Alter-ego 14: Lo que quedó atrás
La familia y amigos de Altréu reflexionan sobre su relación con él.
Por puro honor a una amistad que probablemente ya no existía, Zúruk fue ese día a hacer su turno al lado de la cama de Altréu.
—Por favor, no lo dejen —había implorado la señora Déla.
Existía aún la esperanza de que la mera presencia de sus amigos pudiera, de algún modo, hacer a Altréu entrar en razón. Su madre no tenía la fuerza mental para estar ahí sin sentirse morir junto con él, y muy fácilmente sucumbió a la idea de que su propia presencia lo empeoraría todo, eso sumado a su silencioso miedo de volver a sentir esa pared invisible que los separaba de su hijo, que la llenaba de tanta desesperación que se hubiera desmayado de sólo recordarla. Fueran o no justificadas sus razones, el hecho es que no quiso volver a entrar a su cuarto. Su padre había quedado en un estado extraño tras el suceso con la pared invisible; parecía haber quedado hipnotizado y actuaba maquinalmente, desde que despertaba por las mañanas hasta que se volvía a acostar, mantenía los ojos en perpetuo estado de sorpresa, un engañoso estado de alerta en el que en realidad no podía fijar su atención sobre nada por mucho tiempo, como si temiera que en cualquier momento algún animal salvaje le fuera a saltar encima. Como es natural, no volvió a entrar al cuarto de su hijo; ese lugar hechizado había dejado de existir.
Zúruk miraba constantemente la hora en su reloj, pensando en que su compañía sería inútil si Altréu permanecía dormido todo el tiempo. Extendió la mano como un bebé cuando recibe por primera vez un juguete: sin saber nada, sin entender qué es lo que va a sentir, enfocando la vista con los labios apretados, con una ligera expresión escéptica. Quiso sentir la barrera, pero al instante apartó la mano como si le quemara.
—Pasó algo muy raro —había anunciado Yéman por teléfono, y contó sus impresiones de lo que había visto y sentido.
Y vio Zúruk a Altréu ahí encerrado sin parecerlo, en los huesos, la boca estancada en un gesto amargo, y estuvo a punto de ponerse de pie para irse. Llegó en ese momento Líru, que abrió la puerta sin cuidado. Olvidando que ahí había un moribundo, se acercó con la misma desconsideración a la cama, y lanzó una mirada hastiada a su hermano.
—¿Todavía no? —preguntó.
—Todavía no ¿qué? —preguntó Zúruk.
Líru también tocó la barrera, se quedó con la mano apoyada en el soporte invisible, fingiendo no sentir nada.
—Míralo ahí, dormidote, haciéndose la victima de nada, matándose por su fantasía —y como se dio cuenta de que Zúruk la miraba confundido y algo inquieto, agregó sin vergüenza—: no voy a darle el gusto de que su deseo de morir me moleste. Júzgame si quieres, pero no sabes lo que es haberlo visto día tras día saliendo a la cocina para comer y beber un poco, para luego regresar a su cama con cara de que hace algo importante. Me cansé de invitarlo a ir al cine y escuchar “no, gracias” una y otra vez. Y cuando tenía que estar pendiente cada vez que entraba al baño por si se caía. Y también a mi mamá diciendo “ve a ver si tu hermano está bien” porque tenía la paranoia de que pudiera dejar de respirar, pero era muy sensible para hacerlo ella misma, y yo entraba y me acercaba así como estoy ahora, y veía su pecho subir y bajar y sabía que estaba con vida, y que mientras no se curara así sería todo por siempre —se calló un momento para tomar aire, y continuó—: Y me imaginaba a veces qué sucedería en el futuro, cuando mis papás estén muy viejos para cuidar de él, y ellos me mirarían a mí, una adulta con una vida lejos de aquí, diciéndome: “debes cuidar también de tu hermano”, y él seguiría durmiendo y yo tendría que procurar que hubiera comida para él cuando se le antojara despertarse. Y él se volvería también parte de la vida de mi propia familia, de mi esposo e hijos, y también tendrían que hacer de su parte para cuidar al “tío Tréu” hasta nuestra vejez. Y no quiero eso, no quiero verlo pudrirse durante toda su vida y arrastrándonos a los demás mientras lo hace. Querer acabar con esto desde ahora es su único acto no egoísta desde que le dio esta enfermedad. No me mires así. Ni siquiera tú quieres estar aquí. Sólo porque fuiste su amigo unos años y sientes que tienes que invertir tu tiempo y emociones en él no significa nada. Haz lo que quieras; yo ya invertí mucho. Pero ya no.
Volvió a callarse. Se mostró algo incómoda al darse cuenta de todo lo que había hablado y de los diversos tonos en los que su discurso había fluctuado, desde la frialdad absoluta hasta la exaltación que por poco salía acompañada de lágrimas. Se sintió tonta por pensar que tenía que darle explicaciones a Zúruk, con quien apenas había hablado en toda su vida, para justificar su actitud ante la inevitable muerte de su hermano.
Líru había retirado la mano de la barrera a la mitad del discurso, y poco después de terminar, se encaminó hacia la puerta, se detuvo antes de abrirla porque había adivinado que Zúruk tenía algo que decirle, éste al principio no dijo nada, pero luego tomó coraje y dijo:
—Qué barrera tan extraña, ¿no crees? ¿De dónde habrá salido?
Y recordando Líru las implicaciones de ponerse a pensar mucho en esa barrera, salió de la habitación dando un portazo.
—Toda tu familia te ha abandonado, Tréu —dijo Zúruk en voz alta, con voz lastimera pero tranquila como un monje reconfortando a una alma perdida—. Yo no me iré. Incluso si mueres, no te librarás de mí.
Sin embargo, se quedó el resto de su turno pensando si Altréu había hecho algo por él en el pasado, algo que pudiera justificar aún más el hecho de que no quisiera abandonarlo.
***
Al día siguiente, Méyu anunció que tomaría el lugar de Yéman para hacerle compañía a Altréu después de la escuela. Los tres amigos se sorprendieron de que quisiera volver a su rutina pese a las constantes decepciones; habían dado por hecho que ya no quería nada que ver con él desde el día que Altréu decidió dejar de intentar vivir, el día que Méyu vio el agua levitar, hecho que, por cierto, mantuvo en secreto para ella.
Con mucha naturalidad tocaba Méyu la barrera que lo separaba de Altréu, su cara se mantenía desecha e inexpresiva, pero sus toques tenían un sentimiento de negación: entre más tocaba la barrera, más se convencía de que no existía realmente, y que lo que tocaba correspondía a alguna otra artimaña que la realidad, en su infinito misterio, ponía ante ella. No quería tener que volver a preguntarle a algún desconocido si el aire se podía solidificar creando una barrera invisible cuyo tacto recuerda al acero.
Entonces se despertó Altréu.
***
Zúruk quizá no recordó inmediatamente algún momento memorable que justificara su apego a Altréu.
Al mismo tiempo, al terminar de hacer su tarea, Líe también pensó en una razón que justificara su aprecio por Altréu después de lo traicionada que se había sentido. Pero, a diferencia de Zúruk, que se empeñaba en resumir toda su amistad en un solo recuerdo, Líe sabía que su lealtad estaba fundamentada en incontables pequeñas anécdotas que en conjunto la mortificarían si también traicionara a Altréu.
Por propósitos de desarrollo de la relación entre Altréu y Líe, expondré ahora algunos de esos recuerdos. Siéntase libre el lector de pasar a la siguiente lámina si tal información no es de su interés.
Una vez, en primer año de secundaria, Líe se dio cuenta de que Altréu también prefería tomar apuntes con lápiz en vez de bolígrafo, como lo hacían casi todos los demás. Después de esa observación, Altréu dijo:
—Es que me equivoco mucho.
—Ah, yo creo que no me equivoco tanto.
—¿Y por qué no usas bolígrafo?
Ella pensó un momento, y dijo:
—Creo que por temor a equivocarme.
Y permaneció bastante rato pensando en la diferencia entre equivocarse mucho y sólo tener el temor de equivocarse, y no recordó si llegó a alguna conclusión o pensamiento final.
Una vez ambos llegaron tarde a clase, y al entrar bruscamente por la puerta se lastimaron con el marco, Líe el brazo derecho y Altréu el izquierdo. Días después, ambos exhibieron sus marcas rosáceas y los demás dijeron que lucían extrañamente iguales.
Una navidad, Altréu le regaló a todos boletos de cine para ir a ver una película que sólo le interesaba a ella. Los demás no pudieron sino resignarse para no desperdiciar las entradas. Cuando salieron, dijeron que no había estado tan mal como pensaban.
Cuando tuvieron que cantar varios himnos nacionales para el festival cultural, Líe pasó horas luchando para ayudar a Altréu a pronunciar bien los himnos de Francia y Bélgica. Ella no sabía francés tampoco, pero era la que mejor había aprendido a pronunciarlo durante los ensayos.
En algún cumpleaños, Líe le regaló un peluche de Deadpool. Altréu estuvo encantado como un niñito. Lo llevó una vez a una piyamada en casa de Yéman y sintió un poco avergonzada de lo apegado que se veía Altréu a ese peluche. Tiempo después, decidió pensar que él tal vez exageraba el aprecio por el regalo para hacerla sentir bien.
Un día se le cayó el lápiz a Altréu y ella se lo regresó. Antes de hacerlo, observó que tenía rastros de mordidas, pero ella nunca lo había visto mordisquear sus lápices.
En algún momento surgió una plática sobre animales y Méyu acabó preguntando cuál les gustaría de mascota. Casi todos se quedaron entre perros, gatos, peces o tortugas, sólo Altréu dijo:
—Una rata topo desnuda.
Se rieron. Pero como ella no sabía qué animal era ese, ese mismo día lo buscó en internet y también quiso una.
***
—Hola, Méyu —dijo finalmente Altréu con voz empolvada—, ¿qué cuenta el mundo?
—¿Aún te interesa lo que suceda fuera de ti? —respondió Méyu, desdeñosa.
Altréu puso una mueca que parecía una sonrisa.
—Estoy todo el tiempo fuera de mí. ¿No habías dicho que ya no volverías?
Sintiéndose humillada, Méyu adquirió un porte retador y dijo:
—Mírate, estás hecho un esqueleto, apestas y te ves espantoso. ¿Así es como quieres que todo termine?
Altréu le regresó la mirada retadora, y contestó:
—No hay muerte indigna si es por propia voluntad.
Se callaron. Tras unos segundos, Méyu dijo:
—¿No te importa tu familia? ¿No te sientes mal por lo que les estás haciendo pasar?
—¿Acaso yo les importo a ellos? ¿Por qué no están aquí mi madre, mi padre o mi hermana? ¿Por qué han decidido dejarle a mis amigos el peso de hacerme compañía, de preocuparse por mí?
—Si te dejaron es porque has rechazado toda su ayuda, todos sus sentimientos. Se cansaron de ti, Tréu, incluso la familia puede hartarse o asustarse y abandonar. No es de extrañar; ellos han estado junto a ti todo este tiempo y saben lo que es tratar contigo. ¿Quieres alejar a tus amigos del mismo modo? Porque no creo que vayamos a aguantar mucho tiempo antes de sentirnos igual que tu familia.
Ante esas palabras, Altréu tuvo un ápice de duda en los ojos, como si fuera un regaño que le diera miedo, pero luego dijo:
—¿Qué más da si me abandonan? Sólo harían las cosas más fáciles para todos. Si les dejo de importar, mi muerte les afectará menos; me verán como el estúpido amigo, hijo y hermano que en su egoísmo decidió mandar a todos al carajo, y no sentirían tristeza por mi partida, sino alivio.
—¿Así que eso es lo que quieres?, ¿que te odiemos para que no nos entristezca tu muerte? Qué imbécil eres.
—Di lo que quieras; yo creo que funciona, al menos para mi familia.
—¿Crees que te odian?
—Como mínimo ya no les importa tanto; me ven como una carga. Mi muerte les regresará la libertad; seguirán en paz sin mí.
—¡Idiota! Sólo se portan de esa manera porque ya no saben qué hacer. Quisieron traerte ayuda, y tú haces aparecer esta… —se detuvo al darse cuenta de que iba a ser consciente de la barrera, lo que haría tambalear gran parte de sus razones para objetar a Altréu; pronto recobró la compostura y continuó—: Se rindieron porque no los dejaste ayudarte. Si quisieras curarte, si mostraras deseos de seguir viviendo, estarían a tu entera disposición. Tu hermana incluso; te apuesto que, si ahora mismo gritas que quieres vivir, que quieres volver a salir y tener una vida normal, hasta ella vendría llorando para ayudarte a levantarte y comer, y te diría: “vamos al cine cuando te recuperes”.
Altréu dejó escapar una risa hueca.
—Y dices que el de las fantasías soy yo.
—¡Así sería!
A pesar de la frialdad con que Altréu la escuchó, no pudo evitar imaginarse esa hipótesis de Méyu y sintió una incomodidad en el estómago, que no era lo que normalmente le producía la agonía de estar muriendo. Para no pensar mucho en eso, dijo de repente:
—No quisiste mencionar lo de esta barrera invisible, ¿por qué?
Ahora que la barrera estaba de nuevo en su consciencia, Méyu cerró con fuerza los ojos y apartó la cabeza bruscamente.
—Ahora que lo pienso, tampoco me has dicho lo que piensas de lo que viste del agua. Y bien, ¿es todo esto suficiente prueba de que lo que digo tiene algo de verdad?
Méyu abrió los ojos.
—Y ahora con lo de la barrera, creo que todos los demás también lo están considerando, ¿no crees? —Altréu volvió a reír, complacido— Ya me los imagino, por eso mi familia me ha abandonado, porque en el fondo estarán pensando que todas mis fantasías son más verdad de lo que están dispuestos a admitir. ¡Oh, qué maravilla! ¡Que los que se burlaban de mis viajes llamándolos sueños se traguen sus palabras! Fíjate, admitir que el que vive en fantasías ha tenido razón todo el tiempo. ¡No pueden aceptarlo y por eso me abandonan! Y los chicos, Yéman y Zúruk ya tocaron la barrera y deben estarse rompiendo en pedazos por no saber qué pensar, y mañana, cuando venga Líe, le pasará lo mismo. Que me odien, Méyu, ¡Que me odien todos por haber tenido razón!
El esfuerzo lo dejó agotado, respirando pesadamente y con una apariencia aún más moribunda, pero no paraba de sonreír con ese arrogante aire triunfal, la sonrisa de los que han logrado una anhelada venganza.
Méyu lo escuchó todo deseando haber nacido sorda, porque por un lado era una estupidez, y por el otro era verdad, era una verdad absurda. Se sentía hundir; ignorar ya no funcionaba, su indignación y su frustración se volvieron un dolor real en su cuerpo. Se sintió tan derrotada que, para no morirse de coraje, no tuvo más remedio que ser honesta con lo que verdaderamente sentía, y lo expresó con una fuerza tan súbita que Altréu no pudo evitar espantarse:
—¡No importa que hayas tenido razón, no importa que de verdad puedas escapar de esta realidad para visitar otras, no importa que no sea una fantasía! Tienes que ignorarlo, Tréu, ¡ignóralo! Elige este mundo, nos harás sufrir a todos si mueres, ¡no quiero que mueras, Tréu, por favor no te mueras!
Apoyó las manos sobre la barrera invisible y ahí lloró igual que como lo había hecho en el suelo de su cocina. Unas lágrimas se derramaron sobre la barrera y se escurrieron por ella como gotas de lluvia en un parabrisas.
Altréu estaba conmocionado viendo a Méyu llorar así, tan preocupado por él, tan triste de pensar en un mundo en el que él ya no existiera. Aún seguía siendo demasiado importante para alguien como para irse de ese mundo. Más que nunca sintió que una pesada cadena le impedía emprender vuelo, pero sintió tanta compasión, tanta piedad y tanta ternura, que ese sentimiento de estar encadenado adquirió un calor extrañamente placentero, tan nostálgico y triste que consistía una especie de felicidad en peligro de perderse. Por un instante quiso llorar con ella y olvidar sus planes, quiso vivir en la jaula, felizmente encadenado junto a los demás en una hermosa realidad que tenía ahí a la mano, en lugar de ser infeliz en las ficciones a las que viajaría si se liberaba. Estuvo a punto de pedir perdón, de gritar que quería vivir, que quería volver a salir y que ya no le importaba viajar a otros mundos, pero se contuvo, igual que uno desesperadamente intentaría contener la respiración en lo más profundo del océano, como una bomba que se niega a estallar. Y lo logró; esta vez el que se empeñaba por ignorar era él; vio a Méyu llorar y se convenció de que eso no estaba sucediendo, recordó lo que había dicho y creyó verdaderamente que no lo había dicho. Méyu ya se había calmado un poco cuando escuchó decir a Altréu, con una voz muerta y seca:
—En tres días todo terminará.
Abrió los ojos sin secarse las lágrimas, y espantada vio que se veía igual que cuando había anunciado su plan de morir; no había logrado conmoverlo, había expresado el contenido de sus emociones reprimidas por nada, la muerte de Altréu seguía en marcha.
—Diles eso a los demás, todos están invitados a venir a ver.
Méyu salió corriendo de esa casa. Su velocidad fue decreciendo al mismo tiempo que sus sollozos. Llegó a su casa tambaleándose y sin lágrimas.
***
(Reunidos bajo un árbol delante de la cancha de fútbol. Es la hora del descanso)
Aún están mortificados por haberse equivocado de bicicleta.
Yéman: Alguna diferencia tuvo que haber habido; no puede ser que hayan sido exactamente iguales.
Zúruk: ¿Quién sería esa chica?
Méyu: Se llama Zósla, lo sé porque todos lo andan contando: “destrozaron la bici de Zósla de segundo año”.
Zúruk: Si me la llego a encontrar, no sé si pueda quedarme callado.
Méyu: Nadie debe decir nada.
Líe: Eso no sería correcto, debemos confesarlo y explicar que fue un accidente.
Méyu: ¿Y si decide acusarnos?
Todos callan. Altréu llega minutos después, con unos papeles en las manos.
Altréu: ¿Qué ocurre con ustedes? ¿Aún piensan en lo de la bicicleta de esa tal Zósla? En vez de perder el tiempo sintiéndome mal, llevé las cosas a la acción.
Les entrega un catálogo de bicicletas, una de las cuales está encerrada en un círculo con un marcador amarillo.
Méyu: Es la misma bicicleta.
Zúruk: Pero es cara, seiscientos yaos.
Altréu: Es por eso que tenemos que juntar dinero (les entrega otro papel, donde se puede leer “Tirdánh”[1] más algunas fotos de pertenencias suyas con precios debajo), así que empiecen a sacar cualquier cosa que ya no les sirva a ustedes o a sus familiares, las reuniremos y decidiremos precios, luego las iremos vendiendo poco a poco hasta recaudar el dinero.
Lo repentino de la idea los dejó atontados, pero cuando hubieron asimilado todo el plan, el remordimiento dio paso al entusiasmo y felicitaron a Altréu.
[1] Tipo de venta por catálogo, similar a una venta de jardín móvil.
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