Estaciones: Primavera II



El viajero observa a un extraño animal.




  Me llevó mi guía hasta los pies de un enorme grupo de montañas. Los vientos aún tenían algo del frío que bajaba de la cumbre; pero por dónde nos paseábamos, el aire lleno de tibios rayos del sol soplaba entre las nuevas plantas. Éstas iban al ras del suelo y me dio miedo pisarlas y matarlas, mas mi guía dijo:

“No temas al lugar donde pisas, pues aún recién nacidas están acostumbradas al maltrato de los demás animales y del clima.”
Los árboles se hacían cada vez más escasos entre más salíamos de la selva y entrábamos al páramo, pero mi guía divisó un grupo de animales cerca de un río. Protegidos en nuestra invisibilidad, nos acercamos y pude apreciarlos. Caminaban en dos apéndices como las aves, pero carecían de plumas, más parecían por su forma a aquel primate que la felina devoró, pero bastante más grandes, sin pelo más que en la cabeza y en ciertas partes del tronco. A diferencia de los demás animales que había visto hasta ahora, éste estaba parcialmente cubierto por lo que al principio evalué como una capa extra de pelaje, pero al acercarme más pude comprobar que de hecho no pertenecía a su anatomía natural, sino que parecía haber sido hecha de algún otro animal muerto. Además, había manipulado restos muertos de árboles y piedras a manera de utensilios cuya finalidad no me fue evidente en ese primer momento. Le pregunté a mi guía qué clase de animal era ése que se cubría con otros animales muertos y que jugaba todo lo que cayera en sus manos.
Mi guía contestó:
“Se cubren porque su piel desnuda es delicada, y ya que carecen de gran fuerza, así como de garras y colmillos fuertes, han aprendido a manipular todo lo que pueden para compensar sus debilidades. Mira esa rama a la que han atado una piedra puntiaguda, ése es el colmillo que la realidad les quitó. Mira cómo le dan vida al fuego y cuecen la carne; es así porque su capacidad de digestión es más limitada y requieren de facilitarle el trabajo al estómago.”
Por un tiempo nos quedamos junto a ellos y los vimos creando sus nidos hechos de pieles más grandes. Algunos iban hasta los árboles y les robaban sus frutos; otros usaban sus colmillos artificiales para matar algunos animales que se desplazaban por el agua, luego los quemaban en el fuego y los comían. Había algunas crías con las madres, que los alimentaban con los bultos de sus torsos. Comenté que esas crías parecían demasiado débiles e indefensas; no podían apenas moverse ni abrir los ojos, no las podían dejar solas por un momento y se enfermaban con gran facilidad. En el poco tiempo que estuvimos contemplándolos, atestigüé la muerte de al menos cinco de esas crías.
Dijo mi guía:
“La realidad les ha otorgado una mayor inteligencia y capacidad de inventiva, pero a cambio tendrán que esperar mucho tiempo para poder hacer uso de ella. Varias generaciones de aves, felinos y peces ya habrán pasado por toda su vida cuando éstos apenas comiencen a ser útiles en la suya. Mira ahí, una serpiente ha mordido a una cría que ya comienza a controlar las piernas. Morirá dentro de poco, pero no habrá tiempo de extrañarla; tendrán que sustituirla con otra lo más pronto posible esperando que sobreviva más tiempo. En verdad te digo que sólo un puñado de las crías que vemos ahora vivirán lo suficiente para reproducirse.”
Vi a las hembras con sus enormes vientres abultados ensambladas junto a las hembras más ancianas y con experiencia. En su estado de precaria movilidad se encargaban de vigilar el fuego y despellejar a los peces. El niño al que había mordido la serpiente fue llevado lejos de los nidos y abandonado para ser comido por otros animales, y es aquí que pude notar que, a diferencia de las demás criaturas, su lenguaje era más preciso y de sonidos más exactos. Mi guía me permitió entenderlos, y escuchamos cómo las hembras preñadas hablaban del niño muerto y cómo la madre debía haberse dado cuenta de la serpiente antes; al parecer, no era la primera cría que perdía: una había muerto al apenas nacer, otra murió poco después de una enfermedad, y a la tercera la había matado esa serpiente. ¿Qué utilidad tenía alguien que sólo produce crías para que se mueran?
Dijo mi guía:
“Cada cría muerta es en efecto un desperdicio de tiempo y de alimento. El parto de la hembra de esta especie está también entre los más peligrosos de todos los que hemos visto hasta ahora. En verdad te digo que una parte de esas futuras madres no sobrevivirá al alumbramiento, y algunas de las que sí lo consigan no producirán a una cría viva.”
Pero si bien esta especie tenía suficiente conciencia del mundo para saberse frágil y mortal, no podían darse el lujo de perder mucho el tiempo lamentándose por los que se iban. En pocos días ya parecían no recordar a la cría muerta.
La primavera avanzaba apacible, y ese grupo de primates por fortuna parecía disfrutar de un tiempo de pocas carencias. Siempre había algún muerto cada tanto, principalmente de alguna enfermedad u herida, pero seguía habiendo suficientes para mantener a la manada activa. Pregunté a mi guía qué pasará si no pudieren engendrar más crías de las que mueren todos los años, si llegare el punto en el que no hubiere suficientes jóvenes que hicieran la labor pesada para alimentar a los demás. Entendía por mi experiencia pasada que les esperaría la extinción, pero una parte de mí deseó que hubiera una pequeña esperanza de salvación.
Mi guía contestó:
“Yo he visto casos en los que los miembros de la manda se van para unirse a otra a la que le vaya mejor. Si lo logran, el ciclo se repite hasta que prosperan o vuelven a quedar al borde de la extinción. Si no, simplemente se extinguen.”
No pude evitar hacer comparaciones con todas las formas de vida que había visto, y fue evidente que, pese a parecer en principio una especie de conciencia más aguda, no dejaban de estar sometidos a las mismas presiones de la realidad que las aves, los felinos o los árboles. A lo que mi guía comentó, para mi alivio:
“Hay una esperanza aún. Recuerda sus colmillos y pieles creadas con elementos ajenos a su cuerpo, así como su uso del fuego. Por ahora son los animales que más han logrado manipular su entorno para fortalecerse, aunque de forma limitada. Puedo bien imaginarme que un día, de seguir así, no sería imposible que consiguieran manipular otros elementos del mundo para ser más fuertes, para viajar más lejos, o incluso para volar como las aves. Quién sabe, quizá incluso logren vivir en los océanos, más allá de las estrellas, o en otras realidades.”
Pero hasta que ese tiempo llegara, esta será la única realidad en la que pueden existir. Me hicieron recordar que incluso los míos en su tiempo estaban limitados a un mundo, y ahora heme aquí, libre y explorando otras a mi capricho. Me pregunté si un día entre ellos podría salir una criatura que también pudiera igualar mi libertad.

          



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