Un club



Mírt quiere unirse a un club prestigioso y cree cumplir con todos los requisitos, pero otra persona, a su modo, parece ser todavía más digna de ser admitida.



    Alrededor del club había una fortaleza impenetrable de muros que brillaban con el sol. El portento de su color dorado hacía que todos los que pasaran por la carretera no pudieran evitar echarle un profundo y rápido vistazo, pero era suficiente para que la imagen de la cúpula que constituía el techo, como el cofre de un tesoro, se quedara impregnada en sus ojos, haciéndolos preguntarse qué clase de gran destino deparará a los que tengan la fortuna de ser aceptados como miembros. Yo fui uno de los que se dejaron capturar por la curiosidad.

Tras algunas cuantas investigaciones me enteré de los propósitos y requisitos para entrar al club, y viendo que podría ser yo un buen candidato, saqué una cita, envié mi expediente y, tras unos días, me dirigí ahí contento, seguro de ser aceptado. Al entrar me mandaron a una sala de espera donde sólo había otra persona, un joven en sus treintas como yo; tenía la mirada impaciente, se paseaba de un lado al otro y de tanto en tanto volvía la cabeza hacia las pinturas europeas y nacionales que adornaban la sala y lanzaba suspiros de impaciencia. Sus ropas desentonaban con la elegancia que emanaba del club. Yo iba vestido con uno de mis mejores trajes, que era lo suficientemente elegante para que mi nivel académico y situación económica salieran a relucir por sí solas, pero lo suficientemente humilde para no mostrarme muy pretencioso. Aquel tipo parecía haberse puesto el primer juego de ropa más o menos limpio y elegante que había encontrado; su camisa arrugada, el chaleco viejo, un gorro con pequeñas hojas prendidas a él. Quizás estuvo caminando ayer en la tarde por las inmediaciones, ya que había llovido y se notaba que la tierra de sus zapatos empezaba a secarse como una costra. A parte de todo, el sujeto simplemente no tenía el semblante que un club como ése solicitaría; se veía apático en extremo, bostezaba ruidosamente y no dudaba en pasar insensiblemente el dedo por las pinturas como si quisiera ver si podía despintarlas. A su favor debo decir que, si ignoraba su comportamiento y la tosquedad de su vestimenta y rostro, era apuesto y de ojos carismáticos. A veces en verdad parecía mirar las pinturas con un pequeño interés, y en esos momentos no parecía diferente a cualquier otro caballero amante del arte, respetuoso del talento de los grandes maestros y con sensibilidad artística; bien me lo hubiera imaginado en una sala de conciertos o en un museo. Debía haber sin duda más virtudes en aquel sujeto, sin embargo, pese a lo virtuoso que pudiera llegar a ser en el fondo, por el momento no eran evidentes en él muchas de las características necesarias para ser aceptado por el club, aunque quién sabe, durante la entrevista podría resultar que me había equivocado y en realidad era un buen aspirante, quizás hasta mejor que yo mismo, y mis ropas de repente me parecieron de una formalidad exagerada.
Después de un rato, la secretaria entró y nos pidió que pasemos a la oficina del dueño del club. Debido a que sólo éramos dos, el dueño había decidido entrevistarnos a la vez. Cuando entramos, el dueño, un hombre en sus cincuentas cuyo rostro había conservado la jovialidad de la infancia intermedia, estaba sentado en una modesta silla justo delante de su escritorio.
—Bienvenidos, caballeros —dijo con una voz dulce y paternal—, por favor, tomen asiento, soy Támen Ferd, el propietario y director de este club.
Los sillones estaban acomodados en un ángulo tal que el dueño no tenía más que girar un poco la cabeza a la derecha o a la izquierda para poder mirarnos a la cara. Yo me senté en la silla de la derecha y recibí la sonrisa de bienvenida del dueño; el otro sujeto también se sentó y cruzó las piernas.
—Muy bien, señores, supongo que habrán leído el folleto con los requisitos para poder ingresar a nuestro club tan exclusivo, ¿no es así?
Inmediatamente saqué el folleto de mi bolsillo.
—Así es, señor Támen —me apresuré a decir, tal vez demasiado servil—, lo he leído detenidamente y estoy seguro de cumplir con todos los requisitos.
Permítanme hacer una pausa en mi historia para hablarles un poco acerca de los requerimientos del club. En el folleto que conseguí, el día que vine buscando información, se enlistaban los requisitos bajo el título de “Requisitos explícitos”, me desconcertó un poco leer la palabra “explícitos”, pero me imaginé que no era más que para dar un mayor énfasis, hasta cierto punto entendible para el nivel del club. El primero de los requisitos estaba en letras grandes y doradas, se lo presentaba no sólo como el más indispensable, sino que se insistía en que, si no se cumplía ese requisito, ni siquiera nos molestáramos en revisar si cumplíamos los demás. Decía:
Sólo podrán ser miembros del club los ciudadanos honestos, respetuosos de la ley y con virtudes propias de la decencia humana.
Me pareció un poco innecesario un requisito tan general que abarcara a tanta gente; tenía sentido en cierto modo que un club tan prestigioso quisiera asegurarse de que sus miembros fueran buenos ciudadanos, pero aun así en mi cerebro sonó casi como si un niño pidiera una bicicleta que tuviera dos ruedas y manubrio.
Prosigo.
Entonces el dueño me miró pacíficamente, tomó del escritorio el expediente que le había enviado con antelación al sacar la cita, y, abriéndolo, dijo:
—No dudo que sí, señor Mírt Fónet, los datos que nos proporcionó nos han complacido mucho. Según veo aquí, fue de los primeros en su generación en la universidad de Shórsta; hablamos con varios de sus profesores y hasta con algunos de sus condiscípulos. También investigamos los datos que nos proporcionó acerca de su vida y trabajo, déjeme decirle que nos honra que el hijo del dueño de una empresa tan importante como la Wrìo’Fónet[1]se interese en nuestro club, incluso nos pusimos en contacto con su padre. Perdone la pregunta, pero ¿es verdad que usted entró a trabajar en la empresa de su padre como un simple secretario, aun después de que le ofrecieran un puesto de subgerente?
Intenté verme lo más modesto posible; a juzgar por la imperturbabilidad del dueño, tal vez se lo creyó.
—No quiero darme aires de virtud —dije, y me arrepentí de haberlo expresado—, pero me pareció injusto empezar a trabajar en un puesto elevado cuando la mayoría de mis compañeros estaban empezando desde el fondo, sólo porque mi padre era el dueño. Me tomó algunos años ir escalando poco a poco en la empresa, tuve que esforzarme igual que los demás para abrirme camino hasta el puesto de gerente de ventas en el que estoy ahora. Dada mi posición, incluso si, los dioses no quieran, mi padre muriera o quedara indispuesto para manejar la empresa, ésta no pasaría a mis manos aunque sea su hijo, porque aún no tengo el mérito de tomarla.
—¡Admirable, señor Mírt, admirable! —dijo el dueño—, más aún porque todo eso que me ha dicho pude comprobarlo hablando con su padre y otros jefes de su empresa. Ya no quedan hombres con ese tipo de valores. Señor Mírt, desde ahora le digo que me ha impresionado. Del resto no hay gran cosa que decir; no tiene antecedentes penales, no tiene deudas ni problemas con nadie más. Aunque tendría que hacerle notar el hecho de que tiene algunas cosillas sin importancia, como que es algo dado a la bebida —aquí me miró con algo de suspicacia—, tuvo, además, un amorío con el que quiso comprometerse pero al final acabó cancelándolo, también es de notar, según la investigación que hicimos a muchos de sus amigos, que en algunos aspectos usted es una persona difícil de tratar; dicen que suele exasperarse en exceso cuando alguien le rebate un argumento y ha llegado al punto de comenzar a lanzar insultos a diestra y siniestra.
—Bueno, señor Támen —el dueño sonrió dulcemente a mis intentos de no verme tan avergonzado—, todos tenemos manchas negras en nuestra vida. Es más, ahora mismo le podría decir, para que vea que mi compromiso con el club es real y que, por lo tanto, no tengo por qué esconderle nada, y aunque reduzca mis posibilidades de ser aceptado, debo decir que otra de mis fallas como persona es mi celo excesivo.
—¿Cómo es eso, señor Mirt?
—A veces soy tan minucioso y tan perfeccionista en lo que hago que muchas veces termino desesperándome. En ese estado ignoro todo lo que sucede a mi alrededor y eso ha llevado a rencillas y desacuerdo con mis colegas, mi familia e incluso aquella mujer con la que me comprometí. Cuando algo llama mi interés y despierta mi pasión me aíslo tanto del mundo y me olvido tanto de aquellos que me rodean, que me vuelvo una persona apenas soportable, sólo aquellos que me han apreciado mucho han podido aguantarme en ese estado a largo plazo, y se pueden contar con los dedos de las dos manos.
El dueño guardó silencio por un momento, luego volvió a su estado inicial y dijo:
—Siéndole sincero, señor Mírt, pese a que admiro y le agradezco su sinceridad, ese defecto humano es algo que no podemos darnos el lujo de ignorar.
—Sí, lo sé, señor Támen.
—Sin embargo, tampoco es algo con lo que no podríamos aprender a vivir, dependiendo de su disposición a arreglar sus defectos.
—Sí, por supuesto.
Entonces el dueño tomó otro expediente y se dirigió al otro candidato, que hasta entonces había escuchado todo como si estuviera a punto de caer dormido.
—Bien, señor Vérend Morf, je, je, tal parece que lo estamos aburriendo, así que por qué no continuamos con usted. ¿También está tan ansioso por ser aceptado en nuestro club?
—Sí, más o menos; se ve bonito y todo, me gusta ir a varios clubes por aquí y por allá, y me dije que éste no se veía nada mal.
—Sí, en efecto, nos hemos esforzado mucho en la imagen que proyectan nuestras instalaciones, se aprecia que reconozca nuestro esfuerzo.
—Pienso que se veía mejor si en vez de tantas plantas y árboles en el jardín, pusieran… no sé, esculturas, sí, de esas como el arte moderno que ni importa si alguien las rompe porque se verían igual o mejor.
—Ja,ja,ja, gracias por la recomendación, lo tomaremos en cuenta.
—Sí, es que ya me cansé de esas reliquias como las de los museos que se rompen cuando las tocan y te echan una bronca después; ya me vetaron de muchos museos a causa de eso.
—Qué interesante, señor Vérend. Pues bien, leí su expediente y la verdad hay algunos detallitos sobre los que me gustaría hablar.
—Bueno, pero por favor no se explaye tanto como con el señor Mírt; no me haga darle explicaciones que duren dos horas de contar.
—No, por supuesto que no, señor Vérend. Sólo quiero señalarle que, después de hacer mis averiguaciones, resulta que usted estuvo preso por estropear levemente un pedazo de una escultura del gran Zyóran Klém, en el Museo de arte de Híns.
—No fue mi culpa —dijo apenas reteniendo su enojo—. Tenía una parte chueca en uno de los lados donde estaba la luna, ¿qué quería que hiciera, quedarme mirándola? Claro que no —dio un golpe al brazo de la silla—, intenté arreglarla con un martillo, pero el mármol no aguantó ni dos golpes y se desprendió. Hubiera visto la cara del guardia cuando el pedacito cayó al suelo como una canica, una cara así como —abrió grandemente los ojos y la boca, en una mueca que me pareció de mal gusto, y lanzó una fuerte carcajada. Perplejo me di cuenta de que el señor Támen estaba a punto de reírse con él.
—Sí, seguro que ha de haber sido muy gracioso, señor Vérend. Pero en fin, hablemos de su trabajo, usted trabaja para la firma Maré´kói[2], en el área de contabilidad. Averiguamos que usted entró ahí a causa de que un tío suyo habló de usted con un gerente.
—Así es, me ofrecieron el puesto de supervisor, pero lo rechacé porque me parecía demasiado trabajo, así que opté por un puesto más sencillo en contabilidad, la verdad ni estaba preparado para ninguno de los dos puestos, pero no iba a desaprovechar la oportunidad de un trabajo fácil.
—Ya veo. También nos enteramos de que tiene usted contactos con mucha gente, ¿no es así? Nos sorprendió la cantidad de personas que lo conocían, y la verdad no hablaron muy bien de usted.
—En mi juventud tuve la prudencia de hacerme de muchos amigos en mejor situación que la mía. Ya sabe; la vida es dura, hay que tomar cualquier oportunidad de conseguir gente que te pueda dar una mano en cualquier momento. Se puede decir que durante muchos años viví de mis amistades; no moví un solo músculo todo ese tiempo porque en cuanto alguno de ellos se daba cuenta de que no me interesaba trabajar de verdad, no tenía que hacer más que ir a casa de otro. Lo único que daba trabajo era mantener tantas amistades, así que en cierto sentido mi trabajo consistió en mantener su amistad lo suficiente para que no tuvieran objeción con albergarme.
—Qué modo tan peculiar de llevar la vida, señor Vérend —el dueño se veía sorprendido, pero no enojado—. No se pude decir que lograr ese modo de vida no requiera determinación y gran carisma.
—Sí, ya lo sé; cuando me lo propongo de verdad, no hay ser humano al que no le parezca agradable. Y más aún, a veces incluso lograba que ellos me sacaran de la cárcel pagando mi fianza.
—También nos enteramos de que estuvo a punto de casarse, pero, al igual que el señor Mírt, la boda se canceló.
—No me lo recuerde; fue el más grande fiasco de mi vida. Conocí a esta señora, cuyo nombre y rostro no quiero ni recordar. Estaba casi tan vieja como usted. La seduje con miras en su fortuna, ya sabe, una de esas mujeres solteronas millonarias que lamentan su soledad y dan lo que sea por un poco de compañía juvenil. Me dan arcadas los recuerdos que tuvimos juntos y que no contaré para no ofender a su estómago y al del señor Mírt, pero le juro que eran vomitivos, asquerosos, repugnantes. En fin, no me costó mucho trabajo convencer a esta vieja de que la amaba, pero un día, el cual maldigo con toda mi alma, un amigo con el que ya había vivido, al que también maldigo, contactó a esta vieja y le contó de mi pasado y de que sólo la quería por su fortuna. Si hay un defecto del que me avergüenzo es de mi incapacidad para mantener la calma cuando me siento acorralado, y en el momento en que la vieja me enfrentó con la acusación de ese imbécil me quedé como estatua, en un silencio que confirmaba todavía más sus acusaciones. Total que la vieja terminó por anular la boda y dejarme en la calle. Con alegría me enteré meses después de que murió. Ojalá le esté chupando la verga a los karáhi[3]en el Lerénh[4].
En ese momento me convencí de que no había manera de que ese sujeto pudiera ser admitido en el club, pero no podía entender por qué el señor Támen sonreía tanto mientras lo escuchaba; lo miraba con tal interés como si fuera una plática sobre la vida de Ráu Shórsta, apoyaba la cabeza en sus manos con los dedos entrelazados y percutía animadamente el suelo con los pies.

***

En vano sería relatar en detalle cómo continuó la entrevista. Para el propósito de nuestro relato, me basta explicar que entre más progresaban las preguntas y observaciones del señor Támen, era más evidente que Mírt tenía una personalidad más apropiada para el club que Vérend. Sólo por poner un ejemplo, cuando el señor Támen mencionó uno de los requisitos explícitos que decía: Sólo serán admitidos en el club aquellos que se comprometan a las actividades del club, donde se hizo énfasis que en que si se descubría que los miembros formaban parte de otro club o no se tomaban las actividades en serio, serían expulsados de inmediato. Mírt se comprometió completamente, casi como un esclavo jurando lealtad hasta la muerte; se dio cuenta de su exageración e intentó compensarla diciendo que, ante todo, sus responsabilidades hacia su trabajo estaban primero, y que si era necesario, lamentablemente, tendría que faltar a sus compromisos con el club, ante lo cual el señor Támen respondió con la complacencia de siempre. En cambio, Vérend se limitó a decir: “Bueno, tal vez, a menos que tenga algo mejor que hacer”, pero su tono petulante no dejaba de tener algo de respetable, como si el simple hecho de ser agresivamente sincero fuera una actitud tan digna que hiciera que el señor Támen estuviera a punto de mirarlo con una especie de devoción similar al de un discípulo que se hiciera el ciego ante cualquier falla de su maestro. Al final de la entrevista, el señor Támen les dijo que recibirían por teléfono la decisión final, y tras las despedidas ambos aspirantes salieron. Mírt y Vérend caminaron juntos sólo hasta el estacionamiento, Mírt adelante, con la sensación de que el otro evitaba mirarlo a toda costa. Al llegar a su auto, lo miró de reojo y lo vio contemplando el paisaje selvático que se veía tras la reja que rodeaba el estacionamiento; su mandíbula se apretaba y relajaba, las cejas se contraían y la mano rascaba una comezón imaginaria en la barbilla. Mírt entró en su auto y en seguida pensó un instante en ese modo tan peculiar y reservado que tenía Vérend para contemplar; era muy difícil no mirarlo, no pensar que intentaba verdaderamente sacar sabiduría de todo aquello en lo que se posaban sus ojos. Si sólo se limitara a contemplar sin hablar ni tocar nada, sería alguien con el que Mírt encontraría agradable pasar un rato en una sala de espera.

***

No obstante, será rechazado.
Tras haber estado unos cuantos días como enfermo, regresará al club. De refinado e ilustrado como se había visto el primer día, aparecerá con los ojos demacrados por el insomnio y el cabello despeinado y alborotado, pues los pensamientos que formaban torbellinos adentro de su cráneo le habían impedido preocuparse por lo que ocurriera en la superficie de su piel. La secretaria lo hará pasar. Dentro de la oficina respirará como alguien que acabara de cometer un crimen y estuviera a punto de caer de rodillas para confesar con lágrimas, pero en presencia del señor Támen contendrá la respiración por escasos segundos, hasta que la falta de oxígeno lo adormezca y tranquilice.
“Tal parece que no se ha tomado del todo bien nuestro rechazo, señor Mírt. De antemano le digo que no tenemos nada personal contra usted. En otras circunstancias sin duda lo habríamos aceptado. Tome asiento, por favor”.
Mírt se sentará, le temblarán los pies.
“He empleado toda mi racionalidad para comprender este misterio, señor Támen. Déjeme decirle también de antemano que no les guardo rencor, pues tengo que aceptar el hecho de que es usted el que decide quién entra y quién no; es su derecho como dueño. Sería necio de mi parte presentarme para exigir mi admisión en lugar de la del señor Vérend”.
El señor Támen servirá dos vasos de yióuj.
“Beba un poco, señor Mírt”.
Mírt tomará el vaso y degustará como extasiado el fuerte licor de naranja, y al terminar sentirá que ha despertado de un delirio, su voz dejará de temblar definitivamente.
“Sólo he venido para saber, señor Támen. No me motiva más que la simple y pura información, y le prometo que aunque la respuesta no me agrade, no intentaré convencerle de cambiar de opinión. Dígame, ¿por qué él y no yo? Dígame, se lo ruego, qué grandes virtudes invisibles para mis ojos vio usted en él. ¿Era su presencia alentadora, su semblante confiable que podría inspirar poemas y grandes relatos? Quiero saber contra qué características he perdido, qué prejuicios me han cegado y privado de poder contemplar un alma más digna que la mía de este magnífico club”.
“Lamento que se encuentre tan desconcertado, señor Mírt, con indeseables consecuencias para su sueño y quizá para su cordura. Se lo diré, no sin antes expresarle mi perdón por haberlo hecho sufrir sin haber sido esa mi voluntad, y que entiendo que su deseo de una explicación es razonable y justo. Tomando como base nuestra entrevista y comparándola con nuestros “Requisitos explícitos”, se habrá usted de dar cuenta que el señor Vérend apenas y logra cumplir con ellos, por no decir que la mayoría no los cubre en absoluto, y esta contradicción entre lo que estipulan los requisitos y su admisión le ha quitado el sueño y lo ha sumido en meditaciones desmoralizantes”.
“Eso mismo ha sido”.
“Ahora le diré lo que ha sucedido. En primer lugar, sepa que aparte de los “Requisitos explícitos”, que usted tan bien conoce y cumple, existen también los “Requisitos internos” o “Requisitos ocultos”, que no aparecen en ningún documento oficial del club y que son controlados exclusivamente por mí. Son muy pocos los que saben cuáles son estos “Requisitos ocultos”, generalmente amigos míos de toda la vida, muchos de los cuales también poseen otros clubes. Pues bien, estos “Requisitos ocultos” son tan importantes, tan poderosos, que su cumplimiento es suficiente para hacerme ignorar la totalidad de los “Requisitos explícitos”, inclusive el primero y más importante, aunque supongan una contradicción casi total con la imagen del club”.
Confundido, Mírt apoyará el vaso aún con licor en la mesa.
“¿Qué son esos Requisitos ocultos?”
“Me temo que no puedo decírselos”.
“¿Por qué no?”
“Querrá usted ver si los cumple y hacerme dudar de mi decisión”.
“No; le di mi palabra de que no lo haría. Sólo quiero saber si hubiera podido tener alguna esperanza de haber sido aceptado, aunque sólo se quede en mi consciencia y no intente manifestársela”.
“Me temo que aun si confiara en su palabra, no puedo decírselos, puesto que no son requisitos que se puedan expresar con palabras; su conceptualización trasladada al mundo de los signos será siempre ineficaz, quizá también absurda, ridícula, una niñería o simplemente ilógica, a veces incluso yo tengo consciencia de que son una locura”.
“Sus palabras me están dejando todavía más inquieto. ¿No tendría alguna manera de explicarme más o menos de qué se tratan? Por favor, no me haga irme sin haber comprendido al menos un poco”.
“Los “Requisitos ocultos” son tan subjetivos e inestables, que lo más que puedo ofrecerle son vagas imágenes que los ejemplifiquen borrosamente. Por ejemplo, con el señor Vérend sentí que el club iba a adquirir un nuevo matiz que hasta su llegada no sabía que me podría interesar; ese tono de irreverencia que glorifica a los que se hallen a su lado me hizo sentir un profundo deseo de conocerlo más, de estudiar aquel comportamiento y recorrer todos los vericuetos de su alma; aunque nunca logre hallar nada más allá de lo que sentí el primer día. Quiero llevarlo a museos, planear con él actividades culturales en nuestro club en la que invitaremos a las más importantes figuras de Danzílmar, ponerlo a hablar hasta que su flujo de consciencia desnude su alma. No tengo nada más que decir, simplemente vi algo en él que despertó mi espíritu investigador de la conducta humana; él tenía lo que necesitaba, aunque haya ido contra las expectativas de los requisitos que tan fervientemente me atrevo a defender en público”.
“Pero ¿y acaso no recuerda la entrevista? No entiendo cómo piensa usted que todo esto terminará. ¿No le da la impresión que, con el señor Vérend en su club, se arriesga usted a tener problemas si acaso su lado perverso y egocentrista se escapan de su control? ¿No afectará su admisión la imagen de su club hasta el punto de clausurarlo o demandarlo, acaso el señor Vérend no incurra en una falta grave para la sociedad, tal y como él mismo ha aceptado que es capaz de hacer?”
“Señor Mírt, habla usted con tanta razón. Es verdad, tener al señor Vérend a largo plazo será un riesgo para la integridad del club y para mí mismo. Sin embargo, esta sensación interna aquí en mi cabeza, que me quema de curiosidad por atestiguarlo a mi lado, supera por mucho a la razón y al análisis de las consecuencias; mi mente no puede alejarse de ellas y me dice constantemente que ninguno de los perjuicios en potencia importa. Sí, sé que no es una opinión muy respetable; soy el primero en decir que es un razonamiento insensato y que no merece más que burlas, pero es así y no hay nada que pueda hacer”.
“Entonces, sin importar lo bien que cumpla yo con los “Requisitos explícitos”, simplemente no soy lo que usted necesita”.
“Para su consuelo, lo que uno necesita va cambiando a lo largo de la vida. Quizás algún día me arrepienta de esta decisión cuando viva las consecuencias de haber elegido al señor Vérend. Sí, cambiaré, y tal vez lo que necesite sea a alguien como usted”.
“No puedo dejar de pensar que es algo cruel jugar con los “Requisitos explícitos” y los “Requisitos ocultos” con los interesados en unirse al club”.
“Es por eso que no me quejo de que usted venga a pedir explicaciones, pues estoy consciente de que para el rechazado puede llegar a ser un misterio tan grande que, a falta de respuestas coherentes con la información que se les ha dado explícitamente, caigan en la desesperación y empiecen a querer manchar el nombre del club; me han contado que algunos rechazados se han enojado tanto por la falta de coherencia a la hora de escoger miembros que se pasan años vociferando contra los clubes, acosando a sus integrantes y amenazándolos, pero todo eso es por falta de comunicación que es en parte nuestra culpa, por no saber explicarnos o por la vergüenza de confesar las verdaderas razones. Sería terriblemente absurdo de mi parte esperar que, después de dar a conocer los “Requisitos explícitos”, los solicitantes no se hagan expectativas de ser admitidos si sienten que cumplen con todo, no puedo dar por hecho que ellos pensarán en la existencia de estos “Requisitos ocultos” y que razonarán en consecuencia, pero al menos espero que entiendan la situación una vez explicada y sean lo suficientemente comprensivos para al menos tolerarla”.
“¿Se supone que los interesados tienen que entender que el cumplir con todos los “Requisitos explícitos” no es suficiente para ser admitido, y que, en su lugar, los dueños tienen el derecho a elegir basados en los caprichos de los “Requisitos ocultos”?”
“En mi defensa, repetiré que los “Requisitos ocultos” están ocultos sólo porque no es posible expresarlos de forma clara y evidente; si pudiera hacerlo, créame que estarían entre los “Requisitos explícitos”, y de ese modo ya nadie se sorprendería de haber sido rechazado”.
Terminado esas palabras, y sin tener ya ninguno nada más que decirse, Mírt se despedirá tranquilamente del señor Támen dándole una respetuosa reverencia, y saldrá del club. El mareo se le habrá pasado casi por completo al sentir el aire libre, y recibirá el olor de las hojas recién mojadas por la llovizna de la tarde naranja. A sus espaldas, el enorme cubo dorado alzará una cúpula que brillará de lluvia.

***

En el periódico que Mírt compró una semana después apareció, en un artículo dedicado al club del que había sido rechazado, una pequeña entrevista hecha al dueño, el señor Támen Ferd. En la pregunta de qué requisitos son necesarios para ingresar al club, el señor Támen contestó citando su lista de “Requisitos explícitos”, pero al final añadió:
“Sin embargo, debo admitirlo ahora, yo acepto a quién yo quiera, cumpla con lo que pedimos o no.”

[1] Empresa dedicada al desarrollo tecnológico con sede en Shórsta.
[2] Otra empresa dedicada a la tecnología de Shórsta, competencia de la Wrìo’Fonet.
[3] Guardianes del Lerénh que pueden ser tanto bondadosos como perversos con las almas bajo su cuidado; son serviles y complacientes con los virtuosos y crueles y sádicos con los desgraciados.
[4] Lugar adonde van las almas al morir el cuerpo terrenal. Puede ser un infierno o un paraíso de acuerdo con los méritos de cada alma.


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