Alter-ego 15: Frente al espejo
Ánderwo visita un mundo donde todos son un espejo del otro.
El siguiente universo era un típico cosmos con estrellas y planetas. Ánderwo apareció justo al lado de un planeta habitado por seres similares a su especie, pero cuyos ojos eran espejos, sin metáfora, sino en toda su posible literalidad. No podía uno mirar al otro sin terminar por verse así mismo reflejado en los ojos del otro, y se veían infinitamente en un bucle interminable de reflejos. Sus parpadeos se veían como un repentino oscurecimiento de los espejos antes de volver a aparecer el mundo reflejado en su interior; era al parpadear el único momento en el que las imágenes infinitas desaparecían y volvían a saberse en singular.
Entre ellos se materializó Ánderwo adquiriendo aquellos extraños ojos, y vagabundeó en ese mundo durante unas cuantas décadas.
***
Era un hecho en ese mundo que uno no se reflejaba del mismo modo en los ojos de los demás; cada reflejo podía ser tan único que el que se viera alto y fornido en los ojos de uno, podría verse pequeño y débil en los de otro. Gracias a eso, cada ser tenía la capacidad de conocerse desde múltiples ángulos dependiendo de los ojos en que se reflejara. La consecuencia lógica es que no siempre iban a sentirse satisfechos con todos los reflejos con los que se cruzaran, pues, como es natural, uno siempre tiene una autoimagen que se considera el pilar básico de su naturaleza, y los demás reflejos no son más que meras variaciones y perspectivas de esa imagen personal. Por eso, cuando un ser se encontraba con que la mayoría de los reflejos que veía en los ojos de los demás no coincidía con la imagen que veía a solas en su propio espejo, entraba en un estado de inquietud. En una ocasión, Ánderwo, mientras caminaba a un lado de una carretera rumbo hacia una ciudad, encontró a un hombre cuyo vehículo se había descompuesto a medio camino, sentado en el parachoques esperando una grúa. Al cruzarse las miradas, Ánderwo se vio con una expresión de cobarde y con la mirada atontada, falto de voluntad y de dirección en la vida, perdido y enflaquecido. Quiso pasar de largo, pero aquel ser le gritó de repente:
—¡Oye, ven acá!
Ánderwo se detuvo y volteó la cabeza.
—¿Sí?
—¡Qué es esa manera de reflejarme en tus ojos! No me conoces en nada y ya me estás viendo de esa forma tan grosera. Me vi como un ser caricaturesco, de ojos y cabeza grande hasta el punto del ridículo, y tenía una expresión de idiota, de un bebé que apenas ve sus primeras imágenes a través de los barrotes de la cuna, que no presta atención más allá de lo que tiene en frente de los ojos.
—Lamento que el reflejo que haya visto en mis ojos no le haya gustado, y que mi opinión de usted reflejada en ellos no haya sido de su agrado tampoco, pero ¿qué se le va a hacer?, la imagen de mí que yo vi en sus ojos tampoco me ha agradado mucho.
—Pero es diferente. Tú eres un vagabundo andrajoso que sólo habrá de servir para pedir limosna; yo soy un hombre que ha viajado por el mundo, que ha visto cara a cara las culturas y las costumbres del mundo, que tiene en la cabeza tanto conocimiento que, si la mayoría de los libros desaparecieran, yo solo sería capaz de reconstruirlos de memoria. Mi imagen de ti es mucho más acertada que la imagen que tienes tú de mí.
Y Ánderwo, que no tenía ganas de hacerle ver las razones por las que lo veía como un ser de tan poca trascendencia, simplemente respondió:
—Me disculpo, señor; no era mi intención que mi perspectiva de usted lo ofendiera. Por cierto, he escuchado rumores de que varios servicios del estado se encuentran en huelga. Se lo digo para que no se sorprenda si la grúa no llega, he oído también que les gusta contestar las llamadas como si todo fuera normal, pero luego no hacen nada. Buena suerte.
Y se alejó de ahí, dejando preocupado y confundido al viajero de ese mundo que no le había gustado verse en los ojos de Ánderwo.
Al llegar a la ciudad, se encontró con cientos de manifestantes que bloqueaban una de las avenidas más importantes. El escándalo de los protestantes y de los cláxones era tan insoportable que decidió dar un largo rodeo hasta una zona relativamente tranquila, a partir de la cual enfiló hacia el centro de la ciudad. Cuando llegó cerca de una zona de puentes que cruzaban el río, a pocas manzanas del centro de la ciudad, vio a un grupo de vagabundos como él alrededor de un fogón, donde cada uno podía calentar algún alimento que llevara encima. Se acercó a ellos, les saludó y sacó una carne seca que le habían regalado en el camino, para ponerla a calentar cerca del fuego antes de comérsela. En eso cruzó miradas con uno de los vagabundos, y se vio a sí mismo con un rostro casi heroico, los ojos blancos de un sabio que ha vivido durante siglos con el porte majestuoso de largos años de experiencia, y con la piel endurecida por los embistes de la vida. El vagabundo, en cambio, se vio a sí mismo en los ojos de Ánderwo de manera similar a como se había visto el viajero en la carretera, y, enojado, le amonestó de la siguiente manera:
—¿Por qué me ves así si yo te he visto tan bien? ¿Me ves como un bebé? No sé mucho y no soy como esos que se pasan entre libros, pero tengo mucha experiencia y eso me da sabiduría que los que estudian no tienen. Me sé el mundo de memoria, te lo podría contar todo de memoria.
Y asintiendo con falsa complacencia, Ánderwo se apartó del fogón y contestó apacible:
—Perdón, me retiro. La manifestación se acerca y va a jodernos cuando llegue, lárguense todos de aquí o los aplastan.
Cruzó el centro de la ciudad y se dirigió hacia las afueras, huyendo de la masiva manifestación que comenzaba a escucharse a lo lejos al dejar a los vagabundos. Caminó por más de una hora. El ruido de la manifestación ya no se escuchaba, pero sabía que en cualquier momento volvería a hacerse presente por entre los edificios del ya lejano centro de la ciudad. Se detuvo a descansar en un parque, donde muchos jóvenes y algunos viejos aún podían disfrutar de la temporal tranquilidad haciendo ejercicio. Se sentó en un banco para comerse su carne seca que apenas había podido ahumar, y miró a los corredores. Sus ojos se cruzaron con los de una joven muy delgada que pasaba corriendo haciendo vibrar los guijarros con sus zapatillas. Se vio en sus ojos como un tierno padre, o tal vez un joven abuelo, de mirada serena, despreocupada, pero también tenía una ligera sonrisa sospechosa, inquietante hasta tener reminiscencias diabólicas, la mirada de un embustero en piel de piadoso. Repitiéndose la historia, la corredora se detuvo y lo encaró diciendo:
—¿Pero por qué me ve usted así, como si fuera yo una tonta?
—¿Acaso la imagen que tiene usted de mí está justificada?
—Soy una persona prudente, y los prudentes no se fían de las apariencias, suponen que toda la gente es sospechosa. Pero yo soy una mujer instruida, lucho en la vida y sé enfrentarme al mundo. Su imagen de mí es injusta.
Y una vez más, Ánderwo dijo:
—Esta es la tercera vez en el día que defraudo a alguien con mi percepción, y por tercera y última vez me disculparé. Me marcharé ahora. Si quiere correr, corra hacia su casa. Se acerca la manifestación.
Una vez atravesada la ciudad, se encontró de nuevo en una carretera, y caminó a un lado de ella sin mirar hacia atrás, hacia la ciudad que finalmente había sufrido en su totalidad los estragos de los manifestantes. Nunca volverá a disculparse.
***
Estuvo presente el día en que, habiendo escuchado las demandas de los manifestantes, se hizo oficial la ley de la No Ofensa Perceptiva, en la cual se estipulaba que: “…dado cualquier incidente de impropia percepción y o expresión de las impresiones personales, que en su contenido o forma alteren o incomoden las sensibilidades individuales, se dictaminará sentencia de acuerdo al daño emocional que la víctima manifieste haber tenido…”
Y entre la multitud, al terminar el presidente su comunicado, vio gente temblando y celebrando, aterrada y gozosa, temiendo por la repentina restricción impuesta sobre su subjetividad y riendo por la repentina protección que garantizaban a la misma. Habían creado entre todos un mundo en el que había muerto la ofensa a costa de su libertad.
Se dispersaron, pero era ya imposible incorporarse a una vida normal. Pronto empezaron los arrestos. Los que se habían levantado tarde, y exhibían síntomas de modorra en su cara y cabello, acusaron a aquellos que los percibieron como holgazanes; los que tenían la costumbre de comer comida rápida y tenían sobre peso, acusaron a los que los percibían como faltos de salud y mal ejemplo de hábitos alimenticios; estudiantes de carreras demandantes acusaron a los que no demostraban en sus reflejos un merecido aprecio por su esfuerzo y contribución futura al mundo; hombres feos fueron acusados por mujeres hermosas por percibirlas atractivas, cuando ellas no querían ser percibidas de ese modo por ellos; los feos, a su vez, acusaron a los que no se esforzaran por percibir la belleza de sus almas; y así atestiguó Ánderwo cientos de casos durante las décadas posteriores a la promulgación de la ley.
Para evitar problemas, los seres de ese mundo empezaron a usar unas gafas oscuras que impedían observar el espejo que eran sus ojos, las cuales fueron producidas en masa con el propósito de evitar a todos ofenderse con la percepción de los demás, ya que todos los esfuerzos por generalizar la costumbre de los pensamientos positivos y corteses había fracasado. Las gafas oscuras habían llevado al mundo a una época de paz, donde nadie volvió a sentirse ofendido.
Fue también en esa época cuando Ánderwo sintió que ya había estado demasiado tiempo infiltrado en esa realidad como simple observador, y en él surgió un aburrimiento que sólo podría eliminarse yéndose o haciendo algo más. Se decidió por hacerse invisible y, en ese estado, vagabundear de un lado al otro eliminando la “ofensividad” de la naturaleza de todos los seres con los que se encontraba. Ahí donde su voluntad se posaba, el ser automáticamente dejaba de sentirse ofendido, no sabiendo si había perdido la capacidad de ofenderse, o si de algún modo se había fortalecido y las ofensas sólo habían dejado de importar. Al principio mantenían en secreto ese repentino cambio, nerviosos de que alguien más descubriera esa metamorfosis inenarrable de sus mentes. Conforme pasaba el tiempo, y Ánderwo continuaba con su silenciosa transformación de ese mundo, los seres que ya no se ofendían se multiplicaron, y en algún momento su existencia se volvió evidente; se quitaban las gafas oscuras y se miraban en los espejos, pero las imágenes, por más que en el pasado hubieran resultado inaguantables, habían perdido todo su efecto devastador; ya no les importaba. Al reconocerse, se reunieron y hablaron de ese nuevo despertar en el que las ofensas habían muerto sin necesidad de exterminarlas, solamente dejando de darles importancia.
Tras varios años, Ánderwo había eliminado el concepto de daño por ofensa de todas las mentes de ese planeta, y aunque para ese entonces los efectos de esa nueva mentalidad ya habían vuelto a modelar al mundo, decidió que ya era momento de marcharse, sin tener suficiente curiosidad por saber hasta dónde llegarían en ese nuevo mundo.
Lo único que mantenía su curiosidad viva durante su misión silenciosa, fue observar las reacciones de los seres que aún se ofendían ante el hecho inevitable de que todos se dejaban de ofender, percibiéndolos al principio como una amenaza, como los nuevos destructores de la civilización, exhortándolos a que ese pensamiento libre del efecto de las ofensas era antinatural, imposible e indigno. Pero era cuestión de tiempo para que la voluntad de Ánderwo los fortaleciera y pasaran a formar parte de ellos.
Cuando se hubo ido, el Viajero le habló de la siguiente forma:
***
Esa frialdad que mostraste mientras viviste en ese mundo es bien conocida por mí. Tan fácil es cambiar de realidad, simplemente abandonar a los demás seres con sus condiciones limitadas, que el estado de Viajero es terreno fértil para la indiferencia. Eres como yo: la facilidad de las cosas te hace difícil desarrollar gran aprecio por ellas, y tu aburrimiento se vuelve variable y caprichoso. Hasta ahora te has mantenido en un temperamento controlado: cuando no favoreces a los seres, por lo menos no los perjudicas. Pero pronto, presiento, volverá a cambiar tu voluntad, y ya superado tu remordimiento por causar perjuicios, querrás experimentarlos saliendo de tu propia mano. Lo entiendo, yo también lo hice. Pensabas que nunca querrías usar tu nuevo estado para abusar de él, sino que serías el héroe o, cuanto menos, el observador invisible. Pero eso ya te aburrió.
Hay más cosas. Podrías hacerle caso a esa niña Méyu, y asentarte en una realidad para al menos tener una que apreciar. Tómate un descanso de los viajes, vive en un mundo plenamente y luego continúa. Es común incluso para mí hacerlo; también me aburro de viajar. Tengo tantas realidades que he hecho mis hogares como realidades que me causan indiferencia total. Puedes, si quieres, volver a un mundo en el que ya hayas estado; mis reglas ya no me importan y no es mi voluntad seguirlas. Pero si aún no es tu voluntad tener algún hogar al cual regresar de tiempo en tiempo, donde sientas que puedas tener un momento de reposo para tanta trascendencia, eso también es válido. Considera al menos que, aunque no haya garantía, tener una realidad a la que puedas llamar tuya vuelve menos vacíos tus viajes.
Buen relato, muy interesante como se describe él como te pueden ver los demás. Un saludo de ANTIGÜEDADES DEL MUNDO.
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