Alter-ego 4: En una jaula
Altréu se siente enjaulado en la vigilia.
El nombre era, ¿cómo? ¿La flor roja con la que se hace esa salsa? ¿O era una azul? ¿Séndara, kilánta, muánti[1]? No, no es que mis viajes me hagan perder la memoria; nunca tuve buena memoria para empezar. Pero tengo este saborcito en la lengua, esa salcita sí sobre los panes tostados delgaditos, una vez colé un poco en el cine para ver La pluma de hierro[2]. (La presión en la vejiga se acrecienta, pinchazos de líquido amargo quieren escapar). Justo ahora tengo engarrotados los pies, sí igual que al salir de esa película, duraba casi tres horas, me estuve aguantando desde la segunda (camina hacia el baño), algo de seguro me perdí (abre la puerta y camina hacia el excusado), la necesidad de aliviarme me hizo perderme [un ruido de fina cascada], siento que hace ya tanto de la película como la última vez que me levanté [sensación del frío del cine y el calor del cuerpo]. Nunca beber nada al menos una hora antes de entrar al cine, fue mi lema y guía a partir de entonces. Estuvo Líru, si mal no recuerdo, aburrida como yo, pero nunca nos perdíamos el cine los sábados ni siquiera cuando no había nada interesante que ver [la cascada se queda sin agua] (va hacia el lavabo) y ella casi siempre con cara de meh, lo que sea (abre el grifo y se lava las manos), ¿de eso hace cuánto? ¿Fue la última ida al cine que hicimos antes de que comenzaran mis viajes? No, fue la anterior, sí porque la última fuimos a ver La barrera. (Cierra el grifo) Ella aún va sola al cine [Líru, haciendo fila sola; Líru, sentada comiendo palomitas; Líru, con su carita aburrida; Líru, sin nadie a su lado] (Sale del baño). No hay que pensar ya en eso [un bramido vibrante en el estómago]. ¿Qué hora será? [El reloj marca las ocho de la mañana] A lo mejor aún no se han despertado (sale de la habitación), podré comer algo muy rápido y volver.
El señor Délo Néi, siguiendo los mismos llamados que el estómago de su hijo, se encuentra con él en la cocina. Altréu paraliza el aire de sus pulmones, luego los suelta.
—Hola, papá —dice y sigue buscando en el refrigerador.
—Hola, hijo. ¿Tienes hambre? —el señor Délo se dirige hacia una despensa y saca un paquete de cacahuates sin cáscara.
Aún me mira con esa cara como si yo fuera un extraño que hurga en su cocina (saca un tarro de mermelada y una manzana). No hay que comer mucho tampoco. (Corta la manzana con un cuchillo, coloca los pedazos en un platito y los come sumergiéndolos en la mermelada).
—¿Sólo comes y vuelves a dormir? —pregunta el señor Délo.
¿Por qué lo pregunta así, tan despreocupado?
—Yo no decido cuándo me vuelvo a dormir.
Al principio se preocupaba de verdad cuando me veía despierto, tenía miedo de verdad a que nunca volviera despertar; luego con enojo, como mirando a un holgazán que usa su condición como excusa para ya no hacer nada.
—Hoy después del trabajo tengo que rastrillar las hojas y quemarlas[3]—dice el señor Délo, dejando las cáscaras de los cacahuates en un plato—, podrías ayudarme un poco; hace ya semanas que no lo hago y ya se acumularon.
—Sí —dijo Altréu, maquinalmente.
Ya concéntrate. Estaba aún intentando lograr la atención de esos turistas, debí haberles inspirado más lástima [Las montañas de basura, su hogar, adornan su recuerdo]. Debo conseguir que se apiaden de mí y que me lleven con ellos, entonces lucharé desde el primer mundo.
—¿En qué piensas? —preguntó el señor Délo.
—No es nada.
Alguna vez preguntó qué soñaba, ahora ya no lo hace [sentado en un pupitre en un país del tercer mundo, esforzándose por sobresalir y, algún día, sacar a su país de la pobreza por la vía política]. Sí, eso haré en cuanto regrese.
La señora Déla entra a la cocina junto con Líru.
—Hoy se supone que hay prácticas de natación, quizás llegue tarde —dice Líru, que pasa junto a su hermano casi sin hacerle caso—. Ah, hola —y abre el refrigerador—, no te vayas a acabar la mermelada, que ya no hay más.
—Déjalo que se la acabe si quiere —dice la señora Déla—, no ha comido en un día entero —con una mano toma la barbilla de Altréu y le levanta la cara—. Mira cómo está tu pelo, hijito, péinate un poco y lávate la cara.
Altréu de repente ya no siente hambre [intentarán matarlo los sicarios].
—En un momento voy a bañarme —dice Altréu, apartando la mano de su madre—, me peinaré luego. [Lo matarán algunas veces, pero lo volverá a intentar].
—Acuérdate de no ponerle cerrojo a la puerta —dice la señora Déla.
—¿Por qué no se baña con trapitos en la cama? —pregunta Líru— Un día de estos te vas a romper la cabeza cuando te caigas en el baño.
—Deberías hacer eso —dice el señor Délo.
—Qué lo haga como quiera —dice la señora Déla—. A lo mejor intentar bañarse sin que le dé el ataque le servirá para curarse.
—Entonces denle más cosas qué hacer —dice Líru, sirviéndose un vaso de jugo de naranja—, a ver si aguanta hacerlas.
¿Cuántas veces tendrán que matarme los sicarios hasta que logre sacar a mi país de la miseria?
—Hoy me va a ayudar con las hojas, ¿verdad? —el señor Délo le lanza una mirada de complicidad que de inmediato pierde la fuerza.
—Sí, sí —dice Altréu.
Pero en el fondo todos saben que no se podrá. (Y pronto parte Líru, y Altréu ya no presta atención a lo que dice antes de cerrar la puerta. Termina de comer, se lava los dientes y se dirige al baño). Debo ya comer menos, (se desnuda), no es mala idea lo de los trapos, de verdad un día podría tener un viaje aquí mismo, podrían tomar otras medidas si eso ocurre. (Pese a todo, se baña) Quizá sea mi última ducha antes de cambiar a pañuelos húmedos.
***
Hay en la habitación de Altréu una jaula vacía sobre una repisa de madera. Algunos meses atrás, ésta se encontraba colgando de un gancho en una de las paredes del patio, y en ella vivía un loro de plumas verdes y pico rojo, de esos cuyos chillidos estaban lejos de asemejar cualquier sonido agradable a los tímpanos. Por las noches, Atréu lo metía a la casa para resguardarlo del frío, y en ocasiones, motivado tal vez por la soledad de su vida, se ponía a lanzar un canto chirriante tan agudo que se necesitaba de un gran cansancio o fuerza de voluntad para alcanzar el sueño mientras duraba. La familia percibía cierta tristeza en esos chirridos; la manera en la que mantenía las notas disonantes por largos segundos tenía un aire de lamento tan conmovedor, que no se atrevían a tomar represalias contra él por la mañana. Esto sumado al hecho de que Altréu, gracias a su gran paciencia, comprensión, o tal vez sordera, cuidaba y defendía al loro de las críticas. Era él el que se encargaba de sacarlo por las mañanas y meterlo por las noches, lo alimentaba y pasaba largos ratos haciéndole compañía, a veces silenciosa, a veces intentando replicar su lenguaje de chillidos. Nunca dijo qué le encontraba de interesante a ese loro. Pese a haber sido comprado originalmente como regalo para Líru, ésta rápidamente se había hartado de él y Altréu se volvió su nuevo dueño.
Méyu podría contar de todas las veces que Altréu llevó la jaula con el loro al parque, asentándolo a un lado de las rampas mientras los demás patinaban, el loro tan perdido en los razonamientos que su cerebro le permitiera tener, y Altréu siempre mirando de reojo de tiempo en tiempo para asegurarse de que nada le ocurriera.
Cuando la condición de Altréu comenzó a tomar fuerza, el loro parecía sentir que una desgracia se aproximaba, pues, sin que ninguno de la familia se lo pudiera explicar, dejó de cantar por las noches y por el día apenas emitía sonido alguno. Este nuevo silencio volvió más tolerable el trato que la familia tenía con él, y durante un tiempo cuidaron de él cuando Altréu se encontraba indispuesto. Estos cuidados escondían en el fondo la impotencia que la familia sentía para resolver el problema del que sufría el hijo mayor; ellos, en especial la señora Déla, empezaron a ver al loro como un fragmento de la huella que su hijo había dejado en la tierra durante su periodo de salud, y al cuidar y alimentar al loro sentían que seguían siendo parte de la vida de su hijo, pues los momentos en los que tenían la oportunidad de hablar directamente con él se volvían cada vez más escasos.
En los periodos de vigilia de Altréu, éste continuó cuidando de su loro el tiempo que su condición se lo permitía, pero conforme se fue obsesionando con sus sueños, los cuales, afirmaba, eran viajes a otros mundos, empezó a olvidarse del loro; muchas veces pasaba a su lado para buscar agua y ni siquiera volteaba a verlo; ya no se preocupaba de revisar si tenía suficiente para comer y beber, tampoco se molestaba en preguntar si lo habían estado metiendo por las noches y sacando en la mañana. Como si esta indiferencia de Altréu por el loro, así como la indiferencia que siempre mostraba para recuperarse de su condición, se hubiera vuelto una enfermedad contagiosa que drenaba las esperanzas de la familia, ésta empezó, a su vez, a dejar de lado al loro, pues éste pasó a convertirse en la representación de la enfermedad de Altréu y de su nulo deseo de recuperación. Ahora cada vez que lo alimentaban, lo sacaban y lo metían, les hacía recordar los tiempos en que Altréu se encargaba de eso, y al tomar su lugar en los cuidados del loro empezaron a escuchar en sus cabezas una voz que les decía: “Esto antes lo hacía Tréu, pero ya no puede ni quiere hacerlo porque ahora está inconsciente en su cama”. Y con el paso del tiempo, el loro empezó a sufrir los descuidos de una alimentación que sólo se le proveía cuando alguien por ventura se acordaba de él. Pasaba algunos días sin tomar aire fresco y expuesto algunas noches al frío hasta que alguien se tomara la molestia de cambiarlo de lugar. Tiempo después dejaron de sacarlo definitivamente, y quedó como un adorno viviente en la sala de estar.
Una noche, comenzó a chillar de nuevo. La sorpresa fue tan grande como cuando había dejado de hacerlo hacía ya varias semanas, pero la reanudación de su molesto canto no movió a nadie de su cama. Aunque tanto el padre, la madre y la hija tuvieron la intención inicial de levantarse y arrojar al loro con todo y jaula afuera, un sentimiento de culpa, o quizá rencor, los mantuvo en sus camas. A medio dormir, con los pensamientos entumecidos y el cerebro funcionando a medias, soñaron semidespiertos que el que gritaba era Altréu, gritaba porque necesitaba su ayuda, estaba abandonado y pedía compasión por su estado, pero él los había abandonado y no tenía compasión por ellos, tan abandonado en sus mundos y sin voluntad para siquiera intentar aliviar el sufrimiento que ellos sentían. ¿Por qué van a tener compasión por un hijo y un hermano tan egoísta? Estos eran sus pensamientos a esa hora de la noche, donde gobiernan los pensamientos que luchamos por no tener durante las horas de consciencia, donde la suavidad de la almohada y la pesadez de la cabeza nos llenan de una cómoda sensación de que lo que estamos pensando en realidad no viene de nosotros, que sólo repetimos sin consciencia aquellas ideas y pensamientos que, nos parece, algo más nos obliga atener, y que nos causan un delirio vívido que no es lo suficientemente fuerte para regresarnos a la consciencia y hacernos responsables por haberlos tenido. Dejaron al loro chillar toda la noche. Al día siguiente, lo encontraron muerto.
[1]Especies de flores de color rojo, azul y amarilla, la última es altamente tóxica.
[2]Ganadora del premio Tóihan a la mejor película danzilmaresa del 2011.
[3]Algunas personas mezclan esas cenizas con vinagre para ahuyentar a las orugas de los jardines.
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