Codex Buranus 15: Amor Volat Undique



El amor vuela por todos lados.



V. Cour d'amours

Era la tarde tranquila, refrescada por los nuevos vientos del otoño, que borraba poco a poco los calores que había traído el verano. En Ítumi eran los últimos días en los que descansaba de ser escuela, y los niños aprovechaban para correr entre sus árboles y los ancianos para pasear alrededor de sus estanques. Muchos alumnos están también reunidos ahí, quizá para bajar con tanta quietud la resaca que aún tenían en sus emociones desde la reunión en la taberna, aunque hubieran pasado ya más de dos semanas. Pero algunos de ellos sólo usan sus caminatas sosegadas y pacíficas para ocultar que sus mentes ya están con la mira en la última reunión. Corazones laten acelerados tras músculos faciales relajados, espaldas perezosamente comprimidas contra el pasto suave, y respiraciones lentas como regocijándose por la visión de los inocentes niños que, perdidos en sus juegos, ignoran el placer de la quietud.
Pero el amor volaba por doquier, o más bien los sentimientos dulces y amargos del deseo controlaban sus sentidos para detectar la presencia de aquellos que más les encendieran la sangre de las venas.
Éla observa, pero en seguida desvía la mirada para ser mejor observada.
Óira: Yo ya he elegido a Dézen, y de él a nadie más.
Éla: ¿Cómo es que, dándosenos la oportunidad de deshacernos por un rato de todo obstáculo, decidas imponerte un propio límite en vez de dejarte fluir como el cuerpo merece?
Óira: El vino da placer a unos; la cerveza a otros. Habrá quienes los combinen y disfruten de lo que aquellos que no sienten la misma urgencia nunca podrán.
Éla: ¿Por qué no degustar todas las formas, si así es que el escenario nos lo permite con libertad?
Óira: Quizá sea verdad que de nuevos sabores he de perderme, que mi piel se pierda por siempre de exóticos roces y mis músculos nunca sean apretados por esos calambres que me dejen sin aliento.
Y por delante de ellas pasan de nuevo especímenes, tanto para evaluar como para ser evaluados.
Óira: Mas lo importante es que mi compañero es también el que más a mis más delicados instintos pueda hacer temblar, no tanto en lo que a mis nervios proporcione, sino también que mis auténticos suspiros su sola presencia haga brotar. Tu gozarás con toda tu piel, pero a mí sólo uno con tan sólo su voz me hace sentir sus manos, con tan sólo sus miradas me hace sentir sus brazos.
Éla: Yo nunca he conocido ese calor de un compañero, y los placeres que en solitario son posibles de conseguir los imagino inexistentes en comparación.
Óira: Cada noche que pases, te sentirás al borde de un abismo por el que querrás desesperadamente saltar, porque ahí al fondo es tan cálido y luminoso. Tu corazón anhelará y clamará por salirse de tu pecho para saltar hacia el pecho de tu compañero. Y dormirás y sentirás que hay alguien en tu lecho; sentirás un peso que se hunde a tu lado y una calidez reconfortante. Te darás la vuelta y verás aire. Tus sentidos adormecidos te harán caer de nuevo, y volverás a sentir el espíritu de tu amante hasta la desesperación.
Pero aquellas parejas de jóvenes y ancianos que pasean no tendrán que ver aire cuando se retuerzan en la cama, sino que atraparán carne y piel que no tardará en intentar fundirse con la carne y piel propia. El mismo aire viajará entre los dos pares de pulmones, absorbiendo uno el oxígeno que el otro no pudo aprovechar; material genético será también compartido en ambas bocas, sin asco ni pudor, pues llega el punto en el que lo ajeno lo sienten propio.
Éla: Cuán amargo destino.

Ha sido decidido que el celo humano no sea menguado por los fríos próximos, sino que, como pocos otros animales gozan, para el placer sea siempre primavera. 

          



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