Entes 3: Émbora





La hermana Émbora explica la inutilidad del esfuerzo.



Se encontraron Áigen y Yelái subiendo por la ladera de una colina selvática, donde crecían enormes enredaderas de plantas de las que emanaba el aroma de la vida después de la lluvia y el vapor de la tierra llenaba el aire con un calor sofocante. En poco tiempo llegaron a una cueva donde aguardaba sentada Émbora, portando con endiosamiento la antigua armadura que alguna vez utilizó para combatir. Émbora no se molestó en ponerse de pie al ver a los viajeros y siguió contemplando la vegetación de la colina.
—Saludos, magnífica Émbora, la valiente —dijo Áigen—. Esperamos que nuestra visita no sea de tu desagrado y que no estemos importunando importantes reflexiones, esperanza que de seguro no importa a los seres que han llegado a tu estado.
—Así es, jóvenes viajeros —dijo Émbora—, y no perdáis el tiempo pretendiendo que les importa si me habéis interrumpido en algo o no. Venid, sed bienvenidos aquí a mi lado. Mi colina es vuestra también.
Los dos viajeros se sentaron, uno a cada lado de Émbora, y la acompañaron en su contemplación de la jungla a sus pies.
—Seguro, por tus poderes de absorción del ser y del estar —dijo Yelái—, ya sabrás la razón de nuestra visita con mucha mayor claridad que nosotros.
—Absorber existencias últimamente me parece fastidioso —dijo Émbora, por cuya piel morena recorrían pequeñas gotas de sudor—, sólo las absorbo si me parecen interesantes, así que solamente si las vuestras me lo parecen, las adquiriré.
Yelái miró de reojo el rostro firme de Émbora, igual al de un soldado siempre en espera de una orden, pero el viento movía sus largos cabellos rizados de manera que le obstruía la visión de ese rostro tan paciente, y sin embargo tan severo.
—A nosotros se nos han aparecido de repente tres cuentos —dijo Yelái—, y nuestra ociosidad nos mueve a buscar la opinión de los hijos del gran Gyéo Fúntuo. Hemos estado ya con tu hermano Sínke y de él hemos obtenido experiencias nada despreciables.
Áigen ofreció a Émbora las láminas donde estaban los cuentos. Ella los examinó por tres segundos y los apartó de sí diciendo:
—¡Pérdida de tiempo, nada más que pérdida de tiempo! Esto no es sino una muestra del entrenamiento que todo viajero de nuestra clase debe integrar. Mi interpretación de los tres cuentos es simple y clara: nada importa y no hay nada que puedas hacer contra eso.
—Siendo sincero —dijo Áigen—, esperábamos quizás un análisis más severo de tu parte, que te pusieras a observar con detenimiento los componentes de cada cuento y sacaras de ellos mensajes significativos.
—Eso ya no es de mi interés —dijo Émbora, y sus ojos se volvieron más severos, apretó con la empuñadura de una brillante espada curva que le colgaba de la cintura—. Lo único que puedo haceros notar es que los cuentos no se molestan en explicar cómo los personajes adquieren las habilidades que les permiten desprenderse de sus naturalezas para poder viajar. ¿Cómo adquirió uno la libertad de viajar por el espacio, o la de no comer, o la de no respirar?
—Debido a la naturaleza metafórica de los relatos —dijo Yelái—, no es de importancia el cómo, sino lo que hacen con todo eso.
—Quiero enfocarme en ese asunto —dijo Émbora, se levantó empuñando su espada, su armadura cobriza con tallados de figuras mitológicas quedó bañada en rayos de sol, y blandiendo la espada en el aire la convirtió en una serpiente, que huyó entre los matorrales en el momento en el que Émbora la arrojó bruscamente al suelo—. ¿Sabéis cómo es que logré convertir a esa serpiente en espada la primera vez? —preguntó con desdén.
—Sabemos la historia de tus hermanos y cómo fueron creados —dijo Yelái un tanto preocupada, pues el gesto de Émbora parecía dar a entender que le provocaba un profundo disgusto que aquello fuera sabido.
—Entones sabréis que, desde nuestra creación, a cada uno se nos dio ciertas libertades especiales que desentonaban con la norma de las realidades a las que nos enviaron de pequeños. A mis hermanos Yake y Sinke les dieron el control sobre el agua; a mi hermano Dáran, sobre el fuego; a mi hermana Bizái, sobre el espacio… y también nos dieron libertades comunes a todos nosotros, tales como nuestra casi inmortalidad. De seguro sabéis también cómo obtuvimos las libertades que nos hacen ahora lo que somos.
—Sabemos toda su historia —dijo Áigen.
Émbora los miró como una capitana frente a unos soldados rasos, desdeñosa y como si fuera a estallar en órdenes de la más alta importancia. Entonces los hizo cambiar de mundo.

***

Están ahora en una realidad que consistía únicamente de montículos de piedras que ensuciaban el aire con su polvo gris. Sin sol que alumbrara, la luz provenía de las mismas piedras, y era tan tenue que asemejaba a la luz de la luna de una noche nublada. “He puesto pausa a gran parte de mi ser”, dijo Émbora, tomó una piedra y los viajeros la vieron luchar con sudor y sangre por levantarla de su sitio. Émbora batalló con su peso hasta que pudo alzarla por sobre sus hombros y la arrojó pesadamente sobre otras rocas. Hizo lo mismo varias veces hasta que se dieron cuenta de que estaba formando un montículo nuevo. “¿Por qué haces eso?”, preguntó Yelái, Émbora contestó: “Porque esto es lo que se hace cuando se posee la desventaja de depender de tan poca existencia; mover cada roca cuesta un enorme esfuerzo, y si no dedico tiempo, energía y espíritu, nunca podré armar la torre”. Se mantuvieron todos en silencio mientras Émbora continuaba con su trabajo. Esperaron los viajeros sentados a la distancia. Pasó un día, una semana, luego un mes, un año y otro año, un siglo, pero el montículo todavía no estaba lo suficientemente alto. Las centurias se fueron volando y la torre de rocas se elevaba tan alta que daba trabajo ver a Émbora subiendo por la ladera. Cuando pasó finalmente un eón, Émbora declaró que ya no tenía energías para continuar creándola, y bajó junto a los viajeros. “¿Qué quisiste demostrarnos construyendo esta torre?”, preguntó Áigen. Émbora contestó: “Ahora voy a activar de nuevo mi libertad por completo”, dicho lo cual, de un leve puñetazo toda la torre de rocas quedó hecha pedazos, dejando todo aquel mundo sumido en una bruma polvorienta. Después de un momento, las piedras, como si tuvieran vida propia y obedecieran el severo mandato de la mente de Émbora, volaron presurosas a rearmar la torre que acababa de caer, y en menos de lo que los viajeros se dieron cuenta, se había formado una torre el cuádruple de alta que la que Émbora había creado en un eón. Entonces Émbora los hizo levitar hacia la cima, y mientras subían habló: “Cuando regresamos a nuestro mundo original, mis hermanos y yo nos enfrentamos de nuevo a aquello que los seres llaman esfuerzo y penurias, simplemente para poder experimentarlas y superarlas, y de ese modo adquiríamos nuevas libertades. Sin embargo, un día comprendimos que aquello era inútil, porque obtuvimos la libertad de sustraer las existencias de los seres, de manera que el verdadero esfuerzo y la verdadera penuria quedaron vetadas para nosotros. A mí misma mi padre me ofreció liberarme de la necesidad de pasar por esas pruebas, dándome por completo su propia existencia y sus propias habilidades de aquel tiempo, al principio no acepté porque creía que la grandeza estaba en obtener las existencias por el propio esfuerzo y la penuria, pero luego comprendí que, en la escala amplia de los mundos paralelos, no hay diferencia entre esforzarse y obtenerlo todo gratis, así que acepté el ofrecimiento de mi padre y me convertí en gran parte de lo que soy ahora”. Ya habían llegado a la cima antes de que Émbora terminara de hablar, y desde ahí contemplaron el cielo negro como un espejo sin estrellas. “¿Los personajes de los cuentos se habrán dado cuenta de eso del mismo modo que tú?”, preguntó Yelái, y Émbora contestó: “Ya ni estoy teniendo en consideración esos cuentos al explicar todo esto, os he dicho que no me interesa”.

***

Regresan al mundo de las colinas selváticas. Inmediatamente se aproxima la serpiente que había sido espada, como un perro manso que se ha arrepentido de haber huido y suplica el perdón de su dueña. Émbora la toma de la cola, la serpiente se vuelve a transformar en la misma espada y vuelve a ser colocada suavemente en la cadera de su dueña.
—Es nuestra voluntad ir con tus otros hermanos —dijo Áigen—, ¿a cuál nos recomiendas visitar ahora?
—Decidid vosotros —contestó Émbora—, estáis condenados a la libertad.
—Antes de irme —dijo Yelái— quisiera saber si, después de haber satisfecho mi ocio, podría regresar contigo para que me dieras tu existencia y la integre en mí. Hace rato le pedí lo mismo a Sínke y él aceptó con gusto.
—No tengo oposición a eso —dijo Émbora—. Es curioso: lo que ahora soy primero luché por ganármelo, y al final lo gané al mismo tiempo que me fue regalado, y ahora te lo voy a regalar yo sin que tengas la necesidad de lucharlo. Sólo recuerda que en algún momento, dada la inmortalidad de los viajeros, te sentirás con las ganas de renunciar a toda tu libertad para ganártela toda de nuevo desde el principio; ése es mi sentir actual.

          



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Comentarios

  1. Entretenido y original relato, enhorabuena. Un saludo de ANTIGÜEDADES DEL MUNDO

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