Codex Buranus 4: Omnia Sol Temperat



El sol puro y fino conforta a todos.



Todo calienta el sol sobre las cabezas recién salidas del invierno. Sobre el cenit del cielo, mira el sol hacia la cabeza de Éla, que se oculta tras los árboles del camino que pasa detrás del edificio de los segundos años, y desde ahí contempla, parcialmente refugiada por arbustos que le llegan al torso, a los radiantes cuerpos jóvenes que se revelan ante el rostro de abril. Los oye sin asimilar sus palabras, de las cuales sólo retiene los tonos graves y vigorosos, o entusiastas y enérgicos. Su cuerpo es adecuado para el de ellos, razona evaluando sus propias formas, no muy desarrolladas a causa del descuido de su físico, sin ser por ello despreciables o inadecuadas para hacer fluir la sangre por dentro de las venas.
“Todos están en la primavera de su juventud. Seguro que también sienten las urgencias del cuerpo.”
Y era verdad que en todos reinaba el dios de la juventud.
“También es para mí correcto unirme a este éxtasis.”
Se había dicho que los organizadores de la primera reunión iban a atrasarla hasta el comienzo del verano, y no fue sino hasta ese día que todos confirmaron, decepcionados, que no eran rumores falsos. A cambio, se prometía compensarlos con una localidad más adecuada, en circunstancias más voluptuosas, más apropiadas para dejar fluir su juventud dentro de las limitaciones que la primera reunión exigía, en preparación para las siguientes.
De eso conversaban los cinco muchachos que observaba Éla desde los árboles. Eran cinco de los cuerpos más apetecibles, de los que más se ansiaba que asistieran a las reuniones.
—No podré ir si es una semana después de terminar las clases —comentó uno llamado Yéyan, el de brazos fuertes por la natación—; me iré a Kutuzá a pasar las vacaciones.
—Yo me quedaré todo el tiempo que haga falta —dijo al que llamaban Ánke, el de las piernas fuertes.
Y entre pequeños golpecitos en los hombros y torsos, se lanzaban alguna que otra frase opinando y comentando sobre la reunión y sobre otras cosas que eran de poco interés para Éla.
Despabilada y contenta por la alegría que el calor del sol ordenaba ante tanta carne nueva, Éla salió de su escondite y caminó hacia ellos con la intención de seguir de largo hacia algún lugar no importante, pero en su acción se dejaría contemplar por ellos, accionándoles quizá el mecanismo que la naturaleza les ha instalado para brindarles sensaciones ya conocidas ante un ejemplar del sexo opuesto.
“Que al ser vista de este modo, se sienta lo correcto y natural que es poseer lo que es tuyo, o que podría ser tuyo.”
Ni el pavorreal con su abanico podría sentirse más orgulloso y arrogante que Éla con el simple hecho de caminar a un lado de aquellos cinco. Pero no hizo nada para intentar ver u oír sus reacciones. Se imaginó que los que habían planeado no asistir a la reunión habrían cambiado de idea al ver el espécimen que habrían de perderse, y los que habían decidido ir lo harían con más bríos, cargados de energías más violentas.
El sol seguía radiando este nuevo calor en los cuerpos jóvenes, apenas enfriados por las clases, los libros y los profesores.
Un rojo suave tiñe las mejillas de Éla, dándole un tono de manzana que va madurando día por día, y razona con hartazgo que todos ellos son ahí como frutas que la educación tendrá que hacer madurar.
“¿Para qué le sirve a la fruta madurar sino para que se la coman?, ¿Para qué le sirve a la semilla volverse árbol sino para que la talen?”
Pero concluía que no era posible madurar para la libertad sino para la realidad, y que el que quiera vivir en paz con la realidad, deberá sacrificar un poco de su libertad. Por eso alzaba los hombros y justificaba su actitud actual: que la fruta siguiera disfrutando de su verdor hasta que le llegue el turno de ser bajada por una mano y boca hambrientas.
“Ámame fielmente, juventud, mientras te tenga; yo también te seré fiel mientras la diosa realidad me lo permita. Incluso cuando esté ya muy lejos de ti, y sientas que te haya traicionado, parte de mí estará contigo, oculta de las miradas del mundo.”

Quien amare a su juventud tanto como Éla, que se sabe perecedera y olvidable, con la misma fuerza con la que el sol de la primavera los calienta, seguirá girando sobre la rueda y no debajo de ella. 

          


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Comentarios

  1. Un bello escrito. Interesante manera de describir la luz del sol. Un saludo de ANTIGÜEDADES DEL MUNDO

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