Entes 4: Dáran





El hermano Dáran explica lo injusto de los seres trascendentales.




    —Ya pueden pasar —dijo una secretaria pelirroja, que pertenecía a un mundo pintado en el que los ojos de los seres apenas existían.

Áigen y Yelái encontraron, sentado en su escritorio, ojeando con semblante aturdido cientos de documentos, al hermano Dáran, que al darse cuenta de ellos les sonrió y ofreció que se sentaran.
—El bello Dáran, el prudente —dijo Yelái, brillándole los ojos—, ¿en qué estás ocupado?
—Los acuerdos y condiciones de varias realidades antes de integrarse al Zlandliú —dijo Dáran—, no tienen idea de la cantidad de mundos que están ansiosos por ser parte de nuestra sociedad, pero se muestran renuentes a considerar las consecuencias inevitables (acaso incómodas) que implica la convivencia en sociedad con otros universos. ¿Pero qué es lo que buscan ustedes?
—Venimos a pedirte opinión sobre unas historias que en nuestro ocio se nos aparecieron —dijo Áigen, entregándole las láminas.
Dáran las examinó atentamente, de la misma manera que lo haría con los documentos formales que se encontraba revisando. Mientras se tomaba su tiempo, Yelái dijo:
—¿Cómo te ha ido en esto de trabajar para el Zlandliú? Alguna vez me llamó la atención dedicarme a viajar entre los universos para convencerlos de unirse, pero mi voluntad estuvo por otros lados. ¿Cuánto tiempo más crees que esta forma de vida será tu voluntad?
Dáran contestó, sin apartar la vista de las láminas:
—Todos mis hermanos comenzaron al principio siguiendo este camino, y poco a poco fui testigo de cómo sus voluntades los hacían tomar caminos diferentes, diseminándose por todo el zlánd, dejándome sólo en esta empresa. No es más que cuestión de tiempo para que yo también elija irme, y para que los demás decidan volver.
Después de un rato bajó las láminas, y dijo:
—Quiero limitar mi opinión a un solo aspecto de lo que pude interpretar, sin señalar el cuento específico. Ustedes, como viajeros, ¿qué van a hacer con todo lo que logren cosechar de sus experiencias?
—Yo espero ver todo lo que me sea posible ver hasta que me harte —dijo Áigen—, y después encarnarme en algún mundo donde yo sea un ser relevante, y compartir mis conocimientos sobre el zlánd como un sabio respetado.
—Yo quisiera llegar al mismo estado al que tú y tus hermanos han llegado —dijo Yelái—; de hecho, iba a pedirte si me dejabas poseer tu existencia para ser lo mismo que tú. Tus hermanos Sinke y Émbora ya me han dado su aprobación para poseer las suyas.
—Seguro, te la daré —dijo Dáran, levantándose—, pero el lograr obtener todo eso será, al fin de cuentas, poseer una libertad que no se han ganado, ¿o sí?
—En las circunstancias que vivimos —dijo Yelái, tras pensar un momento y analizar la mueca interrogadora de Dáran— ¿qué diferencia hay entre lo que ganamos con méritos y lo que sólo se nos da? ¿No es precisamente el origen de todas las naturalezas el haber sido creados con dones no ganados? El tiburón no se ganó sus dientes ni el sol se ganó su calor; todo eso les fue dado por la realidad.
—¿Y es eso justo? —preguntó Dáran— ¿Importa que lo sea en primer lugar?

***

—En este mundo todos los seres nacen con un solo apéndice. Mírenlos arrastrar sus abultados cuerpos con él sobre la tierra. El mismo apéndice es al mismo tiempo para desplazarse, respirar y comer, ¿están estos seres en desventaja en relación a nosotros?
Los viajeros vieron a esos seres animalescos desplazándose por lo que parecía un desierto de arenas negras, revolviendo el suelo con sus únicas trompas y escondiéndose en sus madrigueras al percatarse de las sombras de las nubes en el cielo. Estos seres no podían ver ni a Dáran ni a los viajeros.
—Ciertamente no podrán hacer muchas cosas —dijo Áigen—, no los imagino escribiendo, tocando violines, pintando o empuñando espadas —mientras hablaba, Dáran adquirió la misma forma de esos seres y se puso a arrancarle las hojas a un arbustito para comérselas—, pero supongo que para lo que su realidad les ha deparado, lo que tienen es suficiente por ahora.
Con su casi inexistente boca, Dáran dijo mientras masticaba:
—¿Y si sólo es suficiente en apariencia, pero en realidad sus vidas serían mucho más cómodas si poseyeran lo que no poseen?
De la parte de abajo del rechoncho cuerpo de Dáran surgió un par de patas robustas, con las cuales se irguió y provocó la admiración de sus compañeros de mundo, que se acercaron para admirar esos nuevos apéndices con los que Dáran alcanzó las frutas verdes que crecían en un árbol espinoso. Los pequeños seres las comieron y rodaron en torno a Dáran en señal de alabanza.
Dijo Dáran:
—Es curioso que en un mundo donde todos tengan sólo un apéndice, el que tiene tres es como si fuera un héroe. Díganme, viajeros, ¿es injusto que yo posea estos apéndices extra, mientras que el resto de mis compañeros siga teniendo sólo uno?
Sin darles tiempo para contestar, un grupo de aquellos seres se juntó para llevar a cabo una importante discusión. Dáran hizo un gesto a los viajeros para que se callaran y escucharan lo que habrían de decir. Tras un rato, surgió de entre ellos el más voluminoso de los qoéri, como se llamaba su especie, y poniéndose en frente de Dáran comenzó a hablar:
—Después de mucho deliberar, hemos llegado a la conclusión de que tu existencia no puede ser tomada a la ligera, ya que implica consecuencias de orden filosófico que a muchos de nosotros inquietan. La cuestión es esta: no representas nuestra realidad; no eres parte de las experiencias comunes de los qoéri; no sufres lo que nosotros, y, muy seguramente, tus experiencias también son inalcanzables para nosotros. ¿Para qué queremos en nuestro mundo a un ser que no representa a nuestro mundo? ¿De qué nos sirve tener un compañero que puede hacer lo que nosotros no podemos y que por ello vive mejor? ¿Te das cuenta de lo que queremos decir? Nosotros como colectivo tenemos problemas, y lo que menos nos gusta es que uno de nosotros desarrolle tales libertades y nos eche en cara lo que no podemos hacer. Para ponerlo simple: tu existencia es injusta. Así que o vuelves a ser como eras antes, poseyendo solamente un apéndice como todos nosotros, o te comprometes a usar ese poder para servir al mundo cuando se necesite, brindándonos los frutos de ese árbol que de otro modo serían inalcanzables, o te vas de aquí y no regreses nunca, o te matamos.
—¿Qué debería hacer, viajeros? —preguntó Dáran sin quitar la vista del jefe de los qoéri.
Mientras esperaba una respuesta, los más jóvenes de los qoéri empezaron a juguetear diciendo:
—¡Yo también quiero otros dos apéndices!
—¡Sí, qué genial sería poder alzarse en alto como él!
—¡Yo podría agarrar esas frutas por mí misma!
Y eso exasperó al jefe:
—¿Ya ves lo que has hecho? —gritó a Dáran, mirándolo desde abajo con sus ojitos negros— Tu falta de representación fiel de la realidad está haciendo que los demás ignoren la realidad de nuestro mundo y se pongan a desear cosas absurdas.
—Creo que deberíamos irnos —dijo Áigen, que contemplaba con cierta tristeza a los qoéri.
Dáran volvió a su forma normal, y para los qoéri fue como si se desvaneciera en el aire.
—Es bastante simple —dijo Dáran—, aquello que no sea un retrato de la realidad de uno, será desechable.
Dáran hizo que al resto de los qoéri les crecieran apéndices similares a los que él se había dado, y al levantarse del suelo y comprobar que podían alcanzar los frutos, comenzaron a celebrar; incluso el jefe parecía haberse olvidado del desaparecido y de sus palabras, pues su realidad había cambiado, y cuando la realidad cambia el pasado se vuelve ficción.
—Bello Dáran —dijo Yelái, mirando complacida a los qoéri—, me gusta lo que has hecho, pero ¿qué tiene que ver con los cuentos?
—El valor de todo esto no está en lo que ha sido escrito —dijo Dáran, con un aire de desasosiego—. Todos esos personajes que han viajado por todo el zlánd, ¿qué serán para todos aquellos que no han viajado nada? ¿En otros mundos serán rechazados por ser ficciones, serán elevados a dioses, serán ignorados? Todo nos pasará.

***

Están ahora en un enorme disco plateado que flota en un espacio violeta. Lo puebla un grupo de seres humanos, uno de los ancestros de la especie de la que descienden Dáran y sus hermanos. Al entrar en ese disco sin atmósfera, Dáran camina normalmente entre ellos seguido de los viajeros.
—Este mundo está en el límite de mi magnitud —dijo Dáran—, mientras no aumente el alance de mi magnitud, aquí soy igual de vulnerable que esas personas en casi todo.
Y contemplaron las construcciones de piedra brillante en las que se refugiaban. Venían algunos con cargas de animales para cocinar, y el bosque en el que habitaban tenía árboles rojos que ardían con tal facilidad y por tanto tiempo, que con un solo tronco ponían a asar pedazos de animales por días.
—Dime, Dáran —dijo Aígen, con ojos nerviosos pero con voz agradecida—, pero ¿acaso nos estás protegiendo de la magnitud con tu libertad? Sabe que nosotros, los viajeros sencillos, no tenemos la capacidad de soportar las magnitudes superiores como ustedes, los hijos de Gyéo Fúntuo.
—Lo sé, y en efecto los protejo, ya que estamos a una magnitud de Aleph-0[1]en relación a nuestro universo.
—¿Aleph-0? —exclamó Yelái, impactada— Así que este universo es por ahora el límite de tu libertad. Si no nos estuvieras protegiendo, este universo nos habría aplastado tan rápido…
Dáran los ignoró y se dirigió a uno de los humanos, se desnudó para estar como ellos y comenzó a ayudarlos en sus laboriosas ocupaciones. Los ayudó a cazar, cocinar, sembrar; labró durante días la tierra brillante para hacer crecer vegetales, crio a los animales de las granjas, participó en las cosechas cargando los sacos de semillas, y todo lo hizo con una jovialidad tal que parecía haber pertenecido a esa realidad desde siempre, sin conocer ninguna otra. Escondidos en la invisibilidad, los viajeros comprobaron que Dáran, al trabajar, se cansaba de verdad, sudaba de verdad y se lastimaba de verdad, pues en los universos en la magnitud límite, era tan frágil como lo había sido alguna vez en su realidad original.
Una noche que hubo una celebración en torno a una gran hoguera, creada sobre los troncos de árboles rojos, Yelái preguntó:
—¿Cuál es el punto en mostrarnos todo esto?
Dáran contestó, mirando el fuego hipnotizado, como si en él viera visiones fantasmales:
—En este mundo aparentemente estoy en igualdad con todos: mis músculos, mis huesos, mi agilidad, mis habilidades… todo es igual a la de esos seres. Aquí no podría derribar un árbol con un dedo, no podría volar, no podría estar sin comer. Sin embargo hay una cosa que no es igual y que me pone en un estado de injusticia: yo en cualquier momento, ahora mismo, podría hacer a mi mente viajar a un alter ego que habite en las magnitudes superiores, adquirir su capacidad y libertad, y de inmediato este universo ya no sería mi límite y me volvería de nuevo algo sobrenatural, alguien con capacidades injustas para los seres nativos de aquí.
—¿Lo vas a hacer? —preguntó Aígen.
—No es mi voluntad aún —dijo Dáran, y los miró lleno de culpa—. Viajeros, a mí me tocó la mejor realidad de todas a las que nos enviaron de pequeños, una realidad de placeres, donde el dolor es escaso y no había ley mayor que la del gozo. Ahora que tengo la oportunidad, me gusta explorar las realidades contrarias, pensando que con ello experimentaré lo que en ese entonces no era sino una ficción, pero conforme vivo esas experiencias, e integro esas realidades en mi ser, menos importante es la diferencia entre un mundo utópico y uno distópico. Les recomiendo ir a visitar a mi hermano Kóntro, al que le tocó la realidad más terrible de las nuestras.


[1] En otros momentos de ParalefikZland, se usa el Aleph-0 para representar cantidades tan grandes que no es de utilidad alguna intentar precisarlos o calcularlos.

Comentarios

  1. Muy buen entretenido relato, enhorabuena. Un saludo de ANTIGÜEDADES DEL MUNDO

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