Alter-ego 13: Con los pies en el cielo
¿Recuerdas cuando después fuiste a esa realidad donde la gravedad dominaba caprichosamente? Te refrescaré la memoria.
Era otro universo no-cósmico, un cubo inconmensurable segmentado en miles de pequeños cubos cuyas paredes estaban hechas de un material verde similares a las branas, que cualquiera podía atravesar a voluntad en ciertas secciones. La luz surgía de las vibraciones del aire e iluminaba como lo harían los rayos de los soles, aumentando y disminuyendo hasta ser oscuridad cada cierto tiempo para crear los días y las noches. En cada cubo la gravedad cambiaba hacia alguna de las seis direcciones posibles y no se encontraban dos cubos seguidos con la misma gravedad. Los seres sólo eran afectados por la gravedad del cubo en el que habían nacido, por lo que, al viajar a los otros cubos, quedaban siempre en una perspectiva diferente de los habitantes nativos. Para facilitar la convivencia entre los habitantes de todas las distintas gravedades, en medio de cada cubo se había levantado una enorme ciudad conformada por plataformas que se elevaban hasta el centro del cubo; al construir los habitantes de cada gravedad sus propias plataformas desde cada cara del cubo, se formaba una estructura en el centro hecha de plataformas en todas las seis direcciones entremezcladas, donde habían construido casas y edificios. Todas las plataformas estaba unidas por amplios caminos, escaleras e incluso plataformas que flotaban como ascensores, planificado todo de manera que ninguna construcción chocaba con las de las otras gravedades. Así vivían esas comunidades multigravitacionales, diseñando sus ciudades a conveniencia para que todos tuvieran igual acceso a cada sección, e incluso para facilitar que se pudiera llegar de una cara a la otra. En cada cara también existían poblaciones construidas por los nativos y por los emigrantes, que sólo podían tratarse entre sí si vivían junto a los vértices o en los rincones. La distribución de las plataformas de las ciudades y de las poblaciones de las caras se veía tan uniforme y perfecta, que no era posible adivinar cuál dirección era la gravedad natural del cubo; la integración entre todos sus habitantes era también tan perfecta que, si no fuera por la dirección en que la gravedad afectaba a los recién nacidos, nadie recordaría que en cada cubo había una gravedad principal y que los demás eran sólo invitados.
Te quedaste largo tiempo explorando ese mundo, flotando invisible entre ellos, cubo tras cubo, ciudad tras ciudad y cara tras cara.
Poco después de que llegaste, se firmó una ley que prohibía tener bebés a los que habitaban las caras alternativas a la de la gravedad natural de algún cubo, dado que existía el peligro de que éste se les cayera hacia la cara dominante. A causa de eso, muchos habitantes de esas caras “subían” hacia la ciudad central, donde todo estaba acondicionado para que ninguno tuviera problemas de movilidad. Observaste el progreso de muchas de esas familias que tenían que lidiar con hijos afectados por otra gravedad: el simple hecho de abrazar a los hijos podía requerir de posiciones incómodas y el rediseño de las casas, pero fuera de eso las quejas eran pocas. Se mandaban construir puertas especiales para que los hijos pudieran integrarse a la circulación normal de la ciudad, sin peligro de caer a la cara dominante del cubo. Viste un día a la pequeña Méyu, que salía de una casa de una familia extranjera para ir a la escuela. Sus padres habían llegado de un cubo donde la gravedad se dirigía hacia el cubo de arriba, por lo que compartían en casa una vida al revés la hija y los padres. Observaste cómo la mitad del tiempo tuvieron que recurrir a una niñera originaria de ese cubo para brindarles cuidados difíciles de realizar de cabeza, como en la época en que aprendió a gatear, caminar y correr. Viste la remodelación de su cuarto, de manera que su cuna y posterior cama quedaran en el techo, además de otros muebles creados en ese mundo. Normalmente no habría sido diferente a todos los demás infantes de familias similares cuyas vidas atestiguaste sólo por aburrimiento, pero ese día, al salir, la pequeña Méyu tenía algo diferente: corría por el camino con un frasco que tenía una babosa azul adentro. No sabes por qué, pero eso te hizo querer seguirla un poco más. En su camino saludó a varios otros tanto de su gravedad como de las otras, y se dirigió a una pequeña sección de la ciudad donde había una conjunto de parques para cada gravedad. Cuando llegó junto al primer árbol del parque, abrió la tapa y dejó ir a la babosa sobre una hoja. Luego volvió a casa como si nada. Después de eso fue que quisiste manifestarte entre ellos, ¿recuerdas?
***
Era de nuevo como un dios, y no le hizo falta más que demostrar que tenía la libertad de moverse en las seis direcciones que las gravedades permitían. Primero fue como un fantasma: videos tomados por aficionados mostraron lo que parecía ser una persona que de repente empezó a caminar en otra gravedad; lo que era pared para él se volvió suelo, y luego lo que había sido como un techo fue también suelo. Corrieron los rumores y los videos, los avistamientos fueron cada vez más frecuentes y la noticia comenzó a expandirse por los demás cubos:
“Hombre se mueve en varias gravedades”.
Y los videos demostraban la hazaña inaudita del primer ser de su universo que no era esclavo de una sola gravedad. Fue visto en todos los cubos, tanto en las ciudades centrales como en las caras y en las esquinas. Parecía también estar viajando entre los cubos sin pasar por las secciones reguladas, ya que en ninguna terminal afirmaban haberlo visto. Fue haciéndose más presente, y más y más, hasta llegar al punto en el que los habitantes de ese universo simplemente se acostumbraron a su presencia y dejaron de temerle para empezar a admirarlo. En algún momento empezó a hablar con ellos de manera ocasional, sin prisas, sin revelar mucho, sólo su nombre y aspectos básicos de su historia.
“Revelado el nombre del que camina en varias gravedades: Ánderwo, un viajero de otro universo paralelo”.
Surgió una repentina fama, gente que buscaba conocerlo un poco más, pero él rehuía de aquellos que le preguntaran demasiado, y simplemente desaparecía ante sus ojos sin que pudieran saber dónde sería visto de nuevo. Las autoridades al principio temían de él y no fueron pocos los intentos que hicieron por detenerlo, pero ni todos sus esfuerzos coordinados con agentes de todas las gravedades servían cuando él podía simplemente desaparecer. Pasado algún tiempo, esta hostilidad comenzó a cesar dado que nunca se le había reportado ninguna conducta ilegal o que pusiera en peligro a nadie, aparte de las protestas ciudadanas que hubo para dejar de perseguirlo. Así pues, lo dejaron continuar sus andanzas mientras siguiera siendo inofensivo.
Tiempo después de haber decidido manifestarse en ese universo, era ya considerado un ser más del mundo, uno que levantaba admiración cada vez que se le veía caminar en cualquier dirección que quisiera. También se había ganado unos cuantos enemigos que sentían envidia de su condición, pero eran fácilmente ignorados. Lo único que parecía similar era su falta de interés en comunicarse de manera más significativa con los habitantes de ese universo, excepto por uno, esa niña llamada Méyu, que para entonces ya tendría xxx años.
***
—¿Por qué viniste a nuestro mundo? —preguntó Méyu alguna vez— ¿Qué hay acá de interesante?
—Tuve curiosidad, eso es todo —dijo Ánderwo—. Es un tipo de universo nuevo para mí. Allá afuera hay mundos en los cuales la gravedad es diferente; a veces sigue una única dirección para todos; a veces existe por todas partes al mismo tiempo, pero sólo afecta a los seres si se manifiesta en forma de cuerpos enormes llamados planetas, donde todos los seres habitan, y la dirección en cada planeta es única. A veces no existe en absoluto.
—Tienes suerte de poder viajar a tantos universos y ver tantas cosas, ¿por qué no se te nota más animado entonces?, tu cara se parece a la mía cuando estoy en una clase aburrida y sólo pretendo que presto atención.
—No sé qué dirán otros viajeros, pero yo me aburro fácil; tanto viajar a tantos otros mundos ha mermado en parte mi capacidad para asombrarme.
—No entiendo cómo.
—Si tú te pusieras a viajar por todos los miles de cubos que conforman tu universo, llegaría un momento en el que dejarías de sentir esa misma emoción por viajar y expandir tus horizontes; sin importar cuántos cubos visites, simplemente empezarás a ver que todos son lo mismo con pequeñas variaciones entre sí, pero en el fondo no tienen tanta diferencia como para emocionarte durante cientos, miles o millones de viajes.
—Pero dijiste que este era un mundo nuevo para ti, y curioso, con lo de la gravedad.
—Nuevo no siempre quiere decir interesante, y curiosidad no siempre quiere decir asombro.
—Ah, cierto. Como esos niños en el parque de allá arriba nuestro que matan hormigas; las hormigas les producen curiosidad lo suficiente para entretenerlos un rato, pero no se ven asombrados por lo que son o cómo viven.
—Esa comparación es inquietantemente acertada.
—¿Y por qué te interesa esta hormiguita? —dijo Méyu señalándose con vanidad.
Ánderwo respondió, tras unos segundos:
—Así como es difícil que algo me interese verdaderamente, también a veces es fácil que algo me llame la atención sin motivo claro.
Se quedaron en silencio un pequeño rato, mirando a los lejanos transeúntes de enfrente que caminaban en un camino que para ellos sería una pared. Luego, Méyu dijo:
—Cuéntame de algún otro mundo en el que hayas estado.
Ánderwo le contó, omitiendo detalles innecesarios, su visita al mundo donde había vivido entre la basura y cómo se había hartado de intentar no usar habilidades trascendentales. Siguió un nuevo silencio, y Méyu dijo:
—Dijiste que te aburres fácil, ¿por qué has estado aquí por tanto tiempo entonces?
—En el estado en el que me encuentro, mi tiempo interno es diferente; no siento haber estado aquí ni por una hora.
Tras otro silencio contemplativo, Méyu dijo:
—Quisiera ser como tú, viajar a otros mundos a voluntad.
—Si quieres, un día volveré y te daré la libertad de viajar.
—¿Por qué no me lo das ahora?
—Que mi naturaleza similar a la de un dios no te engañe; aún hay mucho que no puedo hacer, y no me siento capaz de convertir a alguien en Viajero todavía.
—¿Algún día podrás?
—Sin duda. Pero de todos modos, ¿no crees que aún tienes mucho que vivir y experimentar de tu propio universo antes de querer visitar otros? Al menos aprende y abúrrete bien de tu mundo antes de volverte viajera.
—¿Tú hiciste eso con tu mundo?
—No —dijo Ánderwo con cinismo.
—¿No? —preguntó intrigada, y lo miró inquisitivamente.
—Tomé la primera oportunidad que se me presentó de convertirme en viajero, y realmente no había vivido nada en mi universo.
—Ajá, ¿y por qué debería hacerte caso entonces?
—Para que hagas algo que yo no hice, algo que tal vez habría sido mejor.
—¿Lamentas no haber vivido lo suficiente en tu mundo antes de empezar a viajar a otros?
—A veces sí, a veces no.
—¿Por qué no regresas entonces, al menos cuando sientas ese “a veces sí”?
Ánderwo pensó en una respuesta.
—No le tengo aprecio a mi universo original como para regresar a él de tanto en tanto.
—Yo tampoco siento mucho aprecio por el mío —dijo Méyu imitando su tono cínico—, ¿podría entonces convertirme en viajera si pudieras?
Ánderwo no contestó. Méyu se sintió orgullosa por haber vencido a un ser que el resto de su universo consideraba un dios, pero entonces Ánderwo dijo:
—La diferencia entre tú y yo es que, antes de volverme viajero, ya había concebido la idea de suicidarme.
La sonrisa de Méyu se borró.
—¿Por qué?
—Había leído muchas historias, cuentos y novelas sobre seres que viajan entre los universos paralelos, y pensé que, si es verdad que los universos son infinitos y que todos nos bifurcamos infinitamente, entonces matándome podría volverme viajero.
—¿Tan mala era tu vida?
—No; era una buena vida. Pero el deseo de salir de mi universo sobrepasaba mi amor por la vida. Supongo que tú no has pensado todavía en llegar al punto de matarte para salir de tu universo, ¿verdad?
—No. ¿Por qué? ¿Funcionaría?
—Ahora sé que sí. ¿Lo harías entonces?
—No, no lo sé, no creo, no.
—¿Por qué no?
—…
—Si no estás lo suficientemente desligada de tu mundo como para matarte para salir de él, todavía no estás lista para ser una viajera de verdad.
—Eso no tiene nada que ver. Uno puede ser un viajero y seguir sintiendo aprecio por su mundo, aunque sólo sea un poco.
—No serías una viajera verdaderamente libre si guardas aprecio por el mundo en el que comenzaste a existir y los mundos que visites.
—¿No puedes apreciar ningún universo?
—Sentir apego es esclavizarse, restringir tu libertad. Al menos yo creo que no se puede ser un viajero verdaderamente pleno mientras sientas el más mínimo apego por algún mundo, por eso pensaba esperar a que te desapegaras de este mundo lo máximo posible para que puedas viajar sin estarte preocupando tanto por este universo. No basta sentir poco aprecio, no hay que sentir nada de aprecio.
Méyu guardó silencio, algo turbada por las implicaciones de lo que acababa de oír. El tiempo pasó y los ánimos se calmaron, entonces Méyu dijo:
—No importa, quiero que me hagas viajera en cuanto puedas. Intentaré perderle todo el aprecio que le tenga a este universo para entonces.
—Está bien, prometido.
Poco rato después, cuando la luz que emanaba del aire comenzaba a disminuir para dar lugar a la noche, Méyu dijo:
—Cuéntame de tu vida en tu mundo antes de dejarlo.
Tiempo después, Ánderwo finalmente anunció que se había aburrido de ese universo y se despidió de Méyu, prometiéndole volver para convertirla en viajera y recorrer la vastedad de la existencia los dos juntos.
***
“¿Te crees todo lo que le dijiste a Méyu?”
“A veces sí, a veces no”.
¡Wow! Me quito el sombrero ante tu imaginación y tu habilidad para presentar escenarios complicados y que a pesar de serlos, podemos imaginarlos. Saludos.
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