Alter-ego 19: El retorno de un viajero


El viajero regresa.



        ¿Estará ya despierto Ánderwo? Se preguntó el Viajero para recordarse lo que era la incertidumbre.

Pero sabía que ya estaba despierto, que ya se sabía dentro de una habitación oscura, sobre una cama, rodeado de seres que lo miraban sin apenas expresión, como congelados esperando que se realizara una ilusión imposible.
Sintiéndose plenamente nacido, Ánderwo se integró con su nuevo cuerpo, y ante él apareció, no como imágenes, sino como verdaderos sucesos y verdaderos seres, cada aspecto de su historia, esencia y personajes de aquella realidad, y se dio cuenta de que el Viajero lo había hecho nacer a la mitad de una vida que ya le había pertenecido alguna vez. Recuperó quién había sido ahí. No, me equivoco terriblemente, pensó: al vivir en el infinito ya no hay proyecto “mío”, sino que todo proyecto soy yo. Esto último no supo si era una conclusión propia de él, o si desde alguna parte eran las últimas palabras que el Viajero le regalaba.
—¿Tréu? —dijo Méyu, iluminándosele el rostro.
Ánderwo la miró y reconoció, y la vio también como a aquella niña del universo de las gravedades y la tendera del universo sin verbos. Le devolvió la sonrisa y se levantó lentamente de la cama, exponiendo su cuerpo lleno de vida y su rostro brillante y ansioso por vivirla, encaró dulcemente a aquellos seres que a los que había finalmente regresado. Todos se le acercaron; su madre lloraba de alegría; lo abrazó y no lo soltó; su padre no tenía palabras; parpadeaba como si pensara que iba a despertarse de un sueño, pero al final, convencido de ese milagroso suceso, corrió para abrazarlo también; su hermana tardó un poco en acercarse, lo miró con extrañeza, sospechando, pero al encontrar los ojos de su hermano tan lívidos y su sonrisa tan llena de gozo por verla, se abalanzó sobre él y lo abrazó llorando. Los cuatro amigos habían retrocedido un poco para darle lugar a la familia, pero tras un rato el nuevo Altréu se liberó suavemente de ellos y caminó hacia sus amigos. A sus ojos aún era una aparición fantasmagórica, pero que en vez de sólo miedo les causaba todas la emociones posibles al mismo tiempo; enojo por haberse dejado morir, tristeza por no saber qué le sucedía, alegría por verlo regresar, dicha por verlo curado, envidia por considerarlo ahora un ser iluminado. Tras unos instantes, dejándose todos dominar por el éxtasis del momento, lo rodearon y lo abrazaron al mismo tiempo. Ninguno lloraba sino que reían con los ojos cerrados, excepto Méyu; ella lo miraba directamente a los ojos con una antigua expresión de alegría ruda, casi violenta, apretando mucho los dientes. El nuevo Altréu se dejó abrazar y acarició las cabezas de todos. Tenía muchas experiencias de sus viajes para contarles.


          

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