Alter-ego 3: Igual a un dios
Ánderwo experimenta una trascendencia que no puede controlar.
Los seres trascendentes, diría alguien al ver a Ánderwo de pie en la calle inundada, enfrentándose a la tormenta, poco tienen que ver con la obsoleta idea del elevamiento de la conciencia, de la unión con el universo o la integración con éste para lograr milagros; a veces sólo basta que un ser no trascendente viaje hasta un mundo con una magnitud lo suficientemente baja, y entonces, sin haber pasado por ningún proceso de enaltecimiento espiritual, será como uno de esos seres trascendentales que en un tiempo denominamos con el ambiguo y obsoleto nombre de dioses.
Ánderwo empezó a caminar entre las calles que bordean el parque, luego se dirigió hacia el norte por el distrito de Yárin[1], después volteó hacia el oeste y comenzó a trotar. Veía la ciudad habitada por el agua y el viento, pero estos eran ahora muy débiles para provocarle el menor frío o el menor empuje, y en medio de aquella ciudad ahogada, sus pies se sentían tan ligeros como si no tuvieran carne ni huesos, y a su nariz no entraba ni aire ni agua; su vida, así sentía, provenía de ninguna causa y no dependía de nada.
Dijo el viajero: tu mundo original estaba a trillones de niveles de magnitud de este, pero es un poco intolerante, así que tomará un poco para que sientas los efectos reales de tu nuevo estado.
Ánderwo ya corría en dirección a las afueras de la ciudad. Eran pocos los seres que, desde la seguridad de sus ventanas, o que tuvieran el infortunio de no estar bajo refugio, veían a ese ser venido de otro mundo, sin camisa ni zapatos, corriendo sobre los charcos, abriéndose paso contra la furia de la tormenta, y desapareciendo tras la niebla de agua al alejarse demasiado. Llegó a las afueras; el sol se vislumbraba a unos kilómetros de distancia, y con más entusiasmo corrió hacia él, y en pocos instantes, debido a lo acelerado de su carrera, salió de la cortina que marcaba los confines de la tormenta y entró en los dominios de los prados de Xáv, a los que bañaba el sol y el aroma de las hierbas húmedas. Penetró en las profundidades de la pradera y se detuvo en seco. La ligereza de su cuerpo se sentía tanto que se espantó por un instante. Se repuso rápido, reanudó su carrera a través de los prados hasta llegar a Trún, donde sus pies dejaron de pertenecer poco a poco a la tierra y se adentraron en el reino del aire. Cuando llegó a la ciudad de Kórens[2], ya estaba volando a la altura de sus enormes rascacielos que profanaban la vista del cielo, y completamente inmerso en sí mismo no prestó atención de los testigos a los que su vuelo atraía. Cámaras y exclamaciones se dirigieron hacia él; retinas y discos duros guardaron memoria de su paso por la ciudad. Al salir de ahí, ya volaba tan alto que de un vistazo la ciudad de Kórens parecía una lenteja en una mesa, levantó la vista y sus ojos recibieron la luz del sol directamente. Apareció entonces un espectáculo de luces danzantes, que con sus formas modulantes lo llamaban a subir con ellas hasta el sol. Descendió un poco y continuó volando hasta la gran cadena montañosa del centro de Danzílmar, donde se detuvo en su pico más elevado[3]y contempló la nieve y las montañas grises a sus pies.
—¿Estás contento? —preguntó el viajero.
—Siento que aún podría hacer más —Ánderwo se sentó un instante en medio de la nieve.
—¿Qué quieres hacer ahora?
—Es extraño; siento que puedo hacer lo que quiera, pero una parte de mí siente un, no sé bien qué.
—Este es el sueño de los seres que está confinados a una magnitud, ¿o no?
—Sí, pero es como si al ganar todo esto, algo también se hubiera perdido.
—¿Tu vulnerabilidad?
—Sí, eso es. La vulnerabilidad, al perderla, ¿por qué se siente así? Espera…
Interrumpió la respuesta porque comenzó a sentir algo más: un temblor surgió de las entrañas de la montaña, tan suave al principio que asemejó al temblor de las rodillas cuando se carga con un peso muy grande, y las rodillas de esa montaña estaban sacudiéndose y cediendo poco a poco a la pesada carga que soportaba su pico.
—¿Por qué perder tu vulnerabilidad te hace sentir extraño? —preguntó el viajero.
Ánderwo estaba pensando en su respuesta cuando la cima de la montaña colapsó. Diríase que un meteorito invisible impactó contra el cenit del pico más alto de la cadena, así lo percibieron los testigos de ese suceso a kilómetros de distancia. Ánderwo casi ni se dio cuenta de que ya se encontraba cayendo por el nuevo cráter en que se había convertido la montaña. Emprendió el vuelo apenas se hubo repuesto de la sorpresa.
***
El mundo está empezando a sucumbir ante ti, Ánder; tu trascendencia es tan grande que esta realidad de magnitud tan inferior no podrá soportarte para siempre.
Aprenderé a controlar todo esto para que no suceda.
Apréndelo rápido entonces.
(Pero el mundo no resistirá por siempre; su sola presencia ahí arriba en el cielo danzilmarés está empezando a despedazar montañas, zarandeando ríos y mares, y pronto todo el mundo empezó a sufrir un calambre tortuoso en el que todos los átomos se aterraron y la luz se paralizaba)
No tendrás tiempo.
(Ánderwo salió el planeta, pero el terror no se detuvo; aún temblaban todos los átomos y se adormecían las moléculas)
Aún estás muy cerca.
(Ánderwo se alejó a gran velocidad de la tierra, tan asustado que no pudo disfrutar del espectáculo del universo, que a su vez empezó a retorcerse ante la presencia de su nueva libertad. En pocos segundos ya se había alejado unos cuantos billones de años luz de la tierra, pero aún a esa distancia la sentía en peligro)
¡Ayúdame, viajero! ¿Cómo detengo todo esto?
Del mismo modo que el infante aprender a controlar la diferencia entre golpear y acariciar; la misma mano que destroza a los débiles puede protegerlos, si así logras que sea tu voluntad.
(Los planetas del universo ya habían empezado a convertirse en masas llorosas de materia cuando Ánderwo logró frenar su influencia destructora; el esfuerzo fue similar al del recién nacido que es obligado a aprender a caminar pocas horas después de ingresar en su nuevo mundo. Regresó a toda prisa a dónde se encontraba la tierra. El planeta no se había destruido, pero, como muchos millares de otros, había perdido casi la totalidad de su superficie, por lo que ya no había más que un mar de lava y los gases del núcleo inundaban el espacio donde había estado la atmósfera; había vuelto a su primera infancia)
***
—Hijo de puta —dijo Ánderwo—. ¿Por qué me trajiste a un mundo tan frágil?
—Una de las posibles consecuencias de este tipo de trascendencia, es ésta —dijo el Viajero—. Si así lo quieres, puedo llevarte a otro mundo similar donde no seas tan trascendente que lo destruyas, o a uno que sea completamente inmune a la destrucción, o a uno donde te sea más fácil controlar tu trascendencia…
—¿Y qué hay de todos los que hice morir aquí?
—Si tanto te importan, intenta revivirlos. Recuerda que aquí eres el ser más libre.
(Me tomaré la libertad de continuar esta historia en el universo en el que Ánderwo decidió no usar su libertad para enmendar el daño que provocó. Más aún, iremos a una versión en la que ni siquiera se tomó la cortesía de explicar el por qué ni siquiera quiso intentarlo).
La negativa de Ánderwo para continuar en ese universo se vio acompañada de un cambio en su semblante, como el que se supiera condenado a huir y nunca más regresar. El viajero le dijo, intentando animarlo:
—Los universos son tan numerosos que es inevitable destruir alguno que otro por el camino.
Ánderwo pidió entonces salir de ese mundo.
[1]Apellido de un antiguo político de Éntas.
[2]Llamada popularmente la segunda capital de Danzílmar.
[3]Seguramente al llamado “dedo del cielo”, a 3.326 metros sobre el nivel del mar.
Interesante historia a la vez que original, blog muy interesante. Un saludo de ANTIGÜEDADES DEL MUNDO.
ResponderBorrar