuestro nuevo amigo qué es eso de que somos de otra realidad.
—Yúska, no tenías que contarle eso —dijo Séntsa, avergonzada.
—¿Por qué no le habría de contar eso a mi propio padre? —preguntó Yúska— ¿Acaso ustedes no les han contado a sus padres que sus nuevos jínnyi son de otra realidad?
—¿Aún sigues con eso? —exclamó Áte— Yo aún digo que sólo quieren llamar la atención.
—De hecho no es así —interrumpió Yáke, alzando la voz—. Es tal y como Yúska le ha dicho —y pese a no sonar enojado, los jínnyi se sintieron intimidados.

***

A las tres de la tarde los jínnyi se fueron a sus casas, siendo despedidos por el mismo perro que les había dado la bienvenida.
—Tienes una mascota muy peculiar —observó Sínke—, casi como las nuestras.
—¿Quieren saber algo? —preguntó emocionada— Soy capaz de saber quién de mis jínnyi es el que viene a visitarme por sus ladridos.
—¿Es verdad eso? —preguntó Sínke.
—Así fue como nos arruinó una visita sorpresa cuando se rompió una pierna hace años —contestó Kányu.
Antes de que se fueran, Yúska recordó algo de repente y detuvo a Yáke.
—Espera, tengo que mostrarte una cosa en mi habitación —le dijo.
Alarmada, Séntsa la encaró como una madre sospechante.
—¿Qué se supone que quieres mostrarle? —preguntó.
—Eso es un secreto entre nosotros dos —contestó con un guiño, con la intención de molestarla.
Después de desembarazarse de ella, con decenas promesas de que sólo estaba bromeando, Yúska arrastró a Yáke de nuevo a su casa, emocionada. Séntsa intentó evitarlo, pero Kányu la tranquilizó recordándole que su padre todavía estaba adentro, por lo que no tendría de qué preocuparse, aunque incluso él lo dudó de todos modos.

17

El dormitorio de Yúska no estaba tan poblado de cosas como el resto de su casa, aunque sí bastante desorganizado. Una cosa que llamó la atención de Yáke fue la cama de pared empotrada a un nicho en el muro, la cual Yúska bajó a falta sillas en la habitación.
—Siéntete como en tu cuarto —dijo.
La realidad entonces comenzó a cambiar para los sentidos de Yáke. Ella ahora estaba extrañamente sonrojada.
—¿Para qué me trajiste? —preguntó.
La chica no alzó la vista, y con ternura contorneó su cuerpo como un acto reflejo.
—¿Puedes sentarte en la cama? —pidió con voz coqueta.
Los sentidos de Yáke fueron entumecidos contra su voluntad al decir ella eso, y, sintiéndose curioso por el cambio en la realidad a su alrededor, obedeció.
—¿Podrías cerrar los ojos? —pidió con una inflexión de timidez fingida, mientras hacía a sus pulgares juguetear entre sí.
Yáke observó y escuchó la acelerada respiración que salía de su boca, y como sus pechos subían al compás de su respiración mientras la realidad seguía modificándose. Cerró los ojos con fuerza. Las vibraciones en el aire de Yúska desabrochando poco a poco los botones que aprisionaban su feminidad llegaron directamente hasta su rostro, para después retirar por completo la prenda, y su olfato detectó el inconfundible aroma de las hormonas surgiendo desde adentro de su cuerpo, combinándose con un dulce sudor que le llegó al cerebro como un alcohol. A sus oídos llegaron los leves gemidos de una voz excitada y tímida de muerte al mismo tiempo que el sonido del cierre de su pantalón abriéndose, la sintió entonces agacharse para quitárselo completamente, y luego repitió el proceso con su ropa interior. Los latidos del corazón de la chica aporreaban sus tímpanos con fuerza; el olor tenía ahora toda la potencia de las hormonas húmedas del celo humano, y se sintió perder el sentido del equilibrio. La sintió aproximarse a él con suavidad, sintió su piel detenerse a escasos centímetros de su cuerpo. La sensación de sus miembros, labios y rostro llegaba a su piel con tal nitidez que era como si tuviera los ojos bien abiertos y estuviera contemplando su viva desnudez, salvo por la ausencia de color. Una mano se posó suavemente sobre su muslo. Sintió a la chica subirse a la cama sobre él, y la piel de los muslos desnudos a través de la tela de su pantalón. Una humedad mareante brotó de la boca de Yúska cuando posó la mano sobre su hombro.
—Ya puedes abrir los ojos —murmuró la chica con una voz tierna y amorosa, soltando su cálido aliento junto a la oreja de Yáke.
Escuchó la voz en el momento en que toda la existencia enmudecía de nuevo, desde el sonido de su corazón hasta el de su respiración: todo desapareció. Su propio cuerpo dejó de ocupar espacio, y en su mente dejó de transcurrir el tiempo.

***

Acomodándose con trabajo el cuello de su nuevo uniforme, Áte subió a la azotea del piso de los primeros años caminando con pereza la escalera de caracol hasta encontrarse de nuevo con la luz del sol al final. No había otros alumnos en aquel lugar a esa hora; todos se habían ido a sus casas hacía un rato. Se sentó en una de las bancas y se desabrochó algunos de sus botones para estar más cómodo, aprovechando que no había nadie del comité de moral de Séntsa que pudiera verlo. Se sorprendió un poco al oír pasos acercándosele por la puerta por la que había entrado, pero se calmó en cuanto vio a Kányu sonriendo con dos latas de refresco en las manos, el cual amablemente le entregó una.
—Esto del comité de moral es todo un lío, ¿no crees? —preguntó Áte mientras ambos bebían tranquilamente— Ayer las chicas de su comité atraparon a una pareja besándose en la escalera; los suspendieron por una semana.
—Séntsa está haciendo lo que considera mejor —contestó Kányu.
—A veces pienso que ese es el problema.
—¿Por qué?
—Sínke me dijo una vez que el problema es que la gente rara vez se cuestiona lo que cree.
—¿De nuevo estás hablando así? —dijo Kányu—, siempre eres apático con respecto a todo, ¿por qué de repente ese interés por analizar esas cosas?
—Sólo estoy aburrido.
—Siempre dices eso en estos casos, pero la verdad yo comienzo a dudarlo.
—¿No puedo sólo hablar de algo sin que nadie piense que sólo es porque sí?
—No te creo que sea sólo porque sí. Di la verdad, los gemelos te han puesto a pensar un poco, ¿o no?
Áte calló de nuevo, con la mirada decepcionada del que se encuentra ante un libro que nadie se anima a intentar leer.
—El Nóînye será interesante este año —dijo Kányu con algo de emoción—, ¿no hay alguna chica que te guste por casualidad?
Áte lo miró con desgana.
—Es un día tonto —contestó.
—Bueno, pero para los demás es una fecha importante para expresar los sentimientos que a nuestra edad no pueden ni deben ocultarse, de querer amar y sentirse amado por alguien. Soné como Sínke, ¿verdad?
—Me siento raro hablando de eso contigo.
Kányu rio por la nariz.
—Lo que pasa es que me voy a declarar a una chica —contestó acomodándose en el asiento.
Áte ladeó la cabeza hacia él; sus cejas nunca se habían alzado tanto.

***

Aquel lunes, Yúska fue a visitar a Hínta para que la ayudara con una tarea que no había entendido. Sentadas en la mesa estilo japonés que había en la sala principal, Hínta le ayudó con su duda acerca de los acontecimientos de la guerra sino-danzilmaresa, en la cual intentaron obligar al gobierno danzilmarés a ceder miles de kilómetros de la zona oriental de la isla al país del sol naciente a causa de la negación de los danzilmareses a ser sus aliados durante la segunda guerra mundial, y el temor por parte de los nipones de que sucumbieran a una inevitable asociación con los Estados Unidos. A pesar de lo interesante del tema que estudiaban, una cuestión invadió la mente de Hínta en ese momento, y el estudio de ese hecho histórico, en el que las vidas de tanta gente se habían perdido, salió de sus pensamientos y quedó relegado a un segundo plano ante el surgimiento de un problema de mayor interés práctico para sus vidas.
—Oye, ¿es verdad que el sábado tuviste una cita con Yáke? —preguntó con los ojos adormilados y la boca recta, temblándole un poco la voz.
Yúska levantó los ojos de su libreta, mordisqueando sus dientes el lápiz.
—¡Pero qué tonterías! —exclamó con una risa— ¿Qué te hace pensar esas cosas?
—Sínke me lo dijo. No quería decírtelo ayer, pero el sábado me hizo seguirlos mientras salían juntos. Los vimos en un puesto de comida y luego en el parque.
Yúska no se alteró por eso.
—Ya veo, así que por eso pensaron que teníamos una cita —rio con un poco de malicia—, pues no, sólo lo había invitado porque quería conocerlo mejor.
El viento hizo sonar el espantaespíritus que colgaba en el marco de la entrada, que llenó la sala con su metálico y agudo sonido, al que le siguió otro silencio solemne[1].
—¿Sabes? Es raro todo esto —dijo Hínta momentos después—. La manera en que los hicimos entrar en nuestro jinnliù, y esas extrañas confesiones de no sentirse en la realidad. ¿Estás segura de que, si hasta este punto sigues interesada… no será acaso porque Yáke te gusta?
Yúska se echó para atrás apoyándose sobre sus manos, observando el techo de madera de la estancia y al abanico girar hipnóticamente sobre ella.
—Sabes lo mucho que me gustan las cosas interesantes y fuera de lo común —contestó con calma—, ¿recuerdas cuando en el sexto año de primaria me obsesioné porque creí haber visto un gato con dos colas?
—Nos tuviste a todos buscándolo por todos lados durante todo el día.
—Pero al final resultó que me equivoqué; era al final un gato común y corriente, y dejó de ser interesante… lo quise sólo mientras era algo nuevo, misterioso, extraordinario. Y lo que dijo Yáke en el parque, por poco que pueda comprender, disparó mi curiosidad enormemente. ¿No sería genial que en verdad ambos hermanos no pertenecieran a este universo? Sé que eso es imposible, pero todavía no acabo de buscar por todos lados…
—Entonces, ¿es un sí, o es un no? —preguntó Hínta, confundida.

—De la curiosidad a la atracción hay un paso —contestó, cerrando los ojos y sonriendo—, por ahora es sólo un tal vez.


          


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[1] Según una antigua superstición, es de mala suerte hablar cuando suenan los espantaespíritus.

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