La caída del viajero
Un viajero tiene una conversación con un sabio, el cual debería decirle la verdad de su existencia, pero termina revelándole algo inesperado.
Le habían dicho al Viajero que visitara esa realidad compuesta de enormes caminos bordeados por un océano de riscos. Sin sol ni luna ni estrellas, el negro del cielo se mezclaba con la negrura del fondo de los acantilados por los cuales algunos seres se arrojaban. Muchos de ellos venían de ver al Sabio, y al dejarse caer tenían rostros tristes, impresionados, alegres o iracundos. El Sabio nunca repetía el mismo diálogo dos veces, había oído el Viajero, y cada uno de esos rostros que se despeñaban era un reflejo exacto de las palabras del Sabio, que acababa de revelarles la última realidad de sus existencias. Así aceptaban, gustosa o renuentemente, su caída por los abismos, con esperanza y desesperanza, pero siempre seguros de que el fondo sólo sería la siguiente etapa de su historia.
El Viajero recorrió esos riscos preguntando por la casa del Sabio, y aquellos que sabían de su ubicación muchas veces se arrojaban a la negrura inmediatamente después de señalar el camino al Viajero. “El Sabio los ha de haber impresionado”, pensó el viajero, “y después del sabio no hay más camino que adelante, aunque para seguir adelante primero deban caer. ¿Será así conmigo? ¿Sentiré también esa necesidad de caer después de conocer la verdad última de mi existencia, y me despeñaré por esos abismos? Habrá de suceder, me temo, todo aquello que mi limitada imaginación pueda pensar; una pérdida de tiempo es preocuparme”.
La casa del Sabio estaba esculpida en la roca del interior de una cueva, la iluminaban antorchas en la entrada, que estaba bloqueada por una cortina gris; de ahí salió un ente que se debatía entre llorar y reír, por lo que al pasar junto al Viajero iba haciendo ambas acciones separadas por un tic nervioso, y el Viajero observó cómo éste se precipitaba hacia la caída más cercana.
El Sabio estaba sentado del otro lado de una pequeña mesa redonda de piedra. La habitación era de paredes de granito, polvorienta e iluminada por apenas cuatro antorchas cuyos fuegos morían poco a poco. El Sabio no recibía más visitas cuando las antorchas se apagaban, le habían dicho al Viajero. El Sabio le dio la bienvenida y lo invitó a sentarse en una silla de piedra que estaba frente a la mesa. El Viajero se acomodó. El Sabio estaba completamente cubierto de tela negra, incluida la cabeza; no se le veía ni los ojos ni la boca. El Viajero tuvo la impresión de que debajo de aquella tela de forma humana en realidad no se hallaba un cuerpo tangible.
“¿De dónde vienes y a dónde vas, Viajero?”
Su voz tenía la reminiscencia del timbre de una garganta humana, pero insonora, pura y cristalina como un diapasón.
“De dónde venimos y a dónde vamos todos los viajeros: de todos lados y a todos lados.”
“¿Has viajado mucho?”
“Es absurdo decidir si he viajado mucho o poco. Otros como yo viajan durante eternidades; otros se aburren después de visitar mil o dos mil realidades. Para algunos he viajado demasiado; para otros no he viajado nada.”
“¿Y ya te consideras trascendental?”
“Lo era desde antes de adquirir mi naturaleza de viajero. Todos lo somos en algún mundo. He viajado a mundos que se destruyen con sólo mi presencia. Sin embargo, también he estado en otros mundos en los que me han matado dándome el más inocente de los abrazos, donde la más leve gravedad me ha hecho pedazos, donde el ruido más inaudible me ha dejado sordo. Es en las Magnitudes que mi existencia adquiere equilibrio y balance.”
“Si tu vida está ya en balance, ¿qué es lo que esperas de mí? ¿Qué puedo decirle yo que le sirva a un Viajero como tú?”
En este punto el Viajero miró con desconfianza al Sabio.
“Tú eres el Sabio que conoce la verdad última de la existencia, me han dicho. Quiero saber hasta cuándo, hasta dónde, continuará este proceso de viajes que no tienen más propósito que hacer más y más grande la burbuja en la que existo, que llenarme de sentimientos y conocimientos de mis infinitos alter egos, y aumentar mi libertad hasta convertirme en lo que algunos denominan como dios.”
El Sabio rio. Su risa se sentía como un aire marino.
“Quien te haya dicho que es mi don el conocer la verdad última de la existencia de todos te ha mentido, o eres tú quizá el que se ha equivocado de universo y estás ante el Sabio equivocado.”
“Fueron homólogos míos los que me han dicho de ti, en este preciso universo y tiempo. No puede haber error alguno.”
“Deben haber sido ellos los que han interpretado su entrevista conmigo como la “verdad última de la existencia”, lo que eso signifique. Vienen muchos seres conmigo, muchos viajeros como tú también. Mi objetivo nunca ha sido más que el de escuchar y contestar. Pienso en mí más como un platicador que como un Sabio. A veces, cuando las mentes de los que me visitan son muy débiles, les platico diciendo lo que quieren oír, y esos no siempre se preocupan por aquello que llamas “verdad última de la existencia”. Mi diálogo lo modifico de acuerdo a ellos, pero al final siempre acabo diciéndoles la misma cosa a todos y cada uno.”
El Viajero se emocionó.
“¿Qué?”
“¿Ya tan rápido quieres terminar nuestra plática? Te acabo de decir que eso sólo lo menciono al final. Y es generalmente en ese momento cuando sus rostros cambian: se aterran o se emocionan, salen de aquí locos o iluminados, pero en todo caso acaban arrojándose por los precipicios. No tengo idea de por qué lo hacen ni qué hay del otro lado.”
“Un compañero mío, que se arrojó luego de hablar contigo, me dijo que al final del precipicio simplemente volvió a su realidad original, y continuó viajando como si no hubiera pasado nada.”
“Este compañero tuyo, ¿no te contó lo que yo digo al final de mis pláticas?”
“Nadie habla nunca de los detalles de lo que se dice aquí; se han negado a todas mis peticiones. Pensé que se debía a que era algo diferente e irrepetible para cada quién, por lo que sería inútil explicar a los demás qué ha sido aquello que les ha hecho arrojarse al vacío.”
“¿Hay alguna razón por la cual te urja saber hasta cuándo durará tu estatus de Viajero? ¿Ya estás cansado de visitar las infinitas realidades, de ser a veces libre y a veces esclavo, y de seguir expandiendo tus experiencias?”
El Viajero dudó un poco si contestar esa pregunta directamente o si debía dejar en claro su respuesta por medio de alguna metáfora o relato que ejemplificara su inquietud, pero viendo que las antorchas estaban restringiendo su tiempo, se limitó a responder:
“Sí, ya estoy harto.”
El tono metálico del sabio se tornó más relajado; los restos de su antigua voz humana cobraron más fuerza. Ese cambio estremeció un poco al Viajero.
“Cuando yo era anciano en mi primer mundo, también estaba harto. Recuerdo aquellos tiempos en los que sólo conocía una realidad, cuando creía que los hechos del mundo eran especiales, únicos y sin comparación. Intenté acabar con mi vida por estar harto de vivir. Pero no morí. Por más que lo intentaba era imposible acabar con mi vida. De ese modo viví cientos de años. Los seres de mi mundo se asombraron de mi aparente inmortalidad; me llamaron el más grande milagro de todos los tiempos. Me estudiaron y me dedicaron una rigurosa investigación, intentaron matarme y nunca moría; siempre había algo que favorecía que mi muerte fallara. Mucho después aprendí que sí iba muriendo, pero mi mente, sin darme cuenta, viajaba a los mundos en los que aún vivía. Finalmente me harté también de ese estado (que en ese tiempo consideraba único en mí), y poco después apareció ante mí un Viajero como tú. Tu rostro es muy similar, a lo mejor en verdad fuiste tú el que me sacó de esa vida y me convirtió en un Viajero.”
“No he hecho nada como eso.”
“En todo caso, fui un viajero por cientos de eternidades, así como tú. Adquirí libertad y conocimientos y viví como un ser indefinido. Hasta que finalmente un día me harté, como tú, de ser el más libre y el más esclavo de la existencia, y de viajar por el simple hecho de que podía hacerlo, sin un objetivo en particular.”
“¿Qué hiciste?”
“Elegí volver a vivir una vida común, naciendo en un mundo distinto a mi mundo original, esperando que, si volvía a empezar de nuevo y borraba las memorias de mi naturaleza, mi existencia volvería a ser interesante. Así reencarné en un mundo nuevo, sin saber que era en realidad un Viajero que se hartó de viajar y decidió olvidarlo todo para empezar de nuevo. ¿Sabes qué pasó después? El mismo ciclo continuó casi exactamente igual que la primera ocasión: mi mente se mantuvo viva hasta la llegada de otro viajero, y volví a viajar entre los universos por varias eternidades. No tenía el más mínimo recuerdo de haber sido ya un viajero, pues en mi estado de gran poder pude suprimir todas esas memorias. Eventualmente volví a hartarme y volví a decidir empezar de nuevo, luego volví a ser un viajero y me volví a hartar. ¿Cuántas veces crees que he recorrido este mismo ciclo?”
“Dime.”
“Es el número más cerca del infinito que puedas pensar. Tantas veces he vivido, tantas veces he viajado, y cada vez era un ser diferente. He sido entidades de todos los formatos, seres de todos los tipos, de todos los tamaños, de todas las complexiones y formas. Lo hice tantas veces que se volvió inevitable empezar a darme cuenta de que había algo raro en mí mientras vivía todas esas vidas: tenía recuerdos raros, imaginaciones extrañas, sabía cosas que nunca había vivido y en mi mente se formaban ficciones a partir de ellas. Surgían como ideas creativas que en un principio atribuí a un gran genio imaginativo, escribí muchos libros y obras, y todos también pensaban que sólo se debía a mi maestría en el arte de la ficción. Pero sólo eran recuerdos y visiones que mi mente había adquirido de otros universos paralelos en los que había vivido ya. Pasé por ese ciclo tantas veces que mi naturaleza se fue haciendo más difícil de ocultar. Llegó un punto en el que mi naturaleza se manifestaba en todas mis vidas y me llamaban divino o sobrenatural, me ofrecieron cultos y ofrendas, me proclamaron el hombre más cercano a los dioses. Al irme de esos mundos ya no era un viajero común. Decidí volverme lo que soy ahora: una inútil sombra casi sin restricciones, al menos en los mundos de magnitud inferior a mí. No importa cuánto me diga que no volveré repetir ese ciclo que me llevó a lo que soy ahora, inevitablemente lo haré y quizá mantenga mis memorias, o quizá no. Pero dime, Viajero, si este ciclo continúa indefinidamente, ¿cuál será la consecuencia lógica? ¿Cuál es el resultado de poder vivir infinitas vidas por toda la eternidad, en toda la vastedad de los infinitos universos paralelos?”
El Viajero sentía una increíble emoción en la cabeza, una extraordinaria fuerza gobernaba su espíritu y lo dejaba al borde de la euforia, pero al mismo tiempo sentía un sobrecogimiento que el temblor de sus brazos delataba. No dijo nada. El Sabio continuó:
“Soy todos, Viajero, en todos los espacios y tiempos existentes, según dónde y cómo elija reencarnar en ellos. Infinitamente decidiré reencarnar en todas las versiones de lo que ya he sido, y en lo que nunca he sido.”
“Entonces también eres yo.”
“Todos los seres somos un único ser, un único Viajero que se harta y viaja sin fin por siempre y para siempre, y nunca dejará de hacerlo porque los seres no tienen fin. Quizá tú mismo ya has sido yo, probablemente hayas vivido muchos más ciclos que yo y aún no te das cuenta. Todo esto también puede aplicarse a cada ser que exista, incluidos aquellos que acaban lanzándose por los acantilados.”
Las antorchas se habían apagado tanto que la figura del Sabio apenas se distinguía de la oscuridad de la cueva.
“¿Eso es todo?”
“Eso es lo último que le digo a todos los que me visitan. Recuerdo haber sido muchos de ellos y por eso les he hablado íntimamente. Han venido otros que me han resultado interesantes; me han dejado deseando repetir el ciclo una vez más para ser ellos. Quizá no recuerdes haber sido yo. Quizá no recuerdes quién eres ahora cuando seas yo. Pero si algún día llego a ser tú, espero poder acordarme de ti.”
El Viajero permaneció un rato sentado en aquella oscuridad total. No sentía ya ninguna presencia del otro lado de la mesa de piedra. Salió de la cueva y caminó lejos de ahí, volviendo sobre sus pasos con el espíritu agitado y la mente dividiéndosele en infinitas decisiones. Su camino se bifurcó sin fin y fue hacia todas esas direcciones. En una de ellas se detuvo a la orilla de uno de los negros abismos y contempló la nada que había entre ellos y el cielo.
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No estamos preparados para asimilar ciertas informaciones, pero ¿cómo avanzamos hacia algo si no es preguntado?
ResponderBorrar¿Y cómo integrarlo en nosotros sino arrojándonos de cabeza en eso?
BorrarLa VIDA nos ENSEÑA que es mejor no PREOCUPARSE DEMASIADO por las cosas. Saludos
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