Codex Buranus 17: Stetit Puella



Su boca era una flor.


Iba Méyu por el camino del puente. Las manos de Yamé habían dejado su calor en su nuca y espalda, pero pronto empezaba a enfriarse por el atardecer y el lago.
Me vieron sus profundos ojos, gentiles y llenos de confianza. Su sonrisa era posesiva y consoladora. ¿Qué has evaluado de mí? ¿Qué has encontrado de excitante en mi imperfección?
Escondía su cara tras sus manos rojas, una máscara que no la dejaba ver las ramas de los árboles bailando con los rayos del sol reflejadas en el lago, ni las flores que en su superficie dormían mecidas por el viento y por el nado de las ranas, ni a las libélulas que hacían de las plantas acuáticas nidos para sus ninfas, ni las hojas moribundas pero aún brillantes que llovían sobre las aguas, creando círculos que hacían vibrar a todos los reflejos.
Estaba Méyu parada en el puente, con la cara tapada, imaginándose cubierta por una manta que la escondiera. Una mano se posó en su cabeza. La manta se desgarró, las manos se apartaron de su cara, los ojos veían fantasmas.
Era la mano firme y fuerte, pero de tacto suave y reconfortante, cálida y cuidadosa con sus cabellos, pero imponente contra los huesos de su cráneo.
Escucha una voz profunda y suave junto a su oído:
—Una muchachita se detuvo sobre el puente, tímida como el capullo de una rosa. Pero por debajo de sus manos su cara era radiante, y su boca una flor. ¡Qué bonita era!
La mano de Wéishan se mueve suave al ritmo de su propia voz. Tiene Méyu la espalda derretida y la cara ardiendo. La vuelve a esconder entre las manos. Unos labios le aterrizan en medio de los cabellos. Se le apretaron las piernas, se le contrajo la espina. Un suspiro y un gemido salieron de su boca.
Wíshan se alejó, y la dejó trémula y sin fuerza en las piernas.

Íba Méyu saliendo del puente. La sangre bajo su piel y la sonrisa en su boca eran la nueva marca de su cara.

          



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