La realidad de Yáke y Sínke 7: Decisiones difíciles



Se llevan a cabo las elecciones para presidente del instituto Ítuyu.


20

El invierno poco a poco estaba llegando a su fin en Danzílmar. La promesa de una primavera brillante y regocijante se percibía conforme la temperatura comenzaba a subir. Los brotes de las flores de los árboles se mostraban dispuestos a exhibirse ante el mundo de nuevo. Sin embargo, el ambiente entre los estudiantes era tenso, ya que igualmente se acercaba la época de las campañas para las elecciones a la presidencia del consejo estudiantil. Dados los últimos acontecimientos desde el asunto del comité de moral de Séntsa, había constantes disputas y debates acerca de si era posible o no otorgar al que saliera ganador poderes sobre el departamento de moral.
Se formó un comité de deliberación conformado por los representantes de aula de cada grupo, entre los cuales se encontraba Hínta representando al aula 1-C. Séntsa estaba en compañía de cinco miembros de su comité, entre los que se encontraban Déla y un chico de nombre Yíban, quien había sido el más grande defensor de la causa de Séntsa desde que había escuchado la idea del comité de moral. Esa mañana templada, que dejaba pasar entre sus nubes densas una modesta cantidad de reconfortantes rayos del sol, se discutía el rumbo que iba a tomar la escuela a partir del siguiente periodo de elecciones.
—Antes de comenzar, ¿se puede saber dónde se encuentra la vicepresidenta Tárka? —preguntó un representante, pretendiendo una imagen de excesiva seriedad.
—Me temo que no nos puede acompañar debido a una enfermedad —contestó la Presidenta Áltra—. Pero por favor, no dejemos que eso arruine la reunión.
Todos tomaron asiento y la tertulia comenzó.
—Según los reportes de los representantes de cada salón —dijo la secretaria de la presidenta—, los jóvenes no están conformes con las medidas que ha llevado a cabo el departamento de moral en las últimas semanas.
La presidenta revisó los folios que le habían entregado.
—Saltémonos eso por ahora —dijo—, el asunto a tratar es qué cosas hay que cambiar antes de las elecciones a la presidencia.
—A eso es a lo que iba, Presidenta —tosió una vez—, una de las sugerencias más solicitadas, y que no podemos ignorar, ha sido el de otorgar más poder al ganador para ponerle un freno al departamento de Séntsa.
—Nuestro departamento no ha hecho nada malo —interrumpió Déla, a lado de una silenciosa y seria Séntsa—, las acciones y medidas que hemos implantado para el alumnado no son diferentes a las que hacen en otros países…
—Y no pueden decir que los resultados en general han sido negativos para los asuntos relacionados al estudio —continuó Yíban, quien observaba a la oposición con aire de superioridad, pero también con cierta desesperación. Sacó un ejemplar del periódico escolar sobre la mesa, brilló en sus ojos una mirada triunfal—, las estadísticas muestras que desde que el departamento de moral existe, la imagen del instituto ha mejorado en la opinión pública, el instituto Ítuyu fue elegido como uno de los más disciplinados del país, y todo eso en menos de dos meses…
—Ese reportaje es una tontería —interrumpió el representante del aula 2-D, con un tono irreverente—, el instituto Ítuyu era de los mejores académicamente mucho antes del departamento de moral, no hacen ninguna diferencia en las calificaciones de los estudiantes.
—Si nos dejaran implementar medidas más eficaces, estamos seguros de que en un futuro cercano el promedio general de la escuela aumentará —objetó Yíban con ferocidad.
—¿Cómo va a hacernos mejores estudiantes el tener que cortarnos el cabello?
—¿Cortarse el cabello? —preguntó la presidenta, tras un momento de silencio provocado por la sorpresa.
El representante miró a Séntsa y a Yíban como un cazador que ha herido de muerte a sus presas.
—¿No lo sabe, presidenta? Ahora Séntsa quiere implementar una longitud máxima de cabello para los hombres.
—Y también un único peinado para las mujeres —interrumpió abruptamente la representante del aula 1-A.
El triunfo ya no estaba en el rostro de Yíban, vio que sus colegas estaban tan preocupados como él.
—Tranquilos, por favor —interrumpió la secretaria—, volvamos al asunto principal.
—Antes quiero preguntar una cosa, queridos representantes —dijo la presidenta Áltra—, ¿por qué los jóvenes han sugerido otorgarle dicho poder al futuro presidente del departamento estudiantil? La constitución del instituto expresa claramente el no mezclar los asuntos relacionados al estudio con la privacidad y autonomía de los estudiantes.
Dégo, el encargado de las relaciones con el cuerpo estudiantil, se puso de pie y le entregó un folio a la presidenta.
—Esa es la encuesta que se llevó a cabo la semana pasada —dijo tras un suspiro—, más del setenta por ciento de los alumnos desean que usted sea reelegida este año.
Grandes exclamaciones sacudieron el recinto, por parte de ambos bandos, dominando la desaprobación.
—No podemos aceptar que un presidente sea reelegido —dijo Yíban, subiendo medio cuerpo sobre la mesa—, eso es algo que nunca se ha hecho en la historia del instituto Ítuyu.
—No es nuestra culpa —se defendió Dégo—, son los mismos estudiantes los que quieren reelegirla, y es ese mismo pensamiento el que les dio coraje para creer que pueden modificar la constitución del instituto.
—Vamos, no sean tan dramáticos —dijo la representante del aula 2-B—, ¿no se dan cuenta de que esto es algo bueno? Si la presidenta Áltra es reelegida, y la constitución cambiada, ella será la que tenga control sobre el departamento de Séntsa, ¿quién mejor que ella para frenar a esa loca anticuada…?
—Por favor, representantes —dijo la Presidenta Áltra, alzando una voz dulce pero autoritaria al mismo tiempo—, no traten así a Séntsa; ella ha hecho lo que ha considerado mejor para la escuela, y sólo por eso merece respeto.
—Lo siento, Presidenta —la joven agachó sumisa la cabeza.
—¿Entonces piensa volver a postularse? —preguntó el representante del aula 3-A.
—Eso lo decidiremos más adelante, por ahora centrémonos en el tema principal. Ustedes saben que yo he sido de la creencia de que los alumnos deben tener individualidad y una libertad para vivir su vida sin estar estas vinculadas a las presiones de los estudios, como lo manda la constitución; es por eso que desde el comienzo de mi mandato nunca quise interferir en lo que hicieran además de estudiar dentro de la escuela… pero si mis queridos jóvenes consideran que eso sería lo mejor para el instituto Ítuyu, entonces deberíamos escuchar su voz. Después de todo, si queremos dar la imagen de una escuela moderna, debemos estar todos abiertos al cambio.
Séntsa se levantó con rapidez.
—Presidenta Áltra —su voz se turbó—, no me diga que piensa tomarse eso en serio, ¿recuerda cuando me motivó para abrir este departamento? Me dijo que ambas cosas se mantendrían separadas, que usted se encargaría de lo académico y yo de la moral…
—Es verdad, Séntsa —contestó sin inmutarse—, te dije que ésa era mi idea. Sin embargo, ésta es una democracia donde los estudiantes eligen libremente lo que consideran que es mejor para la escuela. Me temo que, si el sentir de todos es cambiar la constitución, no puedo ignorarlos; sin embargo, debemos seguir el protocolo sin apresurarnos, es por eso que propongo que se lleve a cabo la próxima semana una votación general entre los estudiantes, para que ellos mismos decidan si quieren cambiar la tercera sección de la constitución, para que el departamento de moral continúe siendo autónomo del consejo estudiantil, o si, por el contrario, consideran que lo mejor es que el presidente mismo lo regule y controle.
Hínta se apresuró a pedir la palabra, había cierta valentía en sus ojos.
—¿Cree que sea correcto hacer la votación ahora, Presidenta? Quiero decir… a riesgo de precipitarme, estoy segura de que ya sabemos cuáles serán los resultados.
—Lo dices porque sabes que Séntsa va a perder si la hacen ahora —dijo la representante del aula 1-A, cruzándose de brazos.
—Silencio, por favor —dijo la Presidenta—. Hínta, si te parece que Séntsa ahora se encuentra en una gran desventaja, ¿qué es lo que sugieres?
—Propongo… que se le dé al departamento de moral una oportunidad para tener una mejor impresión entre los alumnos.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Séntsa, que nunca se había dirigido de una manera tan inquisitiva hacia su jínne.
Hínta tragó saliva. Yíban parecía saber lo que iba a decir, y la miraba con desapruebo de antemano.
—Tal vez si fueras menos severa, si revirtieras algunas cosas, los alumnos verían con mejores ojos tu departamento. Debo admitir, hay cosas que son en verdad innecesarias, pero el incumplirlas es castigado como si fueran delitos, pero creo que hablo por todos los representantes y los miembros del comité estudiantil, cuando digo que todos merecemos una oportunidad para mejorar nuestra imagen con los estudiantes, ¿o no?
La Presidenta sonrió complacida.
—Vaya, Séntsa, se ve que tienes una jínne muy buena que se preocupa por ti. Yo voto por que escuchemos a nuestra compañera Hínta. Le daremos a Séntsa dos semanas para ponerse en orden con los estudiantes antes de hacer la votación, quizás así puedan conservar la autonomía de su departamento.
Los demás miembros aceptaron la propuesta, aunque salieron de ahí con la convicción de que en realidad nada cambiaría en el departamento de Séntsa.

***

Ese día, al terminar las clases, Yáke le saldrá al paso a Séntsa cuando salga del edificio central, y le dirá que quiere hablar con ella. Caminarán hacia la salida lentamente. Séntsa creerá que tiene algo que ver con lo que había pasado un rato antes con el asunto de Íma Líb, pero Yáke dirá que eso no tiene nada que ver.
—Es sobre ese departamento de moral.
Séntsa lo mirará desdeñosa.
—¿Cuál es tu problema?
—No estoy en absoluto defendiendo a los de esta escuela, pero creo que deberías desistir con tu departamento de moral.
Séntsa no se sorprenderá por oír eso, le apartará la mirada y sonreirá con la convicción del que cree estar a punto de educar a alguien.
—¿Quieres acaso que no haya ley y orden en la escuela? ¿Quieres acaso que todos puedan hacer lo que quieran sin que haya consecuencias? Tú vives fuera de la realidad, jínn —le sonreirá con malicia—. La realidad es que la juventud se corrompe fácilmente, hemos tenido suerte de que todavía no afecte a la escuela, pero eventualmente una escuela sin este tipo de reglas no podrá funcionar…
—Ahórrate los hombres de paja —contestará Yáke—. Debe haber reglas, no lo niego, y encima de todo sí hay reglas en la escuela; pero a ti lo que te molesta es que este sistema secular no funciona acorde a tu visión de cómo debería ser la vida correcta en sociedad, eso es lo que cuestiono. Normalmente no me gusta meterme en los asuntos de la gente de este mundo, pero es ridículo que vayas por ahí respaldando tu ideología y tus acciones de manera autocrática.
—¿Autocrática?
—Piensas que reprimir los sentimientos y emociones bajo un escudo moral es la mejor manera para que no cometan actos de los que se arrepientan. Eso es lo que hace la religión. Les haces creer que lo que hacen está mal y luego les impones la solución… —hará énfasis en la palabra “solución”.
—Se ha comprobado que las escuelas disciplinadas son las que más destacan en el mundo…
—Pero no tiene que ser así. En lugar de obligarles a ser disciplinados, amenazándolos con castigos por acciones tontas, enséñales a ser racionales. Enséñales la razón, no a obedecer rituales. Y así tal vez algún día podamos deshacernos de todas las ideas morales del mundo.
—¿Quieres quitar la moral de la escuela entonces?
Yáke se quedará callado un momento, parecerá haberse arrepentido de haber dicho eso, pero luego meterá las manos en los bolsillos y respirará profundamente.
—Sí, al menos algunos tipos de moral deben desaparecer, y en su lugar debemos poner al pensamiento crítico y al análisis de las circunstancias.
—No puedes estar hablando en serio —dirá Séntsa, plantándose imponente frente a él—, si no paramos a los jóvenes, estos podrían acabar arruinándose, si se embarazan…
—Pues repárteles condones —dirá Yáke.
—¿Qué? ¡Eso les motivaría a tener relaciones!
—A parte de lo intelectualmente inútil que tal acto representa, ¿qué tendría de malo?
—¡Que podrían embarazarse!
—Pero para eso les das condones.
—Eso no basta.
—Promueve entonces más métodos anticonceptivos.
—¡Eso promovería la promiscuidad!
—¿Tiene eso algo de malo?
—¡Que eso es inmoral!
—¿Por qué?
—Porque por andar viciados en esas cosas van a descuidar los estudios.
—Enséñales entonces a que puedan hacer las dos cosas al mismo tiempo, sin que la primera les produzca una consecuencia negativa en su vida práctica.
—¿Qué? ¡Eso es imposible!
—Es por eso que esta realidad es absurda —contestará con ojos nostálgicos, la vista sobre un grupo de jóvenes que se alejan—. En lugar de fortalcerse para que los vicios se vuelvan inócuos, prefieren sólo demonizarlos y evitarlos. Pero no, Séntsa, así tu humanidad se estanca en su mediocridad. Debemos deshacernos de nuestras limitantes físicas y psicológicas antes de acostumbrarnos más a ellas y prohibir lo que ocasiona problemas. No hay ni bien ni mal, solo consecuencias. Si una acción ocasiona una consecuencia negativa, intenta que esa consecuencia no suceda: soluciona el problema, mata la consecuencia, no sólo prohíbas, rebélense contra sus realidades humanas en la medida de lo posible. No digo que se hagan inmunes a las balas; sólo a sus defectos emocionales. Pero si piensas que eso es imposible, si no tienes el valor para dar siquiera un minúsculo paso hacia ese cambio, o si simplemente no te importa porque prefieres conservar tus posturas tradicionales, no es eso para mí una mentalidad respetable. Pero claro, ¿qué importa lo que un ser de otro mundo como yo piense del tuyo?
Séntsa sentirá sus venas hervir al escucharlo hablar, pero mantendrá la compostura y volverá a adoptar su habitual decoro ético, sonriendo con severidad.
—Me alegra que no estés herido, chico suertudo.
Proseguirá su camino hacia afuera de la escuela.

21

—¿Qué sucede ahora con Yúska?
—En esta bifurcación, regresa a su casa rápidamente. Es el día de la confesión de Íma Líb. Su perro le sale al paso, como siempre lo hace al volver su dueña, pero ésta no lo acaricia, sino que pasa de largo y entra en la casa con la mirada baja y las cejas tristes. Su padre está trabajando y va a llegar hasta la noche; por lo que va a permanecer sola todo el día. En esos casos, ella suele llamar a sus jínnyi para planear alguna salida, pero en ese momento ni siquiera se acerca al teléfono, sino que se mete en su habitación, deja su mochila en la mesa donde está la jaula con el ratón blanco que le había regalado Yáke en su cumpleaños, y baja su cama de su nicho de la pared. Antes de acostarse sobre ella, centra su visión en su armario por unos momentos, y recuerda el día en que Yáke estuvo por primera vez en su habitación…

***

Mientras el gemelo permanecía con los ojos cerrados frente a ella, una sonrisa tierna se dibujó en el rostro de Yúska. Intentando hacer el menor ruido posible, se acercó a su armario y sacó de ahí un lienzo que tenía dibujada una enorme manzana. Era evidente que el cuadro era de una aficionada que carecía de buen pulso para manejar el pincel; el trazo de la circunferencia era nervioso durante las curvas y tosco en el tallo, todo dibujado con una concentración excesiva que mantenía los músculos de la mano tensos y desprovistos de habilidad para sujetar el pincel con suavidad, pero era lo mejor que ella había podido hacer.
Con una gran sonrisa que mostraba todos sus dientes, puso aquel cuadro en frente de los ojos cerrados de su jínn.
—Ya puedes mirar —dijo con una risa.
Yáke abrió sus ojos con rapidez. Observó respirando agitadamente, con un pequeño temblor en el cuerpo, y la boca ligeramente abierta el dibujo del orbe azul que irrumpió ante sus ojos. Su cabeza volteó para mirar sus alrededores, y comprobó que todo se sentía tan irreal como antes de cerrar los ojos.
—¿Qué opinas? —preguntó Yúska sin esconder los dientes tras los labios— Aunque no lo creas, hacer sólo esta manzana me tomó más de tres días.
El gemelo se frotó la cara.
—Bien, está bien —dijo apresuradamente—, ya tengo que irme.
Apartó el cuadro de su cara y se levantó con prisa.
—¿Eh? Espera, ¿eso es todo lo que tienes que decir? —lo detuvo Yúska de la manga— Quiero decir… dame algún consejo para mejorar, después de todo me estás enseñando…
Yáke la miró de nuevo con frialdad. Yúska vio la agitación de sus ojos, y sintió la necesidad de preguntarle si se sentía bien.
—No pasa nada —dijo Yáke anticipándose a su pregunta—, sólo necesito irme.
Yúska no pudo detener el rápido descenso del gemelo por las escaleras. Por instinto clamó con angustia el nombre de éste antes de desaparecer.

***

“Quizás el cuadro era tan malo que mejor decidió irse”.
La jínne está mirando ahora el movimiento de las hipnóticas aspas del ventilador del techo, y se está preguntando qué había estado sucediendo en aquel momento en la cabeza de Yáke.
Los subsecuentes días a aquel extraño incidente fueron como si nunca hubiera sucedido. Cada vez que Yúska intentaba tocar el tema, Yáke hablaba de otra cosa, y la conversación se desviaba hasta que finalmente dejó de intentar recordárselo. Por un tiempo, el asunto fue olvidado hasta que ocurrió la confesión de Íma Líb, y mientras lo recuerda se está acostando de lado. Está apretando fuertemente su almohada contra su cuerpo.
El cuadro con la manzana azul había sido encerrado desde aquel día dentro del armario, y permanecerá ahí durante mucho tiempo más, acumulando polvo.

***

Aproximadamente a las seis de la tarde, los gemelos se preguntaban por qué Yúska y Hínta no habían llegado. Sínke se asomó por el balcón de la habitación de su hermano con el pato sobre su cabeza, miró hacia la entrada, apoyó su mentón contra su puño y esperó mientras su hermano sonaba unas notas en el piano.
—Tal vez se dieron cuenta de que este asunto no valía la pena —dijo Yáke—, y quieren terminarlo ahora que termina el curso.
—Estuvieron viniendo sin falta y sin quejarse durante todos estos meses, no creo que de repente hayan decidido dejar de venir así como así.
—Es mejor de ese modo —continuó Yáke—, a decir verdad, durante todo ese tiempo sólo hacíamos algunos trazos básicos y algún que otro dibujo simple, aunque mayormente sólo se ponía a hablar trivialidades. Nunca logró hacer nada bien.
—Eso no era lo importante; pero para que lo sepas, Hínta sí ha mostrado mejoría.
Sínke sacó su celular y marcó el número de su alumna. Ésta acababa de terminar de ducharse después del entrenamiento con su hermana cuando escuchó la llamada.
—¿Qué ocurrió, Hínta? —habló casualemente, con tono despreocupado y bromista— Ya se te hizo tarde para la clase de baile, al menos hubiera avisado, soy una persona ocupada y por estarte esperando no puedo salir a perder el tiempo por ahí.
—¿Eh?… ¿clases de baile? —preguntó Hínta.
Sínke retuvo la respiración un momento.
—Buena broma, jínne —continuó tras reírse—, pero no me vas a engañar. Ya has estado viniendo por nueve meses a bailar conmigo, y no tienes nada de qué avergonzarte, te lo digo todo el tiempo.
—¿De qué estás hablando? Sólo bailé contigo esa primera vez que fuimos a su casa.
La sonrisa de Sínke comenzó a aplanarse, como si algo pesado la aplastara por debajo.
—Estás bromeando, ¿verdad? —preguntó. El nerviosismo de su voz fue muy evidente.
—¿No recuerdas que me propusiste ser tu compañera de baile, pero yo dije que no? —contestó Hínta.
Al gemelo le pareció sentir un frío en la espalda.
—Sí, es verdad. Perdón por interrumpirte —dijo antes de colgar.
—¿Qué ocurrió, hermano? —preguntó Yáke.
En vez de contestar, Sínke bajó al pato de su cabeza y se apresuró a marcarle a Yúska. Ésta contestó; en el fondo se podían escuchar los sonidos de la televisión a gran volumen.
—Qué pasó, Sínke, ¿qué cuentas?
—Yúska… ¿no vienes hoy con mi hermano para pintar? —preguntó intentando ocultar un creciente nerviosismo.
—Yo, ¿pintar? —contestó riendo— Sólo pinté una vez con tu hermano hace tiempo, cuando fuimos a su casa la primera vez, pero no, la pintura no es para mí… ¿qué ocurre?
Sínke cortó la llamada sin responder. Observó la reja de entrada desde el balcón, le pareció que su mente le estaba jugando algún truco cuando a sus oídos llegó el sonido de la reja abriéndose sin que ésta se moviera.
—¿Qué te sucede? —preguntó Yáke sin dejar de teclear.
Sínke mantenía el cinismo en su rostro. Se volteó hacia su hermano, pero no encontró las palabras adecuadas para expresar el sobrecogimiento que sintió.

***

—¿Qué estuvieron haciendo en casa de los gemelos el sábado, después de que nos fuimos? —preguntó Séntsa como una inquisidora.
Yúska le sonrió con culpa nerviosa; Hínta se protegió detrás del cuerpo de ella como el de una presa ante un predador.
—No tienes por qué preocuparte, abuela —la abanicó con las manos—, a mí Yáke sólo me enseñó su habitación, tocó algo de piano, y me mostró un poco como pintar… y a Hínta, Sínke le mostró un poco cómo bailar… ¿verdad?
La chica tímida asintió, y Séntsa, que sabía distinguir perfectamente cuando uno de sus jínnyi mentía, se calmó al ver que decían la verdad, pero siguió adoptando una postura de madre protectora.
—Bueno, pero recuerden: no es correcto que se queden a solas en una habitación cerrada con un hombre, aunque sean jínnyi.

22

Mientras Yáke observaba a ese pobre chico flacucho retener el llanto, cabizbajo y emitiendo suspiros desconsolados, recordó una pequeña metáfora que su maestro les había contado una vez.
“Imagínense una realidad en la que de repente todos los jóvenes ansían ser pintores famosos; todos ellos tienen el talento y la perseverancia para llevar a cabo sus sueños. Esto provoca que las escuelas de arte se llenen y los estudiantes compitan entre ellos para lograr ser los pintores más innovadores. Pero entonces todas las demás escuelas se quedan sin ningún estudiante; por lo que dentro de poco no habrá más doctores, científicos, o trabajadores profesionales tan importantes para el funcionamiento de la sociedad. Los gobiernos deciden entonces obligar a millones de jóvenes a estudiar a la fuerza esas otras carreras tan vitales para el mundo, y sólo a unos pocos se les permite continuar con su sueño de ser pintores”.
Al joven sollozante ese día le habían dado la noticia de que iba a ser dado de baja permanente en aquella escuela; había perdido todo el año a causa de no haber aprobado una sola materia en su última oportunidad, y sus pómulos esqueléticos se quería manifestar un llanto rabioso, maldiciendo en su interior a la escuela, pero sobre todo a sí mismo, pues todo el esfuerzo que había puesto estudiando no había rendido frutos, y vociferaba con voz ronca contra los estudiantes que habían estado en su misma situación y habían aprobado a pesar de haber estudiado aún menos. Sin embargo, era toda su culpa; su humildad le obligaba a tener que creer eso, que su éxito o fracaso eran exclusivamente su responsabilidad.
Días después, durante la fiesta de fin de curso, el teatro de la escuela daba su actuación rutinaria por parte del club de teatro, antes de pasar a las demás: El dios Áikan (representado como una alta figura humanoide gris) entregaba a un mortal (que era un chico vestido de café) un orbe metálico (una bola de papel envuelta en aluminio), y éste tenía que llevarlo hasta la cima de una montaña haciendo como si pesara una tonelada mientras soltaba frases motivacionales sobre el esfuerzo y la recompensa posterior. Cuando al fin llegaba a su destino, terminaba la obra con el mortal elevando el orbe gloriosamente hacia la concurrencia, rompiendo la cuarta pared, diciéndoles que era su turno de hacer lo mismo, y luego fue ascendido a las nubes (con cables) donde se supone que vivirá por toda la eternidad como siervo de los dioses. “Ahora, mortal, merecedor eres, de nosotros siervo ser”, dijo la profunda voz del dios antes de que el actor desapareciera por la parte de arriba y el telón se echara. El auditorio se llenó de aplausos, muchos sólo por educación.

***

Todo quedó en silencio cuando Sínke y Kúsat entraron en escena. El gemelo de mirada malévola, portando ropa como la de un profesor, apretaba contra su cuerpo varias partituras y de su cuello colgaba un diapasón. Tras él iba el risueño y robusto primo, con un uniforme de estudiante imitando al de un internado bastante famoso de la ciudad, que se había visto en un escándalo debido a la supuesta violencia con que se trataba a sus habitantes.
Kúsat (extremadamente contento): ¡Profesor, profesor! He venido dichoso a decirle que, después de tanto tiempo, una vocación he encontrado; una que a mi alma y cuerpo emociona como si cupido con su mortal flecha me hubiera herido, y a la que estoy dispuesto a dedicarle mi vida con toda mi pasión.
Sínke (mirándolo con escepticismo): ¡Oh, querido alumno!, a quien le he enseñado con tanta devoción. Hazme pues, conocedor de la emocionante meta a la que tu vida piensas dedicar.
Kúsat (alzando el brazo eufórico): ¡Quiero ser físico cuántico!
Risas reventaron el teatro a causa del gesto exagerado de Kúsat. Yáke observaba de pie desde la parte de atrás, con los brazos cruzados.
Sínke (levantándose aplaudiendo sarcásticamente, y dando vueltas lentamente alrededor de Kúsat): Bien, estimado alumno, he de felicitar tu valiente elección. Grande suerte te deseo en la odisea que te espera para un lugar en tan importante comunidad ganar. Sin embargo, hay un pequeño problemita.
Kúsat (desconcertado): ¿Y cuál es, profesor?
Sínke (lo hace caer violentamente al suelo de una fuerte barrida y le da de pisotones en la barriga): ¡Que todavía no apruebas mi materia, vago! ¡Es la tercera vez que la repruebas!
(Kúsat se queja de dolor)
Sínke (se agacha, lo jala de la camisa y lo mantiene sentado): ¿Cuándo te vas a dar cuenta de que a menos que apruebes mi materia, no vas a entrar en ninguna universidad del mundo? (le da fuertes bofetadas) ¡Aprueba mi materia de una vez!
Kúsat (adolorido): …Pero, profesor… yo quiero estudiar física… y lo que usted enseña es música…
Sínke (dándole un fuerte golpe en la barriga, y acercándole a la cara una partitura): Así es. Pero el sistema no se equivoca, querido alumno, ¿cómo esperas descifrar los insoldables misterios del mundo subatómico, cómo esperas comprender las maravillas de los elementos químicos, los átomos, los protones, la materia oscura, la teoría de cuerdas, si no puedes solfear esta clave de fa perfectamente, si no te sabes las trece armaduras y las tonalidades que indican, si no sabes la diferencia entre una apoyatura y una acciaccatura, si no diferencias a Wagner de Stravinsky, si no sabes lo que es una fuga o si no conoces la forma en que se crea una sonata, o si no sabes todos los instrumentos musicales más populares de la edad media y el renacimiento o en qué país y en qué año se compuso la primera ópera? ¡Imposible, inverosímil, absurda utopía irrealizable! (De un puñetazo deja inconsciente a Kúsat en el suelo. Se levanta con lentitud, temblando como si se fuera a caer; mira el cuerpo de Kúsat con una sonrisa enfermiza, acariciando el diapasón que le cuelga como una reliquia): Sí, nada vales, oh, estimado alumno, así no eres alguien. Un seis en mi curso es tu boleto de salida hacia tus sueños. Y hasta que no sea así me temo que nada eres, nada vales, no serás ni valdrás nada en la vida si al final del año en un papelito verde[1] no hay un numerito que diga: “aprobé la materia de Música”.
Durante la representación, fueron los golpes que Sínke daba tan fuertes y reales, que muchos temieron que le hubiera hecho un daño real a Kúsat. Por unos segundos nadie lanzó ni un suspiro hasta que el telón bajó, e incluso entonces, fueron pocos los que se atrevieron a aplaudir con fuerza.
Yáke no aplaudió.

23

“Clak”, sonó la puerta al abrirse. ¿Dónde está el interruptor?... Ah, aquí. Se iluminó la bodega llena de cajas. Entró Ále y tomó una.
—Vamos, tenemos que ponerlas todas antes de las ocho.
Los chicos que la acompañaban obedecieron la enérgica orden. Esto es un lío, estar cargando estas boletas toda la mañana nos va a hacer sudar a todos, además del hecho de organizar a todos para que no haya problemas. Ále tomó una de las cajas y se incorpora con ella.
—Llévenlas afuera, ahí Éla les dará indicaciones de dónde deben ir las urnas.
Luego los representantes del comité se quejarán de que no estamos presentables para recibir a los candidatos, ¿qué se creen que es? ¿Que vamos a elegir al presidente del país?
—Oye tú, aún puedo aguantar otra caja.
El flaco muchacho dudó con la mirada.
—¿Crees que no soy suficientemente fuerte?
Cedió intimidado. La chica castaña recibió otra caja. El peso extra la hizo flexionar las rodillas, avanzó a paso lento pero decidido. Sí es que es duro tener que dar el ejemplo, debería pedir otra caja, pero apenas puedo caminar. Ahora las escaleras, carajo.
—¿Necesita ayuda? —preguntó un chico grande y robusto, bajando con tres cajas sin dificultad.
—Claro que no, tú sigue moviéndote.
Es que no puede una mostrar debilidad. ¿Qué diría la Presidenta? Aunque la verdad preferiría que su mandato continúe. Agh, ¡cómo pesan estas boletas! Si las hicieran de papel, sería fácil. ¡Pero no!, tienen que ser de esa madera como tapas de libros de autores que ganaron el Nobel. ¿Es necesario tanto simbolismo para una simple votación? Y para colmo las cajas por sí mismas son de las gruesas…
A la salida del edificio, donde se encontraba Éla, se amontonaban las cajas con poco cuidado sobre el suelo. La madrugada cedía el paso a la mañana; las estrellas eran devoradas por la luz del sol, pero nadie tenía tiempo para darse cuenta de eso.
—Ese grupo de cajas llévenlas a la sección de la secundaria —ordenó Éla a un grupo de jóvenes que por un momento se habían puesto a descansar—, ¡no holgazaneen!
Por la puerta salió su amiga. Éla casi recibe con la cabeza las cajas que vacilaban en los brazos de Ále. Paf. Resbaló.
—¡Lo siento, Éla! —dijo Ále.
—¡Vuelvan a trabajar! —reclamó Éla a los curiosos que atestiguaron el desliz de la caja.

***

Todavía faltan decenas de cajas y ya estamos cansados. ¿No pueden tener los de la primaria y la secundaria sus propias boletas? ¿Por qué se las tenemos que cuidar nosotros y luego llevárselas? Bueno, es verdad que vinieron algunos de ellos a echar una mano, pero no, se supone que la carga recaiga sobre los de preparatoria. Luego vendrá esa zorra de la vicepresidenta a quejarse de que aceptamos recibir ayuda de los niñitos.
—¡Esas cajas son para la secundaria, idiota! No las lleves hacia el tercer año de la prepa.
¿Qué más da? Todas se ven igual. Todas tienen las opciones candidato 1, 2 y 3, se supone que cada uno escriba el nombre del candidato. Solamente son diferentes por esa tonta etiqueta que tienen pegadas las cajas diciendo a qué nivel y grado corresponden.
—Por cierto, Ále, ¿quién crees que va a ganar esta vez?
—Sin lugar a dudas la presidenta Áltra será reelegida. Todos la quieren.
—Pues sólo espero que se tome la molestia de hacer más fácil el proceso electoral, como, por ejemplo, usar boletas normales.
—Según me dijeron, estas boletas tan gruesas son más difíciles de perder y falsificar, pues esos casos se han dado en años anteriores.
Sí, claro. Recuerdo que algo así sucedió en la votación anterior. El rumor de que la vicepresidenta Tárka había usado boletas falsas para darse ventaja. Pero ahora son difíciles de reproducir y con un sello grabado a máquina. ¡Ah, mi espalda! Las chicas no deberíamos hacer estos trabajos pesados, mucho menos Ále y yo; nosotras somos figuras públicas de la escuela, controlamos los clubes y actividades de los alumnos, procuramos darles lo mejor promoviendo ideas y planificándolas, no estamos hechas para esto. Pero bueno, todo por la imagen, porque, después de todo, nadie tomará en serio a alguien con buenas ideas pero que no levanta el culo de una silla.
Daban las siete. Los ánimos se calentaban cada vez más con el sol que reclamaba terreno en la escuela. Fue Éla a supervisar las urnas a cada edificio.

***

El sonido de una escalera cayendo alarmó momentáneamente a todos en el área de los primeros años. El viento que traía consigo los arrullos del mar se deslizaba por las cabelleras de los estudiantes que luchaban para poder armar las enormes urnas de madera. No dejaban de moverse las pesadas tablas; batallando contra todo aquel que quisiera colocarlas en su lugar para atornillarlas. Se necesitaban más de diez chicos para controlar su caprichoso bamboleo, las caras se les embadurnaban de astillas. Los tornillos rodaban en cuanto alguna mano se les acercara con un destornillador; los destornilladores se escurrían de las manos en cuanto se sentían en presencia de un tornillo. Tenían además que ser armadas las urnas para cada edificio de aulas, incluyendo la primaria y la secundaria. Solamente contaban con treinta jóvenes voluntarios para armarlo todo, por lo que los alumnos que iban llegando casi inmediatamente se veían obligados a ayudar a controlar todo ese caos. Las pesadas boletas flotaban llevadas por el viento, indeseosas de ser utilizadas, haciendo que los alumnos tuvieran que correr tras ellas, perdiendo más el tiempo. Dégo había caído de la escalera en el momento en que, creyéndose finalmente en control de la terca tabla del techo, comenzó a atornillarla a su compañera que servía de pared. El violento movimiento de ésta al rebelarse lo golpeó en el pecho, en un acto reflejo intentó aferrarse a la escalera metálica con sus manos y pies, y se la llevó al suelo consigo.
—No te preocupes, amigo —dijo un compañero arrebatándole el desarmador—, yo lo hago por ti.
Y lo dejaron en el suelo sobándose la espalda y las costillas.
—Si te duele mucho, ve a ayudar en otro lado —dijo un robusto joven que, junto con los otros, pretendía restringir el movimiento de la tabla con sus grandes brazos.
Se alejó Dégo doliéndose. Sí, porque qué tal si me he roto alguna costilla; pero no importa mientras esa urna sea armada. Rodaron tornillos a sus pies. ¿Es necesario construir esas urnas si la madera se está negando de ese modo? ¿Que por imagen? Que se joda la imagen. Trabajo inútil que luego habrá que desarmar.
Se dirigió hacia donde estaba Áte, quien forcejeaba con las cuerdas de terciopelo negro que se le enredaban como suaves anacondas, intentando limpiarlas del polvo acumulado durante un año de abandono en las bodegas.
—¿Necesitas una mano? —preguntó Dégo.
—Necesito mil.
Porque las filas de los votantes deben estar contenidas entre esas cuerdas aterciopeladas, como si estuvieran a punto de entrar a un cine de lujo. El sonido de toda la urna desmoronándose les hizo cubrirse por instinto. Una pila de chicos yacía derrotada por las maderas que, conscientes de su victoria, ahora yacían inmóviles a unos metros de ellos. Mis manos de virtuoso corren peligro aquí.
—¿Vas a ayudarme o no?
Las cuerdas habían cesado el movimiento cuando Áte dejó de luchar, enredado como un pez un una red de terciopelo.
—Iré a ver si alguien más puede ayudarnos. Será inútil que seamos sólo tú y yo.
Caminó por la vía gris brillante que conducía hacia el edificio de los segundos años. Los árboles con sus ramas señalaban su camino mecidas por el viento, como recordándole siempre la dirección que debía seguir. ¿Qué se ganará realmente haciéndolo todo tan difícil? ¿El club de música mejorará? Ni siquiera la presidenta Áltra supervisaba los clubes, para eso están esas Ále y Éla. Mejores instrumentos para aquellos que no puedan tener el suyo, comprar un mejor equipo de sonido. Pero no, ¿cuál es el objetivo de una orquesta? ¡Pues tocar, carajo, tocar, a como dé lugar!
Íma venía caminando en dirección opuesta. Los árboles dejaron de señalar.
—Oye, iba al edificio de los segundos a pedir que nos vengan a ayudar un poco… ¿sabes si están progresando?
—Esté… —voz nerviosa, temerosa de decepcionar—, yo fui a ayudar pero todas las cosas se niegan a estar quietas… me enviaron a pedir ayuda a los chicos de nuestro edificio.
—¿Por qué no llamas a tu novio? Dicen que es extraordinariamente fuerte.
Sonrojo y sin palabras por un momento. ¿No puede estar esta chica cinco minutos sin apenarse por todo?
—Él dice que este sistema para votar es demasiado tonto, y por eso no quiere formar parte de él… aunque… tal vez su hermano lo convenza de venir de todas formas.

***

Con mirada tierna y temerosa la vieron todos regresar. El cielo ya se había tornado de verde, haciendo que la vegetación se tiñera de café rojizo.
—¿No trajiste a nadie? —preguntó una chica de largo cabello rosa, con ojos exasperados y voz regañona. Un gafete en su pecho decía: “Míe. Representante 1.C”.
Negó Íma tristemente; moviéronsele los azules cabellos con el viento de olor a azúcar.
—Encontré a una chica en el camino que me dijo que necesitan ayuda.
Al fondo, la tabla que de piso habría de servir luchaba por levitar con cinco chicos en ella montados.
—Esto es inútil —las coletas rosadas de Míe flotaban con el viento—, ve y dile a la presidenta que no podremos hacer nada hoy hasta que las cosas se calmen.
Antes de terminar de hablar, comenzaron a caer del cielo cúbicas gotas de agua, tan suaves que se posaron sobre las flores más delicadas sin que éstas se movieran, y caían en los ojos abiertos de los seres sin que estos sintieran la necesidad de parpadear.
Partió en camino hacia la oficina de la presidenta. Encontró jóvenes que venían de un lado al otro persiguiendo las cajas de las urnas, que parecían haberse aliado con el viento para evitar ser cautivas. “¿Qué va a pasar si no se puede hacer la votación hoy?”, pensó tocándose el tembloroso labio inferior con el dedo índice, “aunque sea probable que Áltra sea reelegida si se lleva a cabo, no hay manera de hacer que las cosas cooperen. ¿Qué haría Yáke si estuviera aquí ahora?... Se burlaría de nuestros intentos por llevar a cabo todo esto… quizás tiene razón, quizás no debamos obligar a las cosas… ¡No!”, sacudió la cabeza, “Áltra es una buena presidenta, se merece su reelección, yo debo ayudarla, voy a darle la noticia de las dificultades; pero también le propondré alguna solución… ¿qué será?”
Hínta le salió al paso por detrás. Su gafete también la señalaba como representante de su grupo.
—¿También vas a ver a la presidenta? —dijo Hínta— Tal vez haya que retrasar las votaciones. De las doce urnas que había que construir solamente hemos podido armar una, la del tercer año de secundaria, y eso porque tuvimos que usar a más de treinta chicos, incluyendo a Sínke.
—¿Crees que con él podamos lograrlo?
—Sínke será muy fuerte, pero sólo tiene dos manos. Asegura que Yáke no piensa venir por nada del mundo.
Dedo en el labio.
—Quizás… simplemente podríamos hacerlo todo en una urna… tal vez de un material simple que no sea tan violento.
No terminó de hablar cuando sonó el celular de Hínta. Apenas escuchó la voz de Kányu cuando agradeció y colgó.
—Me temo que no podré acompañarte —dijo deteniéndose—, ha surgido un asunto que tengo que ir a ver.
Su aspecto seguro de repente se volvió inquieto. Se exigió sonreír.
—Bueno… —dijo Íma.
Se fue y el sol poco a poco cambió su forma hasta ser oval. Dentro de poco serían las ocho y todo seguía siendo un desastre. Entró en el edificio principal de la escuela y subió las escaleras hasta el tercer piso. “Cuando todo esto termine quiero que él me abrace”, pensó mientras las comisuras de sus labios se arqueaban, como si ya se imaginara en ese escenario, “haré que vea que puedo lograr hacer algo importante, convenceré a la presidenta y a la vicepresidenta de que las votaciones pueden hacerse hoy”.
Llegó frente a la puerta, se plantó con seguridad y el semblante tiernamente severo. Tocó la puerta.

***

—Adelante.
Su suave boca pronunció rodeada ella de pilas de papeles. El viento silencioso le hacía llegar las voces de los antiguos presidentes que habían reinado antes que ella. Rumores atrapados en esas paredes.
Entraron unos cabellos verdes seguidos de una mirada imprudente.
—¿Qué hace, presidenta? —preguntó Tárka y entró— Hoy son las votaciones, debería estar ahí afuera con los estudiantes.
—Vamos, Tárka, aunque sea tiempo de elecciones todavía tengo cosas de las que ocuparme.
El reloj dio las ocho con el sonido de un águila, y todos los árboles de la escuela se desprendieron de la tierra para levitar a más de diez metros de altura hasta que entrara la tarde.
—¿Estás nerviosa, Tárka?
La peliverde se tensó.
—¿Por qué habría de estarlo?
—Sé lo mucho que te gustaría ganar estas elecciones, sería tu última oportunidad antes de graduarte.
—Yo digo que las elecciones deberían de hacerse al final de cada curso y no a mediados de febrembre; sólo digo, para que el periodo presidencial coincida con el comienzo y el final de las clases.
—Te prometo que si gano, haré algo al respecto —dijo mientras minúsculos remolinos de luces adornaban su figura—, de ese modo tendrás otra oportunidad en poco tiempo.
No pudiendo aguantar tanto brillo de bondad, Tárka salió de ahí avergonzada.

***

¡Ah! Miren todo esto. Todo está listo. Ummm, mi cabello se ve bien. Falta algo de maquillaje. Quizás incluso un poco de relleno en el sostén…
—Vicepresidenta, los estudiantes están ya listos para votar.
—Ya voy.
Cuando salga de este cuarto debo visualizar lo que sucederá. Será lo mejor. Los árboles adornando el cielo, el viento llenándonos de aromas de canela, pájaros en sus madrigueras y topos aferrados a las raíces de los árboles que flotan. Ese es el ambiente. Pero ahora las circunstancias. Los chicos lanzando semillas de la flor roja de la manzana a los candidatos en señal de respeto, aplaudiendo fuertemente, golpeándose las mejillas con las manos, y la mayoría de ellos van a votar por mí. Seré presidenta… Debo apurarme. ¡Ah!, el espejo ya se apagó; se puso naranja, como los ojos de esos gemelos… ¿vendrán ellos a votar? Bueno, ¿qué importan dos votos? Aunque últimamente los alumnos han estado haciendo lo que ellos hacen… tal vez debí tomarlos más en serio, hubieran sido una buena manera de llegar a más gente… no es momento de hablar de lo que pude o no haber hecho durante la campaña… aunque ese Sínke, tan acrobático… salta hacia las raíces de los árboles y se deja llevar por los tornados de agua del cielo… haciendo siempre lo que quiere. Vaya, tengo ideas extrañas ahora. Sal ahora mismo y saluda a todos…

***

Sudando estaban los chicos que habían estado cargando las cajas e instalando las urnas de plástico. No estaban ciertamente muy presentables; pero eso, más que una vergüenza para ellos, fue un símbolo de que el pueblo danzilmarés daba todo por cumplir con su deber, pese a terminar sucios o con las costillas rotas. Pasaron a votar uno por uno.


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[1] Nombre popular con el que se conoce a las boletas de calificaciones.  

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