Alter-ego 8: Juegos
De bebecito, con esas manitas, tan rosaditas, regordetas, manoteaba el aire, timbales invisibles con acompañamiento de risillas y gorgoteos salivosos.
—¡Ahú!
Qué misteriosos le habían de parecer sus propios bracitos, pensará ¿qué son estas cosas que se mueven a mis lados? La práctica, disciplina ineludible, le hizo tener consciencia de que su voluntad controlaba sus brazos, ese descubrimiento debe ser alucinante para un bebé. Después, asombrado y motivado por su curiosidad natural, el bebé se vuelve sediento de control; quiere comprobar qué más partes de su cuerpo puede controlar, y entrena, entrena, entrena sus bracitos, entrena su cabecita, entrena sus piernitas, entrena, entrena y entrena. Falla y se frustra; tiene éxito y se ríe, y persigue los propios límites de su cuerpecito hasta que aprende a caminar. Y cae y se levanta. Los bebés son los seres más orgullosos del universo; no se dejan derrotar, pelean contra sí mismos, quieren poder hacer más de lo que parece ser su límite. Empieza a imitar sonidos, ¡qué batalla tan épica la de un bebé que aprende a fonar! Ningún héroe se afana con más terquedad a la derrota de su villano que un bebé que lucha por dominar su boca, sus labios, su lengua, todo con tal de emitir el más mínimo sonido que se asemeje en algo a algún signo en la lengua de sus padres.
—Mamá.
Y ha vencido a medias; los fonemas se han empezado a rendir y a establecer en su boca y cerebro, pero su mente aún no hace más que repetir; aún no desarrolla el pensamiento para darse cuenta de lo que dice o de su significancia.
Habla y ve que mamá y papá se alegran. Busca de nuevo esa reacción que hace que lo llenen de abrazos y afectos.
—Mamá.
Y de nuevo la calidez de los brazos y labios paternales y maternales. Igual que al dominar las piernas, ya entendida la lógica de las rodillas y de los tobillos, fortalecida la espalda, se adentra en la aventura de caminar. Mamá y papá parecen lejanos, pero la recompensa de superarse a sí mismo, de hacerse igual a los otros, y de la calidez de papá y mamá, impulsa una piernita tras otra, y cae. Se levanta, se tambalea, se estabiliza, da un paso, cae, repite el mismo proceso. Después de la temible odisea llega a su destino, y se deja caer por última vez en abrazos y besos.
Así fue también la odisea del pequeño Altréu.
***
Pero después de caminar toca saltar, y luego correr. Luego de balbucear, toca hablar. Y el proceso debe continuar y continuar hasta la plenitud, pero el universo se interpone, sus leyes estorban, impiden el siguiente paso que sería volar, proyectar la mente, teletransportarse, atravesar sólidos, adentrarse en las entrañas del universo, y salir de él. Restringe al mundo las vidas de sus habitantes y les demanda su devoción: “Yo soy tu mundo, ser humano; más que yo nada tendrás”.
Pero no para Altréu.
***
Recordó el señor Délo que su hijo un tiempo quiso ser astronauta, como todo niño de seis años, y que había hecho de uno de los rincones de su cuarto una base secreta de un planeta al que llamó Rurán [1].
—¿Y qué haces ahí?
—Voy a cazar a los Rurános —sujetando un rifle hecho de un viejo tubo de plástico.
—Ah, ¿para qué?
—En sus estómagos tienen una piedra que si la tocas te hace invisible.
—¿Y para qué quieres ser invisible?
—No es para mí, es para que haga con ella una medicina para que todos en la tierra nos podamos volver invisibles.
—¿Y qué va a pasar cuando todos seamos invisibles?
—Vamos a poder hablar con los fantasmas y decirles que nos dejen de asustar.
Rio y se unió al juego.
—¡Ahí hay uno!
—¿Dónde?
—¡Piú, piú! —del tubo salieron rayos verdes con un núcleo amarillo. El Ruráno cayó muerto junto a la zapatera— ¡Le di!
—Espera, Tréu; no está muerto, sólo se está haciendo para atacarte cuando te acerques.
Tréu abrió muy grandes los ojos y miró hostilmente al Ruráno impostor.
—Me voy a acercar. Si se mueve, dispárale, papá.
—Ve, hijo.
Camina de puntillas, la punta de la lengua asomándose por la comisura izquierda de la boca. Llega a la zapatera y una fuerza invisible se apodera de él, lo tira al suelo y empieza a roerle las entrañas.
—¡Me ataca, papá, dispara!
—¡Piú! —sonó la escopeta invisible.
Muerta ya la criatura, Tréu se levanta y le corta el estómago, saca una canica azul con puntitos cristalinos multicolores.
—¡Ya tengo la piedra!
—¡Oh! ¿Dónde estás, hijo? —porque tenía sujeta la piedra, y esa piedra vuelve invisible a quien la toca.
—Estoy invisible.
—A ver, acércate —tantea con las manos el espacio a su alrededor.
Metido en el juego, Tréu regresa a su padre, y éste lo atrapa y estruja en un juego de cosquillas y apapachos.
—¡Ya te encontré!
—¡No…. papá….! —y se sofoca de la risa, quiere quitarse los dedos que punzan su estómago como patas de un ciempiés gigante. Cosquillas y dolorcito, pero más cosquillas, y la risa lo deja sin aliento y…
Ahora los hechos son que su hijo está dormido. Entra a ver que siga durmiendo, y así sigue, no sentado, no levantado, no caminando ni corriendo ni saltando, sino dormido.
—Malagradecido —murmuró gruñendo de pesar.
No lucha, no se levanta, no quiere curarse, pensó el señor Délo con algunas manipulaciones mías para facilitar el mensaje, Nada de condición, nada de enfermedad; sólo eres un perezoso; duermes tranquilamente mientras los demás nos partimos el lomo. Regresa a su estudio, se sienta ante la computadora, pero no la prende. ¿Qué va a ser de ti? ¿De qué vas a vivir? No podrás dormir el resto de tu vida. Aun si yo aguanto hasta mis últimos días, tú seguirás viviendo. Tu hermana se cansará de ti, tus amigos también; te quedarás solo y morirás de hambre. “Despierta, hijo, despierta”, tenías el sueño pesado como todos los niños al empezar a ir a la escuela, y tus quejidos adormilados, tus ojitos sedados aún no acostumbrados a las exigencias del mundo, “hay que ir a la escuela”, y como con todos los niños, hubo que acostumbrarte a despertar cuando el mundo necesitaba que despertaras y a dormirte cuando el mundo necesitaba que te durmieras, a ir a donde el mundo necesitaba que fueras, a aprender lo que el mundo necesitaba que aprendieras, y un largo etcétera. “Hay que hacer la tarea, hay que limpiar el jardín, hay que ir aquí, hay que hacer esto así, hay que, hay que, hay que”, vivimos en el mundo del “Hay Que”. Hijo, tienes que volver al mundo del “Hay Que”. Lamento si estás cómodo en el mundo de tus sueños, pero tu lugar está en el mundo del “Hay Que”.
***
Había una construcción en el kínder al que iba Tréu que fungía como banca, era cuadrada y en medio había un pedazo de tierra con plantas, muy pequeño para un adulto, pero todo un mundo para los niños. En esa diminuta selva jugaban a que era una casa, una casa hecha de selva, y con sus compañeros se repartían roles de padres, hijos y hermanos. Tréu casi siempre hacía de padre, alguna vez fue hijo y una vez abuelo, y la inocencia de esos juegos se sentía como si perteneciera a un mundo separado, un mundo fuera de toda mirada reflexiva o maliciosa, ideal en cierto modo, pero del que siempre había que salir al final.
Recuerda Déla:
Un día, fui a buscar a Tréu al preescolar y él estaba triste, al regresar a casa le pregunté qué le había sucedido y me dijo: “Mi esposa se divorció de mí”, y yo con cara de estatua, no me creía que tal cosa hubiera podido entrar en esa pequeña selva, “me dicen que le tengo que dar la mitad del dinero de mi mesada, me dijeron que así se hacía”. Y yo obviamente le dije que no tenía que hacerlo porque sólo era un juego. Se tranquilizó, pero al mismo tiempo se quedó pensativo; él siempre ha sido así desde pequeño, pero lo que me dijo rato después, cuando me ayudaba a servir la cena, me sorprendió de verdad: “Mamá, si no se hacen bien las cosas cuando son de juego, ¿Cómo sabré hacerlas bien cuando sean de veras?” Yo nunca tuve mucha paciencia para explicarles cosas complejas a los niños, le dije cariñosamente que no tenía que preocuparse por eso y que no tenía que darle la mitad de su dinero a esa niña.
Pero el juego sólo empeoró. Días después, llegó de nuevo con la misma cara triste y dijo que, por no haber dado la mitad de su dinero, la esposa ahora le exigía la cantidad completa, y que otro niño que hacía de juez le había dicho que si no pagaba no podría ver a sus hijos. Se imaginarán cómo quedé al saber lo inmiscuidos que estaban los niños en ese juego, y no paraba de preguntarme a quién se le había ocurrido enseñarles tales cosas. Yo seguí diciéndole que no les diera nada porque todo era sólo un juego, pero días después empezaron a pedirle más y más cosas; cada uno de sus juguetes empezó a ser fichado por la esposa y el juez como propiedad que el esposo tenía que entregar. Una semana después, viendo que las demandas no mejoraban, decidí ir directamente adonde jugaban y hablé directamente con la esposa y los demás niños que hacían de hijos y el juez. Amablemente les dije que no podían pedirle a Tréu que les diera sus cosas de verdad, y la niña me contestó: “Pero así es como ocurre de verdad”. Días después, cuando hablé con la madre de la niña, me enteré de que ella había pasado por un divorcio el año anterior; al parecer la niña había usado para ese juego algunos aspectos de lo que había ocurrido en el divorcio de la madre.
Al día siguiente de hablar con la madre, fui a recoger a Tréu y ya no estaba triste. En casa le pregunté qué había pasado con el juego y él contestó muy contento: “Dejé de jugar”.
En aquel momento me pareció la decisión más sensata y le dije que había hecho bien. Pero ahora pienso que debí haber hecho otra cosa, no sé qué. Ahora que Tréu tiene esta enfermedad, esto del “dejar de jugar” me hace sentir algo rara. De pequeño se dio cuenta de que la mejor manera de que los demás dejaran de hacerlo participar en sinsentidos era dejando de jugar. Un día también, poco después de eso, mi hermana, que vino de visita, le preguntó, como todas las tías que ven a sus sobrinos como sus propios hijos, si ya le gustaba alguna niña. Tréu, que aún tenía la experiencia del juego muy en la memoria, contestó: “no me casaré nunca”, lo que hizo reír a mi hermana. Me pregunto si al decir eso, Tréu estaba pensando que no sería apto para eso porque había abandonado el juego, y si algo no sale bien en un juego es poco probable que salga bien cuando sea de verdad; o tal vez sólo estaba diciendo que no quería vivir de verdad lo que había vivido de juego, y había decidido no intentarlo cuando fuera el momento, “no jugar” para no perder.
Dudo que a su edad haya elaborado algo así, pero no puedo dejar de pensar en lo mucho que se parece su actitud con su enfermedad actual, como si hubiera decidido “dejar de jugar” a la vida. Pero hijo, ¿dónde ha sido mala tu vida para que ya no quieras pertenecer a ella? ¿Qué “divorcio” viviste para ya no querer “casarte” nunca más?
Tal vez todo lo que pienso está mal y soy sólo yo intentando darle sentido a la condición de Tréu. Pero ahora, viéndolo dormir de ese modo, tan divorciado de la realidad, a la cual a veces aún tiene que despertar para rendir cuentas, a la cual aún tiene que dar algo de su tiempo, pienso que, después de todo, nunca seré capaz de comprenderlo.
***
Beber, la garganta te demanda beber. Qué ardor tan vivo te hace incorporarte en la cama, tragar saliva amarga desesperado, lanzar tres toses con la boca cerrada y levantarte de tu comodidad (que la sed ha vuelto infierno). Buscas el alivio en la cocina; un vaso de cristal de la alacena será el recipiente, el agua que sale de la llave será la nueva sangre que te regresará plenamente a la vida, eliminando con su frescor el incendio de tu garganta.
Y piensas y te ríes, Esto no hubiera pasado si aún fuera como en ese mundo en el que fui un dios, en ese horrible diluvio, en el que estaba yo tan cómodo, sólo tenía sed de curiosidad y, por qué no, de poder, pero (llena otro vaso de agua y al tragar suena el paso de ésta muy fuerte por la garganta) no lo controlé bien (alto, agua en la boca, riesgo de atraganto) [El universo desmoronándose, dolor, ardor de garganta, el agua no la calma] (Baja el vaso, mira el grifo que gotea unas últimas gotas antes de detenerse por completo). Si intento hacer eso aquí, ¿qué sucederá? [Reproducción imaginaria de la tierra haciéndose polvo, estrellas explotando, galaxias desmoronándose] ¿Podré controlarlo? No, no, aún es pronto (más agua recorre la garganta), debo mostrarles, probarles con evidencia la verdad de mis viajes, algo sencillo, sí, algo pequeño.
Regresa a su cuarto y se acuesta. No se duerme; mira el vaso con agua que ha traído consigo y lo coloca en la mesa de al lado. Lo mira de reojo y el agua brilla a la luz del sol que suavemente se filtra por la ventana de enfrente. Mira el agua largo tiempo.
[1] Versión mal pronunciada de rúran, monstruos del folklore danzilmarés de baja estatura que comen piedras.
Nunca se ha de basar un juego en lo que ocurre en el mundo de los adultos. Tréu lo supo.
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