Codex Buranus 8: Reie



El verano junto al agua.



Llenos de solemnidad ingresan en los terrenos de la alberca, que ante ellos reluce y brilla anticipándose a sus cuerpos. Como en un santuario, los ayudantes instruyen a ambas filas a ordenarse muy tranquilamente a lados opuestos de la alberca. Los muchachos en la parte sur, las muchachas al norte, todos pueden verse al otro lado del agua, sus reflejos ya se les han adelantado y son uno con el agua.

Los ayudantes también toman sus posiciones después de asegurarse de que todos están en posición a la orilla de la alberca, y junto con ellos quedan en trance mirando hacia la otra orilla. Toda sonrisa es de emoción respetuosa, casi veneradora; hay ojos cerrados, incrédulos y llenos de calma; hay tanto silencio que por varios minutos sólo el viento le daba voz al agua.
Wéishen y Yamé, juntos desde una banca observan ambas filas de muchachos y muchachas a un paso del agua, embelesados. Óira levanta la mano, espera un momento para que todos se den cuenta y por dentro empiecen a crecer las ansias y la desesperación, dejándola que bulla un poco dentro de esos ojos impacientes.

La mano baja como un hacha.
Los pies saltan y las aguas se rompen en pedazos al recibir los cuerpos desde ambos lado de la alberca. Bracean y patalean al límite de sus energías, y los más rápidos no tardan en chocar en el centro de la alberca. Guerreros que se embisten no para herirse sino para aprisionar brazos con brazos y bocas con bocas. El agua no aguanta tanto maremoto; se ha esfumado toda la calma y ahora hay exclamaciones desenfrenadas y chapoteos entre las manos que se asen de toda protuberancia que encuentran en el cuerpo de las parejas, que se rompen y se reforman con otros cuerpos. Van así de un lado al otro. Dézen y Óira se aferran y se dejan llevar entre los demás sin abrir los ojos y sin dejar de compartir el aire de sus pulmones. Va Méyu apenas con paciencia para quedarse con un amante por un minuto antes de pasar a otro. A Bárum entre dos lo sujetan y apenas le permiten sacar la cabeza del agua. Éla se hace rodear por tres y usa todos sus miembros para retenerlos. Todos ellos habían sido puros; casi ninguna mano había tocado antes parte protegida por las leyes humanas. No habían recibido la sensación de otro cuerpo en todos los largos veranos de su vida.

El sonido no parece llegar a Wéishen y Yamé. Para ellos sólo el viento susurra melodías refrescantes bajo el cálido sol. Aprieta Yamé la mano de su compañero, y en aquel agarre están contenidas todas las sensaciones de aquellos que se retorcían en el agua.
Yamé cierra los ojos para que las imágenes no la distraigan del viento.
“Vengan a mí, sensaciones. Ven a mí, viento. Ven a mí, sol. Ven a mí, agua. Ven a mí, caricias. (Los miembros bajo el agua se tocan, se veneran entre sí) Amantes míos, se los imploro postrándome ante ustedes. (Bucean muchas cabezas, pero el agua no las separa de las bocas de las que se apoderan) Aunque dé lastima, se los ruego. Vengan las manos. Vengan los labios. Vengan las olas” (por debajo de las piernas pasan las corrientes del agua, chocan y continúan abrazados).
Wéishen la acompaña cerrando los ojos, sonriendo, haciendo a su cabeza bailar adormilada ante el arrullo del viento. Silba para encarnar en sonidos la sensación de humedad, calor y frescor.
“Dulces bocas, dulces manos, dulces pies, dulces torsos y abdómenes, vengan a hacerme sentir vigoroso. (Los dedos de las manos secas, pero bañadas por el viento y el sol, se entrelazan y se poseen) Yo también llenaré tu cuerpo de vigor; te presto mis labios, mis manos, mis pies, mi torso, mi abdomen” (finalmente se aprietan con sólida avaricia).
Dézen y Oíra se han alejado y se apoderan de sus cuerpos a la orilla de la alberca. Son los únicos que escuchan el silbido de Wéishen, que complementa el placer del agua, del sol y del viento con su melodía adormecedora.

Pero es entonces que Wéishen y Yamé saltan de la banca, y el sonido del agua y de los estudiantes vuelve a su primer vigor. Se sujetan y bailan como si el agua y las exclamaciones fueran su música. Y así van de un lado al otro a lo largo de la alberca. Puros no son y nunca lo habían sido. Pero aún así bailaron como si no se hubieran tenido en todo ese largo verano.

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