Alter-ego 18: El gran nacimiento



Altréu finalmente abandona el mundo.



        Llegó el día de la muerte de Altréu.

Se pueden ver a los tres familiares y a los cinco amigos reunidos en su cuarto en torno a la cama del moribundo.
La escena sería una buena inspiración para una pintura fúnebre, donde el cadáver tiene aún un pie en la vida.
Pese a ser el hambre la que lo mata, está menos esquelético de lo que se esperaría para esas alturas; su principal causa de muerte es la voluntad de morir.
***

Hay pequeños fantasmas jugueteando por la habitación. Sus risitas y el ruido de sus pasos se oyen también desde la sala y el patio. Délo y Déla, sin necesidad de ver, pueden visualizar las imágenes de su hijo, que ha dejado rastros de pasado impregnados en la memoria de la casa; su hijo estaba viviendo de nuevo de forma invisible; su yo que apenas levantaba la cabeza, el que apenas gateaba, el que aprendía a caminar, el que empezó a correr, el que leyó por primera vez, y los cientos que ahí fueron creciendo hasta llegar a donde estaba invadía la casa como plagas. ¿Cómo es que el pequeño que un día batallaba para aprender a amarrarse las agujetas, el que no dejaba de silbar cuando se dio cuenta de que tenía la capacidad para hacerlo, el que hacía dibujos de extraterrestres y el que veía películas en la tele hasta dormirse, se había convertido en ese moribundo? ¿Cómo y por qué quería morirse ahora en medio de su vida?
Déla:
Esos piecitos que me patearon desde adentro. Todo ese cuerpo alguna vez estuvo dentro de mí. Se creó en mí, pero se va a morir afuera. Si pudiera volver a mi vientre, lo haría volver a estar ansioso de venir a la vida; nació muy rápido, estaba tan ansioso de vivir que se adelantó un mes, era un bebé hecho para la vida, no para alejarse de ella. Hijito, perdona que tu madre no haya sabido mantener en ti el amor por la vida con el que naciste. Te pariría mil veces más hasta que tu amor por la vida regresara.
Délo:
Si no estuviera ahí esa cosa que nos impide acercarnos a ti, si pudiera hacerla pedazos de un golpe, si pudiera atravesarla, ahora mismo correría hacia ti y te tomaría en mis brazos; no importaría tu resistencia ni tu angustia, no te dejaría morir de esa manera; al menos hazlo de camino al hospital, que al menos parezca que intentaste vivir y que yo intenté salvarte.

***

Para los propósitos literarios de esta crónica, explique de manera coherente y verosímil el cambio en la actitud de Méyu, que, como ya hemos visto, pasó de la tristeza e indignación a la resignación y la aceptación aparentes.

¿Coherente y verosímil de acuerdo a los criterios de lo coherente y lo verosímil de qué universo? ¿No es mejor acaso detenerse un momento y examinar el presente y conjeturar por uno mismo? Observe a Méyu de pie frente a la cama, ralentice el tiempo si es necesario, pero distinga bien que su boca recta, más que una débil curva contenta, es un disfraz en espejo de una curva triste, la inversión de la parábola no implica la inversión de las emociones, sólo el enfoque con el que éstas son razonadas. Mire en sus ojos la barrera luminosa de las lágrimas que los párpados contienen con su sonrisa. Y esas cejas, pelos confabulados para mantenerse en alto, hacen una contorción en sus centros, pues tiemblan los músculos. La nariz se pretende tranquila, mas inhala y exhala con ritmo de lamentos, y se oye el aire hacer eco en su interior húmedo con un sonido atropellado. La piel está llena de sangre por debajo, dándole un aspecto rosado, un antídoto contra la palidez que delataría su propio desasosiego. Entonces, ¿qué ha sucedido con ella? ¿Ha realmente superado las preocupaciones que la dejaron al borde de la locura cuando vio el agua levitar o solamente finge por cortesía a un moribundo? Sabemos además que el miedo a la muerte del otro suele facilitar la reconciliación, acelerándola hasta que parezca que no hubo disputas, que no se hirieron en ningún momento; todo eso deja de importar y sólo queda un muy precario olvido que evita que todo se desmorone.
Si la respuesta es satisfactoria o no, poco importa. Volvamos de una vez a la narración.

***

El último día de Altréu, éste había soñado de verdad, sin ser un viaje a otro universo. Se remontó al día en que finalmente habían comprado la bicicleta de Zósla, en compensación por la bicicleta que le habían arruinado. Estaba él arrastrando la bicicleta hacia el aparcadero de la escuela, mirando de reojo el moñito rojo que Yéman le había colocado en el manubrio. Los demás venían detrás de él, muy lentos para él, y él muy rápido para ellos. La colocó y la aseguró con su candado; estaba como para una foto de catálogo.
“Vamos”, dijo y entraron a la escuela.
Preguntaron por Zósla de segundo año. Entonces el sueño comenzó a cambiar los rostros de todos los alumnos que se encontraban, adquiriendo unos ojos exageradamente tristes, muy húmedos, negros hasta el punto de parecer de moas, los párpados congelados en una expresión acusatoria y recelosa; apuntaban hacia ellos sin mover los dedos. Se le hicieron pesados los pies conforme seguía preguntando por el paradero de Zósla sin recibir respuesta. El tiempo se congeló; la alarma nunca sonó; todos los estudiantes parecían estatuas apenas vivas, rencorosas. Los cinco estaban pálidos y mudos. Se escuchó el impacto de una bestia metálica y varios gritos. Sus pies se despegaron del suelo y antes de darse cuenta estaban afuera, donde vieron un autobús destrozado en la calle y el cuerpo de Zósla tirado en frente de su bicicleta nueva, sobre un charco de su propia sangre. El cadáver se levantó y miró la bici.
“¿Es para mí?”, preguntó con una voz que su propia mente se había inventado, ya que nunca la había escuchado hablar de cerca. Sonaba como una combinación de las voces de Méyu y Líe.
Altréu asintió y el cadáver ensangrentado caminó hacia ellos, Altréu le dio la llave del candado sin temblar, pero con una sensación gélida en el cuerpo.
“Gracias”, dijo el cadáver con acento cantado al tomar la llave. Abrió el candado de la bicicleta, la montó y se alejó de ahí, o más bien desapareció en cuanto abandonó los terrenos de la escuela.
Entonces dejó de soñar, pero no despertó. Lo que le hizo abrir los ojos fue la certeza de que en su cuarto se encontraban todos los demás, un rato después.

***

¿Cuál fue la fuerza que te hizo, aquel extraño día de la muerte de tu hermano, salir de tu cuarto y unirte a los demás en su silenciosa procesión fúnebre estática? ¿Qué mecanismos en tu mente hicieron que, al escuchar de tu madre que Atréu había anunciado su muerte para ese día y que todos sus amigos estarían presentes, te resultara incómoda tu posición sentada frente a la computadora, sufriendo tus muslos y tu cadera un agarrotamiento a causa de una repentina falta de sangre que te demandaba movimiento o al menos cambiar de posición? ¿Fue acaso un eco de las profundidades de tu conciencia que resonó como un gong, recordándote tu posición con respecto a su futura e inevitable muerte, la cual habías calificado de necesaria y piadosa de su parte? ¿No fueron también los ojos de Zúruk, que te habían mirado ese día con lástima, lo que te sumió en una repentina sordera y ceguera de todo lo que no fuera el cadáver viviente de tu hermano? ¿No es verdad que te lo imaginaste mirándote con ojos del pasado, como en sus días de ocio en el cine? ¿No llegó a tus sentidos el frío del cine y el olor a palomitas y el sabor de las bebidas? ¿No tuviste la impresión de que estabas ahí mirando la pantalla con él a tu lado, masticando las palomitas como vaca moliendo pasto, gesto que ya no viste con fastidio sino que, al contrario, un sentimiento de unidad y apego te hizo sonreír? ¿Fue eso lo que finalmente te hizo levantarte y caminar hacia la puerta de tu habitación, abrirla, asomar la cabeza y ver a Líe y a Yéman que llegaban y se dirigían hacia la habitación de tu hermano? ¿No te detuviste para reflexionar que debías seguir firme en tus ideas y que dejarte llevar ahora por tus sentimientos expondría debilidad? ¿No es mejor simplemente desvincularte de tu hermano que arriesgarte a sufrir mucho por su muerte? ¿Cuántos segundos debatiste contigo misma sobre las razones por las que deberías darle gusto a ese malagradecido egoísta? ¿Cuántas veces pensaste que debías ir aunque sea para no quedar como una mala hermana? ¿Por qué tus racionalizaciones para ir y para no ir no te satisficieron? ¿Dejaste de pensar? ¿Comenzaste a sentir? ¿Te dijiste que, pese a su egoísmo, había sido buen hermano contigo y que no merecía que lo abandonaras? ¿Fue por esa razón que finalmente entraste a su cuarto y te quedaste mirando a la distancia junto con tus padres? ¿Qué recuerdos al ver a tu hermano al borde de la muerte hicieron que derramaras unas pocas lágrimas?

***

Vigoroso, respetuoso, Yéman se sentía en movimiento continuo hacia ningún lugar mientras sus pies estaban clavados en el suelo con estacas de hierro. Suelo de tumba, tañidos de campanas fúnebres, el viento que hermosamente hace tiritar los árboles del bosque. Será el segundo muerto en su vida, y el segundo cuya muerte actúe frente a sus ojos. La abuela y el mejor amigo; de cáncer y de hambre, en su ancianidad y en su juventud, inevitable y evitable, por enfermedad y por capricho, pero los dos para siempre. ¡No, hay una tercera! No, Zósla no cuenta. ¿Por qué no? ¿Por qué no era cercana? ¿Pero no nos impactó igual? Y en el verde y floreciente campo bañado por el viento había tres tumbas; dos ya llenas, una esperando. ¡Que no cuenta! Y por alguna razón (que alguien más la descubra y escriba en una lámina) volteó hacia el cajón donde guardaba las canicas. Estaba semiabierto, o semicerrado. Se lo imaginó levantando su cuerpo esquelético en algún momento en que no había nadie. ¡Esa maldita canica! ¡No! ¡Ese maldito Altréu que me hizo perder! ¿Perdí yo en realidad? ¿Quién es el que se va a morir? “Pues yo”. La ensoñación se rompe, o más bien nació una nueva. La abuela que es descendida a su fosa final se despide sin dar la cara. A la derecha: Altréu, ¿hace cuánto tiempo? ¿Tres años? Ahora la escena del funeral de su abuela sólo posee dos imágenes: el ataúd descendiendo, y Altréu a su lado. Ni sus padres ni el resto de sus familiares poseen existencia más que ambiental; incluso el cementerio ha sido reemplazado por el campo verde bañado en viento marino. Y así cómo está él, en el presente, contemplando como un tonto la nada que hay sobre el lecho de Altréu, así recuerda haber contemplado, con la misma expresión idiota, la nada sobre la tumba de su abuela. ¿Recuerdo o invención? Nunca lo supo.
El olor era similar; su cerebro le hacía creer que ese cuarto lúgubre olía a mar y árboles frescos. La tumba y la cama ocupaban el mismo espacio sobre el césped y dentro del cuarto, sin sobreponerse, sin alternarse, simplemente eran lo mismo. Una mano amistosa se posa sobre su hombro macizo de delincuente. No hay tiempo, o si lo hay no se percibe. El contacto lo despierta a una nueva etapa de su fantasía, pero ahora irrumpe Zósla, con movimientos muertos, montando la bicicleta que nunca llegó a montar estando viva. Pero ella no contaba. Se paseó en círculos alrededor de la cama de Altréu. Pero ella no contaba. La mano se levantó de su hombro; el sano y fuerte Altréu de sus recuerdos caminó hacia la cama-tumba que Zósla circulaba. Pero ella no contaba. El Altréu sano se fusionó con el Altréu moribundo. Zósla se había alejado por entre los árboles. ¡Qué más da si ella no contaba!
Pero ella no se había ido; sólo había tomado su correspondiente lugar en la tercera tumba, a la derecha de su abuela, la tumba que no contaba. Tres muertos. No, sólo dos; uno no cuenta. Tres muertos. Sólo dos. Tres muertos que algún día serán cuatro, y luego cinco y luego seis. Vivirás mucho tiempo y verás todo este campo llenarse de tumbas hasta que sea tu turno de ocupar una. Delicada es la barrera entre una, dos, tres, cuatro tumbas y tú. ¿Barrera?
Movimiento en el mundo tangible; una irreverente mano osó posarse sobre la barrera invisible que aún permanecía ahí y que, por común acuerdo sin palabras, se habían prometido ignorar para no recordar los eventos sobrenaturales que rodeaban a esa caprichosa muerte, para darle aunque sea una despedida dentro de los confines de la normalidad. Ese movimiento de Yéman no causó reacciones visibles entre los demás. Yéman la dejó ahí unos instantes y las tumbas perdieron su color y textura; desaparecían a causa de otra fantasía que le vino a la mente al volver a tocar la barrera: un evento sobrenatural es muchas veces el precedente de varios otros eventos sobrenaturales. ¿Habrá una gran distancia entre una barrera invisible y la resurrección de los muertos?
Entonces, como lo suelen hacer los seres en sus momentos de mayor necesidad de certidumbre y sentido, se dejó convencer por su poco probable conjetura. Calmo, derecho y adormilado por el sueño de los infantes que se abandonan a la vigilia de los padres, retiró la mano y contempló a Altréu despertar por última vez.

***

Qué horror sentí cuando se despertó. Pocas cosas hay más horribles que un moribundo con ojos de vivo, y así estaba Tréu: muy vivo de ojos, muy muerto de todo lo demás. Esos ojos brillaban contentos, se veían enormes en comparación a su cabeza arrugada y cadavérica por la deshidratación. Pero luego sentí una extraña alegría porque, en esos ojos pude reconocer al Altréu de antes de la enfermedad del sueño, el que vivió entre nosotros sin oponerse nunca a la vida. Zúruk murmuró que se veía mucho mejor, Tréu sonrió débilmente.
—¡Vinieron todos a mi muerte! —dijo con voz seca.
Méyu sonreía de una manera extraña, los ojos húmedos y las cejas temblorosas. Yéman parecía drogado de sueño, como alucinando. Zúruk tenía una gran sonrisa sin una sola pizca de tristeza. En cuanto a mí, no tuve idea de cómo me veía.
La señora Déla se apresuró hacia la cama, con los brazos hacia adelante como si quisiera atrapar a su hijo, pero las manos tocaron la barrera y se quedó mirándolo, desgarrada.
—Aunque sea una última vez, Tréu —dijo llorando tan conmovedoramente que casi lloro yo también.
La barrera debió desaparecer (o la señora Déla quizá adquirió algún poder mágico) porque en un instante estaba abrazando a su hijo, mojándolo de lágrimas y gimoteando. El olor de las lágrimas inundó el cuarto, al menos para mi nariz. Sentí algo raro en la herida de mi pierna: ardor como el que me quedó días después del accidente en las escaleras. Si ya no hay barrera, eso quiere decir que podemos hacer algo. Miré a todos, pero nadie se movió, ni siquiera el señor Délo, ni siquiera yo. ¿Resignados? No, todos sentíamos que de intentar cualquier cosa por forzar la vida de Tréu resultaría en alguna otra magia que no queríamos (o más bien temíamos) ver.
La señora Déla no soltaba a su hijo, el cual tomó aire y habló:
—Pero voy a regresar, voy a regresar muy pronto, ni siquiera lo notarán.
Empezó a decir más cosas sobre muchos mundos y que no es posible la muerte, cosas que en nuestra tristeza no tuvimos ganas ni energía para atender.
Mientras hablaba sentí todo raro; el ambiente dejó de sentirse como el cuarto de Tréu aunque indudablemente seguíamos ahí; se sentía un aire más fresco, las paredes desprendían unos sonidos muy quedos de voces, y al voltear a ver a Zúruk algo debió haberse comido mis impresiones de los últimos años, pues de repente no sentí atracción por él; los recuerdos de cuando empezaron a haber miradas entre nosotros, los tontos pretextos para vernos a solas sin los demás, esas pequeñas discusiones que no tenían más propósito que evaluar nuestras personalidades para saber si perduraba la atracción, todos esos recuerdos permanecían en mi memoria, pero lo que me habían hecho sentir, los cambios en mi mente y corazón, se habían todos esfumado. Miré a los demás y me di cuenta de que este retroceso de emociones se había producido hacia todos. Entonces, al ver a Tréu que aún abrazaba a su madre, comprendí que todos estos sentimientos correspondían a una época pasada, unos pocos años en el pasado, durante la secundaria, y todos ahí dejaron de ser los que eran en el presente (al menos en sentimiento) y se volvieron lo que habían sido alguna vez pocos años atrás. Habíamos retrocedido emocionalmente en el tiempo, precisamente a aquel día en que tuvimos el festival multicultural en la escuela, en primero de secundaria.

***

Seguidamente a esa extraña regresión emocional, Zúruk de inmediato reconoció lo que Altréu trataba de hacer, sin cuestionárselo, dado que había asumido que aquellos sucesos extraños eran inofensivos y no perdió el tiempo intentando explicárselos o ignorándolos. Rio con alegría mientras los demás parecían también dejarse llevar por aquel milagro. Con el sonido de la música que no salía de ningún lugar, los colores del mundo comenzaron a alterarse; lo que era azul se volvió amarillo, café y negro, etcétera. Los colores parpadeaban e incluso la oscuridad de la habitación se volvió una oscuridad roja, violeta y blanca.
La señora Déla no se enteraba de nada, tan desconsolada estaba sobre su hijo; el señor Délo perdió la respiración, de pie, mirando con espanto a su alrededor, pero sin energías para nada más; Líru, con los ojos cerrados, mantenía la cabeza agachada con el mentón apuntando hacia su hombro derecho, pero los abrió porque incluso la oscuridad de sus ojos cerrados se veía afectada por el nuevo milagro, miró a su hermano pesadamente, como diciendo “ya volvió a hacer sus cosas raras”, pero pronto se calmó, puso en pausa su racionalidad y se dejó llevar por el espectáculo del momento, entonces sonrió con una feliz resignación que luego se transformó en un honesto gesto de ánimo.
Aún en su estado de regresión y ensoñación, Zúruk se atrevió a conjeturar que Altréu había hecho cambiar los colores como una manera de comunicar algo. El estado de aletargamiento nostálgico impidió que intentara descifrar qué podría haber sido ese supuesto mensaje.

***

—Verán —respondió Míe—, desde lo de su bici empezó a tomar el autobús, y hace unos días, el autobús en el que viajaba chocó.

***

(Suena la música del himno nacional de Sudáfrica. Todos siguen físicamente en la habitación de Altréu, pero los cinco se sienten en el escenario el día del festival cultural)

Altréu
Nkosi sikelel' iAfrika
Maluphakanyisw' uphondo lwayo

(Los otros cuatro se integran a la fantasía; olvidan la situación del moribundo y se dejan llevar plenamente por el recuerdo)

Méyu, Yéman, Líe, Zúruk
Yizwa imithandazo yethu,
Nkosi sikelela, thina lusapho lwayo

(La señora Déla levanta la cabeza al oírlos cantar, confusa y todavía triste. El señor Délo sigue aturdido. Líru acentúa su sonrisa y cabecea con la música. En la fantasía de los cinco se ve una figura anacrónica: Zósla los observa cantar entre una multitud de gente genérica)

Los cinco
Morena boloka setshaba sa heso,
O fedise dintwa le matshwenyeho

Altréu
O se boloke

Méyu, Yéman, Líe, Zúruk
O se boloke

Los cinco
setshaba sa heso,
Setshaba sa, South Afrika, South Afrika

(La música se detiene. Altréu está inerte con los ojos hacia el techo, pero aún respira. Se reanuda la música, pero ya ninguno de ellos canta)

Voces
Uit die blou van onse hemel,
Uit die diepte van ons see,
Oor ons ewige gebergtes,
Waar die kranse antwoord gee

***

Aún suena el himno cuando los cinco se ven sentados juntos en un salón vacío de la secundaria. Se han liberado de la regresión emocional. Altréu está en el centro de ellos, con porte vigoroso, lleno de vida y con rostro arrepentido.
—Los traje aquí para despedirme.
Méyu adelanta el cuerpo.
—Dijiste que ibas a regresar pronto, que ni lo notaríamos. ¿Por qué tanto drama si ese es el caso?
—Pura formalidad, amigos.
—¿Tú, formal? —ríe Yéman.
—Es la primera vez que haré esto —dice Altréu—. Tal vez entre más lo haga, será más fácil.
—¿Entre más hagas qué? —pregunta Méyu.
—Dejar un mundo por completo, sin que mi cuerpo me ate a él.
—No nos digas que harás esto de nuevo —dice Líe.
—Sí lo haré; allá a dónde vaya, estaré en otros mundos que luego volveré a dejar.
—¿Qué importa si vas a regresar pronto, como dices? —pregunta Yéman.
—Será pronto para ustedes; tal vez unos segundos. Pero para mí podrían ser cientos, miles o millones de años antes de que los vuelva a ver.
—¿Cómo harías eso? —pregunta Méyu.
—Recuerden la paradoja de los gemelos sobre la relatividad: uno se queda en la tierra; el otro recorre el universo a la velocidad de la luz; para el que se queda en la tierra ha pasado mucho tiempo cuando el otro regresa, y para el que viaja ha pasado poco. Pero en este caso es a la inversa: yo me iré por mucho tiempo, pero eventualmente querré volver, y lo haré a mi yo de pocos segundos después de mi muerte en este mundo; mucho tiempo para mí, poco para ustedes. Les parecerá como si hubiera resucitado, y cuando eso suceda ya habré recorrido muchos universos.
Todos escuchan esa explicación en silencio, y al terminar nadie quiere decir nada, y no pueden pensar nada más que, después de todo lo que han visto, no tienen motivos para dudar de Altréu. Ya no le siguen el juego; ahora saben de su realidad. Méyu no se deshace de cierta irritación por su derrota filosófica, pero no quiere arruinar el momento haciendo observaciones sobre las consecuencias que Altréu ocasionaría de realizar su plan.
—Eso de los colores —dice Zúruk—, ¿para qué fue eso?
Todos de repente recuerdan lo de los cambios en el color de hace rato, y miran a Altréu con curiosidad.
—Eso —dice Altréu confiado— fue sólo para presumir que podía hacerlo.
Se oyen exclamaciones de decepción, en especial de Zúruk, que esperaba una razón más impactante. Pero algo en la confianza de Altréu le parecía sospechosa, pues al mencionar lo de los colores Altréu reaccionó con un rápido gesto de confusión, como si no supiera de qué hablaba. El himno ya ha terminado desde hace un rato.
—Bueno, si no hay más preguntas, supongo que ya podemos terminar esta alucinación.

***

—¿Te la vas a llevar? —preguntó Méyu.
Altréu se detuvo. Tenía la bicicleta a su lado y la había estado arrastrando con pesadez.
—¿La quieres tú? —preguntó Altréu, sombrío.
Méyu sólo pudo decir, afligida:
—No la necesito.
Altréu continuó su camino, diciendo:
—Si alguno de los demás la quiere, la puede ir a buscar a mi casa.
Méyu se quedó en el umbral de la escuela mientras los demás estudiantes salían. Estaba preocupada por cómo la noticia de la muerte de Zósla parecía haberlo afectado, y aunque comprendía por qué, no pudo dejar de pensar que Altréu podía llegar a exagerar su parte de responsabilidad. Ella misma y los demás se afligieron por unas pocas semanas, sintiendo una extraña conexión con esa chica a la que apenas habían conocido y por la que, no obstante, habían invertido esfuerzo y emociones. Pero tiempo después, la relación entre su acto vandálico y la muerte de la chica empezó a perder peso, después de todo, bien podría haber tenido la necesidad de tomar el autobús aun teniendo su bicicleta si el lugar al que iba se encontraba lo suficientemente lejos, pero a la vez sabían de gente tan amante de las bicicletas que no le importaba recorrer grandes distancias en la ciudad en ellas; de Zósla sabían que era una buena nadadora, por lo que no era imposible que sintiera atracción por otros deportes o al menos otras actividades de activación física como la bicicleta, y siendo ese el caso bien podría ser una de esas personas que no tienen problemas con usar la bicicleta cuando hubiera sido más sencillo usar el autobús. Nadie quiso averiguar, preguntando a sus demás compañeros, cuál opción era la más posible. Pero aún si ese fuera el caso, no había nada que les asegurara que yendo en bicicleta hubiera evitado ese accidente o algún otro. En todo caso, la cuestión de hasta qué punto se habría podido evitar su muerte de haber usado su bicicleta en vez del autobús se debilitó para todos, aunque tal vez, como notó Méyu durante ese tiempo, no tanto para Altréu.
Al regresar a su casa, Altréu guardó la bicicleta en la cochera con la solemnidad de un entierro, lamentándose no haber podido asistir al funeral de Zósla y pedirle perdón por haber participado, al menos indirectamente, en las circunstancias de su muerte. Notó entonces el brillo que venía del reflector de la bicicleta, alimentado por la luz que se filtraba por la ventana de la oscura cochera. No se había dado cuenta de que tenía la curiosa propiedad de reflejar la luz en diversos colores según el ángulo en el que ésta la bañara. Agarró el volante e hizo que el reflector se moviera hacia la izquierda, cuidándose de que le diera suficiente luz, y los colores comenzaron a cambiar hasta ser otros totalmente; movió el volante hacia la derecha y la luz reflejada volvió a cambiar de color, y siguió cambiando mientras se mantuvo en ese juego del que parecía no aburrirse. Días después, Zúruk pidió la bicicleta pensando que se la podrían dar a una prima suya que iba a cumplir años, a lo que Altréu no se negó.
Una semana después, Altréu sufrió su primer ataque de sueño durante una exposición.

***

Ya no habrá música. Los colores habrán regresado a la normalidad. Altréu seguirá en brazos de su madre, pero ésta se habrá apartado un poco. Extrañamente, la apariencia de Altréu estará mucho menos esquelética; parecerá estar muriendo de cualquier otra cosa menos de hambre. La sorpresa por ese nuevo milagro hará que la señora Déla se levante asustada, y al mismo tiempo sea presa de una nueva esperanza, al igual que el señor Délo y Líru, aunque ninguno de ellos se acercará a la cama. Pero lejos de estar volviendo a la vida, la mirada de Altréu estará mucho más debilitada, seca y con apenas sangre bajo la piel. No tendrán mucho tiempo para reflexionar en el extraño giro que esa de por sí extraña muerte habrá tomando, pues escucharán a Altréu decir:
—Me voy, pero vuelvo. Puedo irme en paz porque puedo decir que viví plenamente, aunque fuera por poco tiempo. Tengo un lugar al cual volver, donde descansaré, donde podré recuperar una vida…
Y a la mitad de su discurso, un temblor suave y placentero sacudirá todos los rincones de la realidad contenidos en esa habitación, más como un masaje que como un terremoto. Nadie reaccionará a él. Altréu abrirá la mano derecha y revelará a Yéman la canica que le hizo perder; abrirá la mano izquierda y revelará a Méyu el dado al que le faltaba el número cuatro. Los mencionados amigos sonreirán al mismo tiempo.
El temblor de la realidad llenará a todos de una fuerte expectación, como si en vez de una muerte acudieran a un nacimiento. El cuerpo de Altréu perderá por completo el color y respirará más lento, su mirada se volverá plácida y cerrará los ojos. Todos se quedarán quietos; ninguna emoción positiva o negativa podrá salir de ellos.
El temblor desaparecerá poco a poco, con la lentitud del viento de un huracán al alejarse. Al detenerse, el cuerpo de Altréu estará sin vida. La canica y el dado habrán desaparecido de sus manos.


          

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