Codex Buranus 14: In Taberna Quando Sumus



Todos beben sin límite.



Poco importa dónde se siente uno en la taberna cuando el mundo, por pequeño que sea, se desnuda ante los ojos y oídos, que con pupilas dilatadas y tímpanos tensados poco distinguen si las imágenes y sonidos son transportados por aire o agua. La sorpresa de la nueva experiencia invita al silencio mientras la lengua se da cuenta de que no se encuentra aún demasiado adormecida, y por un rato todo son miradas perdidas con sonrisas descontroladas.
Wéishan, aún con su porte dominante pese a los constantes cabeceos, lidera la velocidad a la que las copas se siguen vaciando, siguiéndolo los estudiantes como su única figura concreta en ese mundo de líneas y colores entremezclados.
Muchos se sienten abrumados por un calor gradual que termina por volverse insoportable; comienzan a verse prendas que por descuido caen al suelo cuando sólo pretendían ser puestas a un lado de sus dueños. Algunas pieles sudorosas empiezan a refrescarse; hay muchos brazos y piernas, algunos muslos, unas pocas espaldas y abdómenes, y durante las desenvolturas empiezan a salir risas como provocadas por cosquillas, y murmuran a medias voces para sí mismos o para los que tengan al lado. Muchas manos se sientes curiosas de tocar, recordando el frescor de la alberca y la embriaguez del agua. Se retuercen en risas también al sentirse tocados y no percibir en sus tactos carne humana nítida.
Yamé aporrea su copa en la mesa y se levanta, haciendo que los curiosos de ese nuevo estado se detengan.
—Demos comienzo al juego que hemos preparado para vosotros, esperando que sea de vuestro disfrute y os rete en vuestro control.
Aun al hablar con ciertas vocales y consonantes tambaleantes, eran mandamientos sagrados a los que ninguno se atrevió a darse el lujo de no poner toda la atención que sólo es posible para un cerebro inmoderado.
Fueron incitados todos a ponerse de pie mientras los sirvientes se acomodaban a la cabeza de la mesa, junto con los dos reyes, e instalaban lo que les pareció un embudo de cristal lleno de varias mezclas hasta la obscenidad. Yamé demostró cómo al poner la copa bajo el embudo y dejar abrir una válvula, el anhelado líquido salía con tanta fuerza que la copa se llenaba de golpe. Una vez dispuestos todos en círculo en torno a la mesa, apoyándose algunos en ésta a causa del aturdimiento de su equilibrio, se les dio la instrucción:
—Ahora todos han de llenar sus copas, y antes de darle toda la vuelta a la mesa la habrán de vaciar por completo, para luego volver a llenarla y repetir el circuito. Los dos que más hayan podido dominar a sus cuerpos sin colapsar, recibirán un premio en nuestra última reunión: nosotros mismos, Yamé y Wéishen, a la disposición de lo que deseen.
Hubo una ebria ronda de gritos de júbilo y aplausos, y los entumecimientos que acalambraban el equilibrio de muchos retrocedió para darle fuerza a las piernas y coordinar los ojos y las manos.
—Una cosa más —interrumpió Wéishen—, por cada uno que pase, debe ofrecer un brindis, por lo que sea, y no se pueden repetir.
Toda instrucción y regla fue entonces grabada en sus cerebros como si no hubiera nada fuera de ellas. Como para motivar un poco más, ambos premios usaron como excusa sus propios bochornos para liberarse un poco de sus envolturas.

Comienzan los brindis:
—Uno por Yamé y Wéishen.
—Dos por los estudiantes cautivos.
—Tres por la vida misma.
—Cuatro por los religiosos y ateos.
—Cinco por los mártires de la vida.
—Séis por los enfermos de cordura.
—Siete por los soldados de la educación.
Se alzan las copas con apresurada ceremonia, vaciándose en las gargantas durante la torpe caminata en torno a la mesa para volver a hacer fila.
—Ocho por los que han perdido el camino del mundo
—Nueve por los que se han perdido en el sendero del mundo.
—Diez por los que viajan por el mar.
—Once por los que aman los pleitos.
—Doce por los que se arrepienten.
—Trece por los que no temen caminar.
Y cada vez más rápido, y con menos soltura de lenguas:
—Por los reyes.
—Por los emperadores.
—Por los príncipes.
—Por los kéreny.
—Por los papas.
—Por los monjes.
Sin más ley que la permitida por los músculos entumecidos, bebían.

En otros incontables lugares del mundo, sabíanse los estudiantes bien acompañados en su cálido delirio por sus compañeros de realidad en sus propias ensoñaciones. Todos íntimamente unidos como sólo la sangre intoxicada lo hace sentir a uno con otra sangre intoxicada, todas mezcladas como sangre de hermanos.
Beben el amo y la ama de una mansión en su lujosa habitación, en copas finas, líquidos más antiguos que sus arrugados pellejos, frente a una chimenea de fuego suave.
Bebe un soldado el que podría ser su último trago, y nunca le supo tan dulce el calor que recorre su espalda.
Bebe un sacerdote en secreto mientras escucha a un fiel desbaratar su propia vida pecaminosa.
Beben un hombre y una mujer, para ver si así uno se vuelve más tolerable para el otro.
Bebe un sirviente junto a una sirvienta en sus momentos de descanso, debajo de una escalera donde el olor del alcohol no escapa muy lejos.
Bebe un hombre con demasiada energía para ver si así se calma un poco.
Bebe un hombre sin energía para ver si se anima a hacer algo.
Beben un blanco y un negro juntos, confesándose que en términos de parejas prefieren a las de la raza contraria.
Bebe el perseverante porque le sirve para seguir perseverando.
Bebe el perezoso porque le ayuda a seguir sin hacer nada.
Bebe el ignorante, y cree que ha descubierto algo.
Bebe el sabio, y cree que lo ha olvidado todo.
Beben un hombre pobre y un hombre inválido; uno lamentando la pobreza de su bolsillo y el otro la pobreza de su cuerpo.
Bebe el hombre al que han echado de su tribu bajo un árbol a la luz de la tarde.
Bebe la gente desconocida que pasa a tu lado en la calle apenas no hay nadie viendo.
Bebe el muchachito un trago de una lata del refrigerador que debía dar a su padre.
Bebe el anciano rebelándose contra las exigencias de su maltrecho hígado.
Beben los presidentes antes y después de sus discursos, reuniones, entrevistas, y para aprobar sus nuevas leyes.
Beben los malos maestros fuera de la vista de sus alumnos; los buenos, junto con ellos.
Beben los monjes y monjas que han encontrado un camino más seguro a una experiencia espiritual.
Beben las viejas en círculo exhalándose humo en las caras.
Beben madres con sus hijos, estén éstos fuera o dentro de ellas.
Yo bebo, tú bebes, usted bebe, él bebe, ella bebe, nosotros bebemos, vosotros bebéis, ustedes beben, ellos beben, ellas beben. Éste bebe, ésta bebe, éstos beben, éstas beben, ése bebe, ésa bebe, ésos beben, ésas beben. Algunos beben, algunas beben, muchos beben, muchas beben, pocos beben, pocas beben, ambos beben, ambas beben, todos beben, todas beben, sendos beben, sendas beben...
Bebe uno, beben dos, beben diez, beben cien, beben cientos, beben mil, beben miles, beben cientos de miles, beben millones, beben cientos de millones, beben miles de millones, beben billones...

Pero uno a uno caen cuando el espacio en sus estómagos y venas es insuficiente para el diluvio que intentan forzar en ellos, cuando ya delirando y tropezando pretenden recoger con la lengua las ligeras gotas del líquido que aún no se derrama por el suelo. Mudos excepto para reír y balbucear, se rinden ante el suelo y se revuelcan contra las paredes o uno contra el otro, el mundo está borroso al otro lado de una cortina suave de sensaciones enigmáticas.
Que beban cuanto quieran. Así es como ha de sentirse un bebé nuevo en el mundo: aterrado pero fascinado, sin control de sus músculos ni de su estómago, embarrado de sus propias secreciones sin sentirse desgraciado por ello, sin saber por qué se siente tan triste ni tan feliz.
No caigamos en la tentación de fruncirles nuestros ceños ni de mirarlos desde arriba con la frente en alto, pues sólo son una cara más que todos tenemos debajo de la nuestra.
Que quien no reconozca en el ebrio su propia humanidad, y por ello le sea cruel, no sea inscrito en el libro de los virtuosos.

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