Codex Buranus 11: Cignus Ustus Cantat



Antes era yo un hermoso cisne.


Con sonrisas patéticas han entrado los estudiantes a la taberna y se han sentado a la larga mesa de madera. Casi encerrados en grupos de conocidos, cuchichean y mueven nerviosos los pies bajo la mesa. Los ojos recorren los candelabros llenos de velas, las viejas paredes, las columnas que parecen de piedra, la fuente de mármol que se encuentra delante de una pintura de Dionisio por alguna razón vestido de táig marés.
El aire huele a carne asada. Todos piensan que la comida previa a la bebida será algún tipo de ave.
—Tal vez sea un cisne —dice uno con una risa.
¿No habían sido todos ellos como cisnes, que nadaban con gracia sobre el lago de la disciplina y de las virtudes? Las pocas risas se pierden entre las paredes mientras ven sus reflejos en los platos vacíos que tienen ante sí. Antes de entrar en esa taberna eran bellos, pero la tenue luz de las velas les hace ver los rasgos imbéciles de sus rostros.
“Como el cisne que quizá estén asando, algunos temen que la desgracia caiga sobre ellos y acaben abrasados por las llamas de su conciencia”.
Pero ninguno se mueve de su lugar. Se puede ser estoico incluso desde la imprudencia, desde los vicios y desde el cinismo. Sobre todo porque a ambos extremos se encuentran Wéishen y Yamé, rodeados de pupilos silenciosos que no se atreven a retirarse, enjaulados como ese cisne antes de ser sacrificado.
Aumenta el olor del cisne conforme da vueltas el asador. Así muchos estudiantes se sienten quemar. Envidian a aquellos que ya no tienen nerviosismo en sus rostros, a aquellos que ahora tienen el cuerpo relajado, aburrido porque el banquete aún no empieza. Habla Wéishen de lo importante que el alimento en el estómago amortiguará los golpes de los licores, y de que en general el vicio de la gula se divide inevitablemente en comida y bebida.
Los trabajadores de la taberna entran en escena y colocan entremeses y aperitivos.
“Qué desgracia para el cisne haberlo sacado de su lago, para terminar digerido por humanos que han ido a degustar de los vicios”.
Las ensaladas y semillas poco a poco se acaban, y los trabajadores por fin traen en bandeja a una enorme ave. Da igual que sea cisne o avestruz, porque ahora como ellos no puede escapar volando. Sus narices también los retienen; la sed del licor cede ante el hambre de cisne.
Los trabajadores despedazan al ave y la sirven con aderezos y verduras en los platos de los estudiantes. Toda sonrisa patética ahora muestra al pobre cisne sus dientes hambrientos. Wéishen y Yamé son los primeros en dar el primer y largo bocado. Los placeres de la carne no son solamente para los ojos y las manos, sino que también la lengua merece su propia caída en el vicio.
Todos siguen su ejemplo y comienzan a devorar al cisne, sirviéndose varias veces hasta que se exponen sus huesos.
“Si hay miserias en quemarse en el Lérenh por toda la eternidad, al menos espero que hayas recibido mucho placer a cambio, del cual nunca te arrepientas aunque sufras”.
El cisne ahora es parte de ellos.

          



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