Entes 5: Kóntro





El hermano Kóntro muestra a los viajeros cómo la realidad se beneficia con el sufrimiento.



La visita al hermano Kóntro fue muy breve, pues aún con toda su experiencia, Áigen y Yelái no pudieron evitar sentirse en constante peligro cerca de él.
Si la tonalidad anaranjada en los iris de Dáran le daban a su aspecto la belleza de un iluminado, el mismo color en los ojos de Kóntro le hacían parecer cruel y déspota, que ni siquiera en sus momentos de más calma estaba libre de pensamientos macabros, y en quien era imposible confiar debido a lo volátil de su voluntad. Así lo encontraron los viajeros mientras Kóntro enfrentaba al tribunal de un país que, por lo que parecía, estaba en la miseria. Vieron que Kóntro, muy pacientemente, con sus ojos malévolos, abogaba por la situación del país y exhortaba a sus gobernantes a, entre otras cosas, bajar los impuestos, sacar al gobierno de la vida privada de la gente y a evitar el despilfarro, ante lo cual recibía excusas y respuestas ambiguas. De repente, todos los líderes y figuras poderosas presentes lanzaron gritos de pánico y dolor, tan súbitos y atronadores que los viajeros se sobresaltaron y perdieron toda compostura; un fragmento del infierno había surgido en aquella sala. Kóntro, disfrutando de los alaridos, esperó a que terminaran, tras lo cual dijo:
—Eso que sintieron es el dolor de sus genitales siendo arrancados de raíz mientras son quemados por brasas. Tengo la libertad de provocarles ese dolor directamente en sus cerebros sin necesidad de tocar sus cuerpos. El trato es este, líderes del mundo: volveré en un mes, y si para cuando vuelva la situación de su mundo no ha mejorado, volverán a sentir este mismo dolor, todos, desde los presidentes hasta los senadores, los diputados, los secretarios del gobierno y un largo etcétera. Por cada mes que su mundo siga así, seguirán sintiendo ese dolor, y no cesaré hasta que hayan paliado el sufrimiento de este mundo. No me miren como si pidiera imposibles; sé que tienen los recursos para hacerlo de sobra; sólo les he dado la motivación. Nos veremos en un mes.
Diciendo eso, se volvió invisible y la concurrencia entró en pánico. Kóntro hizo entrar a los viajeros en un espacio donde no llegaba el sonido del exterior, y sólo podían ver a los líderes del mundo discutiendo aterrados.
—No va a funcionar —dijo Kóntro con una inflexión de bondad—. Aún si los gobernantes reducen su poder, falta que la gente común también hagan de su parte. Me temo que tendré que hacerles una amenaza similar, diciéndoles que si no dejan de ser pobres de espíritu y siguen siendo de mente mediocre, tendré que torturarlos también. Aunque la misma tortura quizá sea aburrida; tal vez el dolor de ojos arrancados, de parásitos carnívoros, cefalea en racimos perpetua…
Áigen y Yelái intentaban no mostrarse intimidados, pero al ver que ese miedo parecía alegrarle, Áigen dijo:
—¿Por qué no simplemente arreglas este mundo con tu libertad? —se tranquilizó al ver que Kóntro sonreía con complacencia— Quiero decir… poderoso Kóntro, tú tienes libertad de sobra para volver de cualquier infierno un paraíso.
—Sí, así es —dijo Kontro y contempló el silencioso tumulto de políticos—, tengo la libertad, pero no la voluntad. ¿Quién me amenazará para que actúe de otra forma?
—Poderoso Kóntro —dijo Yelái, con un tartamudeo—, hemos venido a ti para…
—Sí, sí, ya sé —interrumpió Kóntro agitando la mano—, ya adquirí sus existencias y vi lo de los cuentos. Y no te preocupes, te regalaré también mi ser cuando quieras. En fin, esos cuentos, que parecen haber sido ideados por mi padre, pueden referirse a la voluntad. Todos ahí están siguiendo su voluntad usando sus libertades como puentes. Por voluntad salen de la burbuja, la cueva y la zona, y exploran, adquieren, integran y deciden. Cosa hermosa es la voluntad, ¿no creen? Pero ¿cuál es el precio de la voluntad? ¿Se debe exigir que la voluntad venga con el costo de la responsabilidad, o es esa una demanda insensata cuando tomamos en cuenta la infinidad de realidades?
—Todo eso es sumamente interesante —dijo Áigen, sonando un tanto servil—, ¿podrías servirte de algún ejemplo en otra realidad para experimentarlo directamente?
—¡Seguro!

***

Fueron a un mundo ubicado en un megaverso muy lejano. Toda la realidad estaba compuesta de un ser atado a una mesa y un pequeño jardín que crecía alrededor de él, con árboles verdes y frondosos, hierba que emanaba un aroma húmedo y muy tranquilizante, y muchas flores con colores brillantes y llenos de vida. Todo el espacio más allá de los límites del jardín era tan negro como las zonas abisales, y una luz amarilla salía de la nada en la zona del jardín.
Kóntro: Y bien, ¿qué tal está este mundo? Lo descubrí hace mucho tiempo y a veces vengo para trabajar en un proyecto.
Áigen (tiembla un poco al ver al pequeño ser tendido en la mesa): Es un mundo interesante, poderoso Kóntro, ¿podrías explicarnos su naturaleza?
El ser, que asemejaba un cuerpo consistente en tres bolas de carne pegadas, con varios ojitos en la más pequeña y extremidades en las más grandes, empezó a respirar fuertemente al ver a Kóntro, casi al punto de convulsionarse de terror.
Kóntro: Es en realidad muy sencillo. Este jardín crece entre más torturado sea ese ser.
Yelái: ¿Torturado?
Kóntro: Mientras más cruelmente sea vejado, más bello y grande crecerá el jardín. No se inquieten demasiado. Siempre me aseguro de que vuelva a su estado normal después de la tortura, y como es el único ser de toda esta realidad, bien podría decir que no tiene otra función más que la de sufrir por el jardín, quizás llegue el día en que toda esta realidad se vuelva una selva frondosa donde surjan otras formas de vida inteligente, y vendrán a rendirle tributo a este pequeñín por hacer surgir este mundo con su dolor.
Kóntro hizo aparecer una caja metálica donde había todo tipo de cuchillos y objetos punzocortantes, también había ácidos y artefactos que desprendían fuego. El pequeño ser sin nombre se retorció al ver uno de los cuchillos acercarse a su cara. A Kóntro le brillaban sus ojos anaranjados con un fuego infernal, disfrutando cada instante del temor del pequeño ser. Cuando uno de los ojitos fue extraído, Áigen notó que junto a su pie había comenzado a brotar una florecita, y para cuando el ser ya no tuvo más ojos la flor se había abierto y lucía un hermoso color rojo, y de ella surgían olores que le entumecieron el cerebro, recordándole a la experiencia que tuvieron con el hermano Sínke en la playa blanca.
La tortura prosiguió de las maneras más abominables mientras los chillidos del ser viajaban hasta perderse en la oscuridad, pero el poder de Kóntro le impedía morir. Mientras el jardín seguía embelleciéndose, Áigen y Yelái se distrajeron de la tortura comiendo de los frutos de los árboles y lanzando piedras en un arroyuelo que había comenzado a surgir de una roca, el cual formaba un río que se dirigía hacia la penumbra. Cuando ya no hubo en el ser más carne que cortar ni más nervio que arrancar, quedando solamente su cerebro intacto, Kóntro hizo resurgir su cuerpo hasta quedar igual que al principio, y ahora el ser dormía con el corazón acelerado, soñando que existía en otro universo. El perímetro del jardín había aumentado cinco metros.
Kóntro (extasiado): La voluntad, compañeros, la voluntad.
Los viajeros regresaron a su lado, con miedo a verlo a los ojos, como niños ante una madre abusiva.
Kóntro: Ese es el sentido implícito de esos cuentos: no hay responsabilidad en el fondo por las acciones; da lo mismo usar mi libertad para causar dolor que para impedirlo. De hecho, por ahora hago más lo primero que lo segundo.
Áigen: Gracias por su tiempo, poderoso Kóntro, pero nuestra voluntad es visitar a otro de tus hermanos.
Kóntro: Perfecto, perfecto. Les recomiendo a mi hermana Dáya; de seguro tendrá algo interesante para ustedes.

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