Codex Buranus 22: Tempus Est Iocundum



Me siento florecer.



    Se abalanzan entre sí. Termina el tiempo de la vergüenza y comienza el tiempo de la alegría. Con voracidad se encuentran los labios, las manos, las pieles, los cabellos, hasta ser masas sin forma que ruedan por el suelo. Doncellas y mozos, que han elegido seguir esta ruta, gozan de ella sin pudor.

Y se llena todo de voces embriagadas. Y se sienten todos florecer. Todo por dentro se quema. Un nuevo ardor, una nueva forma de amar, no sentimental pero sí sensorial, los hace sentir al borde de la muerte.
Yamé y Wéishen han tomado a los ganadores y con fuerza les han hecho exploradores de sus mundos. Recorren todos las montañas, acantilados, ríos, océanos, desiertos y cielos que en cada creación es nueva y exuberante. Se abren las flores con violencia hacia el sol y el cielo, encarando con cinismo al viento que las sacude. Vuela el polen sin control por el aire; que el destino elija en qué flor habrán de caer.
Llueva en los océanos, en los desiertos, en los árticos, pero no en los campos fértiles, que sólo han de explorar y manipular, pero no crear.
Pero suben las voces, esta vez con más aire. Todo el peso de la juventud inunda los valles inexplorados; con las manos se aferran a los pastos y a las cortezas, con los labios degustan los jugos de los frutos al alcance de la mano. Quema todo viento a los viajeros. El amor a la nueva sensación ha surtido un efecto más ardiente que el de los licores. Mueren por explorar más valles, planicies y barrancos de esos nuevos mundos.
Yamé y Wéishen han pasado de ser los líderes a ser los liderados. Méyu y Bárum dejan a su nueva hambre despertar y se apoderan posesivos de las riendas de los nuevos mundos. Moldean montañas, crean páramos, soplan huracanes con el poder de sus cuerpos. Los mundos son atacados por violentos terremotos que sacuden los mares, los bosques, las estepas. No gozaron los dioses más al moldear ese mundo que todos los estudiantes al manipular y someter a la fuerza de su agarre a todos esos pequeños mundos. Por tantos años fue para ellos invierno, y en su paciencia habían de consolarse con que un día su primavera llegaría, y anhelaban imaginándose cómo sería poseer otro mundo, cómo el sol de esos cielos les calentarían la piel.
Éla cumple su cometido y no se contenta con un sólo mundo para explorar, sino dos, o a veces incluso tres, o cuatro. Tantos mundos nuevos la apabullan y siente el suyo temblando desde su núcleo.
Y las voces se vuelven caóticas. Aunque son jóvenes se sienten rejuvenecer. El amor por conocer es más fuerte que el amor por cualquier otra cosa en ese momento. Siguen buceando en los mares de ese nuevo amor.
Los mundos se sienten derretir cuando los viajeros juegan con sus valles inexplorados, moviendo de lugar a sus montañas y peñascos. Qué simple es todo con tan sólo un estímulo, qué sencilla felicidad hay en sentir los pasos de otro recorriendo tus selvas y nadando en tus mares. Qué dulce terremoto el que se produce cuando aprecian tus amaneceres y anocheceres, cuando intentan romper con fuerza tus continentes. Qué ardores tan profundos produce la fuerza del otro.
Óira y Dézen salen para unirse al resto de sus compañeros, pero son los únicos que se contentan con sólo explorarse entre sí, pues sus ardores no son sólo para un planeta sino para sus universos enteros.
Pero las voces se vuelven incomprensibles. Todos los cuerpos entran en el trance. Sólo la juventud puede regalar algunos calores, así como el primer aliento y el primer alimento proveen los primeros alivios de la vida, así el nuevo descubrimiento del amor carnal proporciona el inicio real hacia la vida, tras la cual habrían de morir.
Genáo y Níma han recorrido muchos mundos, pero la fuerza entre los suyos es más fuerte y se magnetizan entre sí de tanto en tanto, luego se separan, exploran más mundos, y vuelven a explorarse como si nunca lo hubieran hecho.
Yéyan también es uno de los más explorados, experimentando las viajeras las muchas virtudes de la fuerza de sus piernas.
Cada uno llama a su amante de turno. Las energías comienzan a descender. Pero aún así se buscaban con fuerza, clamando cada uno por alivio para sus ardores. Poco a poco los ritmos pierden fuerza, pero sin detener su marcha por ningún instante. Yamé llama a sus hermanas a adoptar la posición de los tiempos primitivos, la más vulnerable y cómoda para sus formas. Wéishen llamó a sus hermanos a adoptar la posición de sus ancestros, cuando no había más techo que el cielo y los árboles, la más posesiva y óptima para sus vigores. Quedan así todos enfilados, unos al lado de los otros.
Y todas las voces ahora remontan una lenta pero fuerte intensidad. Florecían todos ante la nostalgia genética de los tiempos primales de su especie. Las energías sufren un nuevo empuje antes de que los terremotos y los volcanes comiencen a estallar. Las creaciones quedan sumidas en lava, maremotos y huracanes que dejarán marcas permanentes hasta el fin de sus días. Todos los mundos se consumen por el fuego y el movimiento. Se sienten morir, pero sólo están brotando de nuevo.


           




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