Déla y el meteoro
Déla, una mujer que puede detener el tiempo, intenta evitar que un meteoro destruya la tierra, pero se da cuenta de que nada puede hacer aunque tenga todo el tiempo del mundo.
Entre todas las infinitas observaciones que mis alter egos decidieron diseminar entre todas las realidades en forma de láminas azules, encontré una que hablaba de una niña, de nombre Déla, que había nacido con la capacidad de detener el tiempo. En dicha crónica contaban que durante su primera infancia hubo momentos en los que su poder se activaba mientras dormía, y cuando despertaba el tiempo volvía a su curso normal, daba así la impresión de que nunca dormía. Al avanzar en el escrito comprobé que, conforme fue creciendo, adquirió consciencia de su poder y empezó a utilizarlo en cuanto tuvo conocimiento del bien y el mal. Le habían inculcado (desde la lámina 4, cuando apenas había aprendido a hablar) acerca del valor del tiempo, descrito por sus padres y maestros como el mejor regalo que la vida puede ofrecer, y que su uso y cuidado debe ser tan importante y sagrado como lo sería el agua o el aire. Tan conmovida quedó Déla por estas enseñanzas que decidió que, si la naturaleza le había brindado con el poder de tener tiempo ilimitado, lo menos que ella podría hacer sería regalar un poco de ese poder a sus prójimos (lámina 6). Así empezó, desde la edad de siete años, a ayudar a cada persona que necesitara un poco de tiempo. Solía salir a caminar buscando gente con problemas que pudiera solucionar, y así ayudó a encontrar llaves, relojes, celulares, e incluso una vez, a los diez años, a un niño de tres años que había perdido a su madre (lámina 11); apenas hubo escuchado de la noticia del niño perdido por el periódico, detuvo el tiempo y salió a buscarlo, temiendo que algo malo le hubiera sucedido antes de haberse enterado, pero poco después lo encontró llorando en un callejón protegiéndose con pedazos de cajas de cartón de un enjambre de mosquitos, luego volvió a dejar andar el tiempo y llamó a la policía, y en poco tiempo contempló complacida al pequeño reuniéndose con su madre en la estación. Una vez salvó la vida de un joven que se había resbalado mientras limpiaba una ventana en el décimo piso de un edificio (lámina 21). Logró darse cuenta del joven, escuchando su desesperado grito, cuando solo faltaban cinco metros para que tocara el suelo. Pese a que tenía tiempo ilimitado, Déla se apuró desesperada a una tienda de colchones, y uno a uno fue arrastrándolos hacia el lugar en el que el joven iba a caer, al final puso algunos colchones sobre los otros, creando una pequeña torre, y cubrió un perímetro más amplio con más colchones solo para estar segura. Terminó arrastrando más de quince colchones. Al sentirse satisfecha de su trabajo, dejó correr el tiempo y el joven de cayó de inmediato sobre la torre de colchones, rebotó un poco y cayó hacia los colchones que rodeaban la torre, logró salvar la vida aunque resultó con huesos rotos. Aquel día reportaron que unos colchones que aparecieron de la nada habían salvado a aquel joven.
La extensa crónica contiene vivencias similares que no valen la pena relatar a detalle (es probable que existan esas láminas en el universo en el que me lee y sólo tenga que buscarlas), yo solo me limitaré a transcribir, tal cual fue escrito por mi alter ego, el contenido de la lámina final (43):
***
En aquellos últimos días de su cordura y de su vida, Déla había empezado sus estudios universitarios con gran alegría y llena de esperanzas para su futuro, glorificándose internamente de todas sus buenas acciones que tan generoso servicio había brindado a sus compañeros de mundo. Su cabeza estaba llena de planes, y encabezando todos se encontraba su gran prioridad: regalar tiempo a los que lo necesiten. Días después, el Centro Espacial de Danzilmar provocó una alarma mundial al detectar con sus telescopios un meteoro del tamaño de la luna, cuya trayectoria profetizaba una catástrofe tan devastadora que sería imposible que quedara en la tierra mota de polvo pegada a otra mota de polvo. Tristemente, la consciencia de Dela se hallaba lejos del caos que se desató por toda la tierra, pues horas antes del funesto anuncio había tomado unas pastillas para el dolor de cabeza que contenían una substancia que le provocó una reacción alérgica(véase la lámina 31 para más detalles)que la mantuvo en coma durante varios meses, tiempo en el cual fue mantenida con vida en un hospital mientras afuera el pánico poco a poco consumía las corduras de la gente. Muchas veces los doctores y enfermeros estuvieron a punto de abandonarla a su suerte para buscar salvarse a sí mismos, pero manteniéndose firmes a su profesión, y razonando que sería absurdo albergar la esperanza de escapar del desastre, se mantuvieron con sus pacientes hasta el final. Dos días antes del impacto, Déla despertó, pero en seguida volvió a dormirse, lentamente se recuperó durante todo el día siguiente. Cuando volvió a abrir los ojos y se sintió capaz de hablar, todo estaba cubierto por una inmensa sobra y se sentía un estremecimiento en el aire, una de las enfermeras llegó a su cuarto, tan deprimida que no mostró alegría alguna por verla recobrada. En ese momento la tierra comenzó a temblar mientras el meteoro se abría paso por su órbita, la tierra entera gritó (incluso aquellos al otro lado del mundo sentían el horror de la inminente muerte, como si esta estuviera a punto de saltarles por la espalda en lugar de por enfrente), la enfermera se echó a llorar y no logró articular ningún signo. Déla salió del hospital mientras el mundo se tornaba de un rojo brillante. A punto de desfallecer de la impresión, Déla detuvo el tiempo.
¿Qué habría de hacer ahora? El meteoro seguía ahí, detenido a menos de un metro del mar. Déla veía la gigantesca roca grisácea desde Danzilmar, pero el meteoro iba a caer al sur de las islas de Hawai. “Oh, ¿qué hago ahora?”, temblaba, veía a las calles vacías; el mundo entero estaba prácticamente desierto, ni una esperanza quedaba en la consciencia humana, nada más que el terror puro y resignación. Pensó mientras vagabundeaba por la ciudad sin prestar atención a donde iba. Lloraba y pensaba en sus padres, muertos desde su preadolescencia(lámina 16), y sintió unas insoportables ganas de volver a verlos. Paseó entre los parques, las escuelas, las casas; entró a observar a las familias abrazándose. Los bebés, todavía sin mente, dormían indiferentes; no tendrían ya más futuro, no habría mundo para que crecieran; algunos niños pequeños eran consolados en brazos de sus padres, y apenas comprendían lo que estaba sucediendo en realidad. ¿Qué significa para un niño de cuatro años saber que ya no habrá más mundo, si el mundo en sí mismo todavía no significa nada relevante para él? ¿Eran esos los afortunados, los que todavía no saben del mundo no sufren por su inminente destrucción? Había parejas haciendo el amor por última vez, matrimonios mirando fotos de sus momentos felices, comiendo dulces con sus familias para intentar al menos irse de ese mundo con una sonrisa. Otros se habían puesto a beber y drogarse, habiendo decidido que en un mundo condenado el desenfreno era la última acción razonable. Estos eran los que habían superado la inicial desesperación: habían sido más fuertes; se habían abierto de brazos y le habían gritado a la muerte que no los agarraría sufriendo. Luego caminó hacia uno de los tantos pequeños museos que había en Gènd; contempló aquellas obras maestras y vestigios culturales que toda la humanidad había legado para un futuro que ya no existiría. Esas pinceladas, esas piedras esculpidas, esos rostros inmortalizados en los lienzos, esas magníficas construcciones que han existido por milenios, ¿todo eso se irá? Se fue corriendo de ahí, con náuseas, dolor de cabeza y llorando. Entró a una biblioteca, y ahí estaban todos esos papeles garabateados con mensajes, el interior de los miles de pequeños mundos en las cabezas de sus autores ya no valdrían nada, menos que polvo serán en menos de un instante, tanto conocimiento reducido al olvido, a la mismísima nada. Todo es nada en el fondo, meditaba contemplándolos, todo lo que existe, lo tengo todo en mis manos, inútiles manos, ¡poder inútil!, y quiso arrojar el libro, pero sin tiempo no hay en dónde caer. Caminó hasta llegar a una tienda de electrónicos, saqueada, por alguna razón (en la desesperación, es mejor morir teniendo algo, aunque no pueda salvarte la vida). No se podían encender las computadoras, y aunque se pudiera no habría internet. Aquel gran cerebro cuyas neuronas enlazan la consciencia de los humanos, ese mundo virtual que ni siquiera se consideraba real, donde el conocimiento había alcanzado la inmortalidad, a punto de ser despedazado también. Ningún logro, ningún cable ni antena, no habrá botón o palanca que reviva al planeta, sin códigos ni contraseñas, sin respaldos ni copias de seguridad, al mundo le había llegado la hora antes de poder lograr los avances necesarios para salvarse a sí mismo. Salió y sobre la calle se acostó y lloró por horas.
¡No! En algún momento pensó (no había tiempo para saber cuánto había permanecido en ese estado de lamento), ha de haber alguna solución, siempre hay soluciones, ¿verdad? Tengo toda la eternidad para hacer algo, no tiene que terminar todo, no, ¿pero cómo?
Para mí fue un pesar insoportable verla devanándose el cerebro pensando cómo, con sus muy limitados recursos, podría salvar al planeta del desastre. ¿Podría dinamitar el meteoro poco a poco? Imposible; se requiere tiempo para que haya explosiones, además de llevar todos los explosivos necesarios hasta el sur de Hawái, y todo eso sin saber siquiera cómo manejarlos, y no tenía manera de aprender. ¿Qué más? ¿Empujarlo, con qué cosa tan fuerte? No sería como mover un colchón, ¿cómo mover un meteoro?, tal vez no habría en la tierra máquina tan poderosa, y aunque existiera no hay tiempo para hacerla funcionar. Podría ir hasta ahí y picarlo con un pico hasta que quede hecho pedazos. Su mente cada vez deliraba más, la falta de soluciones es veneno para las mentes prácticas y con ansias de ayudar, pero ¿qué más podría hacer? Durante mucho tiempo (metafóricamente hablando) permaneció ahí sentada y vagando por toda la ciudad, luego por todo el país, recorriéndolo de una península a la otra una y otra vez, erráticamente, cargando un pico en el hombro, titubeando y murmurando incoherencias azarosas, nombrando a sus padres, rememorando sus éxitos de cuando había ayudado eficazmente a sus prójimos. Ya había recorrido el país por enésima vez cuando comenzó a escuchar voces, veía caras por el rabillo del ojo, luego sombras que desaparecían. Escuchó música de la nada; los patrones de las rocas del desierto le parecían pinturas; su piel dejó de percibir el calor y el frío. En ese estado comenzó a hablar con las cosas; llevó a plantas y piedras a visitar museos, entraron en cines y le parecía que en la pantalla blanca se proyectaba una película que le hacía llorar de la risa. El mundo era de ella ahora. Lo recorrió de un rincón al otro, caminando en el agua (no había tiempo para hundirse) o viajando en bicicleta sobre ella. Una lástima que no hubiera viento; le hubiera encantado sentirlo mientras cruzaba el pacífico. Comenzó a tratar a la gente congelada como si fueran juguetes; los colocaba en posiciones graciosas, les pintaba el cuerpo y los llevaba a otros lugares para formar una congregación con la que hablar. Afloraron sus instintos primitivos: se deshacía de su ropa e intentaba tener sexo con hombres, pero como no había tiempo para hacer erecciones, buscó aquellos que ya se encontraran en el acto de la cópula con sus parejas; se los arrebataba riéndose y los tomaba ahí mismo, frente a la amante congelada. De ese modo vivió y llevó su mensaje de locura a todos los rincones del mundo, y su cuerpo nunca se deterioraba ni se cansaba, y cada día olvidaba y recordaba espontáneamente destellos de la vida con tiempo; ya no recordaba lo que era el movimiento, ni siquiera el de ella misma, ni de cómo sonaba una voz o sonido, pues sus propia voz ya no la escuchaba.
En algún momento alzó la vista y vio a lo lejos el meteoro, ese monumento natural responsable de su locura, el que bajó del cielo para ponerle fin a la moralidad, al arte, a la ciencia, a la lógica, a las voces, a los rostros, al calor y al frío, al color y al olor, a la sensación y la percepción, al arriba y el abajo, al adentro y el afuera, al aquí y al ahí, al siempre y al nunca, al antes y al después, a los dioses y a los demonios, a la alegría y a la tristeza, al orgasmo y al dolor, al yo, al tú, al él, al ella, al nosotros, al ustedes, al ellos, al ellas…
Corrió hasta el meteoro llevando al hombro su pico. Cuando llegó ahí donde estaba a punto de tocar el mar, se sumergió por completo bajo su inmensa sombra y por un momento se quedó temblando, paralizada. Pese a que el meteoro estaba quieto, a ella le parecía que seguía moviéndose sin apartarse de su lugar; se movía a una velocidad vertiginosa y siempre permanecía ahí, se reía de ella porque nada más se movía, nada más existía, no había en su mente nada más que la figura del meteoro y el pico. Déla se acercó todavía más, extendió la mano hacia arriba y tocó el meteoro, no sintió ninguna textura, ninguna temperatura. Tuvo un repentino momento de calma, cerró los ojos sin quitar la mano, se quedó dormida por un instante y soñó con una nada gris, y permaneció en ese trance casi tanto “tiempo” como el que había pasado desde que se había despertado del coma. Luego abrió los ojos, unas ardientes ganas de despedazar ese bastardo gris la dominaron, como si fuera un dolor intolerable que no podría calmarse hasta que el meteoro hubiera muerto. Alzó el pico y frenéticamente comenzó a aporrearlo contra el meteoro. El daño que le ocasionaba era comparable al de un tenedor punzando el monte Everest. Golpeó hasta que el pico se hizo pedazos que se quedaron suspendidos en el aire. Entonces sintió que su corazón daba un latido (con el tiempo congelado ¿podría latir?), y se dobló como si le hubieran dado una apuñalada. ¿El aire se movió? Se sintió esperanzada, inhaló y sintió el aire entrar en su garganta, rio y se arrastró por debajo del meteoro, luego se acostó boca arriba; el meteoro estaba a la distancia de su brazo. Sintió humedad en la espalda. Entonces se dio cuenta de una cosa: era absurdo que su poder de detener el tiempo le permitiera caminar sobre el agua, pues ella era capaz de mover otros objetos con solo agregarles peso y sin dificultades, por lo que no encontraba razón para que el agua fuera una excepción, y pensando en eso se dio cuenta de que tampoco tenía sentido que pudiera ver algo, ya que con el tiempo detenido los fotones no podrían viajar y, en consecuencia, todo lo vería oscuro. Además, al entrar a la atmósfera el meteorito debía estar ardiendo, pero el calor se le había disipado de algún modo. Sí, era un poder estúpido. También encontró bastante curiosa la idea de que un poder que le permite detener el tiempo tenga al parecer límite de tiempo. Intentó consolarse pensando que en realidad el tiempo nunca se había detenido para ella; su mente necesitaba tiempo para percibir y para volverse loca, es el estado de eternidad el que hace que todo deje de importar y la búsqueda de un propósito se vuelve risible. Así debían sentirse los dioses; aburridos y enloquecidos dentro de su propia eternidad, crean para tiempos y espacios para no desmoronarse. Pero el tiempo solo existía en la mente del que puede mutar. Déla había probado el amargo sabor de existir en su propio plano temporal, más allá del tiempo de las mentes cautivas por las causas y las consecuencias. Cerró los ojos. Entonces su poder de detener el tiempo cesó de funcionar.
***
Nota del viajero:
Al hacer una introspección, después de ir a atestiguar personalmente esta crónica, volvió a mí el recuerdo de una de mis vidas anteriores y de la curiosa muerte que tuve: estaba un día almorzando tranquilamente en mi casa, y al instante siguiente me encontré desnudo, cayendo hacia las profundidades de un barranco, al fondo del cual había enormes piedras puntiagudas.
Me ha parecido interesantísimo tu forma de plantear este relato así como los recursos utilizados! Sigue escribiendo que tienes algo especial al igual que tus ideas!
ResponderBorrarGracias, compañero David, agradezco tu disposición para leer y comentar.
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